EL ANIMALITO DE PENNY
Había una cosa que Penny deseaba con todas sus fuerzas… y era tener un animalito de su propiedad. Le encantaba Pillina, la ardilla, que ahora crecía muy aprisa y era la mimada de toda la familia, aunque era Benjy quien cuidaba de ella. Quería a Sombra, el perro, y al gran gato que estaba junto al fuego. También le gustaban los gatos del establo, aunque eran medio salvajes y no consentían que se les tocase.
—Pero ninguno de ellos «me pertenece» —pensaba Penny—. Quiero algo que sea mío… y me gustaría un animal salvaje como tiene Benjy.
Se preguntaba si podría encontrar un tejón pequeño, o un cachorro de zorra, pero tío Tim dio con el pie en el suelo al oírlo.
—¡Un cachorro de zorra! —exclamó con disgusto—. ¿Y después qué? Todo va muy bien mientras son cachorros… entonces son hermosos y juguetones… ¡pero crecen, Penny, crecen! ¿Y qué ibas a hacer con una zorra amaestrada, digo yo? ¿Llevarla con un collar y una cadena como un perro?
—¡Oh, «no»! —dijo Penny—. La amaestraría y luego la soltaría, tío Tim.
—¿Y sabes lo que haría? —repuso su tío—. ¡Comerse todas las gallinas y patos de tu tía! También iría a las granjas vecinas a comerse las gallinas y los patos. Sería el mayor estorbo del mundo y tendrían que matarla a tiros.
—Oh, entonces no quiero una zorra domesticada —dijo Penny—. No había pensado en lo de comerse las gallinas. Te prometo que no tendré ningún cachorro de zorra, tío.
Y entonces Penny encontró un animalito del modo más inesperado. ¿Qué imagináis que era? ¡Un erizo!
Una mañana Penny se levantó temprano y fue junto a la pista de tenis para coger ciruelas maduras. Al correr a un lado de la pista de tenis vio algo que parecía un montoncito de tierra enrollado. Se acercó… y con sorpresa descubrió que era un erizo que había quedado atrapado en la red de forma que no podía escapar. Se había enroscado fuertemente como si estuviera muerto y permanecía completamente inmóvil.
—¡Oh, pobrecillo! ¡Oh, de prisa, venid a ayudarme! —gritaba Penny—. ¡Benjy, Benjy!, ¿dónde estás?
Pero nadie acudía. De modo que Penny fue al cobertizo en busca de unas tijeras grandes de jardín y estuvo forcejeando entreabriendo las mallas de la red hasta que pudo libertar al erizo. No obstante él no se movió.
Penny quiso cogerlo, pero pinchaba mucho. Era como una bola de pinchos, y la niña tuvo que poner al extraño animal en su delantal para poder llevarlo.
Entonces observó que del erizo saltaban pulgas y lo dejó caer con espanto. Benjy llegaba corriendo en aquel momento y quedó muy sorprendido al ver al erizo.
—No tienes que preocuparte por las pulgas —le dijo—. Son de una especie que no «nos» picarán. Pero aguarda un momento… Voy a rociar al erizo con el polvo insecticida que tía Bess usa para Sombra. ¡Eso limpiará bien al erizo!
Fue a buscar el insecticida y espolvoreó con él al erizo. Las pulgas saltaron horrorizadas y murieron. El erizo no pudo soportar el olor de aquellos polvos y se desenroscó de pronto.
—¡Oh! —exclamó Penny—. ¡Mírale! ¡Se ha desenroscado! ¿Verdad que tiene una carita muy mona… y esos ojos tan brillante…? Me gusta. Mira, ahora corre… ¿Verdad que va de prisa? ¡Benjy, será para mí!
—¡Cielos! ¡Qué animalito más raro! —dijo Benjy con una sonrisa—. Tendrás que ponerte armadura cada vez que quieras acunarlo, Penny, iré a traerte un poco de pan y leche. He oído decir que les gusta a los erizos. Vigila que no se vaya muy lejos.
Más antes de que Benjy volviese, Penny tuvo que meter al erizo en un gallinero porque se iba demasiado lejos y tenía miedo de que se perdiera. Y allí estaba, sentado en el gallinero y mirando a Penny con sus ojos brillantes.
Le encantó el pan y la leche y casi se puso de puntillas para alcanzarlos. Los niños le observaban encantados.
—Esta mañana se lo llevaré a Sacolín —dijo la niña—. Le gustará ver mi nueva propiedad. Vamos a decírselo a tía Bess.
Tía Bess se rió al oír lo del erizo.
—Son unos animalitos muy útiles en un jardín —dijo—. Se comen toda clase de insectos, pulgones y caracoles. Una vez tuve una plaga de cucarachas en la bodega… y vuestro tío me trajo un erizo y le dejamos allí. ¡Bien, en una semana ya no quedaba ni una cucaracha!
—Creo que será un animalito muy simpático —dijo Penny—. Cada día le daré leche y pan.
Pero a la pobre Penny le aguardaba una gran desilusión… ¡ya que cuando fue a sacar a su erizo del gallinero para enseñárselo a Sacolín, había desaparecido!
El gallinero estaba completamente vacío. La niña estuvo mirando por entre los barrotes presa de desilusión.
