1. RENDICIÓN

La historia de Celia, aunque no su vida, queda terminada con lo que se ha narrado.

Todo cuanto sucedió luego no parecía importarle gran cosa a ella. Vinieron los procedimientos policiales, el muchacho de los alrededores que la extrajo del río, las recriminaciones del comisario, las noticias en la prensa, el fastidio de Dermot, la lealtad de la señorita Hood… Todo eso le parecía a Celia poco importante e irreal, cuando, sentada en su cama, me contaba los hechos.

No pensaba volver a intentar el suicidio.

Admitía que, el solo hecho de haberlo intentado, constituía algo perverso de su parte, puesto que, en verdad, significaba hacer lo que ella reprochaba precisamente a Dermot: el abandono de Judy.

—Comprendí —me dijo— que lo único que podía hacer para compensar mi acción era vivir solo para Judy y no pensar nunca más en mí. Me sentí avergonzada…

Celia, la señorita Hood y Judy salieron poco después para Suiza.

Allí recibió carta de Dermot, en la que adjuntaba cierta documentación necesaria para los trámites de divorcio.

Por algún tiempo, ella había olvidado por completo aquel problema.

—Es que, sabe usted, estaba intrigada. Hice todo lo que me pidió para que me dejara en paz… Me asustaba que apareciesen más papeles, más actividades. No sabía, pues, qué hacer con todo aquello… Dermot pensó que, si no hacía nada, era porque deseaba vengarme, y no era eso. Le había prometido a Judy que impediría que su padre se marchara y, por lo tanto, no quería facilitarle la huida. Deseaba ardientemente que él y Marjorie se fuesen juntos y darles el divorcio ante los hechos consumados. Así, podría decir un día a Judy que lo hice porque no podía actuar de otro modo. Entretanto, Dermot me escribía diciéndome que todos sus amigos pensaban que estaba actuando de forma ruin… Todos sus amigos… ¡siempre la misma invocación!

»Esperé… Quería descansar. Nada más que descansar, sentirme segura en un lugar donde Dermot no pudiera alcanzarme. Me aterraba la idea de que él pudiese llegar un día y comenzasen otra vez aquellas discusiones… Pero no es posible abandonar el terreno solo porque una esté atemorizada. No está bien. Sé que soy cobarde. Siempre lo he sido. Detesto los ruidos, las escenas tensas… Daría cualquier cosa, sí, cualquier cosa, para vivir en paz… Pero en este caso no quería abandonar el terreno porque, simplemente, tenía miedo.

»En Suiza fui recuperando mis fuerzas… No puedo decirle lo maravilloso que era advertir que de nuevo comenzaba a ser la de antes, no sentir más deseos de llorar por cualquier cosa, no sufrir más náuseas al ver un plato de comida… También me desaparecieron las jaquecas y las neuralgias. El dolor mental o emotivo y los malestares físicos se hacen insoportables cuando se presentan juntos y son muy intensos… Se puede soportar uno o el otro, pero ambos a la vez…

»Finalmente me sentí de nuevo fuerte y decidí volver a Inglaterra. Escribí a Dermot diciéndole que yo, personalmente, no creía en las ventajas del divorcio y sí en el hecho de que el matrimonio permaneciese vigente por el bien de los hijos, aunque comprendía que mis puntos de vista eran anticuados. Le dije que las personas suelen opinar lo contrario, es decir que los hijos sufren menos si los esposos que ya no se quieren se separan. Pero afirmé que yo no compartía tal opinión. Los hijos necesitan a sus padres, a ambos, puesto que son de su misma sangre. Las disputas y las tensiones no les importan tanto como las personas mayores piensan. Quizá hasta resulten experiencias que a la larga comporten beneficios, pues suministran un anticipo de lo que es frecuente en la vida… Mi hogar fue demasiado feliz y, sin duda, a eso le debo haber sido tan tonta. Agregaba en mi carta que él y yo, en realidad, nunca habíamos discutido, que siempre pudimos jactarnos de llevarnos bien…

»También le decía que los pequeños enredos amorosos con otras personas carecían de mayor trascendencia… Que podía ser tan libre como quisiera, mientras fuese un buen padre para Judy. Reconocía que para la pequeña él era más importante que yo… que Judy le prefería y que yo nunca podría suplantarle. Judy solo me necesitaba a mí de manera biológica, como un animalillo precisa de su madre cuando está enfermo, pero la verdad era que ella se sentía más vinculada a él, y que, con los años, aquella vinculación solo podía aumentar, mientras disminuía la que tuviera conmigo.

»También le decía en la carta que, si él volviera, yo nunca le haría reproches, ni le echaría nada en cara. Le preguntaba si no podíamos ser exteriormente tolerantes, puesto que tanto habíamos sufrido.

»Agregaba que la elección quedaba en sus manos. Le repetía que no creía en el divorcio y que, por mi parte, no lo deseaba. Si éste tenía lugar, la responsabilidad era solo suya.

Celia hizo una pausa.

—Al responderme, me envió nuevos documentos para firmar. Así pues, nos divorciamos. Fue bastante deprimente todo el procedimiento. El divorcio es…

»Eso de estar ante toda una audiencia, contestando preguntas íntimas, atendiendo al testimonio de las doncellas y criados… Detestaba aquella situación, a la que se me había arrastrado; me provocaba malestar físico.

»El divorcio debiera ser mucho más simple. Las personas interesadas no tendrían que encontrarse presentes.

»En fin, después de todo, terminé por ceder. Dermot se salió con la suya. Luego pensé que hubiera sido mucho mejor que, desde el principio, le hubiera permitido obtener lo que buscaba. Así, me habría ahorrado tanto dolor… tantos pesares…

»En verdad, no sé a partir de qué momento cedí. Solo sabía que estaba cansada y necesitaba paz, que era lo único que podía hacerse. Aunque, tal vez, en el fondo de mi alma deseara que Dermot fuera feliz.

»Muchas veces pienso que fue esto último lo que me llevó a ceder definitivamente…

»Y es por eso por lo que luego, cuando todo había pasado, me asaltaba un sentimiento de culpabilidad cada vez que la pequeña me miraba…

»La verdad, no sé si debí someterme a su voluntad o no.

»De todos modos, al final terminé por traicionar a Judy en beneficio de Dermot.