La semana pasó.
Camille se lavó las manos y volvió al jardín para reunirse con Paulette, que tomaba el sol, sentada en su silla.
Había preparado una quiche… Bueno, una especie de torta con trozos de tocino dentro… Bueno, algo de comer, vamos…
Una auténtica mujercita sumisa que espera a su hombre…
Ya estaba de rodillas, escarbando en la tierra, cuando su anciana amiga murmuró a su espalda:
—Lo maté.
—¿Cómo?
Qué desgracia.
Últimamente cada vez desvariaba más…
—Maurice… Mi marido… Lo maté.
Camille se enderezó sin darse la vuelta.
—Yo estaba en la cocina, buscando el monedero para ir a comprar el pan y le… le vi caer… Estaba muy mal del corazón, ¿sabes? Gruñía, suspiraba, tenía la cara… Y yo… me puse la rebeca y me fui.
»Me tomé mi tiempo… Me paré delante de cada casa… “¿Y qué tal está el niño? ¿Y usted, está mejor ya del reuma? ¿Ha visto la tormenta que se avecina?” Yo que no soy muy habladora, esa mañana estaba de lo más amable… Y lo peor de todo es que jugué incluso a la lotería… ¿Te das cuenta? Como si fuera mi día de suerte… Bueno, al final volví a casa y él ya estaba muerto.
Silencio.
—Tiré el billete porque nunca habría tenido la osadía de comprobar los números ganadores, y después llamé a los bomberos… O a una ambulancia… Ya no me acuerdo… Y era demasiado tarde. Y yo lo sabía…
Silencio.
—¿No dices nada?
—No.
—¿Por qué no dices nada?
—Porque pienso que había llegado su hora.
—¿Tú crees? —suplicó Paulette.
—Estoy segura. Un ataque al corazón es un ataque al corazón. Me dijo usted un día que había tenido quince años de tregua. Pues ya está, tuvo sus quince años.
Y para demostrarle su buena fe, retomó lo que estaba haciendo antes como si no pasara nada.
—¿Camille?
—Sí.
—Gracias.
Cuando volvió a incorporarse media hora larga después, Paulette dormía sonriendo.
Camille fue a buscarle una manta.
Luego se lió un cigarrillo.
Luego se limpió las uñas con una cerilla.
Luego fue a vigilar su «quiche».
Luego cortó en trocitos tres cogollitos de lechuga y unas hojitas de cebolleta.
Luego lo lavó lodo.
Luego se sirvió un vasito de vino blanco.
Luego se duchó.
Luego volvió al jardín, poniéndose un jersey.
Apoyó la mano en su hombro:
—Eh… Se va usted a enfriar, Paulette…
La zarandeó suavemente:
—¿Paulette?
Nunca le resultó tan difícil un dibujo.
No hizo más que uno.
Y tal vez, fuera el más bello…