CAPÍTULO XVIII

LA EXTRAÑA LLUVIA DE RANAS

Una mañana, los niños fueron enviados a otra granja para llevar un recado de tío Tim. Hacía buena tiempo cuando salieron, pero a la vuelta surgió una gran nube color púrpura que fue cubriendo todo el cielo.

—¡Caramba! ¿Qué ocurrirá? —exclamó Sheila un tanto asustada—. ¿Creéis que se aproxima una tormenta?

Mientras hablaba se oyó retumbar el trueno en la distancia, y comenzaron a caer algunas gotas gruesas, como monedas de plata, que fueron aumentando más y más y que golpearon a los niños con fuerza.

—Parece como si alguien desde el cielo nos «arrojara» gotas de lluvia —dijo Penny—. ¡Cielos, me «estoy» mojando!

Luego la lluvia fue cayendo con más suavidad en largas líneas plateadas que mojaban campos y bosques. El trueno retumbó otra vez aunque no muy cerca. A Penny no le gustó. Le atemorizaban las tormentas.

Se echó a llorar.

—¿Qué vamos a hacer? No debemos refugiarnos bajo los árboles durante una tormenta porque es peligroso… pero ¡oh, Rory, me mojaré tanto! Sólo llevo este vestido tan fino.

Rory se detuvo para mirar a su alrededor.

—Me parece que no estamos muy lejos de la cueva de Sacolín —dijo—. No conozco muy bien este camino, pero creo que si bajamos por ese sendero y atravesamos ese campo y esa zona cubierta de brezos, llegaremos a la cueva por el lado opuesto. ¡Vamos… corramos camino abajo!

Los niños echaron a correr… pero antes de que hubieran llegado muy lejos aminoraron la marcha sorprendidos. ¡El camino estaba completamente lleno de ranas pequeñas! ¡Cubrían el suelo, saltaban en las cunetas y oscurecían el paisaje con sus cuerpos saltarines!

—¡Mirad… mirad! —gritaba Rory—. ¿Visteis alguna vez tantas ranas?

Pasó una mujer en bicicleta, y también fue grande su asombro, trataba de conducir sin aplastar a la multitud de ranas.

—¡Es lluvia de ranas! —gritó a los niños—. ¡De ahí es de dónde vienen!

Los niños la miraron con asombro olvidando la lluvia. Alzaron los ojos al cielo para ver si caían ranas… mas la lluvia era tan intensa que no podían mantener la cabeza levantada y el camino se iba llenando cada vez más de ranas, de manera que parecía como si cayesen con la lluvia.

—¡Es extraordinario! —dijo Benjy tragando algunas gotas de lluvia—. ¡Las ranas no «pueden» caer del cielo! ¿Cómo habrían subido allí? ¡Y sin embargo, las hay a miles!

—¡Claro que caen con la lluvia! —exclamó Penny—. ¡Vaya, mira, plop, plop, plop, plop, jop, jop, casi pueden verse entre las gotas de lluvia!

El camino estaba lleno de ranas que saltaban entre los pies de los niños, y era muy difícil avanzar entre ellas sin lastimarlas. Por fin llegaron al final del camino y atravesaron el campo. El trueno sonaba más cerca ahora y Penny comenzó a llorar de nuevo.

En el campo también había ranas, cientos de ellas, aunque no se veían con tanta claridad como en el camino. Rory le dio la mano a Penny para ayudarla, ya que no podía correr tan de prisa como los otros. Benjy había metido a Pillina, la ardilla, en su bolsillo para qué no se mojara. Pillina aborrecía la lluvia.

¡Por fin llegaron a la cueva… y Sacolín estaba allí!

—¡Cielos, parecéis ratas mojadas! —exclamó—. Entrad… va a haber una tormenta maravillosa. Celebro que hayáis sido lo bastante sensatos para no refugiaros bajo un árbol. Ah… ahí viene el relámpago. ¿Visteis cómo ha cortado esa nube en dos?

—¿Entonces le gustan las tormentas, Sacolín? —le preguntó Penny sorprendida.

—Me encantan —dijo Sacolín—. ¡Son maravillosas! El retumbar del trueno, la brillantez del relámpago y el batir de la lluvia. No me digas que te asustan las tormentas, Penny.

