CAPÍTULO XIII

LAS ARDILLAS DE SACOLÍN

Sacolín les mostró el camino a través del bosque. Los castaños y robles dieron paso a los pinos que proporcionaban más sombra bajo el sol del verano. Los niños vieron a tres o cuatro ardillas correteando de un lado a otro, algunas por el suelo y otras en los árboles.

—¡Fijaos cómo saltan de rama en rama! —dijo Sacolín—. Mirad lo listas y ligeras que son… ¡parecen volar sin alas!

Rory y Benjy se detuvieron para observarlas. Las ardillas rojas les chillaron. Luego, dos comenzaron a perseguirse entre los árboles, saltando del extremo de una rama al comienzo de otra sin interrupción.

—¿No se caen nunca? —preguntó Benjy maravillado—. ¿Qué ocurre cuando pierden pie… o se rompe una roma?

—Aguardad y veréis —repuso Sacolín—. Mirad… ¿veis esa ardilla? ¡Quería saltar de un árbol a otro pero la rama se ha roto bajo sus patas! ¿Pero se ha caído?

—¡No! —repuso Benjy—. Simplemente ha saltado a otra rama inferior… pero también se ha roto… y ha saltado a otra… y ésa la ha sostenido… de manera que ha subido de nuevo al árbol con la rapidez del rayo.

—Utilizan su cola para mantener el equilibrio, ¿verdad? —preguntó Rory—. ¡Qué rápidas y ligeras son! ¡Oh, cómo me gustaría jugar en los árboles como ellas!

—Mire, Sacolín… ¿qué está haciendo esa ardilla? —preguntó Benjy dando un codazo «al salvaje»—. ¿Comiendo hierba?

Los tres miraron a una zona cubierta de hierba verde y alta. La ardilla roja a la que se refería Benjy estaba ocupada arrancando hierba con sus patas delanteras. Luego la hacía una bola y la introducía en la boca.

—¡Se «la come»! —exclamó Benjy—. ¡Cielos, arranca más y se la mete en la boca!

—No se la come, Benjy. Es el medio que utiliza para transportarla —explicó Sacolín—. Va a llevarla a su nido para hacer con ella un cómodo lecho. Está contenta por haber encontrado una hierba tan larga… será un buen cojín. Y mirad… ahí viene otra ardilla con la boca llena… ¿qué es lo que asoma por ella?

—¡Lleva heno en «la boca»! —observó Rory—. ¿Ha estado cogiendo heno para su nido?

—Sí —repuso Sacolín—. Es evidente que ha encontrado algún pajar cercano y lo ha robado porque sabe que es muy mullido. Y ahora… ¿qué os parece si vamos a echar un vistazo al nido, niños?

—¡Oh, sí! —exclamó Benjy—. ¿Dónde está?

Sacolín les condujo a un abeto, y los niños miraron hacia arriba. A media altura había una gran confluencia de ramas.

—¿Podréis trepar a este árbol? —les preguntó Sacolín—. La primera parte es bastante lisa, pero podéis utilizar estos fragmentos de ramas rotas para apoyar los pies si los tanteáis cuidadosamente antes de apoyar todo el peso en ellos.

—¡Claro que podemos trepar a este árbol! —exclamó Rory—. ¡Somos londinenses, pero sabemos trepar muy bien!

De todas formas Sacolín tuvo que vigilarles al principio y prestarles algo de ayuda. Pero una vez comenzada la ascensión se fue haciendo más sencilla. Llegaron hasta el gran nido… ¡y una ardilla roja apareció en la entrada lanzando pequeños ladridos para que se marchasen!

—¡Vamos, vamos, Pelusito! —exclamó Sacolín con su voz grave, y la ardilla se apaciguó y saltó sobre su hombro. Cerca estaba otra ardilla… la esposa de Pelusito, que tras lanzar sus grititos se volvió a su nido.

—Mirad qué bien hecho está —observó Sacolín—. Algunas veces las ardillas utilizan nidos viejos hechos por los pájaros… por las urracas tal vez… pero éste lo ha hecho enteramente Pelusito. ¡Ha trabajado de firme!

Benjy lo observó de cerca.

—¿Esto son pedazos de corteza? —preguntó estirando una tira delgada.

—Sí… la ardilla arranca tiras de corteza de los árboles con sus agudos dientes y las teje en su nido —explicó Sacolín—. Y mirad, aquí hay musgo… y hojas. Es un hermoso nido.

—¿Cómo es por dentro, Sacolín?

—Palpa y verás —repuso «el salvaje», de manera que Benjy y Rory introdujeron sus manos en el interior para advertir su suavidad. Estaba lleno de hierba… la hierba que estaba cogiendo la ardilla cuando la vieron los niños.

—Este nido tiene forma y tejado de cúpula —explicó Sacolín—. Algunas veces tienen forma de taza y entonces son sólo lugares de descanso. ¡Éste será una buena nursery para las ardillas pequeñas! ¡Es tan bonito ver tres o cuatro ardillitas con sus ojos brillantes asomados en la entrada del nido!

—Voy a bajar —anunció Benjy—. ¡Pelusito, ya puedes entrar en tu nido! ¡Hemos terminado la visita!

Pelusito estaba satisfecho y tras aguardar a que los tres estuvieran de nuevo en el suelo, penetró en el nido con su esposa, para asegurarse de que no le habían ocasionado daño alguno.

—El año pasado Pelusito hizo su nido en un gran agujero del tronco de un árbol viejo —explicó Sacolín—. Pero este año lo cortaron, así que este año ha tenido que buscar otro árbol. Durante todo el invierno ha descansado en un nido viejo en ese árbol que veis ahí… pero no era un lugar apropiado para él y su esposa. ¡Por eso ha estado tan atareado esta primavera!

