14 de agosto

El lunes, 13 de agosto (1973), regresé a mis obligaciones principales en Edwards.

A saber: revisión de los diarios en el «avispero» (siempre con escolta), (Walter seguía de cabo), conversaciones con el cactus Josué y puesta al día de los secretos de la zona restringida (léase: bar de Joco, el japonés).

Los «halcones» continuaban a lo suyo, empecinados.

No sabían que yo sabía…

Y fue el martes, 14, cuando se desencadenó la sorpresa de las sorpresas.

Sucedió a primera hora de la mañana, nada más sentarme frente a la pantalla del ordenador.

Tecleé. Busqué los diarios y comencé la lectura de los mismos.

¡Vaya!… A 130 líneas del tercer error se presentó una nueva anomalía.

Leí, desconcertado.

¡Otra vez!

¿Cómo podía ser tan torpe?

Cuando relataba mi aventura al pie de lo que denominé la roca de los «graffitis», cerca del torreón de las «Verdes», e investigaba la leyenda grabada en lo alto del peñasco[92], detecté otros posibles errores en el texto.

Yo había escrito, originalmente: «A cosa de quince o dieciséis metros del suelo se distinguía una leyenda (?), grabada en la roca.

»Era arameo antiguo.

»Leí con dificultad.

»La grabación era impecable. No parecía reciente. Alguien se tomó muchas molestias…

»Pensé en subir a la cima de arenisca e inspeccionar con más detenimiento. Las letras eran perfectas y de idénticas dimensiones. Sólo una palabra aparecía más destacada.

»Sí, subiría a la peña y exploraría…

»La leyenda —o lo que fuera— arrancaba con una frase: “Eran doscientos los que bajaron a la cima del monte Hermón”.

»Lo dicho. Ni idea.

»El resto lo formaban cinco columnas de nombres. Leído de derecha a izquierda decía textualmente:

»Primera columna: SEMIHAZAH (era la única palabra algo mayor). A su lado se leía: “jefe de los encantamientos”».

Pues bien, donde debía decir «jefe de los encantamientos», leí: «jefe de los encantamientos después de muerto (SEMIHAZAH 3, 5)».

No era posible.

Volví a leer, descompuesto.

¡Otro maldito error!

No recordaba haber escrito algo semejante…

Semihazah, que yo supiera, no corresponde a ningún escrito bíblico. Como menciono en ese mismo pasaje, los nombres de la grabación en la roca podían pertenecer a ángeles caídos.

Pero ahí no terminó el desastre…

En esa misma página, para mi desesperación, hallé otras dos anomalías.

Pasé la jornada enfrascado en el enojoso asunto.

Tomé notas y llegué a una conclusión: era un torpe de solemnidad…

El quinto error surgió al leer la relación de nombres de los referidos y supuestos ángeles rebeldes.

Yo, inicialmente, había escrito en el Ravid:

«Y continuaba la primera columna:

»Ar’teqo’f (segundo jefe y conocedor de los signos de la tierra).

»Ramt’el (tercer conjurado).

»Hermoní (el que enseñó a desencantar).

»Segunda columna:

»Baraq’el (el que enseñó los signos de los rayos).

»Kokab’el (el que conoce las estrellas y practica la ciencia de las estrellas).

»Zeq’el (el que sabe de relámpagos).

»Ra’ma’el (el sexto).

»Tercera columna:

»Dani’el (el que conoce las plantas).

»Asa’el (el décimo de todos ellos).

»Matar’el (el que conoce los venenos).

»Iah’el (el que conoce los metales).

»Cuarta columna:

»Anan’el (el que conoce los adornos).

»Sato’el (decimocuarto).

»Shamsi (el que conoce las señales del sol).

»Sahari’el (el que conoce y enseña los signos de la luna)».

El quinto error en cuestión era el siguiente: en lugar de «Zeq’el (el que sabe de relámpagos)» aparecía «Zeq’el (será el día del relámpago) (3, 4)».

Extrañísimo.

En cuanto al sexto error (?) (ya no supe qué pensar), lo detecté 12 líneas más adelante.

En el «portaaviones», quien esto escribe redactó, en su momento:

«La quinta y última columna aparecía borrada en su totalidad. Las letras habían sido macheteadas, intencionadamente. No pude reconstruir ni uno solo de los cuatro presumibles nombres».

Estaba hablando, como dije, de la extraña grabación en la roca de los «graffitis».