—Pues, verá —repuso la niña—, una vez tuve una niñera que se escondía dentro de un armario cada vez que había tormenta, por ese creí que debía ser algo temible, y siempre me han dado miedo.

—¡Y ahora aquí tienes a alguien que adora las tormentas y cree que son los mejores espectáculos del mundo, por eso podrás pensar de distinta manera! —dijo Sacolín sentando a la niña sobre sus rodillas—. ¡Cielos, estás empapada! Quítate ese vestido tan mojado y envuélvete en una de mis mantas.

De modo que, arrebujada en una manta, Penny se sentó a la entrada de la cueva para ver la tormenta. Y porque «al salvaje» le gustaba y no le daba el menor temor, Penny también supo ver toda su belleza.

—Hace mucho, mucho tiempo que los hombres creían que el trueno era el ruido que hacían grandes balas dé madera al correr por el suelo del cielo —explicó Sacolín—. ¡Escucha el próximo trueno Penny, y dime si te parece que suena así!

El trueno retumbó entre las colinas y los niños se echaron o reír.

—Sí… suena exactamente como si grandes bolas de madera rodaran sobre un gran suelo —dijo Benjy—. ¿No es cierto Penny?

Penny recordó de pronto a las ranas.

—Oh, Sacolín —exclamó—. ¿No sabe lo que ocurrió mientras veníamos corriendo hacia aquí? ¡Llovían ranas sobre nosotros!

—No es posible —repuso Sacolín—. La lluvia es sólo agua.

—¡Pero Sacolín, de verdad «llovían» ranas! —insistió Penny—. ¡Yo las vi saltando a mi alrededor… miles y miles! Y una mujer que pasó en bicicleta nos dijo también que llovían ranas.

—Pues sus ojos debieron engañarle lo mismo que te engañaron los «tuyos» —dijo Sacolín riendo—. ¡Tu sentido común te dirá que las ranas no viven en el cielo y por eso no pueden caer de ahí! Tú sabes de dónde salen las ranas, ¿no?

—De los renacuajos —dijo Penny.

—Sí, y ¿dónde viven los renacuajos? —preguntó el hombre—. ¿En las nubes?

—No, claro que no… en los estanques —dijo Penny comenzando a sentirse ridícula.

—¿Qué piensan los otros de esto? —preguntó Sacolín, volviéndose hacia ellos—. ¿Creéis haber visto ranas volando graciosamente por el aire montadas en una gota de lluvia plateada?

Los niños rieron… pero seguían intrigados.

—No, Sacolín, ninguno de nosotros vio en realidad caer a las ranas del cielo —replicó Benjy con sinceridad—. Sólo que resultaba extraño verlas a miles en el suelo cuando comenzó a llover. Antes no estaban.

—Muy cierto, Benjy —repuso Sacolín—. Bien, hay una explicación muy sencilla de lo que visteis. Os la diré. Ya sabéis que los huevos de rana se convierten en renacuajos y que los renacuajos crecen y se transforman hasta ser ranas pequeñas, ¿verdad?

—Sí —contestaron todos.

—Bien —prosiguió Sacolín—. Llega un tiempo en que todos esos miles y miles de ranas pequeñas necesitan abandonar el estanque y buscar otro lugar… un lugar agradable y húmedo tal vez en una charca, o en un prado de hierba alta donde puedan cazar moscas y pulgones para su alimento. Ahora bien, ninguna rana abandonará el estanque en un día soleado y seco, ya que todas las ranas necesitan humedad para viajar. De manera, que, ¿qué ocurre? Aguardan a que llueva torrencialmente… y entonces todas las ranas inquietas tienen la misma idea.

—¡Y salen del estanque y emprenden el viaje! —exclamó Benjy—. ¡Claro! Y por eso vimos tantas juntas. ¡Era su momento para viajar!

—Sí —dijo el hombre—. Habían abandonado su estanque donde nacieron e iban en busca de un nuevo hogar en tierra, donde permanecerán durante todo el verano en charcas y lugares húmedos, comiendo moscas y pulgones, creciendo y engordando hasta el otoño… cuando una vez más regresan a su estanque para dormir.

—¡Y nosotros pensamos que llovían ranas! —exclamó Rory—. ¡Qué estúpidos somos!

