Camille cerró las persianas, fue a decirle adiós a… a las flores y acarició al gato cerrando los ojos.
Finales de julio.
París se asfixiaba de calor.
El piso estaba en silencio. Era como si ya los hubieran echado…
Eh, eh, eh, que yo todavía tengo que terminar una cosita…
Camille se compró un cuaderno muy bonito, pegó en la primera hoja la carta estúpida que escribieron aquella noche en La Coupole y luego reunió todos sus dibujos, sus estudios, sus bocetos, etc., para recordar todo lo que dejaban atrás y que desaparecería al mismo tiempo que ellos…
Había papeles para parar un tren…
Después, y sólo después, se ocuparía de vaciar la habitación de al lado.
Después…
Cuando las horquillas y el tubo de Polident hubieran muerto ellos también…
Al ordenar sus dibujos, puso de lado los retratos de su amiga.
Hasta entonces, no le hacía mucha ilusión la idea de la exposición, pero ahora, sí. Ahora se había convertido en una obsesión para ella: hacerla vivir un poco más. Pensar en ella, hablar de ella, mostrar su rostro, su espalda, su cuello, sus manos… Lamentaba no haberla grabado cuando contaba sus recuerdos de infancia, por ejemplo… O lo del amor de su vida.
»—Que quede entre nosotras, ¿eh?
»—Sí, sí…
»—Pues bien, se llamaba Jean-Baptiste… Es un nombre bonito, ¿no te parece? Yo, si hubiera tenido un hijo, lo habría llamado Jean-Baptiste…»
Por ahora, todavía oía el sonido de su voz, pero… ¿hasta cuándo?
Como se había acostumbrado a trabajar escuchando música, fue a la habitación de Franck para cogerle prestada su cadena.
No la encontró.
Y por un motivo.
Ya no quedaba nada en la habitación.
Sólo tres cajas de cartón apiladas contra la pared.
Apoyó la cabeza en el marco de la puerta y el parqué se convirtió en arenas movedizas…
Oh, no… Él no… Él también no…
Camille se mordía los puños.
Oh, no… Otra vez igual… Otra vez volvía a perder a todo el mundo…
Oh, no, joder…
Oh, no…
Cerró dando un portazo y corrió hasta el restaurante.
—¿Está Franck? —preguntó sin aliento.
—¿Franck? No, creo que no —le contestó con desgana un tío alto y fofo.
Camille se pellizcaba la nariz para no llorar.
—¿Ya… ya no trabaja aquí?
—No…
Camille se soltó la nariz y…
—Bueno, a partir de esta noche ya no… Anda… ¡míralo, ahí está!
Subía del vestuario con toda su ropa hecha una bola.
—Anda, mira quién esta aquí —dijo al verla—, nuestra bella jardinera…
Camille lloraba.
—¿Oué pasa?
—Creía que te habías ido…
—Mañana.
—¿Qué?
—Me voy mañana.
—¿Adónde?
—A Inglaterra.
—¿Por… por qué?
—Primero a tomarme unas vacaciones, y luego a currar… Mi jefe me ha encontrado un puesto buenísimo…
—¿Vas a cocinar para la reina? —Camille trató de sonreír.
—Qué va, mejor que eso… Chef del Westminster…
—¿En serio?
—Lo mejor de lo mejor.
—Ah…
—¿Y tú estás bien?
—…
—Anda, vente a tomar una copa… No nos vamos a despedir así sin más, ¿no…?