En el otoño de 1065 iniciaba Fernando I una expedición o campaña militar dirigida contra al-Muqtadir, rey taifa de Zaragoza, que se había negado a abonar las parias pactadas anteriormente. Una vez obtenida la sumisión de al-Muqtadir, el rey leonés dirigió sus armas contra el rey taifa de Valencia buscando no tanto la conquista de la ciudad, como que este reino engrosara también el elenco de los que reconocían su superioridad y pagaban cada año las parias correspondientes.
Cuando Fernando insistía en el asedio de la ciudad, que ofrecía una resistencia denodada, el monarca leonés se sintió seriamente enfermo y ordenó el regreso a León, adonde llegó el 24 de diciembre con las fuerzas agotadas, ya que tan sólo tres días después, el 27 de diciembre de 1065, hacia la hora del mediodía entregaría su alma a Dios entre muestras de profunda piedad religiosa.
El acceso de sus tres hijos a los tres reinos que les había delimitado su padre parece que se hizo inicialmente sin dificultades, máxime cuando todo apunta a que desde dos años antes, cuando se hizo pública la división, cada uno de los hermanos se había trasladado a la parte que le había correspondido, para desde allí colaborar en el gobierno con el rey, su padre.
Así, Alfonso se vio reconocido y coronado a sus veinticinco años, poco más o menos, como soberano del nuevo reino de León, que comprendía las actuales provincias de Asturias, León y Palencia completas y la parte de Zamora y Valladolid al norte del río Duero, esto es, unos 46.000 kilómetros cuadrados, extensión muy parecida a la que le había sido asignada a su hermano García, pero muy superior a la que le había correspondido al primogénito Sancho, que no rebasaría, en el mejor de los casos, unos 25.000 kilómetros cuadrados.
La paz entre los hermanos no fue mucho más allá del tiempo que todavía sobreviviría la reina doña Sancha a su esposo Fernando. La madre de los tres reyes moriría el 7 de noviembre de 1067. A partir de este momento, la rivalidad latente entre los hermanos se pondrá de manifiesto y muy pronto se transformará en conflicto armado.
Es muy posible que desde el primer momento de la partición del reino el infante Sancho se sintiera no sólo defraudado en sus derechos de primogenitura como heredero de todo el reino, sino también preterido al recibir un territorio mucho más pequeño que el atribuido a su hermano Alfonso, en el que además residía la simbólica superioridad que históricamente parecía estar vinculada al título regio de León.
La muerte de la reina doña Sancha había despejado el camino para que Sancho, el más perjudicado en el reparto del reino, planteara exigencias revisionistas a su hermano Alfonso, que lógicamente no se mostró dispuesto a ceder y allanarse ante las demandas fraternas.
La tensión entre ambos hermanos desembocó en un encuentro armado que tuvo lugar en Llantada, hoy un despoblado sito en el término de Llantadilla, 1.600 metros al sudeste de esta villa y a unos 400 metros a la derecha de las aguas del Pisuerga, donde hoy todavía se alza la ermita de la Virgen de Llantada. El hecho de que el encuentro armado tuviera lugar en la orilla del Pisuerga, en territorio de Alfonso, nos indica que la iniciativa ofensiva correspondió al rey castellano.
Los Anales castellanos segundos consignan como fecha de la batalla de Llantada el «miércoles 19 de julio de 1068»; como ese año tal fecha no cayó en miércoles, sino en sábado, se impone una corrección en la data del mes. Creemos más probable que el choque armado tuviera lugar el 16 de julio, que ese año cayó efectivamente en miércoles.[1]
La batalla de Llantada no tuvo consecuencias mucho más allá de la derrota del ejército leonés, ya que Alfonso pudo retirarse a su capital y continuar al frente de su reino; tampoco se siguió ningún cambio territorial. Entre los participantes en la batalla dentro del ejército castellano la Historia Roderici señala la presencia de Rodrigo Díaz de Vivar, el futuro Cid Campeador, entonces un joven caballero que gozaba de toda la confianza y hasta de la predilección del rey Sancho:
«El rey Sancho distinguía a Rodrigo Díaz con tan inmenso amor y notable predilección, que le puso al frente de toda su mesnada, pues Rodrigo creció y se convirtió en un fortísimo guerrero y “campi doctus” [experimentado en el combate] en la corte del rey Sancho. En todos los combates que Sancho mantuvo con su hermano Alfonso, en Llantada y en Volpejera, venciéndolo, en estas ocasiones Rodrigo Díaz era el portador de la bandera regia y destacó y sobresalió entre todos los caballeros del ejército del rey».
