Pikou escupió bilis y la señora Pereira abrió la puerta acristalada llevándose una mano al pecho.
—Pase, pase… Siéntese…
—¿Qué ocurre?
—Siéntese, le digo.
Camille apartó los cojines y se sentó en un rinconcito del sofá de flores.
—Ya no lo veo…
—¿A quién? ¿A Vincent? Pero si yo me lo encontré el otro día… Iba a meterse en el metro…
—¿El otro día cuándo?
—Pues ya no me acuerdo… A principios de semana…
—¡Pues yo le digo que ya no lo veo! Ha desaparecido. Con Pikou que nos despierta cada noche, no hay forma de que no me entere de cuándo entra y sale, se lo puedo asegurar… Pero ahora ya, ni rastro. Me da miedo que le haya pasado algo… Tiene que ir a ver, niña… Tiene que subir.
—Bueno.
—Válgame Dios. ¿Cree que se habrá muerto?
Camille abrió la puerta.
—Oiga… Si está muerto, venga enseguida a buscarme, ¿eh? Es que… —dijo, sobando su medalla—, no quisiera yo que hubiera un escándalo en la finca, ¿comprende?