Lo que acerté a leer aquel 14 de agosto de 1973 en el ordenador no tenía nada que ver… Decía así:

«En la quinta y última columna se leía Besa’el (vivirás lo no vivido). Éxodo 3, 3.».

Permanecí frente al monitor, desconcertado.

Además de faltar un texto, y de la errónea cita bíblica, aquella frase añadida —«vivirás lo no vivido»— me dejó conmocionado.

«Vivirás lo no vivido», como relaté, era una frase que soñé en Nazaret el 24 de febrero del año 26. En la profética ensoñación, la ínsula de Nahum, en la que vivíamos, salía ardiendo. Allí murieron los niños «luna», los trillizos, hijos de Gozo, la prostituta. En ese sueño, quien esto escribe recogía del suelo un trozo de papiro, medio calcinado, y leía, en arameo: «Vivirás lo no vivido[93]».

Para mi desesperación, algún tiempo más tarde, la ínsula resultaría destruida en la realidad, en un incendio provocado por Kuteo, el samaritano. En el siniestro, los papiros en los que relataba los viajes secretos del Maestro (anteriores a su vida de predicación) quedaron igualmente reducidos a cenizas.

¡Desconcertante!

Podía admitir que me hubiera equivocado a la hora de redactar los diarios, pero no de una forma tan extraña…

¡Seis errores!

Regresé al pabellón de oficiales y, en la soledad de mi habitación, repasé las citas, supuestamente bíblicas, que detecté en las citadas anomalías.

Sorpresa…

Sencillamente, como imaginé, no había tales. Y me explico: las citas en cuestión no existían o no guardaban relación con lo leído en pantalla, en el «avispero[94]».

Fue instantáneo.

Tuve un presentimiento.

¿Pudo leer Eliseo los diarios?

Era más que probable…

Y reaccioné de forma inesperada.

En lugar de continuar por ese camino, opté por olvidar.

Quiero creer que me asusté.

Alguien volvió a tocar en mi hombro…

Y lo hizo por algo especialmente importante.

Pero yo, torpe y cobarde, pasé página.

Bajé al bar de Joco y elegí la tertulia con el japonés.

Me puso al día.

Y olvidé los errores…, de momento.

El sábado, 11, mientras disfrutaba del fin de semana en la casa de campo de Curtiss, Nixon y su asesor, Kissinger, se reunían en la residencia de verano del presidente, en Camp David.

Los rumores sobre dicha reunión eran negros y borrascosos: ¿«De qué hablan dos mentirosos cuando se encuentran»?

Joco puso el dedo en la llaga:

—Siempre contra un tercero…

Gerald Warren, portavoz de la Casa Blanca, salió al paso de las habladurías y aseguró que Nixon y el judío no «consideraron el asunto “Watergate”».

—¡Mentira podrida! —Estalló Joco—. ¡Esas malditas cintas magnetofónicas nos ahorcarán a todos!

Y recordé la conversación con Estrella, esa mañana del sábado, mientras cocinábamos.

La generala mostró su preocupación por la vida de Curtiss.

La intuición femenina siempre da en el blanco, aunque a los varones nos moleste o nos perjudique.

Algo se «cocinaba» también en la Casa Blanca…

Al mismo tiempo, la tensión en Oriente Próximo daba otra vuelta de tuerca.

Libia entró en escena de nuevo y advirtió a USA que las compañías petroleras extranjeras podrían ser nacionalizadas si continuaban con su política evasiva respecto a las legítimas demandas libias. El ministro del petróleo, Ezdin Mabruk fue muy claro: «A la Occidental le seguirán otras»[95]

El diabólico plan Rapto de Europa seguía su curso…

Las petroleras norteamericanas, por su parte, continuaban presionando al Pentágono para que invadiera Libia o «anulase» al coronel Gadafi[96].

Pero, como éramos pocos, parió la abuela…

La estúpida y venenosa CIA volvió a meter la pata.

Los servicios de información árabes descubrieron que la Agencia Central de Inteligencia (?) norteamericana y la embajada USA en Beirut pasaban información secreta a los judíos.

Ese mismo martes, 14, el líder del Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP), doctor George Habbash, fue interceptado por cazas israelitas cuando volaba de Beirut a Damasco. El chivatazo salió a la luz y la hoguera, en la región, se hizo más aparatosa.

La guerra se aproximaba.

—Tengo una cabaña cerca del volcán Mauna Kea, en Hawai… Si estalla la guerra te invito.

Tomé la palabra de Joco.

En esos momentos no podía imaginar que, en cuestión de meses, terminaría visitando la aludida cabaña del japonés.