—¿Ahora?
—Sí.
—¿Pero qué hora es?
—¡Qué más da, tú escúchame!
—Pásame mis gafas, por favor…
—No necesitas gafas, estamos a oscuras…
—Camille… Por favor…
—Ah, gracias… Con mis anteojos, oigo mejor… ¿Y bien, soldado? ¿A qué viene esta emboscada?
Camille respiró hondo y soltó todo lo que tenía dentro. Habló durante mucho rato.
—Fin del informe, mi coronel…
Philibert se quedó mudo.
—¿No dices nada?
—Caramba, esto sí que es una ofensiva…
—¿No quieres?
—Espera, déjame pensarlo…
—¿Un café?
—Buena idea. Ve a hacerte un café mientras yo me recupero del susto…
—¿Tú no quieres?
Philibert cerró los ojos indicándole con un gesto que se largara con viento fresco.
—¿Entonces?
—Te… te lo digo sinceramente: no creo que sea una buena idea…
—¿No? —dijo Camille, mordiéndose el labio.
—No.
—¿Por qué?
—Porque es demasiada responsabilidad.
—Busca otra cosa. Esa respuesta no me vale. Es una chorrada. Estamos hasta el gorro de la gente que no acepta tomar responsabilidades… Hasta el gorro, Philibert… Tú no te planteaste eso cuando viniste a buscarme a la buhardilla y yo llevaba tres días sin comer…
—Pues sí, mira por dónde sí que me lo planteé…
—¿Y? ¿Te arrepientes?
—No. Pero no se puede comparar. Éste no es en absoluto el mismo caso…
—¡Sí! ¡Claro que lo es!
Silencio.
—Sabes muy bien que ésta no es mi casa… Estamos viviendo como en suspenso… Mañana mismo puedo recibir una carta certificada que me obligue a abandonar esta casa en menos de una semana…
—Pfff… Ya sabes cómo son estas historias de herencias… Lo mismo todavía te tiras aquí diez años…
—Diez años o un mes… Vete tú a saber… Cuando hay mucho dinero de por medio, hasta los mejores picapleitos terminan por encontrar una forma de llegar a un acuerdo, créeme…
—Philou…
—No me mires así… Me estás pidiendo demasiado…
—No, no te pido nada. Lo único que te pido es que confíes en mí…
—Camille…
—Nunca… nunca os he hablado de ello, pero… He tenido una vida de mierda hasta que os conocí. Por supuesto, comparada con la infancia de Franck tal vez no sea gran cosa, pero con todo, yo diría que por ahí anda… Lo mío era más insidioso tal vez… Como un goteo continuo… Y yo… no sé qué hice… Seguramente lo hice todo mal, pero…
—¿Pero…?
—… perdí por el camino a todas las personas a las que quería y…
—¿Y?
—Cuando te dije el otro día que sólo te tenía a ti en el mundo, no era… ¡Joder, yo qué sé…! ¿Sabes?, ayer fue mi cumpleaños. Cumplí veintisiete años, y la única persona que se manifestó fue mi madre, desgraciadamente. ¿Y sabes lo que me ha regalado? Un libro para adelgazar. Qué divertido, ¿verdad? ¿Se puede tener más sentido del humor, te pregunto yo? Siento mucho venirte con todo esto, pero una vez más necesito que me ayudes, Philibert… Una vez más. Después ya nunca te pediré más nada, te lo prometo.
—¿Ayer fue tu cumpleaños? —se lamentó él—. ¿Por qué no nos dijiste nada?
—¡Al cuerno mi cumpleaños! Esta anécdota te la he contado para que te diera pena, pero en realidad, no tiene ninguna importancia…
—¡Pues claro que la tiene! Me hubiera encantado hacerle un regalo…
—Pues venga: házmelo ahora.
—Si acepto, ¿me dejarás que me vuelva a dormir?
—Sí.
—Bueno, pues entonces, sí…
Por supuesto, ya no se volvió a dormir…