CAPÍTULO XVII

LA COLA QUE SE ROMPE

La ardillita era muy feliz con los niños que la mimaban y alimentaban con toda clase de golosinas, y también con los alimentos que Sacolín indicara a Benjy, y se convirtió en su mascota lo mismo que Sombra, el perro.

Por lo general vivía en el hombro de Benjy, y siempre dormía en su cama. Saltaba de acá para allá, subía y bajaba por las cortinas dando a tía Bess más de cien sustos diarios. Pero le gustaba el pequeño animalito y su único temor era que el gato pudiera atraparla.

—Creo que a Sacolín le gustaría ver cómo ha crecido Pillina —dijo Benjy un hermoso día de sol—. Vamos a verle y le llevaremos la ardilla.

—Podéis llevaros la merienda —propuso tía Bess.

—¡Oh, sí… llevémosla! —exclamó Penny que siempre estaba dispuesta a comer al aire libre. De manera que tía Bess les preparó bocadillos de tomate, de huevo, bollos de jengibre y leche, y se marcharon de excursión.

Primero fueron a la cueva de Sacolín y luego al árbol-casa, pero no encontraron «al salvaje». Pensaron que debía haber salido de exploración, o a visitar a alguno de sus amigos, y por eso eligieron un bonito lugar soleado entre los brezos para merendar. Pillina mordisqueó con deleite los bocadillos de jengibre. Riñó a Sheila por haberle dado un trocito golpeando con fuerza con su pie el hombro de Benjy.

—¡Oh, vaya un genio que tienes! —rió Sheila, y de pronto lanzó un grito señalando algo que estaba cerca y tendido al sol.

—¡Mirad! —exclamó—. ¡Una serpiente!

Todos miraron, viendo una criatura de unos tres palmos de largo. Su cabeza era pequeña y corta, y la cola iba disminuyendo gradualmente hasta la punta. Estaba cubierta de escamas y sus ojos brillantes destacaban en su cabeza.

—Bueno… pero ¿qué clase de serpiente? —dijo Benjy extrañado—. No es una víbora, de eso estoy seguro. Y tampoco es una culebra de hierba porque su cuerpo es distinto… y tengo la certeza, de que no es una culebra común. ¡Sacolín dijo que sólo había tres clases de serpientes en este país… y debe estar equivocado!

—Quisiera saber si muerde —dijo Sheila sin que le agradase mucho su aspecto.

—No, yo creo que no —dijo Benjy—. Sacolín dijo claramente que aquí sólo tenemos una serpiente venenosa… ¡y ésta desde luego no es una víbora!

—Cógela, Benjy —exclamó Rory—. Así podremos enseñársela luego a Sacolín. Podemos decirle que está equivocado… ¡qué en nuestro país hay una cuarta especie de serpientes!

—Bueno… yo no creo que Sacolín esté equivocado —replicó Benjy intrigado—. Pero debo averiguar de qué clase se trata. Sujeta a Pillina, Rory. Veré si puedo coger esa serpiente. ¡Estaos quietos todos!

Benjy avanzó silenciosamente entre los brezos. Aquel ser no pareció darse cuenta de su presencia. Disfrutaba del sol tendida cuando larga era para gozar de sus rayos.

Benjy se fue acercando más y más… y luego echó la mano sobre la serpiente que se debatió entre sus dedos… ¡pero Benjy la había cogido por la cola!

—¡Ya te tengo! —exclamó.

¿Pero la tenía? ¿Qué era aquello? La asustada serpiente corría entre los brezos dejando en la mano de Benjy… ¡su cola! que se movía de forma peculiar.

—¡Mirad! ¡Fijaos en esto! —exclamó Benjy con el mayor asombro.

—¡Oh, Benjy! ¡Qué cruel has sido! ¡Le has roto la cola! —dijo Penny casi llorando.

—¡No es cierto! —exclamó Benjy indignado—. Sólo la agarré por ella para atraparla… y la cola se ha roto en mi mano. ¡Tú lo viste! ¿Crees que lo habrá hecho a propósito, para escapar?

—Las lagartijas lo hacen, pero las serpientes no —repuso Rory mirando la cola que seguía moviéndose en la mano de Benjy—. Ojalá hubiese estado aquí Sacolín. Estoy seguro de que él lo sabe.

Pillina olfateó el extremo de la cola y luego subió de un salto al hombro de Benjy, con disgusto. No le agradaba en absoluto el aspecto de la cola. Ni a nadie, ésa es la verdad. Benjy la guardó con cuidado en su bolsillo tratando de olvidarla.

Pero a pesar de que continuaron con la merienda, ahora ya nadie sentía verdadero apetito. Algo lo había estropeado. No podían dejar de pensar si aquel animalito habría sido herido… y Benjy sentíase culpable. ¿Y si Sacolín le llamaba cruel y se enfadaba con él?

Cuando estaban terminando vieron a Sacolín a lo lejos. Rory se puso en pie para hacerle señas con la mano. «El salvaje» se acercó a los niños sonriente.

