CAPÍTULO XVIII

La voz, ampliada por un altavoz de gran potencia, decía:

»Ocupantes del chalet los Dragones, están cercados, ¡ríndase!

Franceses, italianos e ingleses se miraron.

—¡Es Choupette, que ha avisado a la policía! —gritó Langelot.

—Si eso fuera verdad… —murmuró Roche-Verger.

Y volvió la cabeza porque tenía los ojos llenos de lágrimas.

Hubo un silencio. Luego la voz de Timothée, resonó a su vez, también a través de un altavoz.

—No nos rendiremos. Tenemos un rehén, el profesor Roche-Verger y, en su propio interés, le aconsejamos que no nos ataquen.

Nuevo silencio. La primera voz continuó:

»Aquí el comisario Didier, de la D.S.T. Les advierto que he traído una compañía de la Guardia Republicana de Seguridad y que dispongo también de una compañía de gendarmes con carros ligeros y antitanques. En cuanto al profesor Roche-Verger, todo me hace creer que ya está muerto. Seguramente, han intentado hacer desaparecer su cadáver con la explosión que acaban de provocar. La hija del profesor está a mi lado y les suplica…

El comisario hablaba con una solemne lentitud. Langelot se izó hasta el respiradero y vio que, mientras el discursito de Didier retenía la atención de los sitiados, unos hombres de uniforme tomaban posiciones en la espesura.

De pronto, partieron de la casa ráfagas de metralleta: la maniobra de los policías había sido descubierta.

La voz de Didier se interrumpió. Luego siguió, pero ya en otro tono:

—Ustedes lo habrán querido. ¡Fuego a discreción!

Fusiles, metralletas y fusiles ametralladoras entraron en acción. Los postigos y los cristales de la casa se rompieron, se hicieron astillas de madera, astillas de vidrio.

Langelot se volvió hacia sus aliados:

—¡Es el momento!

Empuñando sus armas, pasaron a la bodega de Dragones, hundieron la puerta y subieron a la escalera a paso de carga. Langelot corría delante, seguido por Marcello y por la valiente Miss Eileen; luego seguían todos los demás agentes extranjeros mezclados.

El profesor, que no iba armado, se quedó en la bodega, pegado al respiradero, con la esperanza de divisar a su hija, apenas hubieran atacado.

Y el ataque no se hizo esperar. De pronto, cesó el ruido de fusilería y dos secciones de C.R.S. salieron de entre la maleza e intentaron atravesar la meseta para refugiarse en las otras dos casas y proseguir la ofensiva, saliendo de ellas.

En primera fila, corría bravamente el comisario Didier en persona agitando su pequeña pistola de reglamento.

Pero los policías fueron recibidos por el fuego graneado y preciso de los hombres de Timothée. Desde todas las aberturas de los Dragones, las metralletas extranjeras escupían fuego.

Los franceses retrocedieron, dejando varios heridos sobre el terreno.