CAPÍTULO V

PENNY CORRE UNA AVENTURA POR SU CUENTA

Cuando Penny se quedó sola en la granja alimentando a los corderitos, se sentía muy feliz. Era la primera vez que les daba de comer sola y eso la complacía.

Pero cuando hubo terminado y después de lavar bien las botellas de leche, comenzó a buscar a los otros, y entonces no quedó «tan» complacida.

—¡Rory! —gritó—. ¿Dónde estás? ¡Sheila! ¡Benjy! ¡Oh, venid a jugar conmigo!

Tía Bess salió de la granja y le dijo a Penny:

—Se han ido de excursión, querida. Era demasiado lejos para que fueses tú. Quiero que esta mañana vengas a ayudarme a hacer unas tartas. ¿Te gustaría?

—No, gracias —replicó Penny casi llorando—. Creo que los otros han obrado muy mal al irse sin mí. Mis piernas son tan fuertes como las suyas.

Nada de lo que su tía pudo decirle logró consolar a Penny, de modo que al final tía Bess se dio por vencida.

Furiosa y dolida, Penny deambuló un rato por el patio de la granja, pero no le apetecía jugar con nada. Sombra, el perro, se acercó a lamerle la mano, pero ella lo rechazó. Bola de nieve, el gran gato blanco, vino a restregarse contra sus piernas, pero eso tampoco satisfizo a la pequeña Penny.

¡Y entonces tomó la decisión de ir en busca de los otros! ¡Sí…, iría sola para demostrarles que era capaz de andar tan aprisa como ellos!

—¡Adivino adónde han ido! —exclamó Penny—. ¡Han salido en busca de Sacolín, «el salvaje»! Ellos creen que vive en los bosques del Brock, allá en la colina. Allí es donde han ido. ¡Bueno, yo iré también! ¡Les demostraré que soy capaz de andar!

La niña nada dijo a su tía. Salió por la puerta de la cerca y uno vez en el camino corrió todo lo que le permitieron sus piernas. Al cabo de un rato comenzó a jadear y aminoró la marcha. Se sentó unos momentos en la cuneta y luego comenzó a correr otra vez.

—Espero no encontrarme con el hombre salvaje —pensó para sí—. No creo que me gustase. Y ahora, ¿será éste el camino del bosque?

Lo era. Penny corrió por él y al cabo de un largo rato llegó a la colina donde los niños habían estado buscando cuevas antes de comer y de ir a buscar huevecillos de rana. Pronto Penny supo que estuvieron allí.

—¡Ahí está el papel que envolvía sus bocadillos! —díjose la niña interiormente—. ¡Oh, pobre de mí… el pensar en esos bocadillos me hace sentir hambre! Ojalá tuviera algo que comer. Me pregunto si les habrá quedado algo.

Penny no sabía qué hacer a continuación. Ignoraba a dónde habían ido sus hermanos. Estaba hambrienta y cansada… ¡y perdida! No conocía el camino para volver a casa y estaba muy cansada y triste. Ahora deseaba no haber ido en busca de sus hermanos.

—Ya sé lo que haré —dijo Penny tratando de ser valiente—. ¡Me subiré a un árbol! Así tal vez vea dónde están… o quizá distinga la Granja del Cerezo y así veré por dónde se vuelve a casa.

Penny no estaba acostumbrada a trepar a los árboles. En Londres había muy pocos, pero corrió hasta uno que parecía fácil e hizo lo imposible por subirse hasta lo más alto.

Pero Penny no sabía cómo había que subirse a los árboles. Ignoraba que hay que tantear cada rama antes de apoyar el peso del cuerpo encima y asegurarse de que resistirá. Y de pronto, cuando estaba a medio subir, la rama sobre la que se apoyaba se rompió bajo sus pies.

Penny se agarró a una de las ramas altas presa de pavor. ¡Estaba suspendida en el aire! Gritó fuertemente… y ese grito fue el que oyeron los otros.

—¡Oh, socorro, socorro! —sollozaba la pobre Penny—. Me caeré. ¡Mis brazos no me sostendrán mucho tiempo!

Y entonces una voz que le llegaba desde abajo habló con claridad:

—Déjate caer, pequeña. Yo te cogeré. No te ocurrirá nada.

Penny quiso mirar abajo, pero no pudo. No se atrevía a dejarse caer… pero tuvo que hacerlo porque sus brazos ya no la sostuvieron más.

Sí, abajo que fue… pero no cayó al duro suelo tal vez rompiéndose una pierna. No…, ¡cayó entre dos fuertes brazos que la aguardaban! Alguien lo cogió, sosteniéndola y tratando de consolarla.

Penny miró entre sus lágrimas. Vio un rostro moreno en el que brillaban dos ojos oscuros con extrañas pintas amarillas. La barbilla estaba cubierta por una ensortijada barba gris, y los cabellos de aquel hombre eran también bastante largos y rizados.

—¡Ya estás a salvo! —le dijo su salvador—. Te cogí al vuelo, ¿no es cierto? No llores más.

—Me duele el brazo —dijo Penny sollozando. Se había arañado con una roma al caer y se había hecho un corte profundo. Su brazo sangraba bajo su chaqueta roja.

El hombre que la había cogido la dejó en el suelo y miró su brazo.

—Un corte feo —dijo—. Pero pronto lo curaremos. Ven conmigo.

