CAPÍTULO VIII

SACOLÍN Y LAS SERPIENTES

Penny, Rory y Sheila no se cansaban de oír contar a Benjy su tarde con Sacolín. Y decidieron contárselo también a sus tíos.

Tía Bess y tío Tim estaban atónitos…

—Iré a ver a ese extraño individuo —dijo tío Tim—. Será mejor que compruebe si es persona digna de acompañaros.

De modo que fue. Los niños se enojaron bastante.

—¡Supongamos que tío Tim dice que no debemos ir con él! —exclamó Benjy—. ¡La verdad es que no podré obedecerle! ¡Me gusta tanto Sacolín, y tengo intención de aprender todo lo que pueda enseñarme sobre sus amigos los animales y los pájaros!

—No puedes desobedecer a tío Tim —dijo Penny—. Estamos en su casa. «Debemos» hacer lo que él diga.

Afortunadamente para los niños a tío Tim le gustó Sacolín.

—Es un sujeto extraño —le dijo a tía Bess—. Dice que no le agrada como se comportan los hombres entre sí, y que por eso prefiere vivir con los animales. Dice que puede confiar en «ellos». Bueno, sus ideas sobre conejos y zorras no son las mías. Él no quisiera hacer amistad con esos fastidiosos conejos, si estropearan sus cosechas como estropean las mías… ¡y tampoco pensaría que la zorra es una criatura tan estupenda si hubiese matado a sus pollitos! Bien, todos no pensamos igual, y no hará daño a los niños aprender algo de las costumbres de nuestros animales y pájaros. ¡Penny quería saber el otro día si las cabras ponen huevos!

Rory, Sheila y Benjy se desternillaban de risa. Penny enrojeció.

—No debieras contar esas cosas de mí, tío —le dijo.

—No, es cierto —repuso tío Tim acariciando su cabeza—. ¡No te importe! Podría hacerte reír si te contase las cosas que los otros me han dicho también. Vamos a ver… ¿Quién me preguntó dónde estaba el estanque de los pavos?

Ahora fue Sheila la que se puso como la grana. Tía Bess se echó a reír.

—Bueno, no se puede pedir a los niños de la ciudad que sepan gran cosa —dijo—. Les encantará que Sacolín pueda enseñarles algo. Tú y yo estamos demasiado ocupados para hacerlo.

—La próxima vez que vaya, he de llevar a Penny —explicó Benjy—. Le toca a ella. ¿Puedo llevarla, tía Bess?

—Benjy va a ir más veces que nadie —gruñó Rory.

—Bueno, será mejor que vayas ensayando el hablar en voz baja —dijo Benjy—. Tú y Sheila sois demasiado ruidosas. ¡Un conejo se iría a un kilómetro de distancia en cuanto os oyera llegar!

—Benjy, ¿cuándo podemos ir a ver a Sacolín? —preguntó Penny con interés—. ¿Podemos ir hoy?

—¡Hoy no! —exclamó tía Bess—. Me parece que va a llover. Esperad a que haga un buen día de sol.

Dos días más tarde el sol brillaba calentando como en julio. Marzo había comenzado como un león, y se iba como un cordero.

—Hoy es el último día de marzo —dijo Benjy—. Si quieres iremos a buscar a Sacolín, Penny. Vayamos esta mañana.

De modo que se encaminaron hacia la cueva de la colina. Pero Sacolín no estaba allí. La cueva estaba vacía.

—¡Qué fastidio! —exclamó Penny—. ¿Dónde supones que estará?

—¡Mira! ¿No es Sacolín el que está allá abajo? —dijo Benjy oteando a lo lejos con sus ojos sagaces—. Sí, él es. Está cerca del estanque donde me caí aquel día, Penny. Vamos.

Bajaron la ladera de la colina encaminándose al lugar donde estaba sentado Sacolín. Al acercarse él lanzó la mano para detenerles… pero fue demasiado tarde. Vieron el rápido movimiento de un animal que desaparecía.

—¡Oh, lo siento, Sacolín! —dijo Benjy—. No lo sabía.

—Volverá —repuso Sacolín—. Hola, Penny. ¿Está mejor tu brazo?

—Sí, gracias —repuso Penny—. ¿Cuál es ese animal que va a volver, Sacolín?

—Una serpiente.

Penny lanzó un grito de terror.

—¡Oh! ¡Una serpiente! ¿De verdad? Oh, no deje que Vuelva. Me picará.

—No seas tonta, Penny —le dijo Sacolín en tono tan enfadado que Penny se sintió realmente herida—. Las serpientes no pican… muerden. Y ésta ni siquiera muerde. Pero no necesitas esperar a que vuelva si no quieres. Vete por ahí a jugar y Benjy y yo aguardaremos su vuelta.

