CAPÍTULO XVII

El «Buick» y el «Fiat» que les seguían con unos metros de intervalo fueron a detenerse detrás del «Mercedes».

—Voy a parlamentar con ellos —dijo Charles—. ¿De acuerdo?

Alex, siempre siniestro, inclinó la cabeza y sacó su pistola.

Charles, flemático saltó a la calzada, rodeó el «Mercedes» por delante y volvió sobre sus pasos, hundiendo los pies en la hierba mojada del borde de la carretera.

En el «Buick», los ingleses, perplejos, se habían llevado una mano al bolsillo simultáneamente. Langelot esperaba una ocasión propicia para escapar.

—Baje el cristal de la ventanilla —dijo Eileen al falso herido, maniobrando al mismo tiempo la suya—. Sería una lástima romperlos.

Charles que aparentemente se sentía muy a gusto, hacía señas.

—Pide que uno de nosotros salga para hablar con él —indicó el falso herido.

—Iré yo —se ofreció Eileen—. Ocúpese del prisionero y a la menor alarma…

Bajó. Marcello, saliendo del «Fiat» como un diablo de su caja de sorpresas, se unió a ella. Charles les contemplaba, divertido.

—Señorita, señor, muy buenas tardes. Me siento desolado de exponerles a la intemperie sólo por el placer de escuchar mi dulce voz. Pero es preciso que les ponga al corriente de una teja común que nos cae en la cabeza. Al final de esta recta, hay una curva. Y detrás de ella, hay un control de Policía. Ahora bien, yo me siento capaz —dicho sea sin ánimo de molestarles— de hacer frente a uno de sus equipos, pero no a una compañía republicana. ¿Me siguen?

La alta inglesa y el delgado italiano cambiaron una mirada furibunda.

—Retrocedamos —dijo Marcello.

—Excelente idea —contestó el francés—. Pero hay dos objeciones, de todas formas. Primero: hace mucho tiempo que no me baño en el Mediterráneo; segundo: detrás de nosotros hay otro control.

—¿Qué propone? —preguntó la inglesa.

—Propongo lo siguiente: ustedes dos pasan delante y se dejan controlar por la Policía. Mientras esas buenas personas se ocupan de ustedes, yo paso a toda velocidad. Como sus papeles están, sin duda, en regla y no llevan un profesor de balística a bordo, les autorizarán a seguir su camino. Entonces, vuelve a empezar la persecución y todos tenemos unas razonables posibilidades de cumplir nuestra misión.

—¿Quién nos dice que no darán media vuelta en cuanto nosotros pasemos delante? ¿Quién nos dice que hay verdaderamente un control? ¿Y que hay otro detrás? ¿Eh? —presunto el italiano.

Charles le miró de arriba abajo, desdeñoso:

—¿Duda de mi palabra, por casualidad?

La inglesa, replicó secamente.

—¿Y si nos negamos?

Charles suspiró.

—En ese caso, nos veremos obligados a organizar un buen escándalo. Al cabo de minuto y medio, los C.R.S. estarán aquí. Yo no habré cumplido mi misión adecuadamente, desde el punto de vista de mi Servicio, pero ustedes habrán fracasado por completo en la suya.

Nuevo intercambio de miradas malévolas entre Italia y Gran Bretaña.

—Les quedaré agradecido si toman rápidamente una decisión —pidió Charles con dulzura.

—Encuentro deportiva su propuesta y la acepto —repuso Miss Eileen.

—Gracias. A propósito, es evidente que me ha de devolver a mi amigo. Y armado.

—Claro que no.

—Claro que sí. De lo contrario, no hay nada que hacer.

Eileen vaciló. Sólo para fastidiarla. Marcello dijo:

—Bueno, yo estoy de acuerdo.

La inglesa se encogió de hombros:

—¡Para lo que me sirve su rubito…!

Se volvió hacia su coche e hizo señas de que liberaran a Langelot.

Charles se inclinó profundamente. Marcello refunfuñó algo y corrió a ocupar su puesto. Un instante después, el «Buick» y el «Fiat» corrieron hacia el control.

—¡Langelot! —gritó Choupette—. Langelot, estoy contenta… ¿No le han hecho daño?

Langelot se sentó a su lado.

—Han sido sumamente correctos, pero empezaba a aburrirme sin usted. Choupette.

Alex preguntó:

—¿No has pescado ninguna información?

—Información es demasiado decir. Los ingleses desconfiaban de mí.

—Me asombras —replicó Charles.

—De todas maneras, en un momento dado, el conductor ha hecho un signo interrogativo al falso herido. Y éste, con la punta de un dedo, ha escrito esto en el cristal empañado.

1071428 (0.28)

—¿Y qué puede ser eso?

De repente, el profesor Roche-Verger salió del silencio en el que se había encerrado desde hacía rato:

—Joven —dijo a Langelot—, ha puesto su primera adivinanza de esta noche. Le felicito.

—Y bien, señor profesor —preguntó Charles—, ¿es que se da usted por vencido?

—¡Darme por vencido! He sabido la clave antes de que Langelot hubiera cerrado su paréntesis.

—¿Cuál es la clave del enigma? —respondió Charles con su tono más inocentón.

El profesor Roche-Verger tomó un aire malicioso.

—¡Ah, eso! No se lo voy a decir. Buena broma, ¿verdad?

Nadie parecía encontrar chistosa la broma. Pero ¿qué podían hacer? Roche-Verger rió solo, sin manifestar el menor embarazo.

Charles embragó. El «Mercedes» partió hacia el puesto de control a toda marcha.