No parece que la paz entre ambos hermanos se alterara después de la batalla de Llantada, en el verano del 1068; incluso cabe hablar de una cierta colaboración posterior entre Sancho y Alfonso. Esta colaboración se hará patente tres años más tarde, cuando el rey castellano intervenga en los asuntos internos de Galicia.
En la segunda quincena de febrero de 1071 el rey García de Galicia tuvo que enfrentarse con el conde Nuño Mendes, al que venció y dio muerte en el combate de Pedroso. Las alteraciones que siguieron a este suceso provocaron la intervención armada de Sancho II en Galicia, intervención que no habría sido posible sin la anuencia o colaboración de Alfonso, ya que su reino leonés se interponía entre los de sus dos hermanos.
Puestos de acuerdo ambos hermanos, Sancho y Alfonso, en la primavera de 1071 deciden la invasión de Galicia. No conocemos los detalles y circunstancias de la doble intervención en tierras gallegas, pero antes de finales de año, en el mes de noviembre, un diploma nos dice que Sancho reinaba en Castilla y Galicia mientras Alfonso es mencionado como reinando en León y en Galicia. Al mismo tiempo es muy posible que García hubiera logrado mantenerse todavía en tierras portuguesas.
La colaboración interesada de los dos hermanos en la invasión y reparto de Galicia no va a prolongarse mucho. Antes de que acabara el año 1071 ya habían brotado las diferencias, y la discordia entre Sancho y Alfonso era una realidad. De nuevo es Sancho el que, acompañado de su ejército, penetra hostilmente en el reino leonés que ya había atravesado anteriormente en son de paz camino de Galicia.
Alfonso, a su vez, con toda su hueste trata de hacer frente al ejército castellano en Golpejera o Volpejera, a unos quince kilómetros al sudoeste de Carrión de los Condes. Hoy un lugar, Cardeñosa de Volpejera, y un caserío, Villaverde de Golpejera, despoblado en el término de Villamuera de la Cueza han conservado el antiguo topónimo del lugar de la batalla.
La fecha de la batalla de Golpejera, en la que el rey Alfonso perdió el reino leonés, resulta un tanto incierta, aunque todos los datos confluyen en situarla en los primeros días del mes de enero de 1072, ya que un cómputo de los días que el rey Sancho reinó en León, ocho meses y veinticinco días, situaría el comienzo de ese reinado en el 12 de enero, fecha que muy bien pudiera corresponder al día de su coronación tras su entrada en la ciudad de León.
Alfonso no sólo sufrió una importante derrota militar en Golpejera, sino que como consecuencia de ella perdería la libertad y también el reino. Su caída como prisionero tuvo lugar en el mismo, campo de batalla, no, como algunos autores han venido repitiendo, en Carrión de los Condes, ni en ninguna de las iglesias de esta ciudad, entonces llamada Santa María de Carrión.
Mientras Sancho remitía a su prisionero al castillo de Burgos, él emprendía el camino de León para hacerse coronar y tomar posesión del reino que había conquistado en el campo de Golpejera.
Ahora, prisionero en el castillo de Burgos, lo había perdido todo; su destino estaba en manos de su hermano. Lo mismo podía esperarle una pronta muerte que una larga prisión. La razón de estado podía sugerir a Sancho cualquiera de las dos soluciones, muy convenientes para evitar maquinaciones del rey depuesto y facilitar el control sobre los nuevos territorios y los nuevos magnates que el triunfo de Golpejera había colocado bajo su autoridad, y entre los cuales, como era lógico, no faltarían los partidarios del rey vencido y despojado de la corona.
