DOS AMIGOS MÁS
Benjy fue el primero en despertarse por la mañana, porque la ardilla intentaba sentarse encima de su nariz. No pudo comprender de momento lo que estaba ocurriendo. Con los ojos abiertos aspiró el aire… incorporándose. La ardilla se cayó al suelo, Benjy se apresuró a recogerla… no quería que saliera huyendo por la puerta y desapareciera.
El castor se había marchado, y Sacolín dormía tranquilo recostado de lado. La tenue luz del amanecer penetraba por la puerta abierta, y el batir del agua contra la orilla sonaba como una pequeña melodía… plif-plaf-plaf, plif, plaf, plaf.
—Me pregunto si está saliendo ya el sol —pensó Benjy tendido de espaldas y contemplando el verdor del techo—. ¡Oh, qué maravilloso es despertar así, en un bosque junto al agua! No despertaré a Sacolín. ¡Quiero disfrutarlo todo yo solo… con mi ardilla!
La ardilla se había acurrucado junto al cuello de Benjy y dormía otra vez. Era tan suave y agradable su contacto. Con su cola se tapaba el hocico.
Algunos pájaros comenzaron a cantar, y la luz fue en aumento. Se levantó la brisa que hacía decir a los árboles:
«Chiss, chiss, chiss», por lo menos, eso es lo que le pareció a Benjy.
Luego un animal pequeño apareció en la entrada, y se detuvo sobre sus potas traseras olfateando. Se quedó muy sorprendido al ver que Benjy le miraba. El niño apartó a la ardilla y apoyándose en un codo se incorporó para observar al recién llegado.
«Me parece que es una rata —pensó Benjy—. No me gustan las ratas. En absoluto. Son los únicos animales con los que no quisiera tener amistad».
Observó a aquel pequeño ser que se acercaba rápidamente a la cama de Sacolín. Puso una pata sobre ella y aguardó para ver si «el salvaje» se movía o hablaba.
Más Sacolín continuaba durmiendo. El animalito se rascó detrás de las orejas como si pensara. Luego pareció comprender que su amigo dormía… y corrió hacia la puerta. Benjy quiso saber o dónde iba.
Por eso se levantó despacio yendo hasta la puerta. El animalito había corrido hasta la orilla del río y Benjy le siguió, cosa que no pareció importarle lo más mínimo. Se deslizó hasta un pequeño seto, cerca del agua, y se puso a mordisquear unos tallos jugosos de helecho. De cuando en cuando miraba a Benjy como si quisiera decirle: «¡Prueba un poco!». «¡Es bueno!».
Se oyó un ruido detrás de Benjy, y el niño se volvió. Era Sacolín. Al despertar, echó de menos a su amigo y había salido a buscarle.
—Hola, Sacolín —le dijo Benjy al punto—. ¡Me ha encantado despertar en su árbol-casa! Mire…, ¿ve esa rata que hay ahí? Ha venido a visitarle… pero usted dormía profundamente. No creo que me guste ser amigo de una rata. ¿«Es» amiga suya?
—Ese animalito que está ahí es un gran amigo mío —repuso Sacolín acercándose a la orilla—. ¡Pero no es una rata!
—¡Pensé que lo era! —exclamó Benjy—. Conozco a muchísima gente que la hubieran matado… todo el mundo parece odiar a las ratas.
—Sí…, las ratas tienen mala fama, y desde luego la merecen —respondió Sacolín—. ¡Pero este pobre animal no debiera sufrir sólo por parecerse a una rata!
—¿Qué es entonces? —preguntó Benjy sorprendido.
—Es un ratón de agua —repuso Sacolín—. Un animalito tranquilo e inofensivo, que adora el agua y solo quiere vivir en paz. Pero en cuanto alguien le ve le grita: «¡Una rata! ¡Una rata!». Y le arrojan piedras para matarla. Obsérvale mientras mordisquea ese tallo… es un animalito inofensivo, que no perjudica a nada, ni a nadie.
