—Rápeme —le dijo al chico que veía reflejado encima de ella en el espejo.
—¿Cómo?
—Quisiera que me rapara la cabeza, por favor.
—¿Al cero?
—Sí.
—No. No puedo hacer eso…
—Sí, sí, claro que puede. Coja la maquinilla y adelante.
—No, esto no es el ejército. No tengo inconveniente en cortarle el pelo muy corto, pero no al cero. No es el estilo de la casa… ¿Verdad que no, Carlo?
El tal Carlo estaba leyendo un periódico deportivo detrás de la mesa.
—Verdad que no, ¿qué?
—Esta señorita, que quiere que la rapemos al cero…
El otro esbozó un gesto que más o menos quería decir: «Me la suda, acabo de perder diez euros en la séptima carrera, así que no me deis la vara…»
—Cinco milímetros…
—¿Cómo?
—Le dejo cinco milímetros, si no ni se atreverá a salir de aquí…
—Tengo gorro.
—Y yo tengo principios.
Camille le sonrió, asintió con la cabeza para mostrar que estaba de acuerdo, y sintió la cuchilla en su nuca. Mechones de pelo caían desperdigados por el suelo mientras observaba a la extraña persona que tenía delante. No la reconocía, ya no recordaba qué aspecto tenía un momento antes. Le traía sin cuidado. A partir de ahora, le sería mucho más cómodo salir al pasillo a ducharse, y eso era lo único que contaba.
Se dirigió a su reflejo en silencio: ¿Y bien? ¿Ése era el plan? ¿Buscarse la vida, aunque hubiera que afearse, aunque hubiera que perderse de vista, para no deberle nunca nada a nadie?
No, de verdad, ¿ése era el plan?
Se pasó la mano por la cabeza rasposa, y le entraron muchas ganas de llorar.
—¿Le gusta?
—No.
—Ya se lo había dicho yo…
—Ya lo sé.
—Le volverá a crecer…
—¿Usted cree?
—Estoy seguro…
—Será otro de sus principios…
—¿Me puede prestar un boli?
—¿Carlo?
—Mmm…
—Un boli para la señorita…
—No aceptamos cheques por menos de quince euros…
—No, no, es para otra cosa…
Camille cogió su cuaderno y dibujó lo que veía en el espejo.
Una chica calva de mirada dura que sostenía en la mano el lápiz de un aficionado a las carreras amargado, bajo la mirada divertida de un chico apoyado sobre el mango de una escoba. Apuntó su edad y se levantó para pagar.
—¿Ese de ahí soy yo?
—Sí.
—¡Caray, dibuja de miedo!
—Lo intento…