—Lo sois bastante —repuso Sacolín—. ¡Jamás creáis estupideces sin aseguraros primero de que son ciertas! Esta idea de que lluevan ranas surge cada año… pero si todos pensaran seriamente comprenderían que eso es imposible.

—Hay muchas ranas fuera de la cueva, Sacolín —dijo Penny observándolas—. Aunque casi todas son pequeñas. ¿Dónde están las grandes?

—Oh, las grandes dejaron el agua hace mucho tiempo —replicó Sacolín—. Las que ves son la cosecha de este año. Ya sabes que una rana tarda cinco años en crecer. Pero algunas, sino todas, las criaturas que ves en el camino son sapos, no ranas. Mira… ahí hay algunos sapos pequeños reunidos en un hoyo.

—A mí me parecen exactamente iguales a las ranas —dijo Rory—. ¡No veo la diferencia!

—¡Oh, Rory! —exclamó Sacolín fingiendo extrañeza—. ¿No te avergüenzas de saber tan poco?

Rory sonrió.

—En absoluto —dijo—. ¡Cuando tengo a alguien como usted que puede explicarme las cosas!

—¡Bien, es fácil demostrarte la diferencia que hay entre un sapo y una rana! —prosiguió Sacolín saliendo al exterior para coger una rana. Ahora la lluvia no caía con tanta fuerza… Luego hizo algo muy extraño. Introdujo un dedo en su boca, hinchó un poco su mejilla produciendo un ruido semejante a un zumbido, e hizo pasar su dedo rápidamente de un lado a otro de su boca.

—Vaya, Sacolín, ¿qué está haciendo…? —comenzó Penny sorprendida, y entonces se detuvo, ya que «alguien» había oído la extraña llamada, y ese alguien era un sapo grande y viejo. Estaba debajo de una gran piedra llena de musgo precisamente junto a la entrada de la cueva, y se acercó arrastrándose en dirección a Sacolín.

—Es un viejo amigo mío —dijo el hombre sonriendo ante el asombro de los niños—. No os digo lo viejo que es, porque no me creeríais. ¿Verdad, Bufo?

Bufo, el sapo, miró a Sacolín con sus ojos de cobre, Penny se arrodilló para mirarlo de cerca.

—¡Sacolín! ¡Qué ojos más bonitos tiene! —exclamó—. Son como gemas… y parece muy inteligente y amable.

—Sí… es un viejo inteligente ese Bufo —replicó Sacolín—. Vamos, camarada… sube a mi rodilla.

El sapo se sostuvo sobre sus patas traseras y apoyó las delanteras en la pierna del hombre. Luego fue trepando lentamente hasta su rodilla. Sacolín cogiendo una ramita de brezo acarició el lomo del sapo. Al punto Bufo llevó una pata hacia atrás y se rascó en el lugar donde Sacolín le había tocado. Los niños rieron.

—Ahora mirad la diferencia entre esta rana y mi sapo —les dijo «el salvaje»—. Ved el cuerpo liso, brillante y bastante húmedo de la rana, así como su color castaño verdoso… y ahora fijaros en el color terroso del sapo, y su piel seca y rugosa. Es completamente distinto. Mirad también sus patas posteriores… son mucho más cortas que las de la rana. Las patas más largas de la rana le permiten saltar muy alto para asustar a sus enemigos y para escapar con facilidad… pero el sapo sólo salta con dificultad y por lo general se arrastra.

—Bueno, ¿entonces cómo escapa de sus enemigos? —le preguntó Benjy. Sacolín iba a responderle cuando el sapo contestó por él… ya que Pillina, la ardilla, de pronto se lanzó sobre el sapo para jugar… y entonces, en un abrir y cerrar de ojos, lanzó un grito de disgusto frotándose la boca y saltó a un repecho encima de los niños, con la boca abierta mientras escurría por sus comisuras espuma y burbujas.

—¡Oh!, ¿qué le ocurre a Pillina? —exclamó Benjy y Sacolín rió.

—¡No te preocupes por ella! —le dijo—. El viejo Bufo, el sapo, acaba de enseñarle que no se debe jugar con él de esta manera. En cuanto Pillina se ha acercado a él, el sapo le ha enviado una rociada de un líquido de pésimo sabor desde uno de esos granos que tiene detrás… tan horrible que ningún enemigo quiere probarlo por segunda vez, y desde luego mucho menos tragarlo. Pillina pronto estará bien.

