16

Camille no tuvo el valor de volver a la ciudad para buscar un disco decente. Además, no estaba segura de encontrarlo… Y no tenía valor para hacerlo.

Sacó la cinta que había en la radio del coche y se la dio al empleado del crematorio.

—¿No hay nada que hacer?

—No.

Porque ése sí que era su preferido… Y la prueba es que había cantado una canción sólo para ella, así que…

Camille se la había grabado para darle las gracias por el jersey horroroso que le había hecho aquel invierno, y el otro día la volvieron a escuchar religiosamente a la vuelta de los jardines de Villandry.

Camille la miraba sonreír por el retrovisor…

Cuando ese joven alto cantaba, ella también volvía a tener veinte años.

Lo había visto en 1952, cuando aún había una sala de fiestas cerca de los cines.

—Ah… Era tan guapo… —suspiraba Paulette—, tan guapo…

Se le confió pues a monseñor Yves Montand la tarea de encargarse de la oración fúnebre.

Y del réquiem…

Quand on partait de bon matin, quand on partait sur les chemins,

À bicy-clèèè-teu,

Nous étions quelques bons copains,

Y avait Fernand, y avait Firmin, y avait Francis et Sébastien,

Y avait Pau-lèèè-teu…

On était tous amoureux d’elle, on se sentait pousser des ailes,

À bicy-clèèè-teu…

Y ni siquiera estaba ahí Philou…

Se había ido a los castillos de España…

Franck estaba muy tieso, con las manos detrás de la espalda.

Camille lloraba.

La, la, la… Mine de rien,

La voilà qui revient,

La chanso-nnet-teu…

Elle avait disparu,

Le pavé de ma rue,

Était tout bê-teu…

Les titis, les marquis

C’est parti mon kiki…

Y sonreía… les titis, les marquis… Los don nadie, los marqueses… «Anda, pero si ésos somos nosotros…»

La, la, la, haut les cœurs

Avec moi tous en chœur…

La chanso-nnet-teu…

La señora Carminot estrujaba su rosario sorbiéndose los mocos.

¿Cuántos eran en esa falsa capilla de falso mármol?

¿Unos diez, tal vez?

Exceptuando a los ingleses, no había más que viejos…

Sobre todo viejas.

Sobre todo viejas que asentían tristemente con la cabeza.

Camille se derrumbó sobre el hombro de Franck, que seguía triturándose las falanges.

Trois petites notes de musique,

Ont plié boutique,

Au creux du souvenir…

C’en est fini d’leur tapage,

Elles tournent la page,

Et vont s’endormir…

El señor del bigote le hizo una seña a Franck.

Éste asintió con la cabeza.

La puerta del horno se abrió, el ataúd rodó, la puerta se cerró y… Fffffuuuuuffff…

Paulette se consumió por última vez escuchando a su cantante preferido.

… Et s’en alla… clopin… clopant… dans le soleil… Et dans… le vent…

Y todos se dieron besos. Las viejas recordaron a Franck cuánto querían a su abuela. Y éste les sonreía, apretando con fuerza las mandíbulas para no llorar.

Los asistentes se dispersaron. El señor del bigote le hizo firmar unos papeles y otro le tendió una cajita negra.

Muy bonita. Muy elegante.

Brillaba bajo la falsa lámpara de araña de intensidad variable.

Daban ganas de potar.

Yvonne los invitó a tomar una copita.

—No, gracias.

—¿Seguro?

—Seguro… contentó Franck, agarrándose al brazo de Camille.

Y salieron a la calle.

Solos.

Los dos.

Una señora de unos cincuenta años los abordó.

Les dijo que fueran a su casa.

La siguieron con el coche.

Habrían seguido a cualquiera.