Camille no aguantó hasta el final de su notificación: decididamente, Josy Bredart olía demasiado mal. Tenía que pasarse por la sede (qué palabra…) para negociar su marcha y tener derecho a cobrar el… ¿Cómo lo llamaban?… El finiquito. Había trabajado más de un año y nunca se había tomado vacaciones. Sopesó los pros y los contras y decidió reírse de todo.
A Mamadou le sentó mal:
—Tú, desde luego… tú, desde luego —no dejó de repetir la última noche, dándole escobazos en las piernas—. Tú, desde luego…
—Yo, desde luego, ¿qué? —se irritó Camille cuando se lo hubo repetido cien veces—. ¡Termina la frase, joder! Yo, ¿qué?
Mamadou meneó tristemente la cabeza:
—Tú, desde luego… nada.
Camille se fue a otra habitación.
Vivía en la dirección contraria, pero se subió en el mismo vagón desierto que ella y la obligó a correrse un poco para compartir el mismo asiento. Parecían Astérix y Obélix cuando se enfadan el uno con el otro. Camille le dio un pequeño codazo en la tripa, y la otra por poco la tira al suelo.
Repitieron esto varias veces.
—Eh, Mamadou… no te cabrees.
—No me cabreo, y te prohíbo que me vuelvas a llamar Mamadou. ¡No me llamo Mamadou! ¡Odio ese nombre! Las chicas del trabajo me llaman así, pero ése no es en absoluto mi nombre. Y como, que yo sepa, ya no eres una chica del trabajo, te prohíbo que me vuelvas a llamar así una sola vez más, ¿entendido?
—¿En serio? ¿Entonces cómo te llamas?
—No te lo pienso decir.
—Mira, Mam… digo… querida… a ti te voy a decir la verdad: si me voy, no es por Josy. No me voy por el trabajo, ni por el gusto de largarme sin más. Tampoco me voy por el dinero. La verdad es… que me voy porque tengo otro trabajo… Un trabajo que… bueno, por lo menos creo… aunque… no estoy del todo segura, ¿eh?… pero un trabajo que se me da mejor que éste… que creo que me podría hacer más feliz…
Silencio.
—Y además no es la única razón… Ahora me ocupo de una anciana y ya no quiero estar fuera de casa por la noche, ¿entiendes? Me da miedo que se caiga…
Silencio.
—Bueno, pues nada, yo ya me bajo… Que si no otra vez me va a tocar pagarme un taxi…
Mamadou la cogió del brazo y la obligó a volverse a sentar.
—Que te quedes te digo. Sólo son las doce y treinta y cuatro…
—¿Cuál es?
—¿Cómo?
—Tu otro trabajo, ¿cuál es?
Camille le tendió su cuaderno.
—Toma —le dijo, devolviéndoselo—, está bien. Entonces me parece bien. Ya te puedes ir, pero… me ha encantado conocerte, bichejo —añadió Mamadou, dándose la vuelta.
—Tengo otro favor que pedirte, Mama…
—¿Quieres que mi Léopold te consiga el éxito garantizado y la atracción de clientela?
—No. Me gustaría que posaras para mí…
—Que posara, ¿el qué?
—¡Pues tú! Que me sirvas de modelo…
—¿Yo?
—Sí.
—Oye, ¿tú te estás burlando de mí, o qué?
—Desde el primer día que te vi, entonces todavía trabajábamos en Neuilly, me acuerdo… desde entonces me apetece pintar tu retrato…
—¡Para, Camille! ¡Yo ni siquiera soy linda!
—Para mí, sí.
Silencio.
—¿Para ti, sí?
—Para mí, sí…
—¿Qué hay de lindo en esto, eh? —preguntó, señalando con el dedo su reflejo en el cristal negro del vagón de metro—. ¿Dónde está eso que dices?
—Si consigo pintar tu retrato, si me sale bien, se verá en él todo lo que me has contado desde que nos conocemos… Todo… Se verá a tu madre y a tu padre, a tus hijos, el mar, y… ¿cómo se llamaba, que no me acuerdo?
—¿Quién?
—Tu cabrita.
—Buli…
—Se verá a Buli. Y a tu prima la que se murió… Y todo lo demás…
—¡Oye, tú hablas como mi hermano! ¡Fantasías y nada más que fantasías, oye!
Silencio.
—Pero… no estoy segura de que me salga bien…
—¿Ah, no? ¡Ojo, que si no se me ve a Buli sobre la cabeza, no te creas que me importa! Pero… esto que me pides lleva tiempo, ¿no?
—Sí.
—Entonces no puedo…
—Tienes mi teléfono… Descansa un día o dos de Todoclean y ven a verme. Te pagaré las horas que estés… Siempre se paga a los modelos… Es un oficio, ¿sabes…? Bueno, ahora ya sí que te dejo. ¿No… no nos vamos a dar un beso?
Mamadou la aplastó contra su pecho.
—¿Cómo te llamas, Mamadou?
—No te lo pienso decir. No me gusta mi nombre…
Camille corrió a lo largo del andén, indicando con la mano que la llamara por teléfono. Su antigua compañera de trabajo le contestó con un gesto cansado. Olvídame, blanquita, olvídame. De hecho, ya me has olvidado…
Mamadou se sonó ruidosamente.
Le gustaba hablar con Camille.
Eso sí que era verdad…
Nadie más la escuchaba nunca.