—¿Es que las ardillas duermen durante todo el invierno como las serpientes? —preguntó Rory.

—¡Oh, no! —exclamó Sacolín sentándose en el suelo para observar a las ardillas que jugaban en el bosque—. Sólo duermen cuando el tiempo es muy crudo. ¡Les encanta salir cuando hace sol, incluso cuando el suelo está cubierto de nieve! En realidad el invierno pasado jugaron en la nieve lo mismo que hacéis vosotros… ¡casi esperaba que me arrojasen bolas de nieve!

Los niños rieron.

—¿Y qué comen si se despiertan durante el invierno? —quiso saber Rory—. Esconden nueces, ¿verdad?

—Sí… nueces, bellotas, bayas —dijo Sacolín—. Pero olvidan con frecuencia dónde las han escondido, y algunas veces las encuentran los ratones y se apoderan de ellas. Es curioso ver a una ardilla nerviosa escarbando por los rincones y debajo de las hojas para hallar su tesoro escondido… ¡con el convencimiento de que lo puso allí! Y tal vez un ratón de ojos vivaces la observa desde algún hueco de un árbol sabiendo perfectamente que las nueces no serían nunca encontradas, ¡porque se las había comido él!

—¿Las ardillas se comen los huevos de los pájaros? —quiso saber Benjy.

—Algunas veces —fue la respuesta de Sacolín—. Y también son lo bastante osadas como para llevarse a los pajarillos para comérselos. La madre pájaro prudente, nunca permanece demasiado tiempo alejada de su nido en un bosque donde viven ardillas… sabe que sus pequeñuelos estarían en peligro si lo hiciera.

—También les gustan los hongos, ¿verdad? —dijo Rory.

—Algunas clases —replicó Sacolín—. Sabéis, a mí me encantan los hongos… y…

—¡Sacolín! ¡Pero si los hongos son venenosos! —exclamó Benjy horrorizado.

—Algunos son venenosos, y otros muy buenos para comer —repuso Sacolín sonriendo—. Aunque vosotros no vayáis a probar ninguno… ¡seguro que escogeríais los venenosos! Pero yo sé cuáles son buenos y con ellos me hago una comida deliciosa. Más adelante ya los comeréis conmigo. Pero lo que estaba diciendo es que algunas veces, cuando voy buscando esos hongos que me encantan, las ardillas al ver que los cojo vienen a regañarme… porque, claro, ¡ellas los quieren también!

—¡Me gustaría ver cómo le regañan! —exclamó Benjy.

—¡No sólo me gritan y golpean las ramas de los árboles con sus patas, sino que incluso bajan corriendo y me los quitan de la cesta! —dijo Sacolín.

—¿Nos avisará cuando haya ardillas pequeñas para verlas? —le pidió Rory—. Y a propósito, Sacolín… ¿en este bosque no hay ardillas «grises»? Sólo he visto rojas. En Londres hay muchas grises y también muy dóciles, aunque no son tan bonitas como estos rojas.

—Ésas son descendientes de las ardillas de América que soltaron en Londres hace años —explicó «el salvaje»—. Se extendieron hacia arriba, y ahora en muchos lugares han echado a la pequeña ardilla roja. Pero aquí todavía no tenemos ninguna gris… y espero que no las tengamos nunca, porque me gustan mis amiguitas rojas y no me agradaría que las echaran unas extranjeras de color gris.

Era agradable estar sentados en el bosque, escuchando el canto de los pájaros y contemplar los juegos de las ardillas. Pelusito no cesaba de subir y bajar del hombro de Sacolín, y su esposa también visitó a Benjy. Rory no fue tan afortunado. Olvidaba moverse con lentitud; por eso le evitaban. Al fin, viendo la desilusión reflejada en su rostro, Sacolín puso a Pelusito sobre el hombro de Rory.

Pelusito estuvo allí por espacio de dos segundos, y Rory encantado… pero luego se subió a un árbol en un abrir y cerrar de ojos.

—Sacolín, la semana que viene cumpliré once años —le dijo Benjy—. ¿Verdad que me voy haciendo mayor?

—Lo eres bastante —repuso Sacolín contemplándole sonriente—. ¿De manera que es tu cumpleaños? Bueno, me gustaría saber qué regalo quieres que te haga…

—¡Oh! ¡Yo no quiero ningún regalo! —exclamó Benjy al punto.

—Bueno, me gustaría obsequiarte de alguno manera —continuó Sacolín—. Piénsalo ahora… puedes escoger.

Benjy se puso a pensar, y al fin su rostro enrojeció y miró al «salvaje» con timidez.

—Pues —dijo y se detuvo—. Pues, Sacolín…

—Continúa. ¿Es algo tan difícil?

—¡Oh, no! —exclamó Benjy—. Verá…

—¡Yo sé le que quieres decir! —exclamó Rory compadecido de su hermano—. Nos lo ha dicho muy a menudo. Nada le gustaría más que pasar una noche con usted en su casa-árbol, Sacolín… y oír el ulular de las lechuzas, el rumor del río al pasar, y ver a las estrellas a través de la entrada de su casa.

—¿Es eso cierto, Benjy? —preguntó Sacolín complacido, y Benjy asintió.

—Espero que no lo considere demasiada frescura por mi parte —le dijo.

—¿Por qué? —preguntó Sacolín—. Muy bien… ése será mi obsequio de cumpleaños. Ven cualquier noche de la semana próxima, la más cálida. ¡Habrá luna y espero que tendremos varias visitas!

Benjy estaba emocionado. No podía haber deseado nada mejor, y Rory le contemplaba con envidia.

—¡Qué suerte tienes! —le dijo.

—¡Y que «lo digas»! —exclamó Benjy frotándose las manos de alegría. ¡Con qué ansiedad esperaría aquel obsequio!