Por la rendija de los postigos, Langelot vio a Charles que atravesaba corriendo la pequeña meseta y saltaba a la espesura. Luego nada. El oficial del S.N.I.F. sabía avanzar sin que crujiera ni una rama.
—¿Qué ocurre? —preguntó Choupette, entrando en la sala—. ¿No quiere abrirme las latas?
Langelot no contestó.
La muchacha se acercó a él, con el gracioso aspecto que le daba el delantal de plástico proporcionado por el S.N.I.F., que se había puesto para protegerse el vestido.
Pero Langelot no le prestó la menor atención. Ella vio que el joven entreabría un poco más los postigos.
—¿Qué hace, Langelot? ¿Dónde está Charles?
De pronto, en el aire resonaron dos detonaciones.
—¡Langelot! ¡Tengo miedo! —gritó Choupette.
Langelot se separó sin suavidad, abrió de par en par los postigos y saltó fuera.