19

Como siempre que estaba agotado, se quemó gravemente. Su pinche insistió en curarle, y Franck terminó por tenderle el brazo sin decir palabra. No tenía fuerzas para quejarse, ni para sentir dolor. La máquina había explotado. Ya no servía, no funcionaba, ya no podía hacerle daño a nadie…

Regresó a casa tambaleándose, puso el despertador para no dormir hasta el día siguiente, se quitó los zapatos sin desatarse los cordones, y se desplomó sobre la cama, con los brazos en cruz. Ahora sí le dolía la mano, y reprimió un quejido de dolor antes de quedarse dormido.

Llevaba más de una hora durmiendo cuando Camille (así de ligera sólo podía ser ella) vino a visitarlo en sueños…

Desgraciadamente no vio si estaba desnuda… Estaba tumbada sobre él. Sus muslos contra los suyos, su vientre contra el suyo, y sus hombros contra los suyos.

Acercó su boca a su oído y le susurró:

—Lestafier, te voy a violar…

Franck sonreía en sueños. Primero porque era un bonito delirio y segundo porque el soplo de su voz le hacía cosquillas desde el otro lado del abismo.

—Sí… Para acabar ya con esto… Te voy a violar para tener una buena razón para abrazarte… Pero sobre todo no te muevas… Si te resistes, te estrangulo, chavalín.

Franck quiso acurrucarse para estar seguro de no despertarse, pero alguien lo sujetaba por las muñecas.

Por el dolor, se dio cuenta de que no estaba soñando, y porque le dolía, comprendió su felicidad.

Al juntar sus palmas con las suyas, Camille sintió el contacto de la gasa:

—¿Te duele?

—Sí.

—Tanto mejor.

Y empezó a moverse.

Franck también.

—No, no, no —se enfadó Camille—. Déjame hacer a mí…

Escupió una esquinita de plástico, le puso la goma, se encajó en el hueco de su cuello, también un poco más abajo, y pasó sus manos por debajo de sus riñones.

Al cabo de unas cuantas idas y venidas silenciosas, Camille se aferró a sus hombros, arqueó la espalda, y llegó el orgasmo, en menos tiempo del necesario para escribirlo.

—¿Ya? —preguntó Franck, algo decepcionado.

—Sí…

—Vaya…

—Tenía demasiada hambre…

Franck rodeó su espalda con sus brazos.

—Perdón… —añadió ella.

—No hay disculpa que valga, señorita… Voy a poner una denuncia.

—Por mí, encantada…

—No, ahora mismo no… Se está demasiado bien… Quédate así, te lo suplico… Mierda…

—¿Qué pasa?

—Te estoy llenando de pomada para quemaduras…

—Mejor —sonrió Camille—, siempre puede sernos útil…

Franck cerró los ojos. Le acababa de tocar el premio gordo. Una chica dulce, inteligente, y picarona. Oh… gracias, Dios mío, gracias… Era demasiado bonito para ser verdad.

Algo mugrientos, algo grasientos, se quedaron dormidos los dos, bajo unas sábanas que olían a estupro y cicatrización.