CAPÍTULO III

EL PRIMER DÍA EN LA GRANJA

A la mañana siguiente, temprano, el sol penetró en los dormitorios de los niños iluminando las paredes. Fue estupendo despertarse en una casa extraña y oír a las gallinas cloqueando en el exterior, y a los patos graznando en el lejano estanque.

Los niños no tardaron mucho en bañarse y vestirse. Luego bajaron al oír sonar la campana del desayuno ocupando sus puestos ante la mesa vestida con mantel blanco.

Tío Tim llevaba dos horas levantado y entró a desayunar con un hambre de lobo.

—¡Hola, dormilones! —les dijo—. ¡Hace siglos que me he levantado! Y vaya mañana hermosa que hace, aunque era noche oscura cuando he salido por la puerta de la granja.

—Tío, ¿tienes algún ternero? —le preguntó Penny.

—Sí, dos —respondió tío Tim—. podréis verlos después de desayunar. Y hay corderitos pequeños en el prado largo, y un potrillo en el campo.

Los niños se apresuraron a terminar su desayuno y luego salieron a verlo todo. A Sheila le encantó el pequeño potro de largas patas que se apartó de ella tímidamente cuando le alargó la mano.

A Benjy le entusiasmaron los dos terneros. Puso su mano en la boca del blanco, que se la lamió con ternura. El castaño frotó su cabeza contra él mirándole con sus dulces ojos oscuros.

Luego Sombra, el perro pastor, vino corriendo hacia él para restregarse contra sus piernas. ¡Todos los perros y gatos querían a Benjy! En cuanto Sombra se marchó respondiendo a un silbido de tío Tim, tres gatos salieron de los rincones oscuros del establo maullando a Benjy.

—¡Qué colección de gatos! —exclamó Benjy con su voz suave acariciando sus cabezas.

Sheila y Penny habían ido a ver los corderos. Había treinta y tres en el prado largo con su oveja madre. ¡Cómo saltaban y triscaban! ¡Cómo meneaban sus largas colas y balaban con sus débiles vocecitas!

—¡Penny! ¡Sheila! —exclamó de pronto la voz de su tía, las dos niñas se volvieron viendo que tía Bess les hacía señas con la mano—. ¿Queréis hacer algo por mí?

—¡Claro que sí! —gritaron las niñas corriendo para ver qué necesitaba su tía.

—Encontraréis tres corderitos en ese corral de allá —les dijo tía Bess—. No tienen madre, por eso les alimento con una botella de leche. ¿Os gustaría hacerlo por mí?

—¡Oh, sí! —exclamaron las niñas cogiendo las botellas que tía Bess les entregaba.

—Son igual que los biberones de los niños —observó Sheila—. ¿De veras chupan de aquí?

—Sí —respondió tía Bess—. Venid a por más leche cuando hayáis terminado. Necesitarán más de la que os he dado.

Al saltar Penny y Sheila la cerca, se les acercaron triscando tres corderitos pequeños. Al ver las botellas de leche se excitaron mucho. El mayor puso sus patas delanteras en alto para tratar de alcanzar la botella en seguida.

—Bueno, te daré a ti primero —dijo Penny—. Oh, Sheila, tú dale a ese chiquitín. ¡Parece tan hambriento!

Pero el chiquitín no fue el primero, pues su hermano le apartó de un empujón y agarró la tetina de la botella fuertemente con su boca, succionando con tal intensidad, que al cabo de un par de minutos la botella estaba vacía. Entonces Sheila corrió a buscar más leche para el pequeño. Era suave y dulce y Sheila tuvo que apartar constantemente a su hermano mayor. Las niñas dieren dos botellas de leche a coda corderito, y después las lavaron dejándolas listas para la próxima comida.

—Me gustaría dar siempre de comer a los corderitos, tía Bess —dijo Penny—. Y a las gallinas también… y a los patos. ¡Oh, mira esos patitos tan pequeños! ¿Puedo coger uno?

—Mientras no le dejes caer ni le hagas daño —le dijo tía Bess entrando en la casa. Penny cogió un patito amarillo que se subió por su chaqueta y se acurrucó dentro. Penny deseaba tenerle allí día y noche. ¡Era tan suave y cálido!

El primer día fue muy feliz. Les pareció tan largo y tan lleno de sol… Los niños hicieron amistad con todos los animales, excepto Bramido, el toro, que estaba encerrado tras una fuerte empalizada.

—No le agradan los extraños —les dijo tío Tim—. Esperad a que se acostumbre a vosotros antes de ir a sentaros sobre la cerca y hablarle. Si queréis podéis ir con Melcocha cuando lo lleva de paseo cada día.

Melcocha era uno de los hombres de la granja. Llevaba el gran toro a dar un corto paseo cada día, arriba y abajo del camino. Bramido llevaba una gran anilla que atravesaba su hocico, y Melcocha pasaba un palo terminado en gancho por esa anilla. De este modo conducía al toro, y Bramido pisaba orgulloso el camino, arriba y abajo mientras sus brillantes ojos rojizos observaban a los niños.

—¡Un día me gustaría pasear al toro, Melcocha! —le gritó Rory danzando a su alrededor.

