Camille no se quedó hasta muy tarde. Esos tíos tampoco es que fueran unos lumbreras… No paraban de repetir que hacían un trabajo de gilipollas… mmm… por algo sería, ¿no…? Y además el Sébastien ese ya empezaba a tocarle las narices… Para tener una posibilidad de acostarse con ella tendría que haber sido agradable desde por la mañana, el muy idiota. Eso es lo que distingue a un tío que merece la pena: el que es agradable con una chica antes siquiera de que se le pase por la cabeza tirársela.
Camille lo encontró acurrucado en el sofá.
—¿Estás dormido?
—No.
—¿No te encuentras bien?
—En el año entrante, no estoy muy boyante —gimió.
Camille sonrió:
—Bravo…
—Qué va, hace tres horas que me estrujo la cabeza para encontrar una buena rima… Se me había ocurrido: en este año que entra, la bilis se me concentra, pero lo mismo te pensabas que te iba a potar encima…
—Menudo poeta estás tu hecho…
Franck se calló. Estaba demasiado cansado para seguirle el juego.
—Pon música bonita, como la que estabas escuchando el otro día…
—No, si ya estás triste, lo que te faltaba ya…
—¿Si pones tu disco de la Castafiore, te quedas todavía un poco?
—Lo que tarde en fumarme un cigarro…
—Trato hecho.
Y Camille, por enésima vez aquella semana, volvió a poner el Nisi Dominus de Vivaldi…
—¿De qué trata?
—A ver, ahora te lo digo… El Señor colma a sus amigos mientras duermen…
—Fantástico.
—Es bonito, ¿verdad?
—Ni ideaaaa —bostezo—. No entiendo nada de esto…
—Tiene gracia, es justo lo que me dijiste el otro día cuando te pregunté sobre Durero… ¡Pero que esto no se aprende! Es bonito, y ya está.
—No, no es así. Quieras que no, se aprende…
—…
—¿Eres creyente?
—No. Bueno, sí… Cuando escucho este tipo de música, cuando entro en una iglesia muy bonita o cuando veo un cuadro que me conmueve, una Anunciación, por ejemplo, se me engrandece tanto el corazón que me da la sensación de creer en Dios, pero estoy equivocada: en quien creo es en Vivaldi… En Vivaldi, en Bach, en Haendel o en Fra Angelico… Ellos son los dioses… El otro, el Viejo, no es más que un pretexto… De hecho, es lo único bueno que le encuentro: el haber sabido inspirar a todos ellos todas esas obras maestras…
—Me gusta cuando me hablas… Me da la sensación de hacerme más inteligente…
—Calla…
—Que sí, que es verdad…
—Has bebido demasiado.
—No. No lo bastante, justamente…
—Mira, escucha… Esta parte también es muy bonita… Es mucho más alegre… De hecho es lo que me gusta de las misas: los momentos alegres, como los Gloria y tal, vienen siempre a salvarte después de un momento triste… Como en la vida…
Largo silencio.
—¿Ahora ya sí te has dormido?
—No, estoy pendiente de cuando se acaba tu cigarro…
—¿Sabes?, creo…
—¿Qué crees?
—Que deberías quedarte. Pienso que todo lo que me has dicho sobre Philibert a propósito de mi marcha es también válido para ti… Pienso que si te fueras se pondría muy triste, y que eres tan garante de su frágil equilibrio como puedo serlo yo…
—Mmm… ¿la última frase me la puedes repetir pero en cristiano?
—Quédate.
—No… Yo… yo soy demasiado diferente de vosotros dos… No se pueden mezclar las churras con las merinas, como diría mi abuela…
—Somos diferentes, es cierto, pero, ¿hasta qué punto? A lo mejor me equivoco, pero me parece que los tres formamos una buena panda de lisiados, ¿no?
—Tú lo has dicho…
—Y además, ¿qué quiere decir eso de «diferentes»? Yo, que no sé ni freír un huevo, me he tirado todo el día en una cocina, y tú, que sólo escuchas música tecno, te duermes con Vivaldi… Esa historia tuya de las churras y las merinas es una chorrada… Lo que impide que la gente conviva no es la diferencia, sino la estupidez… Al contrario, sin ti nunca habría sabido reconocer una hoja de lechuga iceberg…
—Para lo que te va a servir…
—Esto también es una parida. ¿Por qué tendría que «servirme»? ¿Por qué siempre este concepto de rentabilidad? Me trae al pairo que me sirva o no, lo que me interesa es saber que existe…
—Ves como somos diferentes… Ni Philou ni tú estáis en el mundo real, no tenéis ni idea de la vida, de lo que hay que luchar para sobrevivir y todo eso… Yo nunca había visto a ningún intelectual antes de conoceros, pero sois igualitos que la idea que me había hecho…
—¿Y qué idea era ésa?