—Sacolín, ¿le duele a una serpiente el que se le rompa la cola? —le preguntó Penny en cuanto estuvo cerca.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Sacolín sorprendido—. A una serpiente jamás se le rompe la cola.

—¡Claro que sí! —dijo el pobre Benjy, y con el rostro sonrojado sacó el extremo de la cola que guardara en su bolsillo.

Sacolín la examinó y luego dirigió su vista al rostro culpable de Benjy, y entonces, ante la sorpresa y alivio de los niños, se puso a reír.

—¡Oh, cielos! —exclamó al fin—. ¿De veras pensaste que habías sido lo bastante fuerte como para arrancar la cola de una serpiente? No, esto no es una cola de serpiente.

—Sí que lo es, Sacolín —exclamaron los niños—. ¡Lo es, lo es!

—¡Escuchad! —insistió Sacolín—. Yo os dije que sólo existen tres clases de serpientes en nuestro país, ¿no? Bueno, pues ésta no pertenece a ninguna de ellas. Es de la familia de los lagartos, no de las serpientes. Es un gusano lento, o, si queréis darle otro de los nombres tontos que le dan, un gusano ciego.

—¡Oh! —exclamaron los niños, y Benjy enrojeció—. Debí haberlo sabido —dijo—. Lo he leído en mis libros.

—Y ahora, ¿qué os parece si viésemos más de cerca a un gusano lento? —propuso Sacolín—. ¡No el que te hizo el regalo de su cola, Benjy… ése ya no volverá a aparecer hoy! Pero me atrevo a asegurar que veremos otros si buscamos un poco.

Los niños observaron a Sacolín mientras buscaba tranquilamente otro gusano lento en la orilla arenosa. Al fin descubrió uno y los niños le observaron con emoción.

—¡Me figuro que éste también romperá su cola! —susurró Rory. Pero no fue así. No… ¡Sacolín sabía cómo coger a aquella clase de gusanos! Le sujetó por detrás de la cabeza, no por la cola, y lo llevó a que lo vieran los niños.

El gusano no parecía asustado. Aquello era lo más extraño en «el salvaje». Ningún animal o pájaro demostraba temor cuando él le hablaba o le tocaba. El gusano lento estaba en sus manos, y ni siquiera cuando Sacolín dejó de sujetarle la cabeza trató de escapar.

—Aquí está nuestro gusano —dijo Sacolín—. Me temo que demasiada gente comete el mismo error que vosotros, niños, y creen que es una serpiente. De modo que el pobre e inofensivo gusano lento es asesinado por cualquier viandante. No se enrosca. No muerde. Come gusanos, pulgones e insectos, ¡y no hace daño a nadie! Si la gente aprendiera a conocer un poco más a nuestras criaturas silvestres no matarían a ningún gusano lento.

—¿Por qué le llaman gusano «lento»? —preguntó Rory—. Verá… el que se escabulló de entre las manos de Benjy no era lento… si no muy rápido.

Sacolín rió.

—Voy a deciros los tres nombres que la gente tonta ha dado a ese lagarto sin patas —dijo—. Uno es gusano lento… pero, como tú has dicho, «no» es lento. Otro nombre es gusano ciego… pero como veis tienen unos ojos muy notables y brillantes… y haced el favor de fijaros en los párpados, de los que las serpientes siempre han carecido. El tercer nombre, más tonto todavía, es culebra sorda: ¡No es sordo, y desde luego no es una culebra!

El gusano lento sacó la lengua y Benjy lanzó una exclamación.

—¡Mirad! Su lengua no se bifurca como la de las serpientes.

—No —dijo Sacolín—. Sólo está mellada. Celebro que lo hayas notado, Benjy. ¡Buen chico!

—Pero Sacolín, ¿por qué el gusano lento rompe su cola? —preguntó Benjy—. ¿Volverá a crecerle?

—Rompe su cola porque sabe que de ese modo puede escapar —explicó Sacolín—. ¡Una serpiente no puede hacerlo, naturalmente! Sí… volverá a crecerle, aunque no quedará tan ajustado como la otra cola. Mirad, niños… ¿Veis ese gusano lento de ahí? Acabo de aparecer en la orilla. ¿Veis cómo empieza a crecerle la nueva?

—¡Oh, sí! —exclamó Sheila—. ¡Lo veo perfectamente! Bueno, me alegro de que no lastimásemos al gusano lento, Sacolín, y espero que le crezca pronto una cola nueva.

—Tardará algún tiempo —repuso «el salvaje»—. ¡Pero vaya si le crecerá! ¡Y lo que es más, le crecería una tercera de ser necesario!

Sacolín dejó el gusano en el suelo, y éste desapareció como un relámpago.

—¡Un gusano «rápido», como tú dijiste, Rory! —dijo Sacolín—. No obstante tampoco es un gusano. Tiene diversidad de nombres estúpidos, ¿verdad? Ojalá podáis ver a sus pequeños más avanzado el verano. Son muy divertidos. El año pasado albergué a una familia entera.

