¡LA MEJOR DE LAS SORPRESAS!
Las Navidades en la Granja del Cerezo fueron estupendas. Para comenzar, los papas de los niños llegaron el día antes… y debierais haber visto lo sorprendidos que quedaron al ver a los niños.
—¡Pero éstos no pueden ser nuestros hijos! —exclamó la madre—. ¡Si hacen doble bulto! ¡Y tan gordos y sonrosados!
—¡«Somos» vuestros hijos! —contestó Penny abrazando a su madre—. Oh, mamá, lo hemos pasado tan bien aquí… pero es magnífico volveros a ver a ti y a papá.
Fue un día emocionante, ya que entre la bienvenida a sus padres, preparar sus regalos y envolverlos, y colgar sus calcetines más largos, el tiempo se pasó volando.
—Esta noche no voy a poder dormir, lo sé —dijo Penny—. Lo sé.
Pero durmió, lo mismo que los otros. Echaron un último vistazo a sus calcetines que colgaban a los pies de sus camas, y luego se durmieron.
¡Y por la mañana, qué excitación! Los calcetines estaban llenos hasta rebosar, incluso los de Rory, que aun siendo mayor como era, tuvo que colgar sus medias con la misma ilusión que los pequeños.
Penny encontró una muñeca maravillosa que cantaba una pequeña canción cuando se le daba cuerda por detrás. Benjy tuvo un estupendo regalo… una jaula con dos periquitos verdes y azules: eran unos pájaros muy bonitos que no cesaban de frotar sus cabezas y los picos uno con otro cotorreando sin parar. ¡Benjy apenas podía dar crédito a sus ojos!
—¡Es precisamente lo que siempre he deseado! —exclamó. Pillina, la ardilla, se interesó mucho por los periquitos y se sentó encima de la jaula para hablarles. Ellos ni se inmutaron.
Sheila recibió un costurero de pie, completo, con tijeras, agujas, hilos, sedas, lana, botones, corchetes y cierres. Había incluso un dedal de plata exactamente a la medida de su dedo. Estaba encantada.
Rory encontró un avión… magnífico, que volaba mucho trecho. Luego, claro está, tuvieron sus regalos mutuos, y los de sus tíos. ¡La verdad es que el dormitorio a la hora del desayuno, parecía un bazar!
Celebraron la comida de Navidad a mediodía, y Rory se sirvió tres veces del pastel de pasas, encontrando una moneda de cinco pesetas en cada pedazo.
—Te pondrás enfermo, Rory —le dijo su madre preocupada.
Tía Bess y tío Tim se echaron a reír.
—¿Que Rory va a ponerse malo por comer tres pedazos de pastel? —exclamó tío Tim—. Tú no conoces al Rory de la Granja del Cerezo, querida…, ¿te hemos contado que un día Rory repitió cinco veces de la tarta de frambuesas y crema de tía Bess?
—No cuentes esas cosas, tío —dijo Rory—. ¡La verdad, no es que sea glotón, pero es que tía Bess guisa tan bien!
Todos admiraron los animales de madera de Sacolín. A papá le parecieron realmente maravillosos.
—Ese individuo podría ganar mucho dinero si se dedicara a esto —dijo examinando la talla del tejón—. Éste es perfecto.
—Sacolín nunca tiene ni un céntimo en el bolsillo —dijo Benjy—. Es sólo un «salvaje». ¡Cielos, cómo me gustaría verle en este mismo instante… celebrando la Navidad en su cueva con los conejos a sus pies… las ardillas sobre sus hombros, la liebre también estará por allí… y puede que algunos ratones!
Cuando la Navidad hubo pasado con su buena comida, su alegría y sus risas, sus frutas y frutos secos, un sentimiento de pesar fue invadiendo el interior de cada uno de los niños.
Ahora sí estaba próximo el momento de tener que abandonar su querida granja. Rory y Benjy tenían que ir a un pensionado, y Sheila y Penny iban a tener una institutriz. Aquellos adorables días de libertad llegaban a su fin.
¡Pero aquel año de sorpresas les reservaba una sorpresa más!
Sucedió cuando los padres de los niños estaban hablando del colegio de los niños.
—No veo cómo podremos conservar nuestra casa en la ciudad, con ton poco dinero, y con lo cara que resulta la educación de los niños —decía la madre a tía Bess—. Y también quisiera que pudieran estar más tiempo en el campo, ya que esta vida les prueba tanto.
