CAPÍTULO XXIII

REGALOS… Y UNA VISITA INESPERADA

Cuando los días se fueron acortando, los niños vieron mucho menos a su amigo. Ahora se había trasladado de su casa-árbol de verano a la cueva. Había construido un gran biombo de sauces para tapar la entrada, evitando el paso de los vientos fríos que soplasen, ya que los días de invierno eran crudos. Fue un invierno muy frío, y tía Bess no quería que los niños anduvieran mucho tiempo por los bosques.

—Estáis tan gordos y sanos —les decía—. ¡No quisiera que pillarais un resfriado precisamente ahora que van a venir vuestros padres!

Los niños iban a pasar la Navidad en la Granja del Cerezo, ya que sus padres pensaban ir directamente allí. Sería maravilloso pasar las Navidades en la granja y comer el pastel hecho por tía Bess, y tartas y fruta.

—Todos ayudaremos a adornar la casa —dijo Rory contento—. Traeremos bayas de todas clases y yo sé dónde hay mucho acebo.

—«Hemos» de ver a Sacolín antes de Navidad —dijo Benjy—. Le encantará ver lo que ha crecido Pillina y lo bonita que está.

—Ojalá pudiera llevarle a Pinchitos —agregó Penny, que quería mucho a su extraño animalito—. Pero ahora duerme y sé que no se despertará a tiempo. ¡Con este frío duerme todo el día y toda la noche!

—Debemos hacer un regalo a Sacolín —prosiguió Rory—. Ha sido tan bueno con nosotros y todo lo que sabemos de los animales se lo debemos a él. ¿Qué le regalaremos?

—No parece necesitar gran cosa —repuso Benjy—. Vive con tan poco y no da importancia a las cosas que gustan más a la gente. Sería inútil regalarle una pipa, una pitillera o corbatas, como a papá.

—Ya sé lo que podemos regalarle Penny y yo —exclamó Sheila—. ¡Una colcha tejida por nosotras! Haremos unas cien aplicaciones a ganchillo y luego las uniremos, le pondremos un hermoso fleco alrededor y se la regalaremos a Sacolín para que se cubra con ella las noches que hiele. Le gustan las cosas alegres, de manera que escogeremos las lanas más cálidos y vistosas que podamos encontrar.

—¡Es una buena idea! —aprobó Rory—. Ojalá a Benjy y a mí se nos ocurriera algo así.

—¿No podríamos hacerle un taburete de madera en el que pudiera sentarse, o utilizar como mesa? —dijo Benjy—. Una vez dijo que necesitaba un buen escabel.

—¡Oh, sí! ¡Es una idea estupenda! —Rory estaba entusiasmado. El vicario les enseñaba a hacer trabajos de carpintería, y por eso les sería fácil fabricar un escabel. Benjy pensaba tallar una serie de ardillas alrededor del asiento, que le recordasen a Pillina.

De manera que los niños pronto estuvieron muy atareados. Sheila y Penny se pusieron a tejer un cuadro tras otro. Si cometían algún error, lo deshacían y volvían a hacerlo bien. Lo que regalaron a Sacolín debía ser perfecto.

Los niños comenzaron el taburete. Lo hicieron bajo y fuerte con madera de roble que les dio el vicario. Trabajaron de firme, y cuando Benjy se sentaba a tallar las diminutos ardillas a su alrededor, como Pillina, sentíase muy feliz.

—Sabéis, todas estas cosas son mucho más agradables que ir a fiestas, al teatro o al cine —le dijo a Rory—. Las cosas que hacemos aquí tienen más importancia. Oh, Rory, ¿no sientes tener que volver a la ciudad?

—Sí, creo que sí —replicó Rory con pesar. Pero tendremos que irnos después de Navidad. Penny llora cada noche al pensarlo.

—Bueno, si no fuera porque voy a cumplir doce años también lloraría yo —dijo Benjy trabajando la madera que tenía en la mano—. ¡Oh, bueno… es inútil quejarse! ¡Lo hemos pasado en grande y esto se termina!

Las fiestas se aproximaban cada vez más y al fin comenzó la semana de Navidad. Los padres de los niños iban a llegar la Nochebuena; por eso había gran excitación. Había que preparar y comprar los regalos. Decorar la granja de arriba abajo. Tía Bess hizo seis enormes tartas y cientos de bollos, para no mencionar el mayor pastel de Navidad que los niños vieron en su vida.

