UNA REPRESENTACIÓN CURIOSA
No tardaron mucho en encontrarse sentados en una orilla cubierta de hierba y resguardada por grupos de arbustos de aulaga y zarzas. ¡A Penny se le hizo la boca agua al ver los racimos de moras maduras en las zarzas y decidió ir a comerlas!
Fue una comida espléndida. Tía Bess había hecho bocadillos de jamón con mostaza, y les puso unos tomates muy jugosos para comer enteros. Rebanadas de pastel de pasas y también ciruelas dulces como la miel. ¡Pillina hizo tanto ruido al comerse el tomate!
—¡Tendré que enseñarte buenos modales, Pillina! —le dijo Benjy.
—Había muchos pájaros como dijera «el salvaje». Un petirrojo se posó a sus pies y varios pinzones volaban chillando: «Pink-pink». Un mirlo les miró con su ojo brillante y algunos tordos cantaron una canción desde los árboles cercanos.
También había ratones de campo que corrían de un lado a otro e incluso un conejo atrevido que salió de su madriguera para mirar a los niños. Un ratoncito corrió bajo un seto y otro se asomó por entre una mato de hierba. Era divertido comer rodeado de tantos animalitos.
—Me pregunto qué habrá en ese montón de ramitas de allí —dijo Rory mientras comía su pastel de ciruela—. Estoy seguro de que hay algo. Ahora mismo me ha parecido ver un par de ojos que miraban.
—Iré a ver —se ofreció Sheila, que había acabado de comer, y levantándose se acercó lentamente al montón de leña. Al llegar allí la miró una cabeza semejante a la de una serpiente y oyó un fuerte siseo. Volvió corriendo con los demás.
—Creo que es una serpiente —dijo—. Me ha silbado.
—No creo que lo sea —replicó Sacolín—. Esperaremos un minuto y lo veremos.
Todos permanecieron inmóviles aguardando. De pronto un ratoncito diminuto corrió por la hierba cerca de la leña. De inmediato un cuerpo esbelto se irguió de su escondite abalanzándose sobre el ratón, pero éste, dando un grito, se volvió hacia un lado, introduciéndose en un agujero pequeño.
—¡Es una comadreja! —exclamó Sacolín—. La amiga del granjero. Capaz de limpiar de ratas y ratones toda una granja si le dan oportunidad, aunque no le diría que no a una gallina si pudiera meterse en un gallinero.
La comadreja miró al grupo de niños y volvió a sisear. En realidad era bastante parecida a una serpiente, ya que tenía la cabeza pequeña, el cuello largo, patas cortas y cuerpo esbelto que movía con ágiles movimientos deslizantes.
—No tengo duda de que doña comadreja hoy tiene hambre por alguna razón —comentó Sacolín—. No parece estar en muy buenas condiciones… quizá se está haciendo vieja y tiene más dificultades para cazar. Por lo general, las comadrejas son unas cazadoras maravillosas y muy fieras.
Los niños miraron al siseante animal. No era muy grande, y tenía la cola corta. Llevaba un abrigo castaño rojizo y blanco por la parte de abajo.
—¡Mirad! ¡Ahí viene otra comadreja! —dijo Rory señalando un seto con la cabeza. Y cierto, allí estaba un segundo animal con un aspecto tan fiero como el de la comadreja. Sacolín le echó una mirada.
—No… es un armiño —anunció—. Son un poco parecidos… pero el armiño es de mayor tamaño. Mirad su cola… es más larga y tiene la punta negra.
—Bueno, ahora puedo apreciar la diferencia viéndolos juntos —dijo Rory—. Pero estoy seguro de que si encuentro uno solo, no sabría cuál es.
—Voy a contaros una vieja canción del armiño y la comadreja —prosiguió Sacolín—. No sé quién la inventó, pero es muy buena. Escuchad:
El armiño puede distinguirse
de la comadreja por el simple factor
de que su cola es negra
y su figura ligeramente mayor.
Los niños rieron.
—¡Está muy bien! —exclamó Sheila repitiendo la tonadilla correctamente, y que tenía muy buena memoria—. Ahora ya no me olvidaré de cuál es el armiño y cuál la comadreja… ¡siempre que vea alguna cantaré la canción para mí y lo sabré!
El armiño había visto a la comadreja y estaba furioso. Salió corriendo al espacio abierto sin importarle la presencia de los niños. También él era bastante parecido a una serpiente cuando avanzaba, ya que no corría exactamente, sino que adelantaba con movimientos ondulantes.
—¿Lucharán? —preguntó Rory, pensando que de ser así iba a ser un buen día de peleas.
—No —dijo Sacolín—. El armiño no pierde el tiempo con una comadreja. ¡Sabe que la comadreja lucharía hasta que ambos hubiesen muerto! Está enfadado porque probablemente piensa que éste es su coto de caza y no quiere compartirlo con una fiera comadreja.
—¡Supongo que cazarán todo el año! —dijo Benjy—. ¡No puedo imaginar que el armiño o la comadreja duerman mucho tiempo!
—¡Tienes razón! —replicó Sacolín—. Son más fieros en el invierno que en verano. En los fríos países nórdicos el armiño hace algo muy curioso durante el invierno… ¡se vuelve blanco!
—¡Qué raro! —exclamó Penny—. ¿Y por qué hace eso?
—Bien, creo que tú misma puedes encontrar la explicación —dijo Sacolín. Penny reflexionó.