Franck agitó las manos como si volara.
—Era: pío, pío… huy, los pajaritos y las maripositas… pío, pío, ¡qué lindos son! ¿Tomará un poco más de capítulo, querido? ¡Por Dios, claro que sí, dos incluso! Así no tendré que bajar de la nube en la que estoy… ¡Oh, no, no baje usted, huele demasiado mal allí abajo!
Camille se levantó y apagó la música.
—Tienes razón, no lo vamos a conseguir… Más vale que te largues… Pero déjame decirte un par de cosas antes de desearte buen viaje: la primera tiene que ver con los intelectuales, justamente… Es muy fácil descojonarse de ellos… Sí, es fácil que te cagas… Muchas veces no son muy cachas y además no les gusta meterse con nadie… No les emocionan las demostraciones de fuerza, ni las medallas, ni los cochazos, así que sí, es muy fácil… Basta con arrebatarles el libro de las manos, la guitarra, la pluma o la cámara de fotos, y ya no dan pie con bola, los muy gilipollas… De hecho, es la primera cosa que suelen hacer los dictadores: romper gafas, quemar libros o prohibir conciertos, no les sale caro, y les puede evitar más de un problema más adelante… Pero déjame que te diga que si ser intelectual significa que a uno le guste aprender, ser curioso, atento, admirar, emocionarse, tratar de comprender cómo funcionan las cosas e intentar irse a la cama un poco menos tonto que la víspera, entonces sí, reivindico mi condición totalmente: no sólo soy una intelectual, sino que además estoy orgullosa de serlo… Súper orgullosa incluso… Y porque soy una intelectual, como dices, no puedo evitar leer las revistas de motos que dejas tiradas en el retrete, y sé que la nueva BMW R 1200 GS tiene un chismito electrónico que le permite funcionar con gasolina de mierda… ¡Ea!
—¿Pero tía, de que me estás hablando?
—Y con todo lo intelectual que soy, el otro día te mangué tus cómics de Joe Bar Team y me estuve descojonando toda la tarde… Y la segunda cosa que quería decirte es que no eres el más indicado para darnos lecciones, chaval… ¿Tú te crees que tu cocina es el mundo real? Pues claro que no. Al contrario. No salís nunca, siempre estáis entre vosotros. ¿Qué conoces tú del mundo? Nada. Llevas más de quince años encerrado con tus horarios inamovibles, tu pequeña jerarquía de opereta y tu rutina cotidiana. ¿A lo mejor incluso has elegido ese curro por ese mismo motivo? Para no salir nunca de la tripa de tu madre y tener la certeza de que siempre estarás en un lugar calentito, con mucha comida alrededor… Vete tú a saber… Trabajas más y más duro que nosotros, eso es indiscutible, pero nosotros, por muy intelectuales que seamos, tenemos que lidiar con este mundo. Pío, pío, todas las mañanas bajamos al mundo desde nuestra nube. Philibert, a su tienda de postales, y yo, a mis oficinas, y no te preocupes que contacto con el mundo tenemos de sobra. Y esa historia tuya de supervivencia… En plan la vida es una jungla, hay que luchar para sobrevivir, esa cantilena ya nos la sabemos de memoria… Hasta te podríamos dar clases si quisieras… Dicho esto, adiós, buenas noches, y feliz año.
—¿Cómo?
—Nada. Decía que no eres la alegría de la huerta, precisamente…
—No, yo más bien peco de acrimonia.
—¿Y eso qué es?
—Abre un diccionario y lo sabrás…
—¿Camille?
—¿Sí?
—Dime algo agradable…
—¿Por qué?
—Para que empiece bien el año…
—No. Yo no suelto cumplidos por encargo.
—Anda…
Camille se dio la vuelta y le dijo:
—Mezcla un poco las churras con las merinas, la vida es más divertida cuando hay un poco de desorden…
—¿Y yo? ¿No quieres que te diga yo algo agradable para que empieces bien el año?
—No. Sí… Venga, dime.
—¿Sabes…?, eran maravillosas tus tostadas…