—¿Podemos ir a entregar nuestros regalos a Sacolín? —preguntó Penny un día—. Hace un día helado, pero precioso, ha salido el sol y nos encantaría dar un paseo para visitar al viejo Sacolín, tía Bess.

—Muy bien —respondió su tía—. Abrigaros bien y marchaos… y podéis invitar a comer a Sacolín el día de Navidad, si queréis.

—¡Ooooh, qué bien! —exclamaron los niños. Envolvieron bien la colcha y el escabel y se marcharon. El aire era frío y cortante, y sus mejillas enrojecieron con la helada. Era magnífico caminar en un día semejante.

Sacolín estaba en su cueva haciendo algo que ocultó rápidamente cuando entraron los niños.

—¡Hola! —les dijo—. ¡«Cuánto» celebro veros! ¡Cielos, Benjy, cómo ha crecido Pillina! Ahora es una ardilla muy bonita, ya veo que sabes cuidarla bien.

Pillina saltó del hombro de Benjy al de Sacolín, donde se sentó, frotando sus bigotes contra la oreja del hombre. Quería mucho a Sacolín.

—Le hemos traído nuestros regalos de Navidad —dijo Penny—. ¡Mire… Sheila y yo le hemos hecho esto para que esté abrigado por la noche!

Las niñas desenvolvieron el paquete y «el salvaje» contempló la vistosa colcha hecha con tanto amor y cuidado.

—¡Es preciosa! —exclamó—. ¡Me gusta muchísimo! La usaré cada noche, Sheila y Penny. No podíais haberme hecho nada que me agradase más. ¡No sé cómo daros las gracias!

Y cogiendo la colcho se la echó por encima de los hombros. Le sentaba muy bien.

—Parece un jefe árabe, o algo así —le dijo Sheila—. Rory, dale ahora vuestro regalo.

Así que Rory y Benjy desenvolvieron el escabel, Sacolín se sentó en seguida en él diciendo que estaba hecho a su medida.

—¿De verdad lo habéis hecho vosotros? —preguntó—. ¡Sois más listos de lo que creía! ¿Quién ha tallado estas ardillas alrededor del asiento? ¡Supongo que fuiste tú, Benjy! Te han salido muy bien. Es un regalo estupendo…, fuerte para sentarse y hermoso a la vista…, ¡cómo debe ser un taburete! ¡Muchísimas gracias, niños!

Todos quedaron satisfechos ante el entusiasmo de Sacolín. Vieron que su alegría era auténtica.

—Bueno, en vista que lo que se lleva son los regalos, os daré el que he hecho para «vosotros» —les dijo Sacolín—. Aquí está mi regalo…, ¡y como vosotros, también lo hice yo!

Quitó unas ramas que cubrían un pequeño repecho… y allí, dispuestos sobre el estante rocoso había una serie completa de animales tallados a mano. Eran de madera y Sacolín los había ido tallando cuidadosamente durante las largas tardes de invierno a la luz de su vela.

—¡Sacolín! ¡Oh, Sacolín! ¡Son todos ¡os animales que nos ha enseñado! —dijo Penny gozosa—. Aquí está el castor con su cola aplastada… y el tejón… y la comadreja que vimos en el otoño… y el armiño con su larga cola.

—¡Y aquí está Pillina! —exclamó Benjy cogiendo una ardilla tallada muy semejante a Pillina—. ¡Oh, cómo sabe tallar tan bien la madera! Ignoraba que supiera hacerlo.

Los niños fueron cogiendo los animales de madera para examinarlos cuidadosamente. Todos estaban allí… el erizo, el topo, la musaraña, el ratón de campo, la nutria, el conejo, la liebre…, las serpientes, la lagartija, el sapo y la rana… ¡era maravilloso!

—Estaba acabando la zorra —explicó Sacolín—. En realidad es el único animal que no os he enseñado nunca con propiedad. ¿Sabéis que los cazadores han salido hoy en pos de la zorra? Esta mañana he oído los cuernos de caza.

—Sí, yo también —dijo Rory—. Y vi a los perros también y a los cazadores con sus chaquetas coloradas.

—«Rojas», Rory —dijo Sheila.

—Bueno, es lo mismo —replicó Rory—. Escuchad…, ¿no es eso un cuerno de caza?

—Sí —contestó Sacolín. Fueron todos a la entrada de la cueva para mirar. Lejos, en la distancia, pudieron ver las vistosas chaquetas de los cazadores y escucharon los ladridos de los podencos.

