—¿Y bien?
—Está dormida.
—Ah…
—¿Es familiar suyo?
—Es una amiga…
—¿Qué tipo de amiga?
—Pues es… esto… una vecina, o sea, u… una vecina amiga —se trabó Philibert.
—¿La conoce bien?
—No. No muy bien.
—¿Vive sola?
—Sí.
El médico esbozó una mueca.
—¿Le preocupa algo?
—Sí, por así decirlo, sí… ¿Tiene usted una mesa? ¿Algún sitio donde pueda sentarme?
Philibert lo llevó a la cocina. El médico sacó su libreta de recetas.
—¿Conoce su apellido?
—Fauque, creo…
—¿Lo cree o está seguro?
—¿Su edad?
—Veintiséis años.
—¿Seguro?
—Sí.
—¿Trabaja?
—Sí, en una empresa de mantenimiento.
—¿Cómo?
—Limpia oficinas…
—¿Estamos hablando de la misma persona? ¿De la chica que descansa en esa gran cama antigua al fondo del pasillo?
—Sí.
—¿Sabe cuál es su horario de trabajo?
—Trabaja por la noche.
—¿Por la noche?
—Sí, bueno, a primera hora de la noche, cuando las oficinas se quedan vacías…
—Parece usted contrariado —se atrevió a decir Philibert.
—Lo estoy. Su amiga está agotada… Francamente, no le queda ni un gramo de fuerza… ¿Se había dado usted cuenta de ello?
—No, bueno, sí… Saltaba a la vista que tenía mala cara, pero yo… El caso es que no la conozco muy bien, ¿sabe?… Yo… Yo me limité a ir a buscarla la otra noche porque no tiene calefacción y…
—Escúcheme, le voy a hablar claramente: dado su estado de anemia, su peso y su tensión, podría hospitalizarla inmediatamente, pero cuando le he mencionado esta posibilidad, me ha parecido tan angustiada que… Bueno, yo no tengo su historial, ¿comprende? No conozco ni su pasado, ni sus antecedentes, y no quiero precipitarme, pero cuando se encuentre un poco mejor, tendrá que someterse a una serie de pruebas, es evidente…
Philibert se retorcía las manos.
—Mientras tanto, una cosa está muy clara: tiene usted que ayudarla a recuperarse. Es absolutamente necesario que la obligue a alimentarse y a dormir, porque si no… Bueno, por ahora le voy a firmar una baja de diez días. Aquí tiene también una receta para los analgésicos y la vitamina C, pero se lo repito: nada de esto podrá sustituir nunca un buen filetón, pasta, verdura y fruta fresca, ¿comprende?
—Sí.
—¿Tiene familia en París?
—No lo sé. ¿Y la fiebre?
—Un gripazo. No hay nada que hacer… Esperar a que pase… Vigile que no se abrigue demasiado, evite las corrientes, y oblíguela a guardar cama durante varios días…
—Bueno…
—¡Ahora el que parece preocupado es usted! Bueno, es verdad que se lo he pintado todo muy negro, pero… tampoco tanto en realidad… ¿La cuidará bien, verdad?
—Sí.
—Y dígame, ¿ésta es su casa?
—Pues… sí.
—¿Cuántos metros cuadrados tiene en total?
—Algo más de trescientos…
—¡Caray! —exclamó el médico con un silbido—. Tal vez le parezca un poco indiscreto pero, ¿qué hace usted en la vida?
—Arca de Noé.
—¿Cómo?
—No, nada. ¿Qué le debo?