Pero Penny estaba tan cansada y hambrienta y había sufrido un susto tan grande que sus piernas no la sostenían. De modo que su amigo tuvo que llevarla en brazos por la colina entre los brezos y helechos. Penny sollozaba sintiendo compasión de sí misma.

—¿Por qué has venido hasta aquí sola, tan lejos de tu casa? —le preguntó el hombre—. No debieras hacerlo.

—Los otros se fueron solos a buscar a Sacolín, el hombre salvaje —dijo Penny secándose las lágrimas de sus mejillas.

—¿Para qué quieren buscarle? —quiso saber su amigo.

—Oh, piensan que debe ser divertido ver a un auténtico salvaje —replicó Penny—. Pero yo tendría miedo si le encontrase.

—No, no lo tendrías —dijo su amigo.

—Sí que me daría miedo —insistió Penny—. ¡Y correría, correría y correría!

—Y en vez de correr y correr, ¿sabes lo que has hecho? ¡Caer en mis brazos! —dijo el hombre riendo. Penny alzó la cabeza sorprendida.

—¿Qué quiere usted decir? —dijo—. ¿No «será» usted Sacolín, verdad?

—Sí, lo soy —repuso Sacolín—. No sé por qué la gente me llama «el salvaje». Todo lo que hago es vivir solo en los bosques y las colinas y aprender las costumbres de mis pequeños amigos emplumados. Bien, pequeña… ¿Tienes tú miedo del salvaje?

—¡No! —exclamó Penny comenzando a sentirse realmente excitada—. ¡Oh, Sacolín…, yo te he encontrado y los otros no! ¿Verdad que tengo suerte?

—Eso no lo sé —replicó Sacolín—. Y ahora…, ¿puedes tenerte en pie un minuto? ¡Hemos llegado a uno de mis escondites!

Penny se puso en pie y miró. Sacolín estaba quitando una cortina de brezos que tapaba un agujero de la colina. Detrás una cueva abría su boca negra… una cueva de la que pendían helechos de su parte superior y otras plantas crecían bordeando sus lados. Parecía emocionante.

—Quiero verla por dentro —dijo Penny—. Y oh, Sacolín, ¿tiene algo que pueda comer? ¡Me parece que hace siglos que he desayunado!

—Tengo sopa hecha con toda clase de raíces raras —dijo Sacolín con su voz clara y grave—. Te la calentaré.

Penny se agachó para entrar en la cueva. En el interior se agrandaba y el techo se hacía más alto. Un repecho rocoso corría a lo largo de un lado y en él había un lecho de brezos y helechos secos. Sobre un estante de la misma roca había algunos platos de aluminio y otras cosas.

Al principio Penny no pudo ver nada en el interior, pero en cuanto sus ojos se acostumbraron a la penumbra pudo verlo todo con claridad. Le gustó: era realmente emocionante. ¡Estaba en la cueva del salvaje!

—¡Qué envidia tendrían mis hermanos si me vieran! —dijo Penny—. ¡Oh, cielos…, me duele el brazo, Sacolín!

—Voy a buscar un poco de agua para limpiártelo y luego te pondré un ungüento especial en el rasguño —dijo Sacolín desde el fondo de la cueva—. Creo que esta mañana he visto a tus hermanos.

—Oh, quisiera saber dónde están ahora —dijo Penny—. ¡Quisiera que pudieran compartir esta aventura conmigo, aunque esta mañana no quisieron llevarme con ellos!

¡Rory, Sheila y Benjy no estaban muy lejos! Habían seguido «al salvaje» y a Penny casi hasta la cueva. Ahora discutían detrás de un arbusto el modo de rescatar a su hermanita.

—¡Entraremos gritando como pieles rojas! —dijo Rory—. Luego, en medio del alboroto, cogeremos a Penny y saldremos huyendo. Vamos, ¿estáis preparados?

—Sí —dijeron Sheila y Benjy. Corrieron hasta la entrada de la cueva gritando y penetraron en ella para buscar a Penny.

Pero estaba tan oscuro que al principio no pudieron ver nada, y permanecieron allí, parpadeando… hasta que oyeron la voz de Penny.

—¡Oh, Rory! ¡Oh, Sheila… y Benjy! Me habéis asustado. ¿Cómo disteis conmigo? Oh, Rory…, ¿qué te parece? ¡He encontrado a Sacolín, el hombre salvaje!

—¿Dónde está? —preguntó Rory en tanto sus ojos se iban acostumbrando a la penumbra de la cueva—. Pensamos que te había atrapado, Penny. Te oímos gritar y vinimos a rescatarte.

—Grité porque me estaba subiendo a un árbol y la rama se rompió —dijo Penny—. Sacolín extendió los brazos y yo caí en ellos. Luego me trajo aquí para ver el rasguño de mi brazo. Me enganché en una rama.

Los tres niños comenzaron a sentirse violentos. Una voz profunda les llegó desde el fondo de la cueva.

—Sentaros un momento, por favor. Celebro que quisierais rescatar a vuestra hermana…, ¡pero la verdad es que por el momento no está en peligro!

Los tres niños se sentaron sobre el lecho de brezos. ¡De manera que Penny había encontrado «al salvaje»! Estaban deseando hacerle docenas de preguntas, pero algo en la voz de Sacolín les detenía. De pronto sintieron que debían comportarse lo mejor posible. Era curioso.

De modo que allí estaban, aguardando «al salvaje» que tanto habían deseado encontrar.