—¿Cómo eran? —preguntó Benjy.

—¡Oh… como agujas de plata en movimiento! —exclamó Sacolín—. Eran preciosos y no tuve necesidad de darles alimento. ¡Eran capaces de cazar su propia comida incluso cuando no eran mucho mayores que una aguja de zurcir!

—¿Sabe dónde hoy lagartijas? —preguntó Benjy.

—¡Cielos, sí! —dijo Sacolín—. ¡Puedo llamar a un montón de ellas! ¿Queréis que lo haga?

—¡Oh, «sí»! —exclamaron todos encantados—. ¡Llámelas… y nosotros miraremos cómo acuden!

Sacolín se levantó yendo hacia una parte resguardada de la colina. Por todas partes crecían brezos y el aroma de la aulaga llegaba impulsado por la brisa. Sacolín señaló un pequeño claro de arena caliente.

—Vigilad ese claro —dijo—. Voy a silbar.

Silbó… un silbido curioso y grave, de sólo un par de notas que parecía parte de la brisa y el rumor de un abedul cercano.

Los niños aguardaron expectantes y emocionados.

Y entonces salieron las lagartijas de sus escondites. Primero salió una pequeña, de unos diez centímetros de largo. Con diminutos pies corría sobre los brezos hasta llegar al claro arenoso donde se detuvo ligeramente alzada sobre sus patas delanteras y con la cabeza levantada como si estuviera escuchando… y vaya si escuchaba.

—¿No es una monada? —susurró Penny—. ¡Mirad cómo le guiña el ojo a Sacolín!

En realidad parecía como si estuviera guiñando, ya que sus párpados subían y bajaban rápidamente sobre sus ojos. Luego salió otra lagartija a toda velocidad y también se detuvo de pronto para escuchar.

—Corren como si fueran juguetes mecánicos —observó Benjy—. ¡Oh, aquí viene otra… y otra!

Pronto el claro se llenó de lagartijas expectantes… por lo menos «parecía» como si estuvieran escuchando. «El salvaje» dejó de silbar, y las lagartijas se pusieron a jugar, corriendo de un lado a otro como si su maquinaria se pusiera en marcha y se detuviera de repente. Era muy divertido mirarlas.

—Esa lagartija tiene una cola muy larga —dijo Benjy—. La que está al borde de la arena.

—Se ha roto, lo mismo que la del gusano lento —repuso Sacolín—. Pero no se le ha compuesto muy bien… está bastante tosca, y la cola nueva parece no encajar bien.

Las lagartijas corrían tras cualquier insecto que apareciera, y los niños estaban lo bastante cerca para poder ver sus lenguas melladas y maravillarse de sus delicados deditos y patas.

—Ojalá pudiera coger una —comentó Benjy—. Me gustaría sentir esos deditos y esas patas en mi mano.

—Voy a cogerte una —replicó Sacolín y alargando la mano con cautela la cerró luego con firmeza sobre la lagartija más próxima. Cogiéndola luego por detrás de la espalda lo puso en su otra mano.

—¡Es inútil que te pongas tiesa! —le dijo Sacolín a la lagartija—. ¡No voy a permitir que te rompas la cola!

La lagartija se recobró pronto de su miedo y quedó tranquila en la mano de Sacolín mientras él silbaba. Luego la puso en la mano de Benjy y el niño sintió el contacto de sus diminutos dedos. A Pillina, la ardilla, que había estado todo el tiempo sobre el hombro de Benjy no le gustó nada ver a la lagartija en la mano de Benjy, y de pronto bajó por el brazo del niño para agarrarla.

Mas en un abrir y cerrar de ojos el animalito huyó escondiéndose entre la maleza.

—¡Oh, qué celosa eres Pillina! —le dijo Sacolín—. Mira, Benjy han salido más lagartijas. ¿Ves esa que trepa por un tallo de brezo? ¿Ves qué bonito color naranja tiene por debajo?

—¡Oh, sí! —exclamó el niño—. Me gustan las lagartijas, Sacolín. Ojalá pudiera tener una amaestrada.

—Yo tuve una hace un par de años —repuso el hombre—. Me resultaba muy útil ya que vivía en mi cueva y se comía todas las moscas que me molestaban. Pero cuando llegó el invierno se fue para dormir.

—Supongo que durante el invierno no hay insectos —dijo Penny muy sabiamente—. Por eso tienen que dormir.

—Muy cierto, Penny —repuso Sacolín—. Bueno, ahora debo irme. Tengo que buscar algo para comer porque hoy no he tomado nada todavía. ¡Debo ir en busca de las cosas que más me gustan!

Sacolín se puso en pie y Rory miró su reloj.

—Nosotros también hemos de marcharnos —dijo—. Bien, buena caza, Sacolín, y una espléndida comida cuando acabes.