EL CUMPLEAÑOS DE BENJY
Cuando los otros se enteraron de cuál iba a ser el regalo de Sacolín desearon que su cumpleaños se acercase también. Sheila y Penny regresaron entusiasmadas con sus vestidos nuevos… pero lo olvidaron al oír la historia de las ardillas y su nido. Penny quiso ir inmediatamente al bosque y trepar a un árbol.
—¡Qué! ¡Con tu vestido nuevo! —exclamó tía Bess—. Desde luego que no, Penny. Nada de trepar a los árboles, por favor. Y tú, Sheila, tampoco. ¿Qué es eso de que vas a pasar la noche con Sacolín, Benjy? Tendrás que pedírselo a tu tío.
Pero no hubo necesidad, porque Sacolín habló con tío Tim una mañana que pasó cerca de sus campos. Tío Tim le escuchó gustoso y se avino a que el niño pasara la noche con él.
—Pero tendrá que llevarse un saco de dormir para ponerlo sobre el suelo —dijo tío Tim—. Puede que a usted le vaya muy bien el vivir así… pero el niño podría pillar un resfriado. No está acostumbrado.
Benjy se puso loco de contento cuando tío Tim le dijo que había visto a Sacolín y daba su permiso. Bailaba por el patio de la granja como un loco y las gallinas corrían cacareando a esconderse.
—¡Ten compasión de mis gallinas, por amor de Dios! —gritaba tía Bess—. ¡Del susto las vas a dejar sin plumas!
El cumpleaños de Benjy amaneció despejado y cálido. El sol calentaba de firme y ni el más ligero vellón de nube empañaba el cielo. Era un tiempo perfecto para un cumpleaños. Benjy sentíase muy feliz.
Tuvo regalos preciosos. Tío Tim y tía Bess le regalaron botas y polainas como la que llevaba tío Tim. ¡Qué importante se sentía cuando se las puso!
El regalo de Sheila fue un libro nuevo sobre animales. Rory le había comprado seis tomateras en el mercado. A Benjy le encantaban los tomates… ¡y ahora podría cultivarlos y cogerlos de la planta!
—Gracias, Rory —le dijo Benjy—. Las sacaré de las macetas y las plantaré en aquel sitio tan soleado, junto a la pared, donde tía Bess dijo que podríamos tener un jardín. ¡Y tú, Sheila y Penny comeréis los tres primeros tomates! ¡Cielos, lo que me gustará recolectar mis propios tomates!
Penny le regaló una lata grande de caramelos que había comprado con su dinero. Melcocha le dio un bastón que había cortado del seto y para Benjy fue una gran sorpresa y se sentía muy orgulloso de su fino bastón de castaño.
Sus padres le enviaron dinero que guardó en su portamonedas. Por el momento nada necesitaba, mas le iba a ser muy útil cuando llegara la ocasión.
Aquello mañana tío Tim llevó a todos los niños al mercado en el carrito tirado por el pony. A ellos les encantaba… era tan agradable ver las vacas gordas y oler el rico aroma del mercado… Y les divertían los gansos graznadores y los cerdos gruñendo en sus pocilgas. Las mujeres llevaban manteca dorada y huevos frescos de color moreno para vender, grosellas de color brillante, botes de compota casera, verduras, y muchas otras cosas.
—En el campo las cosas parecen «de verdad» —comentó Rory mirándolo todo hasta las distantes colinas azules—. En primer lugar hay sitio para todo y la mirada puede abarcar kilómetros. Y el olor sano de la tierra y los animales… y todo el mundo hace algo importante… ya sabéis… ordeñar vacas, vender huevos, o conducir gansos. ¡No me gustará regresar a la ciudad!
—¡No pensemos en eso! —intervino Benjy—. Vamos… ¡Gastaremos parte del dinero de mi cumpleaños en helados!
A la hora de la merienda hubo un enorme pastel cubierto de azúcar blanco y rosa, y encima tía Bess había escrito: «Muchas felicidades a Benjy». Once velitas de colores se erguían orgullosos sobre rosas de azúcar.
—¡Es el pastel más bonito que he visto en mi vida! —exclamó Benjy con un suspiro de felicidad—. Gracias, tía Bess por haberme hecho un pastel de cumpleaños tan precioso. Por lo general siempre me los han comprado en las confiterías y no son ni la mitad de bonitos que éste.
El pastel era delicioso y cada uno de los niños se comió dos pedazos.
—No sé lo que diría vuestra madre si os viese comer ahora —observó tía Bess contemplando los rostros sonrosados que rodeaban la mesa—. Me decía que os gustaban muy pocas cosas, que jamás repetías y que refunfuñabais por todo…, ¡por eso pensé que iba a tener unos niños muy difíciles!
Los niños recordaron los días de Londres.
—Bueno, nunca tenía hambre —dijo Penny haciendo memoria.
—Y a mí nada me sabía bien —intervino Benjy—. Oye, tía Bess, ¿puedo llevarle un pedazo de pastel de mi cumpleaños a Sacolín? Se pondrá muy contento.
—Claro —repuso tía Bess—. Llévale un buen pedazo. Le gustará…, ¡siempre comiendo raíces, setas y frutas silvestres! ¡Me maravilla que se conserve tan bien!
—Es muy fuerte —explicó Benjy mordiendo su pastel—. Puede subir a un árbol en un abrir y cerrar de ojos, saltar los arroyos más anchos y llevar un tronco caído sobre su hombro.
