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—Otra vez se te han olvidado las lla…

Camille no terminó la frase porque se había equivocado de interlocutor. No era Franck, sino la chica del otro día. Aquella a la que puso de patitas en la calle en Nochebuena después de habérsela tirado…

—¿No está Franck?

—No. Se ha ido a ver a su abuela…

—¿Qué hora es?

—Pues… alrededor de las siete, creo…

—¿Te importa que le espere aquí?

—Claro que no… Entra…

—¿Te molesto?

—¡Qué va! Estaba vegetando delante de la tele…

—¿Pero tú ves la tele?

—Pues sí, ¿por qué me lo preguntas?

—Te aviso que he elegido el peor programa… No salen más que chicas vestidas de putas y presentadores con trajes ceñidos, que leen tarjetitas separando virilmente las piernas… Creo que es una especie de karaoke con famosos, pero no conozco a nadie…

—Sí, ése sí es conocido, es el de Star Academy

—¿Qué es eso de Star Academy?

—Ah, ves, si tenía razón yo… Ya me lo había dicho Franck, tú no ves nunca la tele…

—No mucho, no… Pero esto me encanta… Me siento como si me estuviera revolcando en una pocilga calentita… Mmm… Son todos guapos, no paran de darse besos, y todas las chicas se sostienen el rímel cuando lloriquean. Vas a ver qué conmovedor es todo…

—¿Me haces un sitio?

—Toma… —dijo Camille apartándose un poco y tendiéndole el otro extremo de su edredón—. ¿Quieres beber algo?

—¿Tú qué estás tomando?

—Un buen vinito de Borgoña.

—Pues espera, que voy por un vaso…

—¿Qué pasa ahora?

—No entiendo nada…

—Sírveme una copa que ahora te lo explico.

Se contaron cosas durante los anuncios. La chica se llamaba Myriam, era de Chartres, trabajaba en una peluquería de la calle Saint-Dominique y había subalquilado un estudio en el distrito XV. Se preocuparon por Franck, le dejaron un mensaje en el buzón de voz, y subieron el volumen cuando terminaron los anuncios. Al final de la tercera pausa publicitaria, ya se habían hecho amigas.

—¿Hace cuánto que lo conoces?

—No sé… Hará cosa de un mes…

—¿Vais en serio?

—No.

—¿Por qué?

—¡Porque no para de hablar de ti! No, que es broma… Sólo me ha dicho que dibujabas súper bien… Oye, ¿no quieres que te dé un repaso mientras estoy aquí?

—¿Cómo?

—A tu pelo, digo.

—¿Ahora?

—¡Pues sí, porque luego estaré demasiado pedo y lo mismo te corto una oreja!

—Pero si no tienes nada aquí, ni siquiera tienes tijeras…

—¿No hay cuchillas en el cuarto de baño?

—Eeeh… sí. Creo que Philibert todavía usa una especie de navaja paleolítica…

—¿Qué me vas a hacer exactamente?

—Dejarte un corte un poco más femenino…

—¿Te importa que nos pongamos delante de un espejo?

—¿Tienes miedo? ¿Me quieres vigilar?

—No, quiero mirarte…

Myriam le cortaba el pelo mientras Camille las dibujaba.

—¿Me lo das?

—No, te doy lo que quieras pero esto no… Los autorretratos, aun truncados como éste, me los quedo…

—¿Por qué?

—No lo sé… Me da la impresión de que, a fuerza de dibujarme, algún día terminaré por reconocerme…

—Cuando te ves en un espejo, ¿no te reconoces?

—Me veo siempre fea.

—¿Y en tus dibujos?

—En mis dibujos no siempre…

—Así queda mejor, ¿no?

—Me has hecho patillas, como a Franck…

—Te quedan bien.

—¿Sabes quién es Jean Seberg?

—No, ¿quién es?

—Una actriz. Tenía un peinado exactamente igual, pero en rubio…

—¡Anda, pues si te hace ilusión, te puedo teñir de rubio la próxima vez!

—Era una chica monísima… Vivía con uno de mis escritores preferidos… Y un día la encontraron muerta en su coche… ¿Cómo una chica tan guapa tuvo el valor de destruirse? Es injusto, ¿no te parece?

—A lo mejor tendrías que haberla dibujado antes… Para que se viera…

—Yo tenía dos años…

—Eso también me lo ha dicho Franck…

—¿Que se había suicidado?

—No, que contabas un montón de historias…

—Es porque me gusta mucho la gente… Estooo… ¿cuánto te debo?

—Anda, anda, déjate…

—Pues entonces te voy a hacer un regalo a cambio…

Volvió con un libro en la mano y se lo tendió.

La angustia del rey Salomón… ¿Está bien?

—Está genial… ¿Puedes volver a llamarle? No sé, es que estoy un poco preocupada… ¿Habrá tenido un accidente?

—Pfff… Haces mal en agobiarte… Se habrá olvidado de mí y punto… Ya empiezo a acostumbrarme…

—¿Entonces por qué sigues con él?

