—En realidad, no deberíamos sorprendernos —dijo Richard sin ninguna emoción. Los tres estaban sentados frente a la gran pantalla negra—. Todos lo esperábamos.
—Pero también esperábamos estar equivocados —indicó O’Toole—. A veces resulta deprimente darte cuenta de que tienes razón.
—¿Estás seguro, Richard —preguntó Nicole—, de que cada uno de esos blips representa un objeto en el espacio?
—No creo que haya ninguna duda —respondió Richard—. Sabemos seguro que estamos contemplando el output de un sensor. Y mira, te mostraré cómo cambiar los campos. —Richard llamó a la pantalla un display que mostraba un cilindro, definitivamente Rama, en el centro de un conjunto de círculos concéntricos. A continuación tecleó otro par de órdenes, que dieron como resultado un movimiento en la pantalla. El cilindro se hizo cada vez más pequeño, hasta colapsarse por último en un punto. El tamaño de los círculos concéntricos alrededor del cilindro disminuyó también durante el movimiento, y nuevos círculos aparecieron por los bordes de la pantalla. Finalmente, un grupo de puntos, dieciséis en total, surgieron por el lado derecho del display.
—Pero ¿cómo sabes que son misiles? —preguntó Nicole, indicando los pequeños puntos de luz.
—No lo sé —dijo Richard—. Pero sé que son objetos volantes que trazan una línea recta entre Rama y la Tierra. Supongo que podrán ser envíos de paz, pero seriamente lo dudo.
—¿Cuánto tiempo? —preguntó O’Toole.
—Es difícil decirlo con exactitud —respondió Richard tras una pausa—. Estimaría dieciocho o veinte horas hasta el primero. Se han abierto más de lo que esperaba. Si marcamos su rumbo durante una hora más o menos, tendremos una estimación más exacta del momento del impacto.
El general O’Toole silbó suavemente y luego reflexionó durante varios segundos antes de hablar.
—Antes que intentemos decirle a esta nave espacial que está a punto de verse sometida a un ataque nuclear, ¿responderás una pregunta sencilla para mí?
—Si puedo —indicó Richard.
—¿Qué te hace pensar que Rama puede protegerse a sí misma de estos misiles que se le acercan, si somos capaces de comunicarle la advertencia?
Hubo un largo silencio.
—¿Recuerdas en una ocasión, Michael, hará casi un año —dijo Richard—, en que estábamos volando juntos de Londres a Tokio y nos pusimos a hablar de religión?
—¿Quieres decir cuando yo estaba leyendo a Eusebio?
—Creo que sí. Me hablaste de la historia primitiva del cristianismo… Sea como fuere, en medio mismo de la conversación, yo te pregunté de pronto si creías en Dios. ¿Recuerdas tu respuesta?
—Por supuesto —indicó O’Toole—. Es la misma respuesta que le di a mi hijo mayor cuando se declaró ateo a la edad de dieciocho años.
—Tu respuesta en aquel avión capta perfectamente mi actitud en la situación actual. Sabemos que Rama es extremadamente avanzada tecnológicamente. Por supuesto, cuando fue diseñada, tuvo que tomarse en consideración la posibilidad de un ataque hostil… Quién sabe, quizá posea incluso un poderoso sistema de propulsión que todavía no hemos descubierto y que le permitirá maniobrar para salirse de la trayectoria. Apostaría…
—¿Puedo interrumpir un segundo? —intervino Nicole—. Yo no estaba con ustedes dos en aquel vuelo a Tokio. Me gustaría saber cuál fue la respuesta de Michael a tu pregunta.
Los dos hombres se miraron el uno al otro durante varios segundos. Finalmente, fue el general O’Toole quien respondió.
—Fe informada por el pensamiento y la observación —dijo.
—La primera parte de tu plan no es difícil, y estoy de acuerdo con el enfoque, pero no tengo ninguna imagen mental de cómo comunicaremos la situación, o de cómo enlazaremos de forma no ambigua la idea de la reacción nuclear en cadena con la aproximación de los misiles.
—Michael y yo trabajaremos en esto mientras tú desarrollas los gráficos para el primer segmento. Él dice que recuerda razonablemente bien su física nuclear.
»Y recuerda no hacer demasiadas suposiciones —indicó Richard a Nicole—. Debemos aseguramos de que cada parte del mensaje es una unidad autocontenida.
El general O’Toole no estaba con Richard y Nicole en aquel momento. Tras dos horas de intenso trabajo, se había alejado por el túnel hacía unos cinco minutos. Sus dos colegas empezaron a preocuparse por su ausencia.
—Probablemente ha ido al cuarto de baño —dijo Richard.
—Puede que se haya perdido —respondió Nicole.
Richard se dirigió hacia la entrada de la Sala Blanca y llamó hacia el corredor.
—Hola, Michael O’Toole —dijo—. ¿Todo va bien?
—Sí —llegó la respuesta desde la dirección de la escalera central—. ¿Pueden tú y Nicole venir aquí un minuto?
—¿Qué ocurre? —inquirió Richard unos momentos más tarde, cuando él y Nicole se reunieron con el general al pie de la escalera.