—¡Es un hombre maravilloso! —exclamó tío Tim—. Bueno, supongo que te irás pronto a pasar la noche con él. ¿Llevarás el saco de dormir?
—Sí —repuso Benjy—. Ojalá no tuviera que llevarlo. ¡Quisiera sentir cómo el brezo me hacía cosquillas durante toda la noche!
—Supongo que mañana te veremos a una hora u otra —dijo tía Bess—. Vaya, eres un chico con suerte… has tenido un cumpleaños maravilloso, y aunque los cumpleaños de la mayoría de los niños terminan cuando van a acostarse, el tuyo va a durar toda la noche.
Benjy se sentía feliz al pensar que iba a pasar la noche con Sacolín. Se abrazaba a sí mismo en forma muy graciosa y los otros se reían.
—Acuérdate de contárnoslo «todo» cuando vuelvas —le dijo Sheila—. ¡Hasta el menor detalle!
—Pues claro —replicó Benjy yendo a buscar su saco de dormir. Estaba bien enrollado y se lo echó al hombro colgado de una cuerda. Cogió un puñado de los caramelos que le regalara Penny, y un buen pedazo de pastel envuelto en papel. Llevaba sus botas nuevas y polainas y en la mano el bastón de castaño que Melcocha le había regalado.
Se sentía importante y mayor. Las polainas le daban aspecto de hombre. No era muy alto para su edad, pero ahora se sentía mucho mayor al despedirse de los otros y alejarse por el camino balanceando el bastón en la mano.
Benjy iba silbando con la esperanza de encontrarse con los granjeros. Se puso el bastón bajo el brazo como viera hacer a su tío. Luego sacó un caramelo de su bolsillo, y a partir de entonces ya no pudo silbar porque el caramelo le daba bastante trabajo.
El sol enviaba sus últimos rayos oblicuos entre los árboles cuando se aproximaba a la pequeña cosa de Sacolín. El río parecía de oro al reflejar el sol poniente. Los mirlos cantaban, y un pájaro carpintero repetía su monótona canción.
Sacolín le aguardaba sentado ante la entrada de su casita viviente.
—¡Muchas felicidades! —le dijo a Benjy.
—Gracias —repuso el niño—. He pasado un día muy feliz. ¿Ha visto mis botas nuevas?
—¡Magníficas! —exclamó Sacolín—. Y ese bastón es nuevo. ¡Bien…, aquí tienes mi regalo!
Y puso un paquete de piel cálida en las manos de Benjy. El niño exhaló un grito apagado y miró hacia abajo.
—¡Una ardillita! —exclamó—. ¡Oh, qué preciosa! ¿De dónde la ha sacado?
—La he estado guardando para ti —le explicó Sacolín—. La madre murió accidentalmente… cogida en una trampa la pobrecilla, y de sus tres crías, dos murieron. Pero ésta estaba todavía viva en el nido cuando la encontré. De manera que me la traje aquí y le di de comer… y la guardé para tu cumpleaños. Será como un perro, siempre estará contigo y acudirá a tu llamada.
—¡Oh, Sacolín, no podía desear un regalo mejor! —exclamó Benjy realmente satisfecho. En su vida había sido propietario de ningún animalito… y ahora allí estaba aquella suave bola de piel dispuesta a convertirse en su fiel amigo. ¡Viviría sobre su hombro! ¡Acudiría a su llamada! ¿Cómo iba a llamarla?
—¿Y si la llamase Pillina? —le preguntó a Sacolín—. Las ardillas van con tanta rapidez del suelo a los árboles. Y además ésta es una ardilla muy picara.
—Buena idea —fue la respuesta de Sacolín—. Ahora, Pillina, acurrúcate en los brazos de tu nuevo amo. Queremos ver la puesta de sol. Esta tarde va a ser maravillosa.
Pillina ya se había acurrucado al abrigo del brazo derecho de Benjy y sus ojos brillantes se cerraron. Su cola peluda tapaba su hocico. Estaba dormida.
Benjy se sentó con su nuevo amigo, sintiendo latir su pequeño corazoncito en su brazo. Se apoyó contra el lado de la puerta de la casa y Sacolín hizo lo propio al otro. El árbol-casa había echado tantas hojas nuevas que formaron un nuevo tejado completamente verde y colgaban por los lados.
Benjy se asomó al interior, y con satisfacción vio que Sacolín había preparado otra cama frente a la suya, con musgo seco y brezo, y una manta vieja estaba echada a los pies.
—¡Ya veo mi cama! —exclamó el niño—. No, es una lástima…, he tenido que traer mi saco dé dormir. No podré sentir el contacto del brezo.
—No —repuso Sacolín—. Lo pondremos en el suelo, «debajo» del brezo… y haremos la cama encima. Así no advertirás la humedad que sube del suelo…, ¡y podrás tumbarte encima del brezo y el musgo!
—¡Oh, qué bien! —dijo Benjy contento. La ardilla se removió en sus brazos y él le acarició el lomo suavemente. El animalito se acomodó de nuevo y volvió a dormirse.
—Y ahora permanezcamos quietos porque esta noche espero una visita —dijo Sacolín—. Cuando oigas su silbido, no te muevas.
—¡«Silbido»! —exclamó Benjy sorprendido—. ¿Entonces es un hombre?
—¡Oh, no! —repuso Sacolín.
—Pero los animales no silban —dijo Benjy—. Oh, ¿se refiere a un pájaro?
—¡Tampoco es un pájaro! —replicó «el salvaje»—. Ahora, no te muevas y aguarda.