Timothée felicitó calurosamente a los jóvenes.
—Ahora —dijo— basta con que lancen Rosalía y podremos volver. No me negaré, se lo juro. Empiezo a aburrirme lejos de mi casa. ¿Cuántos días hace que estamos aquí?
—Sólo hace doce horas —contestó Langelot.
—¡Doce horas solamente! ¡Es increíble!
Tomaron las disposiciones oportunas para la noche. Se repartieron las habitaciones de la villa Madreselva donde, sin preocuparse más del camuflaje, encendieron la luz eléctrica en todas las habitaciones. Langelot decidió hacer el primer turno de guardia en la bodega; Timothée se ocuparía del segundo, Choupette del tercero y el profesor del cuarto. En efecto, los Roche-Verger, padre e hija, habían insistido en participar en la vigilancia de los prisioneros.
El turno de Langelot, desde las once de la noche a la una de la madrugada, no tuvo historia. Los ingleses y los italianos que, en el primer momento habían estado a punto de matarse, se resignaron por fin a su situación bajo la influencia razonable de Miss Eileen. Habían llegado a la conclusión de que los franceses que les habían capturado no dejarían de soltarles, cuando pudieran hacerlo sin peligro y que, entre tanto, podían hacer honor al salmón ahumado y a las demás provisiones que habían quedado en la bodega de los Laureles-rosas. Así pues, se organizaron un festín que duró una hora y, a continuación, se repartieron también sus turnos de guardia, poniendo siempre juntos a un inglés y un italiano.
A la una de la madrugada, Langelot despertó a Timothée y, agotado por las veinticuatro horas que acababan de transcurrir, se hundió en su colchón neumático.
Le parecía que acababa de dormirse, cuando la voz de Timothée le sacó de su sueño.
—¡Eh!, mi teniente, despierte.
En un instante, Langelot se puso en pie.
—¿Qué ocurre?
—Ocurre que para no aburrirme tanto durante mi turno de guardia y también para tratar de establecer el contacto con «Sol» le cogí su emisora de radio.
—¿Y bien?
—Pues que, buscando el canal, fui a dar con una emisión muy extraña. Escuche esto.
Tendía el aparato a Langelot, quien lo cogió. Una voz muy clara, pero con un inconfundible acento extranjero, decía:
—El traslado ha tenido lugar al caer la noche; después, dos grupos indeterminados se han introducido en el chalet n.º 2. Los interesados se encuentran actualmente en el chalet n.º 1 Solicito órdenes… El control a la entrada de la carretera ya está puesto. Minas… Bien, atacar a las tres… Por la fachada… Situar un equipo en la parte de atrás para evitar cualquier fuga… Bien… No hay más preguntas. Volveré a llamar a las dos treinta.
Luego reinó el silencio.
Langelot y Timothée intercambiaron una elocuente mirada.