—¿Quién construyó todo esto? —preguntó O’Toole, con los ojos fijos en el alto techo encima de su cabeza—. ¿Y para qué creen que fue construido?
—No lo sabemos —respondió impaciente Richard—, y no creo que podamos resolverlo en los próximos minutos, ni siquiera horas. Mientras tanto, tenemos trabajo…
—Discúlpame un momento —interrumpió firmemente O’Toole—. Necesito hablar de esto antes de poder seguir. —Richard y Nicole aguardaron a que continuara—. Estamos lanzándonos a toda velocidad a enviar un mensaje de advertencia a cual sea la inteligencia que controla este vehículo. Presumiblemente, hacemos esto a fin de que Rama pueda tomar medidas para protegerse a sí misma. ¿Cómo sabemos que ésta es la acción correcta para nosotros? ¿Cómo sabemos que no estamos siendo traidores a nuestra especie?
El general O’Toole agitó los brazos hacia la amplia caverna alrededor.
—Tiene que haber alguna razón, algún plan para todo esto. ¿Por qué había todos ésos objetos humanos falsos abandonados en la Sala Blanca? ¿Por qué nos invitaron los ramanes a comunicarnos con ellos? ¿Quiénes y qué son esas aves y esas octoarañas? —Sacudió la cabeza, frustrado por todas las preguntas sin respuesta—. Dudaba acerca de destruir Rama; pero dudo igualmente acerca de enviar el mensaje de advertencia. ¿Y si Rama escapa al ataque nuclear gracias a nosotros y luego destruye la Tierra?
—Eso es extremadamente improbable, Michael. La primera Rama cruzó el sistema solar.
—Espera un minuto, Nicole, si no te importa —interrumpió Richard suavemente—. Déjame intentar responderle al general.
Avanzó y apoyó un brazo en el hombro del general O’Toole.
—Michael —dijo—, lo que más me impresionó de ti desde la primera vez que nos conocimos fue tu habilidad en comprender la diferencia entre las respuestas que podemos conocer, como resultado de la deducción o del método científico, y aquellas preguntas para las que no hay siquiera un enfoque lógico válido. No hay forma alguna en que podamos comprender a Rama en estos momentos. Todavía no disponemos de los datos suficientes. Es como intentar resolver un sistema de ecuaciones lineales simultáneas cuando hay más variables que condiciones, Existen hipersuperficies múltiples de soluciones correctas.
O’Toole sonrió y asintió con la cabeza.
—Lo que sabemos —prosiguió Richard— es que una flotilla de misiles se acerca a Rama. Probablemente se hallan armados con ojivas nucleares. Tenemos una elección, advertir o no advertir, y debemos tomarla basándonos en la información que tenemos en este momento.
Richard extrajo su pequeño ordenador y se situó al lado de O’Toole.
—Puedes representar este problema como una matriz de 3 x 2 —dijo—. Supón que hay tres descripciones posibles de la amenaza ramana: nunca hostil, siempre hostil, y hostil sólo si es atacada. Dejemos que estas tres situaciones representen uno de los ejes, las hileras, de la matriz. Ahora considera la decisión a la que nos enfrentamos. Podemos advertirles, o decidir no hacerlo. Observa que sólo importa una advertencia con éxito. Así que tenemos dos descripciones en el otro eje, las columnas, de la matriz: Rama advertida y Rama no advertida.
O’Toole y Nicole miraron por encima del hombro de Richard mientras éste construía la matriz y la mostraba en el pequeño monitor.
—Si miramos ahora los resultados de las seis posibilidades representadas por los elementos individuales de esta matriz, e intentamos asignar algunas de las posibilidades allá donde podamos, tendremos toda la información que necesitamos para efectuar nuestra decisión. ¿Están de acuerdo?
El general O’Toole asintió, impresionado por la forma rápida y concisa con que Richard había estructurado su dilema.
—El resultado de la segunda hilera es siempre el mismo —aclaró entonces Nicole—, independientemente de si les advertimos o no. Si Rama es realmente hostil, con su tecnología más avanzada no constituye ninguna diferencia el que les advirtamos o no. Más pronto o más tarde, con este vehículo o con cualquier otro que llegue en el futuro, subyugarán o destruirán la raza humana.
Richard hizo una pausa para asegurarse de que O’Toole seguía la exposición.
—De un modo similar —dijo lentamente—, si Rama nunca es hostil, no puede ser un error advertirles. En ningún caso, advertidos o no advertidos, estará la Tierra en peligro. Y si tenemos éxito en hablarles de los misiles nucleares, entonces podrán salvarse.
El general sonrió.
—Así que el único problema posible, la Ansiedad de O’Toole, si quieres llamarla así, se produce si Rama no tiene intención de ser hostil, pero puede cambiar de opinión y atacar la Tierra una vez que sepa que se han lanzado misiles nucleares contra ella.