Coronado Sancho II rey de León, sólo le faltaba para reunificar bajo su cetro todas las tierras que un día habían constituido el reino de León gobernado por su padre, Fernando I, hacerse reconocer también como soberano en la parte de Galicia que todavía obedecía a su hermano García, así como en el condado portucalense y en la comarca de Coímbra, donde parece que este había buscado y encontrado refugio.
Sancho entendía que su coronación en León le otorgaba derecho a extender su gobierno a la totalidad de lo que un día había sido el reino leonés. Por eso, inmediatamente partió el nuevo monarca hacia las tierras gallegas, y para dirimir la cuestión de raíz marchó en busca de su hermano García. Este había retrocedido hasta los extremos más meridionales de lo que había sido su reino, pero Sancho prosiguió incansable su búsqueda hasta darle alcance en las proximidades de Santarem, donde se había refugiado entre musulmanes fronterizos de la taifa de Badajoz, con cuyo reyezuelo había mantenido relaciones con ocasión de las parias que Fernando le había asignado.
Incapaz de hacer frente a la hueste que acompañaba a Sancho, el hasta entonces rey de Galicia fue derrotado y hecho prisionero, pero su hermano, no considerándolo un grave peligro para la seguridad del nuevo reino que estaba conformando, le permitió sin más que se marchase a Sevilla y buscase refugio en la corte de otro de los reyes taifas que un día habían abonado también parias a su padre y quizás al mismo García. Todos estos sucesos acontecieron antes del 25 de mayo de 1072, fecha en la que un documento redactado en la diócesis de Braga reconocía la soberanía de Sancho en esa tierra.
Sería después de esta expedición por tierras portuguesas cuando pudo Sancho regresar a Burgos y ocuparse del prisionero que guardaba en el castillo de la ciudad. Allí acudió su hermana Urraca para solicitar la libertad de Alfonso. También parece que desde que este había sido hecho prisionero había transcurrido el tiempo suficiente para que el abad Hugo de Cluny se uniera a los ruegos de la infanta.
Sancho accedió a estas peticiones de clemencia, llegando a un acuerdo con su hermano Alfonso para que se marchase a un cómodo confinamiento en Toledo, en la corte del rey taifa Abu al-Hasan Yahya al-Mamun, que había sido tributario del mismo Alfonso cuando era rey de León, y con el que le unía una buena relación. Sancho exigió también de su hermano el compromiso de no abandonar el destierro ni regresar al reino cristiano sin su permiso expreso.
El destronado rey leonés pudo así partir para Toledo con una digna comitiva que le proporcionó su hermano, acompañado por Pedro Ansúrez, vástago de la familia condal de Saldaña y Carrión, que había sido íntimo amigo suyo en la juventud y luego colaborador y consejero cuando regía el reino leonés; con Alfonso y Pedro Ansúrez, autorizados por el rey Sancho, marcharon también dos hermanos de este último, de nombre Gonzalo y Fernando.
La aceptación de Sancho como rey en las tierras leonesas no había sido nada entusiasta y muchas reticencias se dejaban sentir entre los magnates laicos y eclesiásticos, pero en ningún momento llegaron a plasmarse en resistencia armada. Por su parte, la infanta Urraca, tras la visita a Burgos para interceder por Alfonso, se había retirado a Zamora, ciudad cuyo señorío y gobierno le había otorgado anteriormente el mismo rey Alfonso.
El nuevo rey quiso tomar entonces bajo su control directo la plaza fuerte de Zamora, clave para la futura expansión al sur del Duero. Con este objeto ofreció a su hermana canjear Zamora por otras ciudades o villas en tierra llana no fortificada. La infanta rehusó de plano la oferta de Sancho, pensando que en tales condiciones podría su hermano desposeerla de su señorío cuando lo tuviera a bien.
Irritado Sancho por la negativa de su hermana y la desconfianza que mostraba, habiendo reunido un fuerte ejército, a finales de verano se puso en marcha hacia Zamora con el propósito de acabar cuanto antes con ese conato de desobediencia, antes de que pudiera cundir el ejemplo entre otros magnates o tenentes de plazas fuertes.