—Para no estar sola…

Ya iban por la segunda botella cuando Franck apareció en el salón, quitándose el casco.

—¿Pero qué coño hacéis aquí?

—Estamos viendo una peli porno —contestaron las dos riendo—. La hemos encontrado en tu cuarto… Nos ha costado elegir, ¿eh, Mimi? ¿Cómo se titula, que no me acuerdo?

—Quita la lengua que me voy a tirar un pedo.

—Ah, sí, eso… Está genial…

—¡Pero qué chorradas estáis diciendo! ¡Si yo no tengo pelis porno!

—¿Ah, no? Qué raro… ¿Se la habrá dejado alguien olvidada en tu cuarto, entonces? —preguntó Camille con ironía.

—O será que te has equivocado —añadió Myriam—, te pensabas que habías cogido Amélie, y luego resulta que era Quita la lengua que

—Pero qué coño me estáis contando… —Franck miró la pantalla mientras las chicas se reían a más no poder—. ¡Vaya curda lleváis las dos!

—Pues sí… —contestaron ellas, avergonzadillas.

—¡Eh! —dijo Camille, cuando Franck salía del salón refunfuñando.

—¿Qué pasa ahora?

—¿No le vas a enseñar a tu novia lo guapo que ibas hoy?

—No. No me deis la tabarra.

—¡Ay, sí! —suplicó Myriam—. ¡Enséñame, cariño!

—Un strip-tease —saltó Camille.

—¡Que se desnude! —añadió Myriam.

—¡Que se desnude! ¡Que se desnude! ¡Que se desnude! —corearon las dos.

Franck movió la cabeza de lado a lado, levantando los ojos al cielo. Trataba de hacerse el escandalizado, pero no lo conseguía. Estaba agotado. Tenía ganas de desplomarse sobre su cama y dormir una semana entera.

—¡Que se desnude! ¡Que se desnude! ¡Que se desnude!

—Muy bien. Vosotras lo habéis querido… Apagad la tele y preparad las propinas, bonitas…

Puso la canción Sexual Healing —por fin— y empezó por sus guantes de motorista.

Y cuando volvió a sonar el estribillo,

(get up, get up, get up, lefs make love tonight

wake up, wake up, wake up, cause you dooooo it right)

arrancó de golpe los tres últimos botones de su camisa color mostaza y la hizo girar por encima de su cabeza en un magnífico contoneo a lo Travolta.

Las chicas pataleaban desternillándose de risa.

Ya sólo le quedaba el pantalón, se dio la vuelta y se lo bajó despacito, moviendo los riñones primero hacia una chica, y luego hacia la otra, y cuando apareció el borde de su calzoncillo, una ancha banda elástica en la que se podía leer DIM DIM DIM, se volvió hacia Camille y le guiñó un ojo. En ese momento la canción terminó y Franck se subió corriendo el pantalón.

—Bueno, hala, se os ocurren chorradas muy divertidas, pero yo ya me voy al sobre…

—Oh…

—Qué desgracia…

—Tengo hambre —dijo Camille.

—Yo también.

—Franck, tenemos hambre…

—Pues nada, la cocina está siguiendo por ese pasillo, todo recto y luego a la izquierda…

Volvió a aparecer unos segundos más tarde vestido con el batín escocés de Philibert.

—¿Qué pasa? ¿No vais a comer nada?

—No, qué se le va a hacer. Nos moriremos de hambre… Un boy que no se desnuda del todo, un cocinero que no cocina, desde luego, ésta no es nuestra noche…

—Bueno —suspiró—, ¿qué queréis? ¿Salado o dulce?

—Mmm… Qué rico…

—Si no es más que un plato de pasta… —contestó, modesto, imitando la voz del cocinero italiano del anuncio.

—¿Pero qué le has echado?

—Pues nada, unas cosillas…

—Está delicioso —repitió Camille—. ¿Y de postre?

—Plátanos flambeados… Tendrán que disculparme, señoritas, pero me tengo que apañar con lo que hay… Pero bueno, ya veréis que el ron no es de garrafa, ¡eh!

—Mmm —volvieron a decir, rebañando el plato—. ¿Y después?

—Después a la cama, y para quien le interese, mi habitación es por ese pasillo, al fondo a la derecha.

En lugar de seguir sus indicaciones se tomaron una infusión y se fumaron el último cigarro mientras Franck se quedaba roque en el sofá.

—Mmm, qué guapo nuestro Don Juan, con su healing, y su bálsamo sexual… —dijo Camille entre dientes.

—Sí, es verdad, es monísimo…

Franck sonreía en su estado semicomatoso, y se llevó un dedo a los labios para suplicarles silencio.

Cuando Camille entró en el cuarto de baño, encontró allí a Franck y a Myriam. Estaban demasiado cansados para andarse con rollitos de cederse el turno unos a otros, así que Camille cogió su cepillo de dientes mientras Myriam guardaba el suyo, y le deseó buenas noches.