Entonces tío Tim dijo algo inesperado.
—Bueno —dijo dejando a un lado su periódico—. ¿Y por qué tú y John no os dedicáis a la agricultura como nosotros? John ha vivido en el campo durante su infancia, y si comprase una buena granja, no lo haría del todo mal. ¡Lo lleva en la sangre!
La madre miró a tío Tim y los niños contuvieron el aliento.
Su padre alzó la cabeza, riendo.
—¡Qué! ¿Comenzar la vida en el campo a mi edad? —exclamó—. ¡Después de dedicarme a los negocios por espacio de veinte años!
—¡Sí, y ese negocio te deja menos dinero cada año! —replicó tío Tim—. Ahora escucha, John… la Granja del Sauce está a la venta y es una buena granja. Saca tu dinero de ese negocio e inviértelo en la granja. Vente a vivir aquí y trabájala tú mismo. Yo te ayudaré. Está sólo a cinco kilómetros de aquí y celebraría tenerte como vecino.
Se oyeron gritos de los niños, chillidos y saltos. Benjy bailó una especie de danza de guerra alrededor de su padre y Penny saltaba como si fuese una pelota de goma. Rory y Sheila se abrazaron bailando y en conjunto la estancia daba la impresión de la jaula de los monos del zoológico.
—¡Vaya! —exclamó el padre de los niños estupefacto—. ¿Os habéis vuelto locos? Primero tío Tim lanza esa extraordinaria idea suya…, ¡y luego la familia entera se vuelve loca!
Tía Bess comenzó a reír hasta que las lágrimas resbalaron por sus mejillas. Los niños estaban tan ridículos y su padre tan asombrado…
—¡Oh, John! —exclamó tío Bess enjugándose los ojos—. Tal vez te parezca una idea descabellada… pero la verdad, pensándolo bien, es muy sensata. Tú mismo dices que sólo es cuestión de tiempo el que tu negocio desaparezca… bien, te gusta el campo, y conoces la agricultura… de manera que, ¿por qué no comenzar ahora en vez de esperar a que todo tu dinero haya desaparecido? ¡Y luego están los niños! Jamás vi un atajo de debiluchos como ellos cuando llegaron aquí, el pasado abril. Mírales ahora…, ¡fíjate lo que ha hecho de ellos la vida en el campo!
Entonces tío Tim dijo algo inesperado.
Sus padres les miraron… y luego intercambiaron una mirada. Ninguno de ellos deseaba regresar a Londres. Y después de todo, había que pensar en los niños. Hasta ahora siempre estuvieron pálidos y enfermos. Y la Granja del Sauce era un lugar de ensueño con sus campos preparados, sus arroyos de plata, buenísimos graneros y una cómoda casa.
—Bueno…, lo pensaremos —prometió el padre de los niños—. Los niños tendrán que ir a un pensionado, pero les hará bien volver a la granja durante las vacaciones… Sí…, lo pensaré.
¡Lo pensó… y compró la Granja del Sauce! La noticia llegó el día anterior a la marcha de los niños hacia el pensionado, y se pusieron locos de contento.
—¡Vendremos a la Granja del Sauce por Pascua! —gritó Benjy saltando, con tal ímpetu, que Pillina cayó de su hombro—. ¡Oh, ahora no me importa irme al colegio…, sabiendo que me espera la Granja del Sauce! Tendremos vacas y yo mismo las ordeñaré. ¡Montaremos nuestros caballos! Tendremos cerdos y una pocilga. ¡Y gallinas, patos y gansos! Tendremos…
—¡Ah, oh! ¿Y qué dirá Sacolín? —exclamó Penny—. ¡«Tenemos» que decírselo! ¡«Hay» que decírselo!
—¡Vamos ahora, de prisa! —gritó Rory—. ¡Cielos, ésta es la mejor noticia de nuestra vida!
De manera que corrieron a decírselo a Sacolín, su buen amigo. Y allí les dejaremos, corriendo por los campos helados en busca del «salvaje» para comunicarle sus maravillosos planes respecto a la Granja del Sauce.
—¡La Granja del Sauce! ¡La Granja del Sauce! —cantaba Penny—. ¡Oh, cómo me divertiré en la Granja del Sauce!
¡Y vaya si se divirtieron…, pero ésa es otra historia!