LA CASA-ÁRBOL DE SACOLÍN
Una mañana, cuando los niños bajaron a desayunar, oyeron que tía Bess se lamentaba.
—Mi hermoso césped está completamente estropeado —decía—. ¡Miradle!
Los niños miraron la hierba. Era un hermoso césped y su tía estaba muy orgullosa de él, pero desde luego, aquella mañana tenía un raro aspecto.
—¡Hace subidas y bajadas! —exclamó Penny sorprendida—. Parece como si alguien hubiese estado haciendo túneles por debajo, y arrojado al exterior la tierra formando pequeños montículos. ¿Qué ha ocurrido, tía Bess?
—¡Será mejor que se lo preguntéis a vuestro amigo Sacolín! —replicó tío Tim alzando la vista de su periódico—. No me cabe duda de que llamaría a una buena pandilla de pillastres que han estropeado el césped y dejaría que os contasen un bonito cuento… pero lo que «yo» digo es esto… ¡voy a traer al cazador de topos para que atrape a esos indeseables que están minando mi césped y mis campos también!
—¡Oh… de manera que han sido los topos! —dijo Rory—. Bueno, hasta ahora nunca les había visto trabajar. Ni siquiera sé qué aspecto tienen.
—Yo sí —intervino Benjy—. Están hechos para excavar túneles, ¿verdad, tío Tim? Sus patas delanteras son auténticas palas.
—¡Palas! —exclamó Penny sorprendida—. ¿Te refieres a las que llevamos a la playa? Los otros rieron.
—No seas tan niña, Penny —dijo Rory—. Benjy se refiere a que sus patas «actúan» como palas. Esta mañana iremos a ver a Sacolín y le haremos unas cuantas preguntas.
—Y decidle que me sorprendería que pudiese encontrar algún trabajo útil para los topos en cuanto a los granjeros se refiere —dijo tío Tim—. ¡Son unos animalejos indeseables!
Los niños estaban contentos por tener una excusa para ir a visitar a Sacolín. Habían estado ocupados en la granja durante dos o tres semanas y cuando «fueron» en busca de su amigo no le encontraron por ningún sitio. Tal vez hoy tuvieran más suerte. De manera que después de haber realizado todas sus tareas de alimentar a los animales de la granja, recoger los huevos, poner agua fresca a las gallinas y demás, los niños salieron en busca del «salvaje».
Pero también esta vez la cueva estaba vacía y sin el menor rastro de Sacolín.
Los niños estaban decepcionados.
—Puede que haya dejado de ser «salvaje». Quizá se ha domesticado —dijo Penny.
Sheila rió por lo bajo.
—Qué tonterías dices, Penny —exclamó.
El sol calentaba de firme. Los pinzones gorjeaban alocados y las alondras cantaban su sibilante son en lo más alto del cielo. Aquella música cayó sobre los niños mientras pensaban en Sacolín.
—Me gustan las alondras —dijo Sheila mirándolas—. Si yo fuera pájaro volaría lo más alto que pudiera para cantar. Escuchad esa alondra… ¡casi podemos coger su canción mientras cae desde el cielo!
Penny extendió las manos para coger las notas de la canción y los otros se echaron a reír.
—Vamos —propuso Rory—. No podemos quedarnos aquí toda la mañana. Caminemos un poco, llamándole. Tal vez Sacolín nos oiga y nos conteste.
De manera que de cuando en cuando llamaban a Sacolín… hasta que, por fin, en la distancia oyeron su grito de respuesta.
—¡Es el viejo Sacolín! —exclamó Benjy encantado y los cuatro niños corrieron por entre los brezos y helechos hacia donde sonara el grito. Sacolín les llamaba a intervalos para guiarles… y pronto llegaron a su escondite.
Era junto a un remanso del río… un lugar tranquilo donde paseaban los patos silvestres, y los peces saltaban cazando moscas.
—Un lugar muy del gusto de Sacolín —pensó Benjy.
Su amigo estaba allí, y sobre el hombro llevaba una ardilla roja, de espesa cola y ojos negros y brillantes. Al ver a la ardilla los niños dejaron de correr caminando tranquilamente. Habían aprendido lo suficiente sobre los animales para saber que hasta los más domésticos son enemigos de una llegada demasiado repentina.
La ardilla roja no abandonó el hombro de Sacolín quien sonrió a los niños.
—Hola —les dijo—. Me preguntaba por dónde andaríais. Hace mucho tiempo que no os he visto.
—Hemos estado ayudando a nuestros tíos —dijo Rory—. Y cuando fuimos a buscarle, no le encontramos. Pero ahora que hemos conseguido verle, me alegro.
Sacolín estaba ocupado en algo. Penny observó lo que hacía.
—¡Sacolín! —exclamó—. ¿Está usted haciendo una casa?
—Sí… ¡una casa-árbol! —replicó Sacolín—. Siempre vivo en un árbol durante los meses cálidos. Ésta es la casa que hice hace dos años… la estoy arreglando para que ahora vuelva o servirme.
—¡Pero la casa crece! —dijo Sheila mirándola—. ¡Oh, Sacolín!, ¿de verdad vive en una casa que crece?
—¿Y por qué no? —replicó Sacolín—. ¡Si mis paredes brotan y mi tejado echa hojas, tanto mejor!
