Al día siguiente, a las siete, Camille estaba ya en pie de guerra. Fue a la panadería y trajo una pistola para su suboficial preferido.
Cuando éste entró en la cocina, se la encontró agachada debajo del fregadero.
—Uf… —gimió él—, ¿ya toca hacer obras a lo grande?
—Quería llevarte el desayuno a la cama, pero no me he atrevido…
—Has hecho bien. Soy el único que sabe dosificar bien mi tazón de cacao.
—Oh, Camille… siéntate, que me mareas…
—Si me siento, te voy a anunciar otra cosa grave…
—Dios mío… Pues entonces quédate de pie…
Camille se sentó delante de él, apoyó las manos en la mesa, y lo miró directamente a los ojos…
—Voy a volverme a poner manos a la obra.
—¿Cómo?
—Acabo de echar al correo mi carta de dimisión…
Silencio.
—¿Philibert?
—Sí.
—Habla. Dime algo…
Philibert bajó su tazón y se lamió los bigotes de cacao:
—No. Sobre esto no puedo decir nada. En esto estás sola, querida…
—Me gustaría instalarme en la habitación del fondo…
—Pero Camille… ¡si esa habitación está hecha una leonera!
—Con miles de moscas muertas, ya lo sé. Pero también es la más luminosa, es la de la esquina, la que tiene una ventana que da al Este, y otra al Sur…
—¿Y los trastos?
—Ya me encargo yo de eso…
Philibert suspiró:
—Las que mandan son las mujeres…
—Ya verás, estarás orgulloso de mí…
—Cuento con ello. ¿Y yo?
—¿Tú, qué?
—¿Yo también puedo pedirte algo?
—Pues claro…
Philibert empezó a ruborizarse:
—P… pon que qui… quisieras hacerle u… un regalo a una chica a la q… que no conoces, ¿t… tú qué harías?
Camille lo miró perpleja:
—¿Cómo has dicho?
—N… no te hagas la t… tonta, me has oído p… perfectamente…
—Pues no sé… ¿a santo de qué sería el regalo?
—A s… santo de nada en e… especial…
—¿Para cuándo?
—El sá… sábado.
—Regálale un frasco de Guerlain.
—¿Có… cómo?
—Perfume Guerlain…
—Yo… yo no voy a sa… saber elegir…
—¿Quieres que vaya contigo?
—Sí, p… por favor…
—¡No hay problema! Iremos durante tu descanso para comer.
—Gra… gracias…
—¿Ca… Camille?
—¿Sí?
—No… no es m… más que una amiga, ¿eh?
Camille se levantó riendo.
—Claro…
Y entonces, al ver los gatitos del calendario de Correos, exclamó:
—¡Anda, qué cosas! El sábado es San Valentín. ¿Tú lo sabías?
Philibert volvió a hundir la cabeza en su tazón de cacao.
—Bueno, te dejo que tengo cosas que hacer… A mediodía me paso a recogerte al museo…
Philibert todavía no había vuelto a subir a la superficie, y chapoteaba entre los posos de su Nesquick cuando Camille salió de la cocina con su bote de Ajax y toda una panoplia de bayetas.
Cuando Franck volvió a casa para su siesta, se encontró el piso desierto y patas arriba.
—¿Pero se puede saber qué es todo este jaleo?
Salió de su habitación a eso de las cinco. Camille estaba peleándose con el pie de una lámpara.
—¿Qué pasa aquí?
—Me mudo…
—¿Dónde te vas? —preguntó muy pálido.
—Aquí —le dijo, indicándole la pila de muebles rotos y la alfombra de cadáveres de mosca y, extendiendo los brazos, añadió—: te presento mi nuevo taller…
—Anda ya…
—¡En serio!
—¿Y tu curro?
—Ya se verá…
—¿Y Philou?
—Oh… Philou…
—¿Qué?
—Ése está en una nube…
—¿Eh?
—No, nada.
—¿Quieres que te eche una mano?
—¡Y tanto!
Con un chico era todo mucho más fácil. En una hora, había trasladado todos los trastos a la habitación de al lado. Un dormitorio cuyas ventanas estaban condenadas debido a unas «jambas defectuosas»…
Camille aprovechó un momento de tranquilidad —Franck se estaba bebiendo una cervecita mientras contemplaba el alcance del trabajo realizado— para asestar su última estocada:
—El lunes que viene, a la hora de comer, me gustaría celebrar mi cumpleaños con Philibert y contigo…
—Mmm… ¿No prefieres celebrarlo mejor por la noche?
—¿Por qué?
—Hombre, ya lo sabes… El lunes es mi día de obligaciones…
—Ah, sí, perdón, me he expresado mal: el lunes que viene, a la hora de comer, me gustaría celebrar mi cumpleaños con Philibert, contigo, y con Paulette.
—¿Allí? ¿En el asilo?
—¡No, hombre, no! ¡Ya nos encontrarás tú una tasquita agradable!
—¿Y cómo vamos?
—Había pensado que podríamos alquilar un coche…
Franck calló y reflexionó hasta el último sorbo de cerveza.
—Muy bien —dijo, estrujando la lata—, el problema es que luego, cuando yo vuelva solo a verla, siempre se llevará una desilusión…
—Eso… bien pudiera ser que…
—No te tienes que sentir obligada a hacerlo por ella, ¿eh?
—No, no, lo hago por mí.
—Bueno… De lo del buga, yo me encargo… Tengo un colega que estará encantado de cambiármelo por la moto… Qué asco dan todas estas moscas…
—Estaba esperando a que te despertaras para pasar la aspiradora…
—¿Y tú, estás bien?
—Sí. ¿Has visto tu Ralph Lauren?
—No.
—Preciosísimo, le queda preciosísimo. Bien contento que está mi Pikou.
—¿Cuántos cumples?
—Veintisiete.
—¿Antes dónde estabas?
—¿Cómo?
—Antes de estar aquí, ¿dónde estabas?
—¡Pues arriba, en la buhardilla!
—¿Y antes?
—Ahora no hay tiempo para eso… Una noche que estés en casa, te lo contaré…
—Siempre dices eso, y luego…
—Sí, sí, en serio, ya me encuentro mejor… Te contaré la edificante vida de Camille Fauque…
—¿Qué quiere decir «edificante»?
—Buena pregunta…
—¿Quiere decir «como un edificio»?
—No. Significa «ejemplar», pero es irónico…
—¿Eh?
—Como un edificio que se estuviera derrumbando, si prefieres…
—¿Como la torre de Pisa?
—¡Exactamente!
—Joder, vivir con una intelectual es una jodienda…
—¡Que no, hombre! ¡Al contrario! ¡Es muy agradable!
—Qué va, es una jodienda. Siempre tengo miedo de hacer faltas de ortografía… ¿Qué has comido a mediodía?
—Un bocadillo con Philou… Pero he visto que me habías guardado algo en el horno, me lo tomaré luego… Por cierto, gracias… Está todo buenísimo…
—De nada. Bueno, me largo…
—Y, tú, ¿estás bien?
—Cansado…
—¡Pues entonces, duerme!
—No, si sí que duermo, pero no sé… estoy como sin energía… Bueno, tengo que volver al curro…