EL MINERO CON ABRIGO DE TERCIOPELO
El sol calentaba de firme en el campo. Cerca, había una loma donde las primaveras crecían formando grandes manchas amarillas, y las violetas blancas llenaban el aire con su aroma. Sacolín sentóse en la loma y los niños le rodearon. Las dos ardillas permanecieron quietas y sus ojos brillantes lo miraban todo.
—Bien —comenzó a decir Sacolín—. Aquí están trabajando los topos. Vi su trabajo cuando pasé por aquí esta mañana. Si nos estamos quietos un rato veremos cómo sacan la tierra y tal vez consiga enseñaros uno de ellos. Ahora, quietos.
De manera que todos permanecieron inmóviles como estatuas. La ardilla de Sacolín olfateaba sin cesar los cabellos de Penny, y la niña estaba encantada, y a pesar de que le hacía cosquillas, no se movió. La ardilla de Benjy frotaba sus bigotes contra su oreja, cosa que le producía una agradable sensación.
De pronto, Sacolín señaló con el dedo. El campo estaba surcado aquí y allí de túneles hechos por los topos, y pequeños montículos de tierra… pero mientras los niños observaban, un nuevo túnel iba apareciendo poco a poco. La hierba era impulsada hacia arriba como si algo la presionara desde abajo.
—Ahí hay un topo trabajando —observó Sacolín—. Y ése está muy cerca de la superficie. Aquí el suelo es rico y esponjoso, de manera que los topos no profundizan mucho. No os mováis y veré si os lo cojo.
Lo que ocurrió a continuación fue tan rápido que los niños apenas pudieron verlo. Sacolín se arrodilló junto al pasadizo recién abierto, y en uno de sus extremos. Se oyó arañar y patear… y al fin Sacolín dio media vuelta con las manos cubiertas de tierra… ¡y entre ellas debatiéndose, había un pequeño cuerpecillo cubierto de terciopelo gris oscuro! No hizo el menor sonido y los niños le rodearon para verle.
—Quieto, topito —le dijo Sacolín acariciando con su manazo morena el cuerpo que se debatía. A los pocos instantes el topo dejó de resistirse y permaneció quieto. Las dos ardillas tras olfatear al topo con disgusto, se volvieron a los bosques, ante la desilusión de Benjy.
—¡Aquí está nuestro pequeño minero! —exclamó Sacolín—. Acariciadle; Tocad su piel suave como el terciopelo. Mirad como crecen sus pelos, espesos y derechos, y no en una dirección como los del perro o del gato. Puede ir hacia adelante o hacia atrás a placer, ¿veis?, sin que su pelaje se coloque en «dirección contraria». Esto es muy importante para él en su túnel subterráneo.
—¿Dónde tiene los ojos? —preguntó Penny acariciando al rollizo minero.
—Escondidos en su piel —repuso Sacolín—. Bajo tierra no tiene que utilizarlos, y rara vez sale a la superficie. Pero mirad la parte más importante de su persona…, sus patas delanteras.
¡Penny las miró esperando ver un par de palas! Vio un par de manos abiertas cuyas palmas miraban hacia arriba para excavar. Eran unos manos muy grandes para un ser tan pequeño y estaban dotadas de fuertes uñas. Penny supo ver lo bien que las empleaba el topo en la tierra.
Rory tocó suavemente las patas del topo que al instante se movieron como si excavaran, y su hocico largo se estremeció.
—Qué hocico más largo tiene —observó Sheila—. ¿Para qué lo utiliza? ¿Para olfatear su comida?
—Sí… y para lanzar la tierra cuando la ha aflojado con sus patas —dijo Sacolín—. Cuando le visteis trabajando hace un rato, estaba aflojando la tierra y luego la apretaba con su hocico hacia arriba… y por eso iba apareciendo esa protuberancia en la superficie del campo. También tiene buen sentido del olfato y su hocico le resulta muy útil.
El topo comenzó a debatirse otra vez y Sacolín le acarició suavemente.
—Lo dejaremos aquí, donde la tierra es blanda —dijo—. ¡Y entonces topito os enseñará cómo utiliza sus pezuñas!
Sacolín dejó el topo en el suelo, que al momento se puso a trabajar en la tierra blanda. ¡Cómo excavaba con sus patas delanteras! La tierra parecía esfumarse debajo del topo… ¡y al poco rato aquella criatura de terciopelo había desaparecido por completo bajo tierra!
—¡Ojalá yo pudiera hacerlo! —exclamó Rory—. ¡Meterme en la tierra y desaparecer! ¡Parece tan sencillo!
—¿Y qué es lo que busca el topo al hacer el túnel? —quiso saber Penny—. ¿Y por qué lo hace, Sacolín? ¿Le gusta vivir a oscuras bajo tierra?
—No piensa si le gusta o no —replicó Sacolín—. ¡Su alimento está ahí… y para conseguirlo horada la tierra! Come gusanos de tierra, larvas de todas ciases… escarabajos… y si olfatea culebras o babosas en la superficie de la tierra, sale a cazarlas también.
—¿Tienen nido o madriguera? —preguntó Rory observando cómo iba apareciendo otro túnel en el campo que tal vez fuera hecho por su amigo topo.
