12

Al día siguiente, domingo, Camille comió en casa de los Kessler. Imposible escaquearse. No estaban más que ellos tres, y la conversación fue más bien animada. No hubo preguntas delicadas, ni respuestas ambiguas, ni silencios violentos. Una verdadera tregua de Navidad. ¡Ah, sí! En un momento dado, cuando Mathilde se inquietó por sus condiciones de supervivencia en la buhardilla, Camille tuvo que mentir un poco. No quería mencionar su mudanza. Aún no… Por desconfianza… El mequetrefe aún no se había marchado, y todavía podía surgir algún psicodrama…

Sopesando su regalo, Camille aseguró:

—Ya sé lo que es…

—No.

—¡Que sí!

—Pues venga, a ver, di… ¿Qué es?

El regalo estaba envuelto en papel de estraza. Camille quitó el lazo, alisó bien el papel, y se preparó para el examen.

Pierre estaba nerviosísimo. Ojalá esta tonta se volviera a poner a ello…

Cuando terminó, Camille volvió el dibujo hacia él: el sombrero de paja, la barba pelirroja, los ojos como dos grandes botones, la chaqueta oscura, el quicio de la puerta, y el pomo con dibujos en espiral, era exactamente como si acabara de calcar la portada.

Pierre tardó un momento en comprender:

—¿Cómo lo has hecho?

—Ayer me pase más de una hora mirándolo…

—¿Ya lo tienes?

—No.

—Uf…

Un momento después:

—¿Te has vuelto a poner a ello?

—Un poco…

—¿En este plan? —dijo, indicando el retrato de Edouard Vuillard—. ¿Copiando?

—No, no… Yo… hago bosquejos… bueno, casi nada… Cositas así, vaya…

—¿Por lo menos disfrutas con ello?

—Sí.

Pierre se estremecía de impaciencia:

—Aaaah, perfecto… ¿Me los dejas ver?

—No.

—¿Y que tal está tu madre? —interrumpió Mathilde, siempre tan diplomática—. ¿Sigue al borde del abismo?

—Más bien al fondo…

—Entonces es que todo va bien, ¿no?

—Perfectamente —sonrió Camille.

Pasaron el resto de la tarde hablando de pintura. Pierre comentó el trabajo de Vuillard, buscó afinidades, estableció paralelismos y se perdió en interminables digresiones. Varias veces se levantó para ir a buscar a su biblioteca las pruebas de su perspicacia y, al cabo de un rato, Camille tuvo que sentarse en una esquinita del sofá para dejar sitio a Maurice (Denis), a Pierre (Bonnard), a Felix (Valloton) y a Henri (de Toulouse-Lautrec).

Como marchante, Pierre era un pesado, pero como aficionado ilustrado, era verdaderamente maravilloso. Por supuesto, decía tonterías —¿quién no lo hacía en materia de arte?— pero las decía bien. Mathilde bostezaba, y Camille se iba terminando la botella de champaña. Piano ma sano.

Cuando su rostro hubo casi desaparecido tras las volutas de humo de su puro, se ofreció a llevarla a casa en su coche. Camille dijo que no. Había comido demasiado y se imponía una buena caminata.

El piso estaba vacío y le pareció demasiado grande, se encerró en su habitación y pasó el resto de la noche sin despegar la vista de su regalo.

Durmió unas horas por la mañana y se reunió con Samia más temprano que de costumbre, era Nochebuena y las oficinas se vaciaban a las cinco de la tarde. Trabajaron deprisa y en silencio.

Samia se marchó la primera y Camille se quedó un momento bromeando con el guardia de seguridad:

—¿Pero te han obligado a ponerte la barba y el gorro?

—¡Qué va, era una iniciativa personal para crear ambientillo!

—¿Y ha funcionado?

—Pff, ya ves… La peña pasa… El único que lo ha notado ha sido mi perro… No me ha reconocido y me ha gruñido, el muy idiota… Te lo juro, he tenido perros imbéciles, pero éste se lleva la palma…

—¿Cómo se llama?

—Matrix.

—¿Es una perra?

—No, ¿por?

—Eh… no, por nada, por nada… Bueno, pues adiós… Feliz Navidad, Matrix —le dijo al gran doberman tumbado a sus pies.

—No esperes que te conteste, no se cosca de nada te digo…

—No, no —contestó Camille riendo—, si no lo esperaba…

Este tío era el Gordo y el Flaco en uno.

Eran casi las diez de la noche. La gente, muy elegante, iba de aquí para allá cargada de paquetes. A las señoras ya les dolían los pies con sus zapatitos de salón, los niños zigzagueaban entre las horquillas de las aceras y los señores consultaban sus agendas delante de los telefonillos.