—Exacto —dijo Richard—. Y me atrevería a afirmar que nuestra advertencia puede ser un factor mitigante en este caso potencialmente hostil. Al fin y al cabo…
—De acuerdo, de acuerdo —respondió O’Toole—. Ya veo adonde quieres llegar. A menos que sea asignada una probabilidad muy alta al caso que me preocupa, el análisis general sugiere un mejor resultado advirtiendo a Rama. —Se echó a reír bruscamente—. Es una buena cosa que no trabajes para el cuartel militar del Consejo de Gobiernos, Richard. Hubieras podido convencerme con la lógica de activar el código…
—Lo dudo —dijo Nicole—. Nadie puede construir un caso sólido a partir de ese tipo de paranoia.
—Gracias —sonrió el general—. Me siento satisfecho. La cosa ha sido muy persuasiva. Volvamos al trabajo.
Empujados por la inflexible aproximación de los misiles, el trío trabajó incansablemente durante horas. Nicole y Michael O’Toole diseñaron el mensaje de advertencia en dos discretos segmentos. El primer segmento, buena parte del cual eran los antecedentes para establecer la técnica básica de comunicación, presentaba toda la mecánica de las trayectorias, incluida la órbita de Rama cuando el vehículo entró en el Sistema Solar, las dos naves Newton abandonando la Tierra y uniéndose justo antes de la cita con la nave alienígena, las dos maniobras ramanas que habían cambiado su trayectoria, y finalmente los dieciséis misiles partiendo de la Tierra en una órbita de intercepción con Rama. Richard, haciendo que sus largas horas de trabajo en el teclado y la pantalla negra dieran su fruto, transformó todos estos datos orbitales en gráficos lineales mientras los otros dos cosmonautas se ocupaban de la complejidad del resto del mensaje.
El segundo segmento fue mucho más difícil de diseñar. En él los humanos deseaban explicar que los misiles que se acercaban llevaban ojivas nucleares, que el poder explosivo de las bombas era generado por una reacción en cadena, y que el calor, la onda de choque y la radiación resultantes de la explosión eran enormemente poderosos. Presentar la imagen fundamental no era lo más difícil; el cuantificar el poder destructivo en términos que pudieran ser comprendidos por una inteligencia extraterrestre constituía un obstáculo formidable.
—Es imposible —exclamó un exasperado Richard cuando tanto O’Toole como Nicole insistieron en que la advertencia no era completa sin alguna indicación de la temperatura de la explosión y la magnitud de la onda de choque y los campos de radiación—. ¿Por qué no indicamos simplemente la cantidad de materia fisionable implicada en el proceso? Tienen que poseer buenas nociones de física. Pueden calcular todos los demás parámetros.
El tiempo se estaba agotando, y los tres empezaban a sentirse exhaustos. En las últimas horas, el general O’Toole sucumbió a la fatiga y, ante la insistencia de Nicole, durmió un poco. Su biometría había revelado que su corazón estaba sometido a una fuerte tensión. Incluso Richard durmió durante noventa minutos. Pero Nicole no se permitió el lujo de descansar. Estaba decidida a elaborar alguna forma de representar gráficamente el poder destructivo de las armas.
Cuando los hombres despertaron, Nicole los convenció de añadir al segundo segmento una corta sección adicional demostrando lo que le ocurriría a una ciudad o bosque sobre la Tierra si una bomba nuclear de un megatón estallara en las inmediaciones. Para que estas imágenes tuvieran algún sentido, por supuesto, Richard tuvo que ampliar su glosario anterior, en el que había definido los elementos químicos y sus símbolos con precisión matemática, para incluir más medidas de tamaño.
—Si comprenden esto —gruñó mientras incluía laboriosamente las escalas al lado de sus dibujos de edificios y árboles—, entonces son más listos de lo que jamás supondría.
Finalmente, el mensaje quedó completado y almacenado. Revisaron toda la advertencia por última vez e hicieron una cuantas correcciones finales.
—De las órdenes que nunca he conseguido entender —explicó Richard—, hay cinco que tengo razones para sospechar que pueden ser conexiones a un diferente nivel de procesado. Sólo estoy suponiendo, pero creo que se trata de una buena suposición. Trasmitiré nuestro mensaje cinco veces, utilizando cada una de esas órdenes en particular una sola vez, y espero que de alguna forma nuestra advertencia llegue al ordenador central.
Mientras Richard entraba las órdenes adecuadas en el teclado, Nicole y el general O’Toole fueron a dar un paseo. Subieron la escalera y caminaron por entre los rascacielos de Nueva York.
—Ustedes creen que se suponía que los humanos abordaríamos Rama y encontraríamos la Sala Blanca, ¿verdad?
—Sí —respondió Nicole.
—Pero ¿con qué finalidad? —preguntó el general—. Si los ramanes simplemente deseaban establecer contacto con nosotros, ¿por qué hacerlo de esa forma tan elaborada? ¿Y por qué corren el riesgo de que interpretemos mal sus intenciones?
—No lo sé —reconoció Nicole—. Quizá nos estén probando de alguna manera. Para descubrir cómo somos.
—Dios mío —respondió O’Toole—, vaya terrible pensamiento. Podemos ser catalogados como criaturas que lanzan ataques nucleares contra todos sus visitantes.
—Exacto —dijo Nicole.
Nicole mostró a O’Toole el cobertizo con los pozos, el retículo donde había rescatado el ave