El ratón de agua miró a Sacolín y echó a correr hacia él, que acarició su pelaje de un rico color castaño rojizo, con algunos pelos grises de cuando en cuando. Sacolín hizo que el ratón se tumbara patas arriba mientras jugueteaba con él, para que Benjy pudiera ver que la piel de su vientre era gris amarillento.
—No es «exactamente» igual a una rata —dijo Sacolín—. Mira su cabeza… es más ancha y corta que las de las ratas… y fíjate en su hocico redondo. Ya sabes que las ratas lo tienen puntiagudo, ¿verdad? Y mira la cola peluda de este ratón… no es tan larga como la de la rata que la tiene pelada.
—Sí…, ahora que dice todas esas cosas veo que el ratón de agua no se parece a las ratas —dijo Benjy acariciando la cabecita de orejas redondas—. ¡Qué vergüenza que lo maten confundiéndole con ellas! Dijo usted que era un ratón de agua. ¿Entonces sabe nadar?
—Observa y verás —replicó Sacolín. Puso al ratón en la orilla dándole un ligero empujón. El animalito saltó al agua inmediatamente con un «plop»—. ¡Cuando camines junto a la orilla del río y oigas ese «plop» sabrás que un ratón de agua te ha visto y se va a su casa!
—¿Dónde vive? —quiso saber Benjy mientras trataba de ver por dónde iba el ratón sin conseguirlo.
—Tiene un cómodo escondite en la orilla —repuso Sacolín, señalando un lugar donde crecían unos juncos muy espesos—. Lo entrada está bajo el agua… pero, como el castor, nuestro ratón tiene una entrada posterior por tierra. Ven y lo verás salir por ella.
Se acercaron a los juncos y tras apartarlos, Sacolín le mostró un pequeño agujero. Frunciendo los labios lanzó un curioso chasquido. En el acto apareció la redonda cabeza del ratón de agua y dos ojos negros miraron interrogadores a Sacolín.
—Esto bien, viejo camarada —exclamó Sacolín—. ¡Sólo queríamos verte aparecer por tu puerta posterior! Ha nadado hasta la entrada que tiene bajo el agua, Benjy, ha subido por su túnel… y al oír mi llamada se ha asomado para vernos.
El ratón de agua desapareció en su madriguera.
—¿Duerme todo el invierno? —quiso saber Benjy mientras volvían a la casa-árbol.
—Oh, no —repuso Sacolín—. Viene a verme durante los días oscuros del invierno. Algunas veces almacena provisiones… y por Año Nuevo le he visto roer raíces tiernas de sauce. Tiene dos primitas que debes conocer, Benjy… el pequeño ratón de campo a menudo llamado de rabo corto, y el ratón de orilla. Y ahora…, ¿qué te parece si nos bañamos?
El sol calentaba ya de firme, y el río invitaba con su frescor. Benjy y Sacolín no tardaron en meterse en el agua donde lo pasaron estupendamente gritando y salpicándose mutuamente. Sacolín nadaba como un castor, ¡y Benjy deseó poder hacer otro tanto… pero sin conseguirlo!
Se vistieron y «el salvaje» preparó un extraño, aunque delicado desayuno. La ardillita permaneció todo el tiempo sentada sobre el hombro de Benjy. Sacolín cogió unos brotes tiernos que el animalito agarró con sus manilas para comérselos.
—Quiero mucho a Pillina —dijo Benjy frotándose su cabeza contra el cuerpo del animalito—. ¿Usted cree que será feliz conmigo?
—¡De no ser así, pronto huiría a los bosques! —replicó Sacolín—. Te enseñaré los brotes que debes darle. Más adelante le encantarán las nueces y bellotas. También te enseñaré las setas que le gustan.
—Lo he pasado estupendamente —suspiró Benjy mirando el árbol-casa, el río y las manchas de sol en el suelo—. Ojalá pudiera quedarme aquí para siempre.
—A mí también me gustaría —dijo Sacolín—. No hay muchos niños que amen las criaturas salvajes como tú…, pero perteneces a tu familia… y es tiempo de que vuelvas con ellos, Benjy. Se preguntarán qué es lo que estás haciendo.
