CAPÍTULO XII

En la bodega, Langelot apenas tuvo tiempo de susurrar a Choupette:

—No te asombres. Su jefe es Timothée.

Ya los dos esbirros habían cogido a Choupette por los codos y le hacían subir las escaleras.

El profesor y Langelot se quedaron solos.

—Hemos sido apresados por los representantes de un país enemigo —dijo Langelot—. El espía principal encargado del asunto es Timothée, que no es más barrendero que usted. Van a tratar de arrancarle la fórmula de los propergoles de Rosalía.

Roche-Verger estaba apoyado en la pared, con la cabeza baja y las manos en los bolsillos, reflexionando.

—¿Por qué se han llevado a Hedwige? —preguntó.

—Por ese lado, no tiene nada que temer. Supongo que van a pedirle que influya sobre usted para que les revele sus secretos. No tienen interés en hacerle daño.

—Ninguno… mientras yo no haya hablado.

—¿Qué quiere usted decir?

Langelot casi no reconocía al hombre de las adivinanzas. Roche-Verger hablaba ahora con un tono grave, reflexivo. Al enterarse de que Timothée era el jefe de los espías, no había expresado ni la más mínima sorpresa. Cuando levantó la cabeza, su rostro había perdido su expresión de luna llena. Era el rostro sereno y pensativo del sabio habituado a la lógica.

—Quiero decir —explicó con calma— que, en cuanto yo haya hablado, los tres seremos inútiles para esos señores. Y que, entonces nos eliminarán. Ahora, supongo que han intentado asustarle, que tratarán de convencer a Choupette a base de suavidad y que me ofrecerán dinero. Pero una vez sepan lo que quieren saber…

Langelot se puso un dedo sobre los labios, indicando al profesor que sin duda el enemigo estaba escuchando. Habría sido fácil instalar micrófonos por toda la bodega.

Una sonrisa asustada se dibujó en los labios de Roche-Verger, que inclinó la cabeza.

—Es posible también —prosiguió, y ningún eventual oyente hubiera podido observar una solución de continuidad en sus palabras—, que reconociendo mi genio, me hagan proposiciones realmente interesantes. No deben de tener muchos sabios como yo en su país, sea el que sea y, por mi parte, debo decir que Francia no es muy generosa conmigo…

Unos gritos y el tableteo entrecortado de una ráfaga de metralleta interrumpieron las palabras del profesor.