Penny miraba a Sacolín.

—Yo creía que las serpientes eran unas criaturas horribles —dijo—. La gente siempre se estremece cuando se habla de serpientes. Siempre les he tenido miedo.

—Bueno, pues continúa teniéndoselo —le dijo Sacolín—. ¡Si prefieres estremecerte cuando se hable de serpientes, hazlo! ¿Y qué dices tú, Benjy?

—Oh, yo quiero quedarme, por favor —suplicó Benjy—. Quiero saber cómo avanzan las serpientes sin pies. Quiero saber cómo cambian la piel. Yo…

—Y yo también —intervino Penny enjugándose las lágrimas—. No se enfade conmigo, Sacolín. Sólo estaba diciendo lo que dice la gente.

—¡Y ésa es la tontería mayor que puedes hacer! —exclamó Sacolín alargando el brazo para atraer hacia sí a la niña—. No escuches lo que diga la gente. Descubre las cosas por ti misma. Dicen que las serpientes pican, ¿no? Bueno, pues pregúntaselo a alguien que «lo sepa» de verdad. Ahora me dirás que te dan miedo las arañas.

La verdad es que a Penny le daban miedo las arañas… pero más temía el decírselo a Sacolín en aquel momento. De modo que no dijo nada, y se sentó en el suelo junto a él.

Se oyó un ligero rumor, y una larga serpiente se acercó silenciosa a Sacolín, moviendo su cuerpo de un lado a otro. Penny estaba ton excitada que se olvidó por completo de hacer lo que estaba segura de haber hecho… y que era estremecerse. Permaneció tan quieta como los otros.

Sacolín comenzó a silbar a la serpiente que le miraba con sus ojos tan abiertos. Benjy vio que sus ojos carecían de párpados, de modo que la serpiente no podía cerrarlos, ¡aunque hubiese querido!

La serpiente sacó su lengua negra y la pasó rápidamente por la mano morena de Sacolín. Era una lengua extraña que se bifurcaba en dos puntas.

Penny lanzó un grito.

—¡Está sacando su aguijón! —exclamó.

La culebra silbó comenzando a alejarse. Sacolín siseó suavemente y la culebra volvió a acercarse sacando y metiendo su lengua de doble punta.

—Eres una niña tontita, Penny —le dijo Sacolín—. Eso es la lengua de la serpiente. La utiliza para tantear las cosas… le gusta pasar su lengua por los alimentos antes de comerlos para advertir su forma. Está partida en dos para ayudar a palpar las cosas con facilidad… su lengua bifurcada es como dos dedos sensibles. Que no te oiga volver a decir que es un aguijón.

—No, Sacolín —dijo Penny contenta de que «el salvaje» no estuviese enfadado con ella.

Benjy acercó lentamente su mono a la de Sacolín, y la serpiente pasó su lengua por sus dedos. ¡La cara de Benjy era todo un poema! ¡Resplandecía de gozo! ¡Pensar que una serpiente había llegado a ser su amiga hasta el punto de hacerle aquello!

—Ésta es una serpiente de hierba, una gran amiga mía —dijo Sacolín—. Durante tres años ha venido a mí. Miradla bien. Su familia es odiada por el hombre, pues la gente las mata en cuanto las ve.

—¿Oh, por qué? —preguntó Benjy recordando que debía hablar en voz baja.

—¡Como Penny, creen que las serpientes son terribles! —dijo Sacolín—. Esta bonita serpiente de hierba es absolutamente inofensiva. No tiene veneno. Jamás ataca a nadie, ni siquiera al niño más pequeño. Es una criatura inocente y simpática. Mira sus grandes ojos, Penny y sus pupilas rodeadas de un círculo dorado. Mira esas bonitas manchas color naranja detrás de su cabeza que forman como un collar brillante.

Penny y Benjy miraban, y la serpiente les miró a su vez. La niña comenzó a pensar que al fin y al cabo era una criatura bastante bonita.

—Es bastante larga —exclamó Benjy al contemplarla.

—Yo creo que medirá unos tres palmos —repuso Sacolín—. Las serpientes hembras son incluso más largas. Las serpientes de hierba son muy graciosas… sus cuerpos se van estrechando gradualmente desde su mitad a la cola. Observa su cabeza larga y estrecha, y el hermoso dibujo de manchas y barras a lo largo de su lomo color oliva. Tócala, Benjy y advertirás las curiosas escamas que cubren su cuerpo sobreponiéndose unas a otras.

Benjy tocó la serpiente advirtiendo las escamas. Penny no se atrevía a tocarla y Sacolín no la obligó. La serpiente retrocedió al tocarla Benjy, pero no se fue.