El sapo estaba acurrucado sobre las rodillas del hombre muy quieto, como si estuviera muerto.

—Es un viejo truco del sapo fingir que es sólo un montón de tierra —dijo Sacolín—. Y ahora…, ¿veis ese moscardón azul? Observad lo que ocurre cuando se detenga cerca de la rana o del sapo.

El moscardón azul volaba de un lado a otro. La rana lo oyó y se puso alerta. El sapo también lo oyó, pero no hizo el menor movimiento. El moscardón se posó en la rodilla de Sacolín. ¡Y al instante… sin hacer el menor ruido, había desaparecido!

—¿Qué le ha ocurrido? —exclamó Sheila—. ¡No le he visto salir volando!

—«Yo» he visto lo que ha ocurrido —dijo su hermano Benjy—. La rana sacó su lengua, agarró con ella al moscardón… y lo introdujo en su boca. Parpadeó y luego se lo tragó. ¿No es cierto, Sacolín?

—Sí —respondió «el salvaje»—. ¡Tienes una vista rápida, Benjy! La lengua de la rana está sujeta a la parte «delantera» de su boca y no en la de atrás como la nuestra… por eso, cuando llega una mosca, la rana abre la boca alarga su lengua y golpea al insecto con la punta. Ése es el fin de la mosca. ¡Y todo ocurre ton de prisa que parece que la mosca ha desaparecido como por arte de magia!

—¡Ahí viene otra mosca! —exclamó Benjy—. ¡Se está acercando al sapo… oh… ha desaparecido!

Esta vez había sido Bufo, el sapo, quien sacó la lengua para cazar la mosca. Todo ocurrió en un abrir y cerrar de ojos, tan de prisa que era difícil seguirlo con la vista.

Benjy tocó la espalda de Bufo. Al sapo le agradó. Penny hizo lo mismo… con la rana, pero ésta saltó de la rodilla de Sacolín yendo hacia una zona cubierta de hierba mojada todo lo deprisa que pudo.

Sacolín puso al sapo en el suelo.

—Puedes irte a casa, Bufo —le dijo y el sapo fue hacia su escondite debajo de la piedra y desapareció.

—Vivió allí todo el verano pasado, durmió allí todo el invierno y ahora pasa aquí este verano, y nunca tiene prisa, nunca se preocupa y sólo croa de cuando en cuando para recordarme que está cerca de mí.

Desde debajo de la piedra se oyó croar. Los niños rieron.

—Ha oído lo que ha dicho —comentó Penny.

—La próxima vez que os acerquéis a un estanque buscad a otro miembro de la familia de las ranas… la lagartija acuática —dijo Sacolín—. Tiene una cola larga, pero por favor no la confundáis con las lagartijas que visteis el otro día. Puede que tengáis la suerte de ver a la gran lagartija crestada que parece un dragón en miniatura debido a la cresta dentada que adorna toda su espalda, y su brillante colorido.

—La buscaremos —le prometió Benjy—. Creo que debemos marcharnos ya, Sacolín. Ya ha dejado de llover y la tormenta ha cesado. Por allí se ve el cielo azul.

El viento había secado casi totalmente el vestido de Penny, pero Sacolín le dijo que era mejor que siguiera tapándose con la manta. Los otros llevaban chaquetas que se quitaron para secarlas, pero Penny había ido sin ninguna. Por eso Penny regresó a su casa envuelta en la manta vieja del «salvaje» sintiéndose una piel roja.

El camino estaba casi limpio de ranas y sapos cuando los niños corrieron de nuevo por él.

—Ya han encontrado un sitio para cada una —dijo Benjy—. Estarán escondidas en algún sitio aguardando a las moscas. Cómo me gustaría tener una lengua que pudiera sacar como la de las ranas.

Durante el camino de regreso estuvieron ensayando la forma de desenroscar la lengua ante el asombro de todos los que encontraban. ¡Tía Bess les detuvo al momento!

—¡Puede que en las ranas no sea de mala educación, pero desde luego lo es en los niños! ¡De manera que basta ya!