Camille observaba todo aquello, divertida. No tenía prisa e hizo cola ante el escaparate de una tienda de comida preparada para comprarse una buena cena. O más bien una buena botella. Para comer no sabía muy bien qué elegir… Al final le señaló al dependiente un trozo de queso de cabra y dos panecillos con nueces. Bah, era más que nada para acompañar al vino…

Descorchó la botella y la dejó no muy lejos de un radiador para ponerla a temperatura ambiente. Luego se dedicó a ella. Llenó la bañera, y se tiró dentro más de una hora, con la nariz a ras del agua caliente. Se puso el pijama, unos gruesos calcetines y eligió su jersey preferido. Uno de cachemira carísimo… Vestigio de una época remota… Desembaló la cadena de música de Franck, la instaló en el salón, se preparó una bandeja con la cena, apagó todas las luces y se acurrucó en el viejo sofá, envuelta en su edredón.

Hojeó el libreto; el Nisi Dominus estaba en el segundo disco. Bueno, las Vísperas de la Ascensión no era exactamente la misa adecuada, y además, iba a escuchar los salmos en desorden, no tenía ni pies ni cabeza…

Bueno, pero ¿qué más daba?

¿Qué más daba?

Pulsó el botón del mando a distancia y cerró los ojos: estaba en el séptimo cielo…

Sola, en ese piso inmenso, con un vaso de buen vino en la mano, escuchando la voz de los ángeles.

Hasta los adornos de pasamanería de la araña se estremecían de placer.

Cum dederit dilactis suis somnum.

Ecce, haereditas Domin filii: merces fructus ventris.

Era la pista número 5, y debió de escucharla unas catorce veces.

Y una vez más, a la decimocuarta vez, su caja torácica explotó en mil pedazos.

Un día que iban solos en el coche y Camille acababa de preguntarle por qué escuchaba siempre la misma música, su padre le contestó: «La voz humana es el instrumento más bello, el más emocionante,… Y ni el mejor virtuoso del mundo podrá darte jamás ni la mitad de la mitad de la emoción que te proporciona una bella voz… Es lo que los seres humanos tenemos de divino… Es algo que uno comprende al hacerse viejo, me parece… Bueno, yo por lo menos he tardado en reconocerlo, pero dime… ¿quieres oír otra cosa? ¿Quieres La mamá de los pececitos

Ya se había bebido la mitad de la botella y acababa de poner el segundo disco cuando alguien encendió la luz.

Fue horrible, Camille se tapó los ojos con las manos y la música le pareció de golpe fuera de contexto, y las voces, incongruentes, nasales incluso. En dos segundos, era como estar en el purgatorio.

—Anda, ¿estas aquí?

—…

—¿No estás en tu casa?

—¿Allí arriba?

—No, en casa de tus padres…

—Pues ya ves que no…

—¿Has currado hoy?

—Sí.

—Ah, bueno, pues perdona, perdona… Pensaba que no había nadie…

—No pasa nada…

—¿Qué es eso que escuchas? ¿La Castafiore?

—No, una misa…

—¿En serio? ¿Eres creyente?

Tenía que presentárselo sin falta al guardia de seguridad del perro… Vaya par… Mucho mejores que los dos viejitos de los Teleñecos…

—No, no especialmente… ¿Te importa apagar la luz por favor?

Franck obedeció y salió de la habitación, pero ya no era lo mismo. Se había roto el hechizo. Camille ya no sentía exaltación alguna, y hasta el sofá había perdido su forma de nube. Sin embargo trató de concentrarse, cogió el libreto y buscó donde se había quedado:

Deus in adiutorium meum intende

¡Dios, ven en mi auxilio!

Si, de eso se trataba exactamente.

Al parecer, el tonto del culo ese estaba buscando algo en la cocina y gritaba, vengándose de las puertas de todos los armarios. Volvió al salón y le preguntó:

—Oye, ¿no habrás visto los dos Tupper amarillos?

Aaaajjjj, hay que fastidiarse…

—¿Los grandes?

—Sí.

—No. Yo no los he tocado…

—Joder, me cago en la puta… En esta casa no se encuentra nunca nada… ¿Se puede saber que coño hacéis con la vajilla? ¿Os la coméis, o qué?

Camille le dio al botón de pausa, suspirando:

—¿Te puedo hacer una pregunta indiscreta? ¿Por qué buscas un Tupper amarillo en Nochebuena a las dos de la mañana?

—Porque sí. Lo necesito.

Bueno, ya no había nada que hacer, a la porra el disco. Camille se levantó y apagó la música.

—¿Ésa es mi cadena de música?

—Sí… Me he tornado la libertad de…

—Joder, es super bonita… ¡Caray, tía, no me has comprao cualquier cosa!

