La habitación estaba impecablemente ordenada. La cama estaba hecha, y Vincent había colocado dos tazas y un paquete de azúcar sobre la mesa de camping. Estaba sentado en una silla, de espaldas a la pared, y cerró el libro cuando la oyó llamar a la puerta.
Se levantó. Tanto el uno como el otro estaban igual de cortados. Al fin y al cabo, era la primera vez que se veían… Pasó un ángel.
—¿Te… te apetece tomar algo?
—Sí, gracias…
—¿Té? ¿Café? ¿Coca-Cola?
—Un café está muy bien.
Camille se instaló en el taburete y se preguntó cómo había podido vivir ahí tanto tiempo. Era un lugar tan húmedo, tan oscuro, tan… inexorable. El techo era tan bajo, y las paredes, tan sucias… No, no era posible… Entonces, tenía que haber sido otra persona, ¿no?
Vincent puso el agua a calentar y le señaló el bote de Nescafé.
Barbès dormía sobre la cama, abriendo un ojo de vez en cuando.
Vincent acercó por fin su silla para sentarse delante de ella:
—Me alegro de verte… Podrías haber venido antes…
—No me atrevía.
—Ah, te arrepientes de haberme traído aquí, ¿verdad?
—No.
—Sí, sí que te arrepientes. Pero no te preocupes… Estoy esperando el momento adecuado y me marcharé… Es sólo cuestión de días ya.
—¿Adónde te vas?
—A Bretaña.
—¿Con tu familia?
—No. A un centro de… de deshechos humanos. No, no me hagas caso, soy idiota. A un centro de vida, así es como hay que llamarlo…
—…
—Me lo ha encontrado mi médico… Es un sitio donde fabrican abono a base de algas… Algas, mierda, y retrasados mentales… Genial, ¿verdad? Seré el único obrero normal. Bueno, lo de normal es relativo…
Vincent sonreía.
—Toma, mira el folleto… Tiene clase, ¿eh?
En una foto salían dos retrasados mentales con una hoz en la mano, delante de una especie de pozo negro.
—Voy a hacer Algo-Foresto, que es una mezcla de abono compuesto, algas y estiércol de caballo… Tengo la corazonada de que me va a encantar… Bueno, según parece al principio se hace duro por el olor, pero después ya ni lo notas…
Dejó el folleto sobre la mesa y se encendió un cigarrillo.
—De vacaciones, vaya…
—¿Cuánto tiempo te vas a quedar?
—El que haga falta…
—¿Tomas metadona?
—Sí.
—¿Desde cuándo?
Vincent esbozó un gesto impreciso.
—¿Estás bien?
—No.
—Venga… ¡Vas a ver el mar!
—Genial… ¿Y tú? ¿Por qué has venido?
—Por la portera… Creía que te habías muerto…
—Pues qué decepción se va a llevar…
—Y tanto.
Se rieron.
—¿T… también tienes el sida?
—No, qué va. Eso se lo dije sólo para hacerle ilusión… Para que se encariñara con mi chucho… No, qué va… Eso sí lo he hecho bien. Me he echado a perder limpiamente.
—¿Es tu primera cura de desintoxicación?
—Sí.
—¿Lo vas a conseguir?
—Sí.
—…
—He tenido suerte… Supongo que hay que cruzarse con la gente adecuada… y creo… creo que eso lo he conseguido…
—¿Tu médico?
—¡Mi médica! Sí, pero no sólo ella… También un psicólogo… Un viejo que me arrancó la cabeza… ¿Sabes lo que es el V33?
—¿Una medicina?
—No, es un producto para decapar la madera…
—¡Ah, sí! Una botella verde y roja, ¿no?
—Si tú lo dices… Pues ese tío es mi V33. Me echa el producto, me quema, me salen ampollas, y la vez siguiente, coge la espátula y despega toda la mierda… ¡Mírame, dentro de la cabeza estoy en pelota picada!
Vincent ya no conseguía sonreír, le temblaban las manos.
—Joder, qué duro es… qué duro… No pensaba que…
Levantó la cabeza.
—Y… hay alguien más… Una pibita con unas piernas esqueléticas que se subió el pantalón antes de que me diera tiempo a ver nada más, desgraciadamente…
—¿Cómo te llamas?
—Camille.
Lo repitió y se volvió hacia la pared:
—Camille… Camille… El día que apareciste, Camille, estaba hecho polvo… Hacía demasiado frío, y creo que ya no tenía muchas ganas de luchar… Pero bueno, Estabas ahí… Así que te seguí… Soy todo un caballero, yo…
Silencio.
—¿Puedo seguir contándote o ya te has cansado?
—Ponme otra taza…
—Perdóname. Es por el viejo… Ya no me callo ni debajo del agua…
—Que no hay problema, te digo.
—No, si es que además es importante… O sea, incluso para ti creo que es importante…
Camille frunció el ceño.
—Tu ayuda, tu casa, tu comida y tal, todo eso estuvo muy bien, pero te lo digo de verdad, estaba fatal cuando me encontraste… Tenía vértigos, ¿entiendes? Quería ir a buscarlos, y… Fue ese tío el que me salvó. Ese tío y tus sábanas.
Vincent lo cogió del suelo y lo dejó entre los dos. Camille reconoció su libro. Eran las cartas de Van Gogh a su hermano.
Se le había olvidado que estaba allí.
Y no sería porque no lo había llevado con ella a todas partes…
—Lo abrí para retenerme, para impedirme cruzar esa puerta, porque no había nada más aquí, ¿y sabes lo que me hizo este libro?
Camille negó con la cabeza.
—Pues esto, esto, y esto.