—¿Dónde ha estado todo el invierno? —preguntó a su vez Benjy—. Las serpientes duermen durante el invierno, ¿verdad?

—Sí —repuso Sacolín—. Ésta ha dormido enroscada con otras dos o tres debajo de unas raíces subterráneas. El fuerte sol de estos dos últimos días las ha despertado. ¡Ah…, nuestra serpiente va a comer!

De repente la serpiente dio media vuelta y entró en el agua, y ante el asombro de los niños nadó fácilmente por el estanque.

—¡Cielos! ¡No sabía que las serpientes nadasen! —exclamó Penny—. ¿Qué hará ahora?

La serpiente había visto moverse a las ranas y sapos en el agua. Cogió una y salió con ella a la orilla mientras sus escamas chorreaban agua.

—Una vez está en la boca de la serpiente la rana ya no puede escapar —dijo Sacolín—. ¡Sus dientes están inclinados hacia atrás!

—¡Mirad! —exclamó Benjy excitado—. ¿No es eso otra serpiente…, Sacolín?

—¡Sí! —contestó Sacolín—. Tu vista se va agudizando, Benjy. Esta vez se trata de una serpiente fina. Si la tocas no notarás la aspereza de las escamas como en la serpiente de hierba.

—Sacolín, ¿qué es lo que está haciendo? —quiso saber Penny—. Está frotando su cabeza contra esa piedra. ¿Está herida?

—¡Oh, no! —replicó Sacolín—. Lo hace para quitarse la piel.

Penny miró a Sacolín como si éste bromeara.

—¿Pero por qué iba a quitarse su piel? —preguntó asombrada—. Yo nunca me quito la mía.

—No, porque la tuya «crece» al mismo tiempo que tú —dijo Sacolín—. Pero hay otras criaturas cuyos cuerpos crecen y su piel no… y por eso tienen que quitársela y usar otra que les ha crecido debajo. Observa a esta serpiente y verás cómo se quita la piel entera, lo mismo que tú pudieras quitarte una media.

La serpiente frotó su cabeza contra la piedra hasta que la piel se soltó. Luego, cuando se hubo desprendido la piel de la cabeza, la serpiente salió del resto de su piel volviéndola limpiamente del revés. Los niños la observaban asombrados.

Penny lanzó un grito.

—¿Puedo quedarme con la piel?

La serpiente lanzó una mirada asustada a su alrededor y desapareció entre la maleza.

—Eres una tonta, Penny —gruñó Benjy—. Ahora has asustado a esa serpiente y yo quería tocar su piel fina.

Sacolín cogió la piel de la serpiente y se la mostró a los niños.

—Se llama camisa —dijo—. Mirad qué perfecta es… incluso tiene la cubierta del ojo. Habéis tenido mucha suerte de poder ver hoy semejante cosa. Pocas personas han visto cambiar de piel a una serpiente.

Benjy contempló la piel con atención.

—¿Qué es lo que hace avanzar a las serpientes? —preguntó—. No tienen pies, ¿verdad?

—Ninguno —fue la respuesta de Sacolín—. Pero se las arreglan muy bien sin ellos… caminan sobre los extremos libres de sus numerosas costillas. Ponen unas cuantas hacia adelante presionando sobre la piel… las de detrás les siguen… y luego el resto… después las costillas delanteras avanzan de nuevo, etcétera. De este modo consigue ese movimiento ondulante que es tan curioso de ver.

—¿Hay otras serpientes en nuestro país además de la serpiente de piel suave y la de hierba? —preguntó Penny.

—¡Sí… otra más… y ésta sí es venenosa! —exclamó Sacolín—. Venid conmigo y os enseñaré una. Penny no estaba segura de querer ir.

—No quiero que me pique… quiero decir que me muerda —dijo en voz baja.

—No te picará «ni» te morderá —dijo Sacolín—. Pero no vengas si no quieres. Ven tú, Benjy.

¡Bueno, en cuanto Penny oyó que no era preciso que fuese, ya quiso ir! De manera que allá se fueron, dejando atrás el estanque, para subir por la ladera de la colina cubierta de helechos y caldeada por el sol. Sacolín se sentó. Sus ojos sagaces habían avistado un movimiento. Comenzó a silbar lo que Benjy llamaba su «tonada para serpientes». Benjy trataba de ensayarla mentalmente con la esperanza de poder llamar a las serpientes de todo lugar, como lo hacía Sacolín.

Se oyó un rumor cerca. Penny y Benjy vieron a una serpiente corta y delgada que se alzaba para mirar a Sacolín. Tendría solo dos palmos de largo y sus ojos rojos miraban sin parpadear.

Era una serpiente parda con una línea zigzagueante en el centro de su lomo, y en la cabeza tenía una marca en forma de V. Al aproximarse iba sacando la lengua.

