Serían algo menos de las nueve y el piso estaba completamente a oscuras.
—¿Philou? ¿Estás en casa?
Se lo encontró sentado en la cama. Completamente postrado. Con una manta echada sobre los hombros y la mano aprisionada en un libro.
—¿Estás bien?
—…
—¿Te encuentras mal?
—Tenía el corazón en un p… puño… Pensaba que… que llegaríais m… mucho antes…
Camille suspiró. Joder… Cuando no era uno, era el otro…
Apoyó los codos en la chimenea, de espaldas a él, y se sujetó la frente con las manos:
—Philibert, para, por favor. Para de tartamudear. No me hagas esto. No lo estropees todo. Era la primera vez que me marchaba un par de días desde hace años… Incorpórate, quítate ese poncho astroso, deja tu libro, adopta un tono natural, y dime: «¿Y bien, Camille? ¿Qué tal esa escapadita?»
—¿Y… y bien, Ca… Camille? ¿Qué tal esa escapadita?
—¡Muy bien, gracias! ¿Y tú? ¿Qué batalla tocaba hoy?
—Pavía…
—Ah… muy bien…
—No, un desastre.
—¿Quiénes son esta vez?
—Los Valois contra los Habsburgo… Francisco I contra Carlos V…
—¡Ah, sí, hombre! ¡Carlos V ya sé yo quién es! ¡Es el que viene después de Maximiliano I en el imperio germánico!
—¡Demonios! ¿Y cómo sabes tú eso?
—¡Jajá! ¡Te he dejado de piedra, ¿eh?!
Philibert se quitó las gafas para restregarse los ojos.
—¿Qué tal vuestra escapadita?
—De lo más pintoresca…
—¿Me enseñas tu cuaderno?
—Sólo si te levantas… ¿Ha sobrado algo de sopa?
—Creo que sí…
—Te espero en la cocina.
—¿Y Franck?
—Se ha dado el piro…
—¿Tú sabías que era huérfano? Bueno… ¿que su madre lo había abandonado?
—Eso me había parecido comprender…
Camille estaba demasiado cansada para poder dormir. Arrastró su chimenea hasta el salón y se fumó sus cigarrillos con Schubert.
El viaje de invierno.
Se echó a llorar, y de pronto volvió a sentir en la garganta el odioso sabor de los pedruscos.
Papá…
Camille, para. Vete a dormir. Entre este chaparrón romántico, el frío, el cansancio, y Philibert que se pone a jugar con tus nervios… Para inmediatamente. Es absurdo.
¡Mierda!
¿Qué?
Se me ha olvidado llamar a Paulette…
¡Pues hala, llámala!
Pero es que se ha hecho un poco tarde…
¡Pues razón de más! ¡Date prisa!
—Soy yo. Camille… ¿La he despertado?
—No, no…
—Se me había olvidado llamarla.
Silencio.
—¿Camille?
—Sí.
—Se va a cuidar, ¿verdad, bonita?
—…
—¿Camille?
—Va… vale.
Al día siguiente se quedó en la cama hasta la hora de irse a trabajar. Cuando se levantó, vio encima de la mesa el plato que le había preparado Franck, con una notita: «Solomillo de ayer con ciruelas pasas y pasta fresca. Microondas 3 minutos.»
Y sin una falta de ortografía, hay que ver…
Comió de pie y enseguida se sintió mejor.
Se ganó la vida en silencio.
Escurrió fregonas, vació ceniceros y ató bolsas de basura.
Volvió a pie.
Daba palmas para calentarse las manos…
Levantaba la cabeza del suelo.
Pensaba.
Y cuanto más pensaba, más deprisa caminaba.
Corría, casi.
Eran las dos de la mañana cuando zarandeó a Philibert por el hombro.
—Tengo que hablar contigo.