13

Aunque estaba terminantemente prohibido, strictly forbidden, Camille dejaba la ropa sobre el dintel de su chimenea, se quedaba en la cama lo más posible, se vestía debajo del edredón, y calentaba entre sus manos los botones de los pantalones vaqueros antes de ponérselos.

El burlete de PVC no parecía muy eficaz y Camille había tenido que cambiar de sitio el colchón para dejar de sentir esa horrorosa corriente de aire que le taladraba la frente. Ahora su cama estaba pegada a la puerta, y para entrar y salir era todo un tejemaneje. Camille se pasaba el tiempo tirando del colchón hacia un lado u otro para poder dar tres pasos. Qué vida más perra, pensaba, qué vida más perra… Y además, ya había claudicado, y ahora hacía pis en el lavabo de su habitación, sujetándose a la pared para no desempotrarlo. En cuanto a los baños turcos, mejor no hablar…

Estaba pues sucia. Bueno, sucia tal vez no, pero sí menos limpia que de costumbre. Una o dos veces por semana iba a casa de los Resalen cuando sabía seguro que no estaban. Conocía los horarios de la asistenta y ésta le tendía una gran toalla, suspirando. Todo el mundo estaba al corriente. Siempre se marchaba con algo rico de comer, o con otra manta más… Un día, sin embargo, Mathilde consiguió pillarla por banda cuando se estaba secando el pelo:

—¿No quieres venirte a vivir aquí una temporadita? Podrías volver a ocupar tu habitación, ¿qué te parece?

—No, muchas gracias a los dos, pero no hace falta. Estoy bien…

—¿Estás trabajando?

Camille cerró los ojos.

—Sí, sí…

—¿Tienes algo ya? ¿Necesitas dinero? Pásanos algo, Pierre podría darte un anticipo, sabes…

—No. Por ahora no tengo nada terminado…

—¿Y todos los cuadros que están en casa de tu madre?

—No sé… Habría que clasificarlos… No tengo ganas de hacerlo…

—¿Y tus autorretratos?

—No están en venta.

—¿Qué estás haciendo exactamente?

—Cosas…

—¿Te has pasado por Sennelier?

—Todavía no.

—¿Camille?

—Sí.

—¿Te importa apagar ese dichoso secador para que podamos oírnos un poco?

—Tengo prisa.

—¿Qué estás haciendo exactamente?

—¿Perdón?

—Tu vida… ¿En qué consiste ahora tu vida, qué haces, a qué te dedicas?

Para no tener que volver a contestar nunca más a ese tipo de preguntas, Camille bajó las escaleras del edificio de cuatro en cuatro y se metió en la primera peluquería que encontró.