Era una casa extraordinaria. Sacolín había plantado sauces muy juntos y usaba sus troncos como paredes, entrecruzando sus ramas más altas para hacer el tejado. Entre los troncos de los sauces había entretejido sus ramas más largas tapando todas las grietas y agujeros con cebo y musgo. Era una casa de lo más acogedora.
¡Pero tenía vida y crecía! Eso era lo que sorprendía a los niños. El tejado era de hojas verdes, y en las paredes también crecían hojas y brotes, Sacolín estaba ocupado en ordenar las ramitas nuevos para que su casa estuviera aseada.
—¡Oh, si yo hubiera podido ayudarle a construir su casa! —exclamó Benjy—. Ojalá yo tuviese una casa como ésta. ¿Dónde está la puerta, Sacolín?
—No hay puerta —repuso «el salvaje»—. La porte sur está abierta al viento y al sol. Allí hay una mampara de ramas tejidas que algunas veces utilizo para cerrar la casa… pero yo no necesito puerta.
El río discurría junto a la casa de Sacolín murmurando al posar, y las primaveras crecían casi hasta la misma entrada. Los cuatro niños miraban y miraban… era como una casa de un cuento de hadas.
Penny entró en la casa en cuyo interior no había más que unos pocos cacharros y una manta vieja.
—¿Vas a poner una cama, Sacolín? —le preguntó.
—Puedes hacérmela tú si quieres, Penny —le dijo Sacolín—. Todo lo que necesito es una buena cantidad de brezo seco. ¡Huele tan bien por la noche!
—Penny puede hacerle la cama en un momento —dijo Sheila desenvolviendo un paquete que llevaba—. Primero tenemos que comer algo. Mire, Sacolín… pastel de chocolate hecho ayer por mi tía Bess. Es para nuestra comida. ¿Quiere un poco?
—Me gustaría mucho —repuso Sacolín al ver que había un pastel entero, y sacando su cuchillo cortó unos pedazos enormes—. Sentémonos junto al río y charlemos.
La ardilla roja había seguido sentada en el hombro de Sacolín todo el tiempo, y al ver el pastel lanzó un curioso ruidito.
—¡A ti no te gusta el pastel, Pelusita! —exclamó Sacolín. La ardilla cogió un pedacito de pastel y saltando del hombro del «salvaje» desapareció con su presa detrás de un árbol.
—Volverá —dijo Sacolín al ver el rostro desilusionado de Benjy—. ¡Y probablemente con una amiga, o no conozco a doña Pelusita!
Los niños deseaban que así fuera, y comiendo aquella deliciosa tarta de chocolate, continuaron hablando con Sacolín.
—Sacolín, tío Tim está muy enfadado porque los topos le han minado el césped —explicó Benjy—. Y dijo que le sorprendería que usted encontrase algo bueno que decir de los topos en cuanto a los granjeros se refiere.
—¿De veras? —dijo Sacolín—. Bien, ya veremos. Terminad el pastel e iremos a visitar a algunos topos que conozco.
Penny casi se atraganta de emoción. La verdad es que no se podía mencionar ninguna criatura que no fuese amiga de Sacolín.
—¡Creo que si usted viviera en la selva todos los tigres le seguirían como perros! —dijo con la boca llena.
—Me sentiría un tanto incómodo con los tigres tras de mí todo el día —repuso Sacolín riendo—. ¿Habéis terminado? Bien, entonces, vamos.
Cuando ya se marchaban regresó la ardilla roja… con otras dos más.
—Demasiado tarde, Pelusita, demasiado tarde —dijo Sacolín meneando la cabeza—. El pastel se ha terminado.
—¡No, Sacolín, no todo! —exclamó Benjy—. Yo he reservado un poco por «si acaso Pelusita» regresaba con alguna amiga. ¡Aquí tenéis un pedazo de pastel, ardillitas!
Y ante el regocijo de Benjy las tres ardillas se lanzaron sobre su mano extendida. Una se sentó sobre sus patas traseras olfateando el pastel. Otra saltó al hombro de Sacolín… ¡y cielo santo, la tercera subió por la espalda de Benjy y se sentó en su mismo cogote! Benjy estaba tan emocionado que no se atrevía a moverse. Permanecía inmóvil, semihechizado, con los ojos brillantes.
—¡Bueno, parece que Benjy se ha convertido en estatua! —dijo Sacolín riendo—. ¡Vamos Benjy… la ardilla seguirá encima de ti aunque andes! Le gustas.
—¡Oh, ojalá le gustase yo también! —exclamó Penny. Y Rory y Sheila desearon lo mismo. Benjy echó a andar… un poco rígido al principio por temor «a que la ardilla se asustase y se marchara». Luego, al acostumbrarse al bulto cálido y peludo que llevaba en su cuello, caminó normalmente y la ardilla conservaba el equilibrio con facilidad.
—La tercera se ha ido —dijo Penny—. Ojalá se hubiese quedado con nosotros y me hubiese dejado llevarla.
Dejaron atrás la extraña casa viviente para seguir a Sacolín, que abandonando el río les llevó a un campo de hierba… lleno de montículos, y túneles practicados por multitud de topos.
—¡Y ahora atroparemos a uno de esos mineros de terciopelo y veremos lo que tiene que decirnos! —exclamó Sacolín.