—¿Alguien ha dejado escapar a mi erizo? —preguntó. Pero nadie había sido. Era un misterio, y su tío Tim se lo aclaró.
—Ha podido salir fácilmente entre los barrotes, Penny —dijo su tío—. ¡Lo único que ha tenido que hacer es replegar sus pinchos y escurrirse! Me temo que lo has perdido. ¡No te importe!
Pero a Penny sí le importaba, y aunque no dijo nada se fue al oscuro establo de las vacas y estuvo llorando a solas. Luego decidió ir a ver a Sacolín y contárselo. De manera que se fue sola a la casa-árbol… pero encontró «al salvaje» mucho antes de llegar allí. Se hallaba sentado junto al arroyo contemplando unas gallináceas.
—¡Hola, Penny! —le dijo—. ¡Has estado llorando! ¿Qué te ocurre?
—Es por mi erizo —repuso Penny sentándose junto al «salvaje»—. Quería quedármelo para domesticarlo… y ahora se ha ido.
Sacolín escuchó toda la historia, y no parecía sorprenderse lo más mínimo al saber que el erizo había desaparecido.
—Sabes, Penny, es bastante difícil domesticar a un erizo adulto —le dijo—. Debes empezar por uno pequeño… entonces puedes enseñarle a conocerte y a no escapar.
—¿Pero cómo voy a encontrar uno pequeño? —preguntó Penny.
—Oh, yo puedo conseguirte uno —le replicó «el salvaje»—. Vamos… veremos si encontramos uno chiquitín para llevarte a casa.
Penny echó a andar junto a Sacolín muy consolada. Nunca se sabía lo que iba a decir o a hacer… ¡Era el hombre más emocionante del mundo!
Sacolín condujo a Penny a un campo y luego hasta una orilla inclinada poblada de arbustos y zarzas. Sacolín empujó hacia atrás algunas zarzas y Penny pudo ver un pequeño agujero parcialmente oculto por musgo verde.
Sacolín, quitando el musgo, lanzó un ligero gruñido. Al instante asomó una nariz áspera, y Penny vio los ojos brillantes de un erizo que la miraban a ella y a Sacolín.
—Ésta es una mamá erizo —le explicó Sacolín—. En este agujero tiene cinco pequeños. Tienen sólo un mes, o tal vez un poco más. Ha construido una casa cómoda para ellos en este antiguo avispero. Ha metido musgo y hojas en el agujero con su boca, y su pequeña familia vive feliz aquí. Pronto los sacará por la noche para enseñarles cómo cazar escarabajos y orugas… y tal vez para mordisquear algunos hongos de los que ahora van surgiendo por todas partes.
Sacolín introdujo la mano en el agujero y tanteó. ¡Al sacarla de nuevo Penny vio en ella un erizo pequeñísimo!
—¡Oh, sus pinchos son suaves y pálidos! —exclamó Penny.
—Sí —replicó el hombre—. Gradualmente se oscurecen y van fortaleciendo, pero el erizo tendrá que esperar muchos meses antes de poder erizar sus pinchos para protegerse con ellos. ¿Y ahora, Penny…? ¿Te gustaría quedarte con este erizo chiquitín? Pronto te conocerá y se quedará en el jardín o en algún lugar cercano cuando crezca.
—Oh, me encantaría —exclamó Penny—. Sé que los otros se reirán de mí por tener un bebé tan lleno de pinchos, pero será «mío». ¿Qué he de darle de comer?
—Leche —dijo Sacolín poniendo el animalito en las manos de la niña—. Dile a Rory que te preste el depósito de su pluma estilográfica. Llénalo de leche introdúcelo en la boca del erizo. Cuando crezca un poco se alimentará solo poniéndole pan y leche en un tazón. Y luego cazará por el Jardín escarabajos y babosas.
—¿Duerme durante el invierno? —preguntó Penny sosteniendo al erizo con todo cuidado.
—¡Oh, sí! —dijo Sacolín—. Le gusta un agujero semejante al de donde lo sacamos… pero puedes prepararle un sitio para dormir en una caja forrada de hojas secas y musgo. En ella dormirá hasta la primavera. ¿Cómo le llamarás?
—Pinchito —replicó Penny al punto—. Ahora voy a llevarle a casa, Sacolín, para darle un poco de leche. Muchísimas gracias por dármelo. Le cuidaré mucho y haré que sea tan feliz como Pillina, la ardilla.
Se marchó con su erizo… y los otros sintieron cierta envidia al conocer la historia de Penny. Rory fue en seguida a buscar el depósito de su estilográfica, que Penny llenó de leche. Luego lo metió en la boca del animalito, que al principio se atragantó un poco, pero le gustó mucho la leche. Luego Benjy fue en busca de una especie de jaula para acomodarle, y Rory y Sheila buscaron piedras pequeñas y musgo.
Su casa pronto estuvo dispuesta… y los niños quedaron muy complacidos al ver que el animalito se enroscaba sobre el musgo y dormía plácidamente.
—Parece que no echa de menos a su madre —comentó Sheila—. Bien, Penny… ya tienes lo que querías… un animalito de tu propiedad, aunque yo creo que es bastante raro. ¡Espero que nunca me pidas que le acune por ti!