—Esta serpiente no me gusta tanto como las otras —comentó Penny.

—Desde luego no es tan bonita —repuso Sacolín dejando que el reptil tanteara sus dedos con su lengua—. Su cuerpo no es tan gracioso y largo… y fijaros en esa marca de su cabeza muy parecida a una uve. Uve de víbora… Esta serpiente es una víbora… nuestra única serpiente venenosa.

—¿Cómo muerde, Sacolín? —preguntó Benjy observando a la serpiente.

—Observa, Benjy, lo que hace cuando le muestre este palo —dijo Sacolín—. Observa con atención.

Los niños observaron. Sacolín cogió un palo corto y lo puso de pronto ante la cabeza de la serpiente. En un abrir y cerrar de ojos la víbora alzó la cabeza, abrió la boca y mostró dos dientes largos o colmillos que mordieron el palo. Sacolín rió retirando el trozo de madera y se puso a silbar de nuevo a la serpiente que siguió oscilando su cabeza en el aire tranquilo y feliz como antes.

—¿Visteis los dos colmillos? —preguntó Sacolín al cabo de unos instantes—. Bien, pues ésos son sus colmillos venenosos. Por lo general están colocados hacia atrás en el interior de la boca, pero cuando la serpiente quiere morder, se ponen en posición de hacerlo, y muerden con la velocidad del rayo.

—¿Y el veneno está dentro de los colmillos? —preguntó Benjy observando a la serpiente.

—No… está en una especie de bolsa o glándula en la base del diente. Cuando el colmillo advierte al enemigo, presiona la bolsa de veneno, y saca parte de él… y éste baja por una canal del colmillo y entra en la herida que éste produce al morder. De esta manera que ya ves —dijo Sacolín—, una serpiente muerde… ¡pero no pica!

—Ahora tendré miedo de caminar por la colina por temor a que me muerda una víbora —dijo Penny temerosa.

—Rara vez muerden —dijo Sacolín—. Y de todas formas, tú eres lo bastante sensata como para usar zapatos, ¿no? Es posible que la gente que anda descalza pueda pisar accidentalmente a una víbora que esté durmiendo y ser mordida… pero puedes estar segura de que por lo general una víbora te oye llegar mucho antes, y huye para ponerse a salvo. ¡Te teme mucho más de lo que tú la temas a ella!

Un perro ladró en la distancia… y la víbora se alejó sin hacer ruido.

—¡Fíjate! —exclamó Sacolín—. ¿Has visto como el menor ruido le hace esconderse? No tengas miedo, Penny. ¡Y ahora creo que ha llegado el momento de volver a casa, o vuestro tío Tim vendrá a por «el salvaje» con una escopeta!

Los niños rieron.

—¿A quién puedo traer la próxima vez? —le preguntó Benjy.

—Puedes traer a los otros dos —dijo Sacolín—. Y dile a tu tía a ver si os deja venir la semana que viene por la noche, cuando la luna esté alta.

—¡Ooooh…, qué divertido! —exclamó Benjy.

—¿Puedo venir yo también? —preguntó Penny pensando que una aventura a la luz de la luna sería emocionante.

—Esta vez no —replicó Sacolín—, pero puedes quedarte con la piel de la serpiente, porque al fin y al cabo has sido una niña muy sensata y no has echado a correr cuando llegaron las serpientes.

Penny estaba muy satisfecha. ¡Cómo le envidiarían los otros la piel de serpiente! Dio las gracias a Sacolín y Benjy la tomó de la mano para llevarla a casa.

Durante todo el camino Benjy iba silbando una extraña tonadilla. Penny le miró sorprendida.

—¿Qué es eso? —le preguntó.

—Es la tonada de las serpientes que silbaba Sacolín —dijo Benjy—. Voy a ensayarla para llamar a las serpientes y que las vean los demás.

Bueno, cuando los otros oyeron lo de las serpientes y vieron la piel, y oyeron el extraño silbido quedaron emocionados.

—¡Tía Bess! ¡Benjy sabe silbar para que acudan las serpientes! —exclamó Sheila—. ¡Ven a oírle!

De manera que todos permanecieron muy quietos escuchando aquella monótona tonada… pero no acudió ninguna serpiente, cosa que alegró a tía Bess. Sólo Sombra, el perro, llegó corriendo a lamer la nariz de Benjy.

—¡No, Sombra! ¿Te crees una serpiente, tonto? —exclamó Benjy enfadado—. ¡Ahora has estropeado mi silbido!

—¡Menos mal! —intervino tía Bess—. No quisiera ver mi casa llena de serpientes por el momento, con todos los pollitos pequeños que tengo. Vamos todos a comer. ¡Si no los gatos se lo comerán todo!