—Han encontrado una zorra —dijo Sacolín—. Espero que no sea mi antigua amiga. Ha podido escapar de muchas cacerías utilizando alguno de sus trucos… pero ahora se está haciendo vieja, y sus piernas no son tan veloces. No me gustaría que los sabuesos le dieran alcance.

La cacería se aproximaba. Los niños oían los gritos de los monteros y los ladridos de los perros cada vez más cerca. Rory comenzó a temblar de excitación, y Benjy y Penny desearon que la zorra pudiera escapar.

—¿«Por qué» han de cazarla? —preguntó Penny.

—Porque perjudica las aves de los granjeros —dijo Sacolín—. Pobre zorra…, no puede evitar su naturaleza…, ¡mira, Penny…, mira, Rory…, ahí está! ¡Subiendo nuestra colina!

Los niños miraron donde les señalaba Sacolín. Todos temblaban de emoción. Vieron un largo cuerpo rojizo de cola peluda corriendo colina abajo al amparo de una hilera de arbustos. Mientras miraban a la zorra, la vieron volver sobre sus pasos, correr al estanque, zambullirse en él y nadar hasta el otro lado. Luego salió de él sacudiéndose y echó a correr de nuevo.

—Ahora ya veis lo lista que es la zorra cuando se acercan sus enemigos —dijo Sacolín—. Ha vuelto sobre su rastro y ha entrado en el agua para borrar su olor. ¡Ah…, ahí viene otra vez rodeando la colina! ¡Viene hacia aquí!

Cierto que la zorra iba hacia Sacolín. Los niños tenían los ojos muy abiertos. El animal acosado jadeaba dolorosamente. Llevaba la lengua fuera y estaba mojado de la cabeza a los pies, y todo su cuerpo era sacudido por su respiración.

—Está casi agotada. ¡Entra, amiga!

La zorra entró en la cueva empujando a los asombrados niños. Se acostó en el fondo jadeando como si fuera a estallar. Sacolín cubrió la entrada con la mampara de sauce y se acercó a la zorra.

Los niños se acercaron también. El animal había apoyado su cabeza sobre las patas delanteras. Tenía los ojos enrojecidos e hinchados y la lengua fuera. Su respiración era terrible y parecía como si su cuerpo fuera a romperse. Aquel sonido llenaba toda la cueva.

Aquella mañana había corrido kilómetros y kilómetros perseguida por los podencos.

Penny se echó a llorar.

—¡No puedo soportarlo! —sollozó—. ¡Haga que se calme, Sacolín!

—Ahora mismo no puedo hacer nada por ella —dijo «el salvaje»—. Debe tumbarse y descansar. Sólo espero que los perros no entren aquí.

Mientras hablaba se oyeron fuertes ladridos en la colina y Rory corrió a atisbar por entre la mampara de sauce de la puerta. Los sabuesos olfateaban por allí tratando de encontrar el rastro de la zorra que se había interrumpido tan de repente en el lugar donde volviera sobre sus pasos. Pronto volvieron a encontrarlo en el estanque, pero allí el olor se perdía.

—Espero que no den la vuelta al estanque y vuelvan a encontrar de nuevo el rastro —pensó Rory—. ¿Qué haríamos si entrasen aquí los perros? La pobre zorra no tendría a donde ir. ¡Y no la entregaré a los perros, de ninguna manera! Sé que se come las gallinas de mi tío cuando puede…, ¿pero quién arrojaría a una criatura agotada como ésta a los perros? Yo no, desde luego.

La zorra seguía jadeando en la cueva, demasiado cansada para levantar siquiera la cabeza al oír los ladridos. Estaba con Sacolín, y eso era suficiente para ella. Donde estuviera aquel hombre estaba segura.

Rory y Sheila observaron a los perros que olfateaban la colina. Los monteros habían llegado hasta allí y hablaban unos con otros preguntándose dónde se habría metido la zorra.

—Es inútil perder más tiempo aquí —decía un cazador a otro—. Se la ha tragado la tierra. Iremos a la Granja de la Campana y veremos si podemos encontrar el rastro de otra zorra. El viejo Enrique dijo que por allí había una zorra joven que nos daría una buena carrera. Vamos. Llamad a los perros.

Y ante el alivio de Rory, los monteros volvieron a descender la colina para unirse al resto de cazadores que aguardaban en el valle. Los perros se fueron también moviendo sus colas como el viento mueve las copas de los árboles.