—Sí… construye un hermoso nido —dijo Sacolín—. Ya os lo enseñaré durante el camino de regreso. Es una gran colina, como veréis.
—¿No es curioso pensar que esos topos construyen una especie de mundo subterráneo bajo nuestros pies? —comentó Sheila—. Supongo que los que construyen los «Metros» los copiarán de los topos y conejos.
—No me sorprendería —dijo Sacolín—. Ya sabéis que los topos tienen un sistema propio de caminos principales y carreteras en los campos… caminos que ellos conocen tan bien como nosotros conocemos nuestras carreteras. De estos caminos principales parten ramales para ir de caza, y túneles para encontrar alimentos. Pero siempre que lo desean vuelven al camino principal. ¡Algunas veces he excavado una de estas avenidas principales de los topos, que son casi de la medida del cuerpo de un topo, y están endurecidas y suaves por el roce continuo de los topos que la atraviesan apresuradamente!
—¡Un auténtico mundo de su exclusiva propiedad! —observó Benjy deseando ser lo bastante pequeño como para correr por el túnel de un topo, sus avenidas, sus desviaciones y ver cómo se entrecruzaban—. ¿Dónde está el nido del topo, Sacolín?
—¡Vamos a verlo! —les dijo su amigo y los niños le siguieron por el campo. Sacolín se detuvo para indicarles un arbusto. Semiescondido entre las zarzas había un montículo de tierra de un palmo de alto y tres de diámetro—. Aquí es donde anida nuestro amigo de terciopelo —explicó Sacolín—. Dentro encontraréis su cámara, y encima pequeños túneles que conducen arriba, y a través de los cuales expulsa la tierra que excava al hacer su nido. Esta colina está hecha con tierra. Este topo es un tipo muy listo, ¿no os parece?
—Sí —dijo Rory, que hubiese deseado ver el interior del nido—. ¡Bueno, ahora ya sabré lo que son esos montículos cuando los vuelva a ver! El otro día vi uno y no pude imaginar qué era.
—Ahora debéis marcharos —les advirtió Sacolín—. Se está haciendo tarde.
Los niños echaron a correr… pero no habían llegado muy lejos cuando Benjy se detuvo.
—¡Qué fastidioso! —dijo—. Sacolín no nos dijo lo que debíamos decirle a tío Tim… seguro que él tiene alguna cosa buena que decir a un granjero referente a un topo.
—Bueno, ahora no podemos volver a preguntárselo —repicó Rory impaciente—. Llegaríamos tarde. Ya pensaremos algo nosotros. ¡Sabemos todo lo que respecta a los topos!
De manera que todos pensaron intensamente durante el camino de regreso. Tío Tim estaba en el patio.
—¡Bien! —exclamó—. ¿Habéis estado cazando topos?
—¡Sí! —repuso Rory—. Hemos visto un topo y cómo trabaja.
—¡Y lleva abrigo de terciopelo, tío! —exclamó Penny.
—¿Y Sacolín tiene algo bueno que decir de esa criatura indeseable? —exclamó tío Tim riendo—. Esta mañana he ido a buscar al cazador de topos y vendrá pronto con sus trampas.
—¡Olvidamos preguntar a Sacolín lo que habíamos de decirte! —explicó Benjy—, pero, tío, los topos comen gusanos… ¿No es eso una buena cosa para ti?
—No —repuso tío Tim al punto—. Los gusanos de tierra son buenos para nuestros campos.
—¡Oh! —dijo Benjy—. Bien, ¿qué me dices de nuestros escarabajos, larvas y babosas?
—¡Ah, ahora me gustas! —exclamó tío Tim—. Sí… doy gracias a cualquier criatura que me libre de esas plagas. ¡Destruyen muchas buenas cosechas!
—¡Y tío, hacen túneles por debajo de los campos! —intervino Rory—. ¡Seguro que eso ayuda a su drenaje!
—Muy cierto —repuso tío Tim.
—Y yo creo que es muy bueno el que saquen la tierra de debajo al aire —Benjy habló con solemnidad—. Así se ventila convenientemente.
Tío Tim reía a más y mejor.
—¡Estás hecho todo un granjero, Benjy! Vamos adentro. Me has dicho cosas muy sensatas… pero, de todas formas, ¡voy a limpiar mis campos de topos, aunque tenga que hacer venir cada semana un cazador!
¿Pero qué pensáis que dijo Sacolín cuando Benjy se lo contó? Pues dijo: «Ningún cazador es capaz de limpiar un campo de todos los topos, Benjy… ¡ni jamás lo hará!»
—¿Por qué no? —quiso saber Benjy—. ¿Es que no puede?
—¡Él puede atrapar a todos los topos grandes! —explicó Sacolín—. Pero «deja los pequeños en el nido de la madre». ¿Es que acaso un cazador va a quitarse a sí mismo el sustento? No, Benjy, no… siempre quedan algunos para que crezcan y tengan familia… ¡y así vuelven a llamar al cazador!
Y cuando el cazador de topos vino a poner sus trampas, Benjy se consoló pensando en la cantidad de nidos de topos esparcidos por todas partes bajo tierra. Los pequeños pronto crecían, y una vez más los túneles bajo los campos se llenarían de vida y los cuerpecitos de terciopelo irían de un lado a otro en su interminable búsqueda de gusanos y larvas.