—Pues no, caray, tío, no te he comprao cualquier cosa…

Abrió como platos sus ojos de besugo:

—¿Por qué repites lo que yo digo?

—Por nada. Feliz Navidad, Franck. Anda, venga, vamos a buscar tu chisme… Mira, ahí está, encima del microondas…

Camille volvió a sentarse en el sofá mientras Franck ordenaba la nevera. Después, cruzó la habitación sin decir una palabra y fue a darse una ducha. Camille se escondió detrás de su copa de vino. Seguramente se había acabado toda el agua caliente…

—¡Joder, ¿pero quién ha gastado toda el agua caliente, hostia?!

Volvió media hora más tarde, vestido tan solo con unos vaqueros.

Como quien no quiere la cosa, tardó un momentito más de lo necesario en ponerse el jersey… Camille sonreía: su falta de sutileza clamaba al cielo…

—¿Puedo? —preguntó, señalando la alfombra.

—Tú, como en tu casa…

—No me lo puedo creer, ¿estás comiendo?

—Queso y uvas…

—¿Y antes?

—Nada.

Franck hizo un gesto de desaprobación con la cabeza.

—Pero es un queso muy bueno, ¿sabes…? Y las uvas también son muy buenas… Y el vino… Por cierto, ¿quieres un poco?

—No, no, gracias…

Uf, pensó Camille, le hubiera roto el corazón tener que compartir su Mouton-Rothschild con él…

—¿Qué tal?

—¿Cómo dices?

—Te pregunto que qué tal estás —repitió él.

—Pues… bien… ¿Y tú?

—Cansado…

—¿Trabajas mañana?

—No.

—Qué bien, así puedes descansar.

—No.

Una maravilla de conversación.

Franck se acercó a la mesita de centro, se apoderó de una funda de disco y sacó una china:

—¿Te preparo uno?

—No, gracias.

—Qué chica más seria…

—He elegido otra cosa —dijo Camille, blandiendo su copa de vino.

—Haces mal.

—¿Por qué, el alcohol es peor que la droga?

—Sí, y puedes creerme, porque yo, borrachos en mi vida he visto mogollón… Y además esto no es droga… Esto es como un dulce, es como Toblerone pero para adultos…

—Si tú lo dices…

—¿No quieres probar?

—No, que me conozco… ¡Seguro que me gusta!

—¿Y?

—Y nada… Es solo que tengo un problema de voltaje… No sé como decirte… Muchas veces tengo la sensación de que me falta un botón… Ya sabes, un chisme para regular el volumen… Siempre me paso en un sentido o en otro… Nunca consigo encontrar un buen equilibrio, y mis inclinaciones siempre terminan mal…

Camille se sorprendió de sí misma. ¿Por qué se confiaba así? ¿Estaría algo borracha, tal vez?

—Cuando bebo, bebo demasiado, cuando fumo, me hago polvo, cuando amo, pierdo la razón, y cuando trabajo, me deslomo… No sé hacer nada normalmente, serenamente, no…

—¿Y cuando odias?

—Eso ya no lo sé…

—Yo creía que a mí me odiabas…

—Todavía no —sonrió Camille—, todavía no… Cuando eso ocurra ya verás… Ya verás la diferencia…

—Bueno… ¿qué? ¿Se ha terminado la misa?

—Sí.

—¿Y ahora qué escuchamos?

—Pues… la verdad es que no creo que nos gusten las mismas cosas…

—A lo mejor sí que tenemos algo en común… Espera… Déjame pensar… Seguro que encuentro un cantante que te guste a ti también…

—Venga, a ver, dime.

Franck estaba concentrado en la preparación de su porro. Cuando lo terminó, fue a su habitación, volvió y se acuclilló delante de la cadena de música.

—¿Qué es?

—Una trampa para chicas.

—¿Es Riccardo Cocciante?

—No, hombre, no…

—¿Julio Iglesias? ¿Louis Mariano? ¿Fréderic François?

—No.

—¿Herbert Leonard?

—Calla…

—¡Ah, ya lo tengo! ¡Roch Voisine!

I guess I’ll have to stay… This album is dedicated to you…

—Nooooooo.

—Síííííííí.

—¿Marvin Gaye?

—A ver —dijo, encogiéndose de hombros—, una trampa para chicas… Ya te lo había dicho…

—Me encanta.

—Ya lo sé…

—¿Tan predecibles somos?

—No, desgraciadamente no sois nada predecibles, pero Marvin Gaye es que no falla, oye. Todavía no he conocido a una sola chica quien no le encante…

—¿Ninguna?

—Hombre, tanto como ninguna… ¡Alguna seguro que sí! Pero no me acuerdo. No fueron importantes… O no tuvimos ocasión de llegar hasta ahí…

—¿Has conocido a muchas chicas?