—¡Se han ido! —exclamó Rory yendo hacia Sacolín.

La zorra estaba mejor, sus jadeos eran más lentos y descansaba con más facilidad. Miraba «al salvaje» con sus ojos inyectados en sangre.

Sacolín le puso oigo de beber que el animal lameteó con avidez.

—Bueno —dijo Sacolín—. Dije que la zorra era el único animal que todavía no os había enseñado de cerca…, ¡y ahora aquí está! Ved su hermosa cola peluda y su fino y espeso pelaje rojizo. Es un hermoso animal. Tiene una buena madriguera… que llamamos su «tierra»… no muy lejos de aquí. En cuanto se sienta mejor se irá a descansar allí. No creo que hoy sea capaz de correr ni un metro más.

—¡Qué suerte que le conociera a usted y a su cueva! —exclamó Benjy.

—Sí —replicó Sacolín—. Ha venido muchas veces por aquí y me conoce bien. Pobrecilla…, me temo que la próxima vez que te persigan te atraparán.

—Yo no quiero que la cojan —dijo Penny atreviéndose a acariciar el lomo de la zorra, y como ésta ni lo notó, confinó haciéndolo.

—Y ahora voy a terminar la zorra que estaba tallando para vosotros —dijo «el salvaje»—. Entonces podréis envolver todos los animales para llevároslos.

Dio un par de cortes más con su afilado cuchillo… y luego puso la figura de la zorra junto a las otras ya terminadas.

—¡Es preciosa! —exclamó Penny—. Cola poblada…, orejas erguidas… igual que ésta. ¡Oh, Sacolín, es un regalo precioso! ¡Muchas, muchísimas gracias!

Sacolín envolvió en un papel todos los animales de madera y se los dio a Benjy.

—Muy felices Navidades a todos —les dijo.

—¡Oh, Sacolín, casi lo olvido…! ¿Quiere venir a comer con nosotros el día de Navidad? —le preguntó Rory.

Sacolín meneó la cabeza.

—Gracias —dijo—, ¡pero ya he invitado aquí a varios de mis amigos para ese día! Espero que vengan las ardillas… algunos conejos y tal vez la liebre.

Los niños miraron a Sacolín imaginando la cueva llena de sus amigos el día de Navidad. ¡Casi deseaban poder estar allí y no en la Granja del Cerezo!

—Vendremos o despedirnos antes de marcharnos —le dijo Benjy—. Tenemos que volver a Londres después de Navidad. Es muy triste.

—Lo es —repuso «el salvaje»—. Ahora mirad… la zorra quiere marcharse. Iremos con ella. ¡Tal vez nos enseñe «su tierra»!

La zorra se había puesto en pie y allí estaba temblando por su larga carrera. Se acercó a Sacolín para lamerle la mano, como un perro lame la de su amigo.

—¡Éste es su perro salvaje, Sacolín! —exclamó Benjy—. ¡Ha sido una suerte para él saber que aquí estaría a salvo!

La zorra fue hasta la puerta e intentó pasar por la mampara de sauce. Sacolín la apartó a un lado y el animal salió. Los niños le siguieron. Iba despacio, tropezando de cuando en cuando porque estaba agotada. Todo lo que deseaba era tenderse en «su tierra» y dormir horas y horas.

Rodeando la colina se acercó a un lugar cubierto de ramos secas entre las que desapareció.

Sacolín llevó a los niños hasta el centro de la hojarasca para mostrarles la entrada de la guarida de la zorra. Era un agujero muy bien disimulado. Benjy se arrodilló para examinarlo.

—¡Fu! —exclamó—. ¡Qué mal huele!

—Me figuro que sí —repuso Sacolín—. Algunas veces la zorra hace su madriguera cerca de la casa del tejón… y el tejón aborrece el olor de la zorra hasta el punto de abandonar su casa y hacerse otra.

—¡Bien, buena suerte para la zorra! —exclamó Benjy—. ¡Espero que duerma bien! ¡Adiós, Sacolín… y feliz Navidad!

—¡Y muchísimas gracias por esta maravillosa colección de animales! —dijo Penny—. Los miraremos a menudo para recordar los auténticos animales vivos que conocimos este año.

—Y yo me sentaré en mi nuevo taburete y me envolveré en mi alegre manta… y recordaré a los bonitos animales que me los hicieron —rió Sacolín—. ¡Adiós!