—Sí… Ya sé por qué —dijo—. ¡Es porque en el Norte la nieve cubre la tierra durante mucho tiempo y el armiño podría distinguirse fácilmente con su abrigo «castaño»… por eso se pone uno blanco para esconderse!
—¡Muy bien! —exclamó Sacolín complacido—. Sí… su abrigo cambia como por arte de magia. Pero aquí abajo, donde el clima es más cálido y no solemos tener inviernos en que la nieve dure mucho tiempo, el armiño no se molesta en cambiar de abrigo. Le he visto algunas veces en el Norte cuando se ha transformado y es todo blanco… ¡todo lo que puede verse de él en la nieve son sus ojos y la punta negra de su cola!
De pronto el armiño olfateó el aire. Evidentemente olía algo bueno, ya que en un abrir y cerrar los ojos desapareció por un agujero del seto.
—¡Ha olfateado su comida! —exclamó Benjy riendo—. La comadreja se alegra de verle marchar.
—Creo que la comadreja va a darnos una representación —dijo Sacolín—. Estaos quietos y veréis algo curioso.
La comadreja se estaba comportando de un modo muy extraño. Había salido al centro del claro y estaba haciendo las cosas más extraordinarias. Corría como si quisiera atrapar su rabo corto, y saltaba en el aire. Ondulaba su cuerpo como una serpiente y se lanzaba al aire una vez y otra. Los niños la observaban fascinados.
—¿Qué está haciendo? —preguntó Penny en un susurro.
—Quiere asombrar a todos los pájaros y animales de estos contornos —susurró Sacolín—. Desea que se vayan acercando a ella. Luego saltará sobre ellos… ¡y conseguirá su comida!
La comadreja continuaba su actuación. Los pájaros de la enramada cesaron sus cantos para observarla. No podían apartar sus ojos de la extraordinaria comadreja. Jamás habían visto cosa semejante.
La comadreja corría en círculo y serpenteaba. Un ratón de campo asomó la cabeza para mirar, otro se acercó un poco más para ver lo que estaba ocurriendo. Un gran mirlo bajó corriendo a inspeccionar la representación.
Luego bajaron dos gorriones y un pinzón. Todos miraban completamente inmóviles. Los niños tampoco podían dejar de mirar… y a pesar de que querían prevenir a los pájaros y animalitos, ¡no pudieron abrir la boca ni pronunciar una palabra! Parecía como si la comadreja lo hechizara todo y a todos. Era muy extraño.
La comadreja continuaba con su danza… y poco a poco se fue acercando al mirlo que tan rollizo estaba. El pájaro no se movió y continuó mirando al ondulante animal. Penny deseaba gritar, pero no pudo. Todos parecían tener los ojos prendidos en la extraordinaria comadreja.
Ahora la comadreja estaba a muy poca distancia del estúpido mirlo… y entonces Sacolín rompió el hechizo dando una palmada… y al punto al mirlo salió volando lanzando un grito de alarma.
Todos los pájaros volaron a lo alto de los árboles, y todos los ratones desaparecieron como por arte de magia. Incluso la comadreja saltó asustada.
¡Y en cuanto a los niños, se asustaron más que la comadreja! ¡Se llevaron un buen susto cuando Sacolín aplaudió tan inopinadamente!
—¡Oh, Sacolín… me ha «asustado»! —exclamó Penny enfadada.
—Bueno, lo hice en el último momento —dijo «el salvaje»—. Otro segundo más y doña comadreja hubiera saltado sobre el fascinado mirlo… y vosotros no queríais que ocurriera, ¿verdad?
—¡Oh, no! —exclamó Sheila—. ¡Cielos, qué extraña representación! Mira que hacer eso para conseguir comida.
—No lo hacen muy a menudo —repuso Sacolín—. Pero yo lo he visto dos o tres veces antes de ahora, por lo general en un lugar parecido a éste, lleno de pájaros y animales vivos. ¡Y casi siempre caza a alguno!
—¡Bien, pues esta vez no cazó! —dijo Penny—. Pero sé lo que sentía el mirlo, Sacolín… yo misma no podía pronunciar una palabra ni mover un dedo. ¡Todo lo que deseaba era seguir mirando, mirando y mirando!
La comadreja había desaparecido… pero no tardaron mucho en saber de ella. Un chillido agudo se oyó detrás de un seto y todos los niños pegaron un respingo.
—Ha atrapado a una rata —dijo Sacolín—. Supongo que será la misma que vi hace pocos minutos.
Era una rata. La comadreja luchó unos minutos con la rata y al fin consiguió morderla en la parte de atrás del cuello. Aquello fue el fin del fiero animal. La comadreja la arrastró para comérsela.
—Bueno, celebro que fuese una rata y no un pájaro. ¡No me gustan las ratas! —fue el comentario de Penny, a quien no le gustaba ver matar a ningún animal.
Cuando fue hora de regresar a casa, Sheila y Rory marcharon muy orgullosos con sus astas. Las sostuvieron sobre sus cabezas al entrar en el patio de la granja, y tío Tim quedó muy sorprendido al verles.
—¡Vaya! —exclamó—. ¡Nunca se sabe lo que vais a traer a casa… ardillas… erizos… y astas! Es una suerte que en nuestros bosques no haya jirafas ni hipopótamos, o Sacolín os regalaría uno como recuerdo, estoy seguro. ¡Y la verdad es que no puedo imaginar lo que diría vuestra tía Bess!