—¿Qué quiere decir «conocer»?

—¡Eh! ¿Por qué lo quitas?

—Porque me he equivocado, no era lo que quería poner…

—¡Que sí, que lo dejes! ¡Es mi disco preferido! Querías el de Sexual Healing, ¿no? Pufff, vosotros si que sois predecibles… ¿Al menos te sabes la historia de ese disco?

—¿De cual?

—Here my dear.

—No, ése no lo escucho mucho…

—¿Quieres que te la cuente?

—Espera… que me voy a poner cómodo… Pásame un cojín…

Se encendió el porro y se tumbó a la romana, con la cabeza apoyada en la palma de la mano.

—Te escucho…

—Bueno… yo… yo no soy como Philibert, ¿eh?, no te cuento todos los detalles… A ver, Here my dear quiere decir más o menos «aquí tienes, querida».

—¿Qué es lo que tiene?

—Pues… el disco… —explicó Camille—. El primer gran amor de Marvin Gaye era una chica que se llamaba Anna Gordy. Dicen que el primer amor es siempre el último, no sé si será verdad, pero para él, en todo caso, está claro que no habría llegado a ser lo que fue si no la hubiera conocido… Era la hermana de un pez gordo de la Motown, el fundador me parece: Berry Gordy. Ella estaba super bien introducida en todo el mundillo, y él, se moría de impaciencia, desbordaba talento, apenas tenía veinte años, y ella casi el doble cuando se conocieron. Bueno, fue un flechazo, pasión, romance y toda la pesca, y de ahí, hala, directo al estrellato… Fue ella quien lo lanzó, lo encarriló, lo ayudó, lo guió, lo animó, etc. Una especie de Pigmalion, por decirlo de alguna manera…

—¿Una especie de qué?

—De gurú, de guía, de combustible… Tuvieron muchas dificultades para tener un hijo, y al final terminaron por adoptar uno, después, rebobino hacia delante, llegamos a 1977 y la pareja empieza a llevarse mal. Él había llegado a lo más alto, era una estrella, un dios incluso… Y su divorcio, como todos los divorcios, fue encarnizado. Ya te imaginarás que lo que estaba en juego no era moco de pavo… Total, que fue sangriento, y para calmar a todo el mundo y saldar sus cuentas, el abogado de Marvin Gaye propuso que todo el dinero recibido por los derechos de autor de su siguiente disco fuera a parar íntegro a su ex. El juez se mostró de acuerdo, y nuestro ídolo se frotaba las manos: tenía pensado hacerle un disco de mierda en un par de días para quitarse de encima el muerto… Pero ¿qué ocurrió?, que no podía… No se puede liquidar una historia de amor como ésa. Bueno… los hay que lo consiguen muy bien, pero el no… Cuanto más pensaba en ello, más llegaba a la conclusión de que era una ocasión demasiado bonita… o demasiado estúpida… Entonces se encerró y compuso esta pequeña maravilla que cuenta toda su historia: su encuentro, su pasión, las primeras grietas, su hijo, los celos, el odio, la rabia… ¿Oyes la rabia, ahí? Anger, cuando todo se va a la mierda… Y luego la calma, y el comienzo de un nuevo amor… Es un regalo precioso, ¿no te parece? Se entregó a fondo, sacó lo mejor de sí mismo para un disco que, de todas maneras, no le iba a reportar ni un centavo…

—¿Le gustó?

—¿A quién, a ella?

—Sí.

—No, no le gustó nada. Estaba furiosa y durante mucho tiempo le reprochó haber expuesto su vida privada a la vista de todos… Mira, ésta es: This is Anna’s Song… ¿Oyes que bonito? Reconoce que esto no suena a revancha… Que es todavía amor…

—Sí…

—Te ha dejado pensativo…

—¿Tú te lo crees?

—¿El qué?

—¿Que el primer amor es siempre el último?

—No lo sé… Espero que no…

Escucharon el final del disco sin volver a dirigirse la palabra.

—Bueno, hala… Joder, son casi las cuatro… Voy a estar fino yo, mañana…

Se levantó.

—¿Te vas con tu familia? —le preguntó Camille.

—Lo que queda de ella, sí…

—¿No te queda mucha?

—Me queda esto —dijo Franck, acercando mucho el indice al pulgar—… ¿Y a ti?

—Ésta —dijo ella, pasándose la mano por encima de la cabeza.

—Pues… bienvenida al club… Hala… buenas noches…

—¿Duermes aquí?

—¿Te molesta?

—No, no, era simple curiosidad…

Franck se dio la vuelta:

—¿Duermes conmigo?

—¿Cómo dices?

—Nada, nada, era simple curiosidad… —dijo riéndose.