Franck estaba inclinado sobre el lavabo, enjuagándose la boca, y cuando se incorporó, sus miradas se cruzaron.

—¿Eso te lo ha hecho ella?

—Sí.

—Te queda bien…

Sonrieron a sus reflejos en el espejo y ese medio segundo duró más que un medio segundo normal.

—¿Me puedo poner tu camiseta gris de tirantes? —preguntó Myriam desde la habitación.

Franck se cepilló los dientes enérgicamente y volvió a dirigirse a la chica del espejo llenándose la barbilla de pasta:

—Ya che que ech una onnería, ero ech gontigo on guien yo gueía dormir…

—¿Qué has dicho? —preguntó Camille frunciendo el ceño.

Franck escupió la pasta.

—He dicho: ya sé que es una tontería, pero bendigo tener un techo bajo el que dormir…

—Sí, desde luego —dijo Camille sonriendo—. Francamente, qué razón tienes…

Luego se volvió hacia él:

—Escúchame, Franck, tengo algo importante que decirte… Ayer te confesé que nunca cumplía mis buenos propósitos, pero hay uno que me gustaría que los dos adoptáramos y respetáramos…

—¡¿Quieres que dejemos de beber?!

—No.

—¿De fumar?

—No.

—¿Pues entonces qué quieres?

—Querría que te dejaras de jueguecitos conmigo…

—¿Qué jueguecitos?

—Lo sabes perfectamente… Tu sexual planning, todas esas indirectas tan poco sutiles… No… no me apetece perderte, ni que nos cabreemos. Tengo ganas de que todo salga bien, aquí y ahora… Que éste siga siendo un lugar… o sea, un lugar en el que los tres estemos bien… Un lugar tranquilo, sin líos… Yo… tú… Tú y yo no iríamos nunca a ninguna parte, te das cuenta, ¿verdad? O sea, vamos a ver, quiero decir… claro que podríamos acostarnos, vale, muy bien, pero luego, ¿qué? Lo nuestro no funcionaría nunca y me… vamos, que me parecería una lástima estropearlo todo…

Franck estaba contra las cuerdas, y necesitó varios segundos para saltarle a la yugular:

—¡Pero tía, ¿qué me estás contando?! ¡Yo nunca he dicho que quisiera acostarme contigo! Y aunque quisiera, ¡nunca podría hacerlo! ¡Estás demasiado flaca! ¿Cómo quieres que un tío tenga ganas de acariciarte? ¡Pero tía, tócate! ¡Tócate! Tía, estás desvariando…

—¿Ves como hago bien en advertirte? ¿Ves como te veo venir? Entre tú y yo nunca podría funcionar… Intento decirte las cosas con el mayor tacto posible y a ti no se te ocurre otra cosa que contestarme con tu agresividad de mierda, tu estupidez, tu mala fe y tu maldad. ¡Menos mal que nunca podrías acariciarme! ¡Menos mal! ¡No quiero tus sucias manos coloradotas y tus uñas mordisqueadas! ¡Ésas déjalas para las camareras!

Camille seguía aferrada al picaporte:

—Nada, que me ha salido mal la cosa… Más me habría valido callarme… ¡Pero mira que soy tonta…! Mira que soy tonta… Además, no suelo ser así normalmente. Qué va, para nada… Lo mío es más hacerme la longuis y darme el piro cuando la cosa se pone fea…

Franck se sentó en el borde de la bañera.

—Sí, así suelo reaccionar yo normalmente… Pero en este caso, como una idiota, me he obligado a hablarte porque…

Franck levantó la cabeza.

—¿Porque qué?

—Porque… ya te lo he dicho, me parece importante que este piso siga siendo un lugar tranquilo… Estoy a punto de cumplir veintisiete años y, por primera vez en mi vida, vivo en un sitio en el que me siento bien, un sitio al que vuelvo feliz por la noche, y mira, aunque no lleve aquí mucho tiempo, y pese a todos las burradas que me acabas de soltar, aquí sigo, pisoteando mi amor propio para no arriesgarme a perderlo… Eee… ¿entiendes lo que te estoy diciendo, o ahora mismo no sabes ni por dónde te da el aire?

—…

—Bueno, pues nada… Me voy a tocar, digo a acostar…

Franck no pudo evitar sonreír:

—Perdóname, Camille… No sé cómo comportarme contigo y siempre la cago…

—Sí.

—¿Por qué soy así?

—Buena pregunta… Bueno, ¿qué? ¿Enterramos el hacha?

—Venga, yo voy cavando…

—Genial. Bueno, ¿qué? ¿Nos damos un besito de buenas noches?

—No. Acostarme contigo, pase, pero besarte en la mejilla, ni hablar. No vaya a ser que me claves el pómulo…

—Mira que eres tonto…

Franck tardó un momento en levantarse, se acurrucó, se miró largo rato los dedos de los pies, las manos, las uñas, apagó la luz, y se tiró a Myriam distraídamente, aplastándola contra la almohada para que Camille no oyera nada.