—¡Me parece que sería el toro quien te conduciría a «ti», señorito Rory! —dijo Melcocha con una sonrisa—. Y ahora no vayas danzando alrededor de Bramido como lo haces. No le gusta.

De modo que Rory y los otros fueron a ver cómo ordeñaban a las vacas, y Bill y Ned, los dos vaqueros, dejaron que los niños probaran de ordeñar.

Benjy fue el mejor porque sus manos eran a la vez fuertes y suaves. Era magnífico oír la cremosa leche golpeando el cubo. Penny al principio tenía miedo de las vacas, por eso no quiso intentarlo.

—No debes tener miedo de Capullo, Margarita y Trébol —dijo Ned acariciando el costado de las vacas.

Margarita se volvió para mirar a Penny meneando el rabo, que alcanzó a la niña haciéndola saltar.

—Me ha pegado con el rabo —dijo Penny indignada, haciendo reír a todos.

—¡Bueno, pégale tú con tu mano, cosa que le gustará mucho! —sonrió Ned, que estaba ordeñando a la vaca.

Cuando llegó la hora de acostarse los niños estaban más cansados que la noche anterior. Penny apenas podía desnudarse, y Sheila tuvo que ayudarla.

—¡Las piernas ya no me sostienen! —dijo Penny dejándose caer sobre la cama.

Los otros resistieron un poco más, charlando con sus tíos alrededor de la lámpara que esparcía una luz suave y amarillenta sobre la mesa. Era apacible aquella sala. Sombra, el perro pastor, estaba tumbado a los pies de tío Tim. un gran gato blanco se lavaba junto al fuego. Tía Bess zurcía un calcetín y tío Tim escuchaba atentamente la charla de los niños.

—¿Tío, podemos ir de paseo más allá de la granja? —le preguntó Benjy—. Cuando conozca todos los animales de la granja me gustaría ir a buscar otros, salvajes, por las colinas y los bosques.

—Sí. Podéis ir a dónde queráis —dijo tío Tim—. Pero si va Penny debéis cuidar de ella, porque podría caerse en el río o en los estanques, o perderse.

—Oh, sí, cuidaremos de Penny —le prometió Rory—. Aunque siempre no puede venir con nosotros, tío… porque sus piernas no son tan fuertes como las nuestras, ni puede andar tan aprisa.

Menos mal que Penny estaba en la coma porque no le hubiese gustado nada escuchar aquello. Aunque sus piernas no eran tan largas como las de sus hermanos y hermana, ella estaba segura de ser tan buena andarina y corredora como ellos. ¡Pobre Penny… siempre estaba deseando ser tan mayor como los otros! No le gustaba nada ser el bebé de la familia.

—Tío, ¿hay tejones y nutrias por aquí? —preguntó Benjy alzando los ojos del libro que estaba leyendo.

—Cuando yo era pequeño, sí había tejones —replicó su tío encendiendo su vieja pipa y lanzando una nube de humo azul—. Esos bosques detrás de la colina se llaman bosques del Brock, ya sabes, y Brock es el nombre que antiguamente se daba en la comarca a los tejones.

—Tal vez queden algunos todavía —dijo Benjy con los ojos brillantes—. ¿Hay alguien que pudiera decírmelo, tío Tim?

—Yo creo que el viejo Sacolín, el salvaje, lo sabrá —replicó tío Tim, y los niños le miraron sorprendidos.

—¿Un salvaje? —dijo Sheila—. ¿Es que hay salvajes en este país?

—No, de verdad, no —repuso tío Tim—. Le llamamos «el salvaje» porque no vive en una casa, sino en los campos, y su aspecto es extraño… lleva el cabello y la barba largos, y ropas extrañas, ya me entendéis. Pero la gente dice que lo que él no sepa sobre animales y pájaros es que no merece la pena saberse.

—«Ojalá» le conociera —dijo Benjy—. ¿Cómo dices que se llama, tío?

—Le llaman Sacolín —repuso tío Tim lanzando otra nube de humo—. Pero no vayáis tras él o tendréis jaleo. El año pasado cogió a dos niños y los tiró al río, y el año anterior a ése cogió al joven Tomás y lo sacudió con tal fuerza que casi le desprende la cabeza.

—¿Por qué hizo eso? —preguntó Rory con extrañeza.

—Nunca lo supimos en realidad —intervino tía Bess mezclándose en la conversación—. ¡Pero sí sabemos que esos tres niños eran unos verdaderos pillastres que se lo merecían! No obstante, sería mejor que no fueseis detrás del viejo Sacolín, queridos. ¡No me gustaría que os arrojase al río… especialmente si no sabéis nadar!

Bien, naturalmente, los tres niños decidieron al instante «ir en busca» del hombre salvaje de las colinas tan pronto les fuese posible. ¡No iban a acercarse a él… oh, no! Sólo a observarle, para ver dónde vivía, y lo que hacía. Eso sería divertido. Pero no iban a permitir que les atrapase.

—La semana que viene iremos en busca del viejo Sacolín —dijo Rory a Benjamín mientras subían la escalera aquella noche para acostarse—. Melcoche, Bill y Ned nos dirán dónde vive… e iremos a ver qué aspecto tiene. Imagínate… ¡un verdadero salvaje!