—Sí…, debo volver. Tengo que hacer mi trabajo —dijo Benjy poniéndose en pie—. Volveré pronto, Sacolín… y gracias por lo bien que lo he pasado… ¡y por la ardillita! Siempre que venga traeré a Pillina para que la vea.
—Te acompañaré un trecho —repuso Sacolín—. Hace una mañana tan hermosa…
El hombre y el niño caminaron por los verdes bosques. Llegaron a un lugar donde la retama amarilla se mecía a impulsos de la brisa estival. Al pasar cerca un pequeño animalito se cruzó en su camino. Se detuvieron y Benjy señaló por dónde corría.
—¿Qué es eso? —exclamó—. ¿Un ratón? ¡Qué pequeño es!
—Eso era un diminuto ratón de campo —replicó Sacolín—. ¡Casi el menor de todos nuestros animales! Miremos en este arbusto de retama… se ha escondido aquí. Tal vez tenga aquí su nido, y podamos verlo.
Sacolín miró en el centro del arbusto produciendo un ruido extraño semejante al de un pájaro. ¡Benjy escuchó con asombro cómo contestaban con el mismo chirrido! ¡No era posible que un ratón hiciera aquel ruido!
Pero al parecer el ratón de campo sí lo hacía… ya que Sacolín hizo una seña a Benjy le mostró el nido. Era realmente maravilloso. Estaba construido entre los tallos de retama a unos dos palmos del suelo. El ratón había utilizado sabiamente algunos de los tallos más fuertes para sostener el nido que tenía la forma de una pelota pequeña. Estaba hecho con briznas de hierba colocadas con pulcritud para que el nido fuese cómodo y resistente.
—Es el mejor nido que he visto en mi vida —exclamó Benjy lleno de admiración—. ¡Yo mismo no sería capaz de hacerlo bien! ¿Por dónde se entra?
—¡Oh, por cualquier parte! —repuso Sacolín mostrándole cómo podía abrirlo por cualquier parte separando la hierba entretejido—. Dentro hay una familia de seis o siete, me parece…, ¡y además la madre!
—¡Pero cómo caben en un nido tan pequeño! —exclamó Benjy. Sacolín hizo una abertura en el exterior del nido para que Benjy pudiera ver a la pequeña familia apretujada y asustada.
—No les molestaremos más —dijo Sacolín—. La madre ha oído mi chirrido y sabe que soy amigo. ¡Escucha… verás cómo me contesta otra vez!
Sacolín repitió el extraño chirrido… y desde el nido contestó suavemente el pequeño ratón de campo. Benjy trató de imitarle…, ¡pero no era tan sencillo como parecía!
—¡Otro ruido que imitar! —pensó Benjy—. ¡El de la serpiente… el silbido del castor…, cielos, pronto seré un almacén de ruidos!
—Observa al pequeño ratón de campo este verano cuando vayas por los campos —dijo Sacolín—. Especialmente en los de trigo, Benjy. Ese ratón es tan pequeño que puede trepar por una espiga sujetándose con el rabo, y comer el grano. Es bonito de ver con su espeso pelaje amarillo rojizo, su hociquito chato y sus brillantes ojos negros.
Al llegar al camino Sacolín subió hacia la colina despidiéndose, y Benjy regresó a la granja con Pillina en su hombro. Los otros salieron corriendo a su encuentro.
—¿Qué has hecho? ¿Dormiste en el árbol-casa? —exclamó Penny.
—¿Qué es eso que llevas encima del hombro? —preguntó Rory.
—¡Es una ardillita! —gritó Sheila—. Oh, ¿de dónde la sacaste, Benjy?
—Sacolín me la ha regalado por ser mi cumpleaños —explicó Benjy con orgullo—. ¿Verdad que tengo suerte?
La ardilla miraba a los tres niños con sus brillantes ojos negros y no parecía asustada. Se recostó contra el cuello de Benjy mientras éste contaba sus aventuras de la noche anterior.
—¡Oh! ¡Figúrate, dormir con una ardilla y un castor! —exclamó Penny con los ojos tan abiertos como los de la ardilla—. Oh, eres el chico más afortunado del mundo.
—Sí. Lo soy —replicó Benjy acariciando a Pillina. ¡Y lo decía en serio!