Vincent volvió a coger el libro para golpearse con él la cabeza y las mejillas.
—Es la tercera vez que me lo leo… Lo… lo es todo para mí. Aquí dentro está todo… A este tío me lo conozco de memoria… Soy yo. Es mi hermano. Comprendo todo lo que dice. Cómo se le cruzan los cables. Cómo sufre. Cómo repite las mismas cosas una y otra vez, disculpándose mil veces, intentando comprender a los demás, cuestionarse a sí misino, cómo lo echó a la calle su familia, sus padres que no se coscaban de nada, sus estancias en el hospital y todo eso… No… no voy a contarte mi vida, tranquila, pero es que es alucinante, ¿sabes…? Cómo era con las tías, cómo se enamoró de una creída, cómo lo despreciaron, y el día que decidió irse a vivir con esa puta… La que estaba embarazada… No, no te voy a contar mi vida, pero hay coincidencias que me han hecho flipar… Salvo su hermano, y ni siquiera, nadie creía en él. Nadie. Pero él, por muy frágil y chalado que estuviera, él sí creía en sí mismo… Bueno… por lo menos eso dice, que tiene fe, que es fuerte y… La primera vez que me lo leí, de un tirón casi, no entendí el trozo que viene en cursiva, al final del libro…
Lo volvió a abrir:
—Carta que Vincent Van Gogh llevaba encima el 29 de julio de 1890… Sólo al día siguiente, o al otro, entendí que el muy idiota se había suicidado, cuando me leí el prólogo. Entendí que esa carta no la había enviado y… joder, me dio una cosa que no veas, tía… Todo lo que dice sobre su cuerpo, yo también lo siento. Todo su sufrimiento, no son sólo palabras, ¿entiendes? Es… o sea, yo… me trae al pairo su trabajo… Bueno, no es que me traiga al pairo, pero no es eso lo que yo he leído. Lo que yo he leído es que si no eres como los demás, si no consigues ser lo que otros esperan de ti, entonces lo pasas mal. Sufres como un perro y al final, la palmas. Pues no, hala. Yo no me pienso morir. Por amistad hacia él, por fraternidad, no voy a morirme… No me da la gana.
Camille bebía sus palabras. Pschhh… Se le acababa de caer la ceniza en el café.
—¿Te parece absurdo lo que te acabo de decir?
—No, no, qué va, al contrario… yo…
—¿Tú te lo has leído?
—Claro.
—¿Y no… no te ha hecho sufrir?
—A mí sobre todo me interesaba su trabajo… Empezó tarde… Era un autodidacta… Un… ¿Conoces sus cuadros?
—Es el de los girasoles, ¿no? Qué va… Lo estuve pensando un tiempo, ir a hojear un libro o algo, pero no me apetece, prefiero mis propias imágenes…
—Quédatelo, le lo regalo.
—¿Sabes…? Algún día… si salgo de ésta, te daré las gracias. Pero ahora no puedo… Ya te lo he dicho, estoy en las últimas, tía. A parte de este saco de pulgas, ya no me queda nada.
—¿Cuándo te marchas?
—La semana que viene, si todo va bien…
—¿Quieres darme las gracias?
—Si puedo…
—Déjame dibujarte…
—¿Nada más?
—Nada más.
—¿Desnudo?
—Preferentemente…
—Joder… Tú no has visto cómo tengo el cuerpo…
—Me lo imagino…
Vincent se estaba atando las zapatillas de deporte, mientras su perro daba saltos, excitadísimo.
—¿Vas a salir?
—Toda la noche… Todas las noches… Camino hasta que no puedo más, luego me paso a tomar mi dosis cotidiana de metadona, y vuelvo aquí a dormir para aguantar hasta el día siguiente. Por ahora no he encontrado un sistema mejor…
Un ruido en el pasillo. La bola de pelos se quedó petrificada.
—Hay alguien… —dijo Vincent muy asustado.
—¿Camille? ¿Estás bien? Soy… soy tu caballero andante, querida…
Philibert estaba ahí en la puerta, con un sable en la mano.
—¡Barbès! ¡Siéntate!
—E… estoy un po… poco ridículo, ¿no?
Camille los presentó, riéndose:
—Vincent, éste es Philibert Marquet de la Durbellière, comandante en jefe de un ejército derrotado. —Y, dándose la vuelta—: Philibert, éste es Vincent… esto… Sólo Vincent… como Van Gogh…
—Encantado —contestó Philibert, envainando otra vez su artilugio—. Ridículo y encantado… Bueno, pues… me voy a batir en retirada entonces…
—Bajo contigo —contestó Camille.
—Yo también.
—¿Te… te pasarás por mi casa?
—Mañana.
—¿Cuando?
—Por la tarde. Y… ¿me traigo al perro?
—Te traes a Barbès, claro…
—¡Ah, Barbès…! —exclamó Philibert, afligido—. Otro exaltado de la República… ¡Yo hubiera preferido la abadesa de la Rochechouart!
Vincent le lanzó una mirada inquisitiva.
Camille se encogió de hombros, perpleja.
Philibert, que se había dado la vuelta, se ofuscó:
—¡Pues claro que sí! ¡Y que el nombre de la pobre Marguerite de Rochechouart de Montpipeau se asocie a ese vaina es una aberración!
—¿De Montpipeau? —repitió Camille—. Joder, tenéis cada nombrecito… Por cierto, ¿por qué no vas a la tele a ese concurso que tanto te gusta?
—¡Anda, no empieces tú también! Sabes muy bien por qué…
—Pues no. ¿Por qué, a ver?
—Para cuando consiguiera darle al pulsador, ya habría terminado el concurso…