A LA BÚSQUEDA DEL SALVAJE
Los días siguientes estuvieron llenos de aventuras, y por un tiempo los niños se olvidaron del salvaje. Rory fue perseguido por el toro Bramido, y casi se ve en un serio apuro. ¡Benjy logró subirle a la cerca con el tiempo justo!
Rory se hallaba sentado en la cerca para mirar al toro, y sin saber cómo se cayó. Bramido al verle acudió corriendo en un abrir y cerrar de ojos, haciendo un ruido como su nombre. Rory trató de encaramarse de nuevo a toda prisa y Benjy le ayudó a salir en el momento en que el toro embestía contra la empalizada.
—¡Eso sí que es escapar por un pelo! —dijo Rory fingiendo no haberse asustado—. ¡Vaya, cómo van a temblar las niñas cuando lo sepan!
Sí que temblaron… pero por desgracia Penny se lo contó a tío Tim, y a tío Tim no le gustó nada. Envió a buscar a Rory y le echó una buena reprimenda.
—No hagas tonterías —le advirtió—. Esa clase de cosas no son divertidas. Estáis bajo mi custodia, y si vas y te haces daño, yo soy el responsable. Tienes trece años y yo pensé que podía confiarse en ti.
—Y se puede, tío —repuso Rory muy sofocado—. No volveré a acercarme al campo del toro.
Luego Penny fue perseguida por un ganso y trató de pasar por entre unos alambres espinosos rompiéndose la chaqueta y haciéndose muchos arañazos en los brazos. Corrió a refugiarse en tía Bess gritando y llorando.
—Bueno, yo no sé cuál es el ganso mayor —le dijo tía Bess poniendo cierto ungüento en los arañazos—. El ganso es un tonto por perseguir a una niña inofensiva, pero tú eres una «ganso» por asustarte y salir corriendo. Si le hubieses dicho «¡bu!» al ganso, se hubiese marchado en seguida. ¿O acaso eres una de esas personas que no saben decir «bu» a un ganso?
—«Podía» haber dicho «bu» —replicó Penny al punto—, pero no se me ocurrió. Ahora mismo voy a ensayar el «bu» con ese enorme ganso gris que está ahí.
De todas formas, fue a buscar a Rory para que la acompañase, y ¡cómo se rió oyendo a Penny gritar «bu» con todas sus fuerzas a un ganso asustado!, pero sin soltarse de su mano, que asía fuertemente. El ganso se alejó graznando asustado, y Penny estaba encantada.
Sheila encontró un nido de gallina lleno de huevos en un seto. Quedó muy sorprendida y fue corriendo a decírselo a su tía.
Tía Bess estuvo muy contenta.
—Ésa es mi gallina traviesa, la Castañita —le dijo—. Sabía que estaba poniendo, pero ignoraba dónde. Tráeme los huevos, Sheila. Si Castañita quiere incubar lo hará, y entonces tendremos más pollitos.
Benjy no se vio en ningún aprieto. Era un niño tranquilo y soñador que seguía a los granjeros para observarles, alimentaba a los animales y a los pájaros, paseaba por la granja con su tío, y deseaba ser lo bastante mayor para fumar su vieja pipa. Tío Tim parecía tan contento y cómodo cuando se reclinaba contra una cerca para contemplar los campos con su pipa en la boca… Benjy se apoyaba también fingiendo fumar en pipa, aunque la suya era tan sólo una ramita.
Después de que la excitación de los primeros días fue pasando, los tres niños mayores comenzaron a pensar de nuevo en Sacolín.
—Esta tarde vi una espiral de humo azul en esa colina —dijo Rory señalando con la mano los lejanos bosques—. Creo que debía ser Sacolín preparando su cena.
—¿Quién es Sacolín? —preguntó Penny al punto.
—Un salvaje —replicó Sheila.
—¡Mentirosa! —exclamó Penny.
—No, es cierto, Penny, de veras —dijo Benjy contándole lo que su tío les había dicho de Sacolín—. ¡Y nosotros pensamos ir un día a buscarle para ver cómo es! —le dijo Benjy.
—¡Oh! —exclamó Penny, excitada—. ¿Puedo ir yo también?
—No lo creo —repuso Rory—. Verás, tal vez hoya que andar mucho. Y puede que Sacolín sea muy salvaje y te asustara.
—¡No me importa lo lejos que esté y no me asustaría! —dijo Penny obstinada—. Yo iré. No vais a dejarme aquí.
—Bueno, ya veremos, Penny —dijo Rory, y Penny frunció el ceño. Ella sabía que «ya veremos» significaba «no vendrás». Pero ella estaba decidida a ir, y tomó la decisión de no perderles de vista. A donde fuesen ellos, iría ella.
—¡Puede que sólo tenga siete años, pero les demostraré que no soy un bebé! —pensó Penny con fiereza—. Soy tan fuerte como Rory y tiene trece años. ¡No me van a dejar aquí!
De manera que durante los dos días siguientes les estuvo siguiendo a todas partes, hasta que ellos se cansaron.
—¿Es que no puedes hacer algo por tu cuenta? —le dijo al fin Sheila—. Vienes detrás de nosotros todo el tiempo y te cansarás.
Pero Penny no quería dar su brazo a torcer. De manera que cuando los mayores decidieron ir en busca de Sacolín tuvieron que hablarlo mientras Penny estaba acostada.
Sheila fue a acostarse sobre la blanca cama del cuarto de los niños, mientras Penny dormía en la otra habitación.
Hablaron en susurros.
—Diremos a tía Bess que nos prepare unos bocadillos para comer —susurró Sheila—. Iremos de excursión a los bosques del Brock. Melcocha me dijo el otro día que Sacolín ha sido visto muchas veces por allí.
—¡Bien! —dijo Rory—. ¿Pero Penny?
—No podemos llevarla —observó Benjy—. Es demasiado pequeña. Ya sé, Sheila… puedes decirle que mañana puede dar de comer a todos los corderitos ella sola. Eso le gustará… y mientras lo hace nos marcharemos.
—Bueno, espero que no se enfade mucho —dijo Sheila—. Le molesta tanto que la dejemos de lado porque es pequeña… ¡pero nosotros no podemos hacerla mayor por mucho que lo deseemos!
Pues bien, al día siguiente Rory pidió a tía Bess que les preparase la comida para llevársela y ella accedió en seguido.
—Hace un hermoso día de marzo —les dijo—, y si me prometéis no sentaros sobre la hierba húmeda, os dejaré ir de excursión. ¿Pero y Penny?
—Será mejor que se quede contigo, tía Bess —dijo Sheila—. La verdad es que no es lo bastante mayor para caminar tanto.
—Bueno, ya la retendré como pueda —contestó tía Bess—. Venía a buscar los bocadillos dentro de media hora.
De modo que al cabo de media hora los niños fueron a buscar la comida. Tía Bess la había preparado en dos bolsas. En una estaban los comestibles y en la otra dos botellas de cremosa leche.
Penny estaba alimentando a los tres corderitos, muy contenta porque lo hacía sola, y, mientras, Rory, Sheila y Benjy se escabulleron con su comida por el camino bañado de sol hacia los bosques lejanos. El sol de marzo les calentaba. Era un hermoso día para una aventura.
—¡Me pregunto si encontraremos a Sacolín! —dijo Sheila mientras saltaba—. Quisiera saber qué aspecto tiene. Me encantaría ver a un hombre salvaje.
—Sheila, si vas a ir saltando así será mejor que me des a mí la leche —dijo Benjy—. ¡La convertirás en mantequilla antes de llegar al bosque!
De manera que Benjy llevó la leche y Sheila siguió saltando como un corderito de un mes, mientras Rory avanzaba apoyándose en un cayado que le diera su tío Tim.
—¡Es divertido ir así por el campo! —exclamó Sheila—. Imaginaos… todo lo que ahora veríamos en la ciudad sería unos pocos árboles y un poco de hierba, a menos que fuésemos a los parques. ¡Y aquí vamos en busca de un salvaje!
Llegaron al final del camino y treparon por un pretil. Atravesaron el campo y subieron otra pendiente. Luego el camino llevaba a los bosques del Brock. Estaba oscuro bajo los árboles, pero cuando llegaron donde crecían robles y castaños el bosque se aclaraba un tanto.
Un muchacho de una granja se acercaba silbando, y Rory le detuvo.
—¡Oye! —le gritó Rory—. ¿Tú sabes dónde vive Sacolín?
—No, no lo sé, ni tampoco quiero saberlo —replicó el muchacho—. Dejadle en paz. Es un salvaje.
—Oh, pero dinos por dónde vive —le suplicó Benjy—. Sólo queremos verle, eso es todo.
—Es mucho más probable que él os vea a vosotros, que vosotros a él —dijo el muchacho—. Bueno, yo no conozco todos sus escondites, pero la gente dice que tiene una caverna o dos en esa colina que se ve ahí.
—¡Oh, gracias! —dijeron los niños prosiguiendo su camino a través del bosque.
Por fin llegaron a la colina más empinada, cubierta de brezos, abedules, tojos y helechos.
—Ahora debemos guardar silencio y buscar las cuevas —susurró Rory—. ¡Vamos!
Los niños avanzaron en fila india por la colina buscando cuevas. Pero ante su sorpresa, por mucho que miraron no pudieron encontrar ninguna.
—¡Bueno! —exclamó Rory al cabo de media hora—. ¡No creo que en esta colina exista una cueva mayor que la madriguera de un conejo! Ese muchacho granjero nos ha contado un cuento.
—Entonces sentémonos y comamos —propuso Sheila—. ¡Tengo tanto apetito que podría comerme el papel que envuelve los bocadillos!
—Está bien —dijo Benjy—. ¡Tú te comes el papel y yo me comeré los bocadillos, Sheila!
Tía Bess les había preparado una estupenda comida campestre. Había bocadillos de jamón, huevos duros con su sal correspondiente, rebanadas de pan de jengibre, manzanas amarillas del último otoño y media botella de leche para cada uno.
—Me pregunto por qué sabe mejor la comida al aire libre —dijo Rory masticando con fuerza. Los niños habían extendido el impermeable de Rory y se sentaron encima apoyándose contra un anciano roble y el cálido sol de marzo les iluminaba a través de sus ramas desnudas.
—¿Qué haremos después de comer? —preguntó Sheila—. ¿Volveremos a buscar a Sacolín?
—Sí —replicó Benjy—. Y cogeremos algunas primaveras y violetas para tía Bess. Y si pudiera encontrar micelio de rana me gustaría llevarlo a casa y ponerlo en un jarro. Nunca he visto a los renacuajos convertirse en ranas.
—¿Y cómo vas a llevarlo a casa? —le preguntó Rory.
—En las manos —repuso Benjy.
—¡Tú «eres» tonto! —exclamó Sheila—. Es como una masa de gelatina. Jamás podrías llevar un pedazo de gelatina hasta casa.
—Bueno, pues lo intentaré —insistió Benjy—. Vamos, vosotros. ¿No habéis terminado todavía?
—Sí, pero ojalá no fuese así —dijo Sheila con un suspiro—. Ha sido una comida deliciosa.
Se levantaron sacudiéndose las migas, y volvieron a guardar las botellas de leche vacías en la bolsa. Los papeles de los bocadillos volaban entre los árboles, ninguno de ellos pensó en recogerlos y llevarlos de nuevo a casa para que el bosque quedara limpio y aseado.
Fueron en busca de un estanque, sin dejar de mirar al mismo tiempo si veían al salvaje. Pero no vieron el menor rastro de él… aunque si hubiesen observado cuidadosamente hubieran podido ver un par de ojos sagaces de color castaño que «les miraban» de cuando en cuando entre los arbustos.
Al cabo de un rato encontraron un estanque. Había una pequeña gallinácea nadando aprisa, y su cabeza se movía hacia adelante y hacia atrás como un muñeco mecánico. Los niños rieron al verla.
—¿Hay aquí micelio de rana? —preguntó Benjy inclinándose a mirar. Pudo ver los hocicos de las ranas que asomaban aquí y allí… y luego en un rincón vio flotando una masa gelatinosa… los huevecillos de las ranas.
Benjy corrió al otro lodo de la charca y avanzó cautelosamente por encima de un tronco viejo hasta donde estaba el micelio. Se agachó para cogerlo con las manos.
Alzó buena parte de él, pero ¡se escurrió de entre sus manos cayendo de nuevo al agua! Volvió a intentarlo… pero en cuanto lo sujetaba parecía escapar de entre sus dedos como una cosa viva. Sheila y Rory se desternillaron de risa al verle.
—¡Prueba otra vez, Benjy! —reían—. ¡Prueba otra vez!
Benjy probaba y probaba, aunque en vano. Por fin agarró un buen pedazo con las dos manos y lo apretó firmemente contra su chaqueta para evitar que se le escurriese… y en aquel preciso momento ocurrió algo sorprendente.
¡Se oyó un grito de pavor no muy lejos de allí… y aquel grito era de Penny! Los niños le reconocieron en seguida y se miraron unos a otros alarmados y sorprendidos.
Benjy intentó volver caminando sobre el tronco… le resbaló un pie y cayó a la charca. ¡Se hundió un momento y luego emergió escupiendo y jadeando! Rory corrió a prestarle ayuda.
—¡Eres un idiota, Benjy! —le dijo—. ¡Mira tu chaqueta! ¡Cómo te van a reñir!
—¡De prisa! ¡Ayúdame a salir! ¿Ha sido Penny la que ha gritado? —jadeó Benjy quitándose pedazos de micelio de la boca—. No te preocupes por «mí». ¿Qué le ocurre a Penny?
Los niños corrieron en dirección al grito. Y a lo lejos vieron a alguien que llevaba a Penny en brazos, y la brisa les trajo su llanto.
—¡Es Penny! Supongo que habrá venido a buscarnos… y oh, ¿será tal vez Sacolín quien la ha cogido?
—¡De prisa! ¡De prisa! ¡Debemos rescatarla! —gritó Rory. Y echaron a correr a toda velocidad para encontrar a la pobre Penny.