CAPÍTULO XII

UNA MAÑANA EMOCIONANTE

Los niños se habían adaptado tan bien a su vida en la granja que les parecía que transcurrieron siglos desde que abandonaron Londres. Su padre y su madre se hallaban de viaje por América y no cesaban de llegar postales de alegres colores. Al principio les parecieron muy emocionantes y desearon haber ido a América también, pero pronto comenzaron a considerar los acontecimientos de la granja más importantes que la lejana América.

A finales de mayo, los niños tenían las piernas rollizas, las mejillas sonrosadas y habían crecido mucho. Penny crecía tanto que su tía pensó en comprarle ropa nueva.

—Enviaremos a Penny de regreso a Londres, y pediremos a tus amigas que le compren algunos trajes nuevos —dijo tío Tim, mas Penny pegó un respingo.

—¡Yo no quiero volver a Londres! ¡No quiero! No me pondré más que el traje de baño. ¡No quiero vestidos nuevos!

De todas formas algo había que hacer, de manera que Penny y Sheila subieron al carrito tirado por el pony para ir a la ciudad más próxima y comprarse ropas y zapatos a su medida.

Los niños con sus calzones cortos y sus jerseys podían pasar, de manera que se quedaron en casa, y en cuanto terminaron sus tareas se miraron mutuamente.

—Voto porque vayamos a ver al viejo Sacolín —dijo Benjy—. ¡Estoy deseando volver a sentir una ardilla en mi hombro! ¡iremos!

—Sí —respondió Rory limpiando un cubo antes de dejarlo en su sitio—. Se lo diremos al tío. Tal vez podamos llevarnos la comida.

Juana, la cocinera, les preparó una comida a base de bocadillos, en pocos minutos, y los niños se marcharon. El día era espléndido y los bosques del Brock seguían cubiertos de campanillas azules, y las madreselvas enviaban su delicioso perfume.

—¡Vainilla! —exclamó Rory.

—¡Coco! —dijo Benjy—. ¡Oh, mira… ahí hay una serpiente! ¡Chisss! Quieto, Rory. ¡Quiero ver si consigo que se me acerque!

Rory permaneció completamente inmóvil mientras Benjy comenzaba su «silbido para serpientes». Era un silbido curioso y al principio la serpiente pareció escuchar, pero luego se desenroscó y tras dirigir una extraña mirada a Benjy con sus ojos tan abiertos, se alejó lentamente.

—¡Nunca serás encantador de serpientes! —exclamó Rory riendo ante el rostro enojado de Benjy.

—Casi se me acerca —dijo Benjy—. Vi que lo estaba pensando. Era una serpiente de hierba como la primera que vimos Penny y yo.

Sacolín no estaba en su cueva y los niños se encaminaron o la casa-árbol que seguía tan extraña y preciosa como siempre. Los niños se asomaron al interior. Sacolín tenía ahora una cama de brezo y algunos cachivaches ordenados en una especie de estante.

—Sentémonos a esperar a Sacolín —dijo Benjy—. Estoy cansado.

De manera que se sentaron apoyándose contra la entrada de la casita verde. El sol brillaba entre los árboles y grandes manchas de sol se movían en el suelo a medida que el viento sacudía las hojas. Todo era paz y quietud.

De pronto un pato silvestre nadó hasta la orilla y subió a ella con sus fuertes patas.

—¡Qué curioso! —susurró Benjy—. Es un pájaro nadador pero no tiene membranas en las patas.

—¡Chisss! —exclamó Rory—. ¡Viene hacia aquí!

Y así era. Llegaba medio corriendo, medio andando hasta la casa-árbol como si fuera a llamar a Sacolín. De repente se detuvo al ver a los niños, y lanzando un grito, volvió corriendo a la orilla, se zambulló en el agua… ¡y desapareció!

—¡Se ha ido! —exclamó Benjy con asombro—. ¿Dónde está? Debe estar debajo del agua.

Una serie de pequeñas burbujas comenzó a aparecer sobre la superficie del agua y formaron un surco en el río.

—Debe ser el pato silvestre quien deja ese rastro —comentó Benjy—. Oh, mira… se ha detenido… y asoma sólo el pico. ¿Lo ves, Rory?

—Sí —replicó Rory—. Cállate ahora, Benjy. Veamos si llega alguien más. Esto es divertido.

Los niños no se movieron. En algún lugar un cerrojillo cantó su singular canción. Un mirlo, como cualquier compositor, compuso una nueva melodía para él solo. El viento movía los árboles y las manchas de sol danzaban en el suelo.

Rory le dio un codazo a Benjy. Dos ojos brillantes les miraban entre la hierba alta sin parpadear. Los niños permanecieron completamente inmóviles. Los ojos les seguían mirando… y luego un hocico castaño olfateó el aire para percibir el olor de los niños. En cuanto esto ocurrió, los ojos y el hocico desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos y por un momento vieron su cola que no tardó en desaparecer también.

—Otro de los amigos de Sacolín, supongo —susurró Benjy—. Me pregunto quién era. Creo que algún ratón.

—¡Chiss! Mira allí —susurró Rory inclinando ligeramente su cabeza hacia la derecha, y Benjy obedeció. Un pato salvaje con toda la belleza de su nuevo plumaje de verano acababa de salir del agua y se estaba aseando bajo el sol que al caer sobre sus brillantes plumas hacía que sus colores semejasen los del arco iris. El pato oyó a los niños y miró hacia ellos pensando que el ruido lo había hecho Sacolín. Luego se acomodó en la orilla, al sol, y metiendo la cabeza bajo el ala, se puso a dormir.

Un gran pez saltó en el agua tras una mosco. Los niños pegaron un respingo.

—Mira qué moscas más extrañas, Benjy —susurró Rory—. Tienen tres colas como cerdas tiesas en la parte de atrás. ¿Qué son?

—Moscas de mayo —musitó Benjy orgulloso de sus conocimientos—. A los peces les encantan. Deben ser las primeras. Mira… ahí salta otro pez para cazarlas. ¿Ves cómo las moscas se elevan juntas en el aire cuando el pez salta y luego descienden todas a la vez? Parece como si bailasen, ¿verdad?

Un petirrojo fue a posarse junto a los niños mirándoles con la cabeza ladeada. Tenía unos ojos valientes y se fue aproximando a saltitos sobre sus patas delgadas. Luego abrió el pico, esponjó su garganta, y se puso a cantar una canción tan rica y melodiosa que los dos niños quedaron encantados. Una hoja muerta fue a caer sobre el pajarito, que tras hacer una especie de reverencia y saludo, extendió sus alas para volar hasta una rama cercana desde donde vigilar.

—Oye, Rory, ¿no sería maravilloso vivir en una casa que crece como la de Sacolín, y conocer todas estas criaturas? —dijo Benjy con envidia—. ¿Qué veremos ahora?

¡Pues vieron un gazapo! Había desobedecido órdenes y salido a la luz del día en vez de aguardar al oscurecer. Tal vez quisiera hablar con su amigo Sacolín… de todas formas allí estaba, a los pies de los niños mirándoles con ojos sorprendidos.

—¡«Oh»! —exclamó Benjy—. ¡Eres como un conejito de juguete que tenemos en casa! ¡Ven aquí… ven aquí!

Pero ante la sorpresa del niño el conejo desapareció con la misma rapidez con que hiciera acto de presencia… vieron un instante su rabito corto… y luego ya no estaba.

Un cisne avanzaba majestuoso por el arroyo con sus blancas alas curvadas hacia atrás y la cabeza erguida para mirar a un lado y a otro con orgullo.

—Me recuerda uno de esos barcos veleros —observó Benjy—. ¿No es maravilloso? Mira sus grandes patas moviéndose a su espalda, Rory, actúan como remos.

El cisne al oír la voz de Benjy volvió la cabeza hacia la orilla con aire interrogador, y pensando que Sacolín estaba allí con alguna golosina para él, dirigióse majestuosamente hacia la verde orilla. Tras sacudir sus alas y ascender con torpeza el ligero desnivel, se fue acercando a los niños.

A decir verdad, Rory estaba bastante asustado. El cisne era muy grande, y no le agradaba mucho tenerle tan cerca. Pero Benjy, como de costumbre, sentíase feliz al tener algo vivo junto a él. No hizo movimiento alguno, excepto para sacar un bocadillo de su paquete. Se lo ofreció al cisne con gesto reposado.

El cisne lo cogió rápidamente con su pico; lo dejó en el suelo, lo estuvo picoteando, y al fin lo engulló entero. Alzó la cabeza en busca de más.

—Dale uno de los tuyos, Rory —le dijo Benjy. ¡Mas Rory tenía verdadero miedo al pico del cisne! De manera que Benjy tuvo que darle otro de sus bocadillos.

Al cisne le gustaron, y quería más.

—Oh, no, mi querido glotón y hermoso cisne —le decía Benjy alargando su mano para pasarla suavemente por el gracioso cuello del cisne—. Yo quiero mi comida, ¿sabes?… ¡y ya te has comido buena parte de ella!

El cisne picoteó el paquete de bocadillos de Benjy y lo abrió todo. Benjy trató de salvarlos, pero fue inútil.

—¡Oh, Benjy! ¡Haz que se marche! —exclamó Rory temeroso de que también diera cuenta de su comida—. Es demasiado glotón. Hazle marchar.

—Bueno, ¿y cómo se echa a un cisne sin enfurecerle o asustarle? —preguntó el pobre Benjy mirando con desmayo su comida estropeada—. ¡Cielos! Ahora se ha apoderado de mi chocolate. Cisne, vete. Vete a nadar al río. ¡Estás tan hermoso allí!

El cisne se acercó todavía más, y Benjy se preguntaba si se vería con valor para empujarle. Lo intentó… pero el cisne tenía más fuerza que él y le tiró al suelo.

Entonces Rory tuvo una buena idea, y cogiendo uno de los bocadillos de Benjy lo arrojó a cierta distancia. El cisne fue tras él. Luego Rory le lanzó otro bocadillo algo más lejos, y el cisne corrió a cogerlo. Ya no quedaban más bocadillos de Benjy, de modo que Rory tuvo que comenzar con los suyos. Le arrojó uno al agua.

El cisne lo miró y luego se volvió para sisear a Rory, como si le dijera: «¡Mal tiro! ¡Ahora tendré que ir a buscarlo!».

Se deslizó sobre la hierba de la orilla y se metió en el agua chapoteando. En el acto convirtióse de un patoso caminante en un gracioso nadador que los niños contemplaron con admiración. Rory tuvo que arrojarle la mitad de su comida antes de que el hermoso pájaro blanco quedara satisfecho y se alejara por el río definitivamente.

—¡Vaya! —exclamó Rory—. Convengo en que es divertido conocer a todos los amigos de Sacolín… pero yo creo, Benjy, ¡qué prefiero los tímidos!

—¡Tirri-li! —cantó el petirrojo desde su rama, y voló casi hasta los pies de Rory para picotear una migaja.

Los niños le observaban cuando oyeron reír a alguien. ¡Las risas continuaron… y luego Benjy vio a Sacolín tumbado sobre una rama de un árbol cercano!

—¡Sacolín! —exclamó—. ¿Ha estado ahí todo el tiempo?

—Sí —replicó Sacolín—. He querido ver si mis amigos simpatizaban con vosotros… pero no he podido por menos de reírme con el cisne. Le habéis gustado demasiado, ¿no?

—Nuestra «comida» es lo que le ha gustado demasiado —repuso Benjy con mala cara—. Pensábamos haber traído suficiente para usted también, Sacolín… pero ahora apenas si queda para uno de nosotros.

—Hoy comeréis conmigo —replicó Sacolín bajando ágilmente del árbol—. ¡Esta mañana he salido de caza y he encontrado toda clase de extrañas y deliciosas raíces, hojas y brotes! ¡Aguardad a que os las prepare!

Los niños observaron cómo Sacolín mondaba raíces de todos los colores y formas. Luego echó las hojas en su puchero. Los niños apenas conocían algunas.

—¿Vamos a comer ortigas? —le preguntó Benjy desolado—. ¿No nos picará la lengua?

—¡Espera y verás! —dijo Sacolín riendo—. ¡Mirad… chupad esto mientras tanto!

Y entregó a los niños lo que parecían brotes tiernos de zarza rosa. Los había pelado y quitado las espinas. Los niños se los llevaron a la boca sin que les agradase la idea de masticarlos… pero ante su sorpresa tenían un sabor delicioso.

—Yo nunca me atrevería a masticar tallos, hojas y raíces por miedo a envenenarme —observó Benjy.

—Muy cierto —repuso Sacolín poniendo el puchero encima del fuego que había encendido fuera de su casa verde—. Muchas cosas son venenosas… y muy pocas son buenas para comer… a menos que las conozcáis como yo, jamás debéis hacer experimentos tontos.

Hicieron una comida extraña, pero deliciosa. Quedaba chocolate suficiente para todos, y al parecer a Sacolín le gustaba tanto como a los niños.

—Las niñas han ido a comprarse vestidos nuevos —comentó Benjy—. ¡Son como los animales y pájaros… necesitan ropa nueva en la primavera!

—Y muy bonita además —repuso Sacolín—. Me encanta ver a los pájaros con sus brillantes abrigos de primavera y ver cómo los animales se reaniman y cobran vivacidad.

Un ligero ruido hizo que los niños alzaran la cabeza viendo a una ardilla roja que estaba en una rama sobre sus cabezas. Sacolín sonrió.

—Está enfadada conmigo porque he cogido algunos brotes jugosos que tanto le gustan —dijo «el salvaje».

La ardilla lanzó un ligero gritito y golpeó la rama con su pata. Luego se alejó.

—Está construyendo un nido para su esposa —explicó Sacolín—. ¿Os gustaría verlo?

—¡Oh, «sí»! —exclamaron los niños sabiendo que eso significaba trepar a un árbol—. ¡Vamos, Sacolín…! ¿Dónde está?