Camille se hizo un sitito en medio de los cincuenta mil cojines de colorines de Suzy, no tocó su plato y bebió lo suficiente para reírse cuando tocaba.
Aun sin diapositivas, tuvieron que tragarse una sesión de Conocimiento del Mundo…
—Aragón o Castilla —precisaba Philibert.
—¡… perdieron su silla! —repetía Camille a cada foto.
Estaba alegre.
Triste y alegre.
Franck se fue enseguida porque había quedado para despedirse de su vida de francés con sus compañeros de curro.
Cuando Camille consiguió levantarse por fin, Philibert la acompañó hasta la calle.
—¿Estás bien?
—Sí.
—¿Quieres que te llame a un taxi?
—No, gracias. Tengo ganas de andar un poco.
—Bueno… pues entonces que tengas un buen paseo…
—¿Camille?
—Sí.
Se dio la vuelta.
—Mañana… A las cinco y cuarto de la tarde en la estación del Norte…
—¿Tú vas a ir?
Philibert dijo que no con la cabeza.
—No, desgraciadamente tengo que trabajar…
—¿Camille?
Volvió a darse la vuelta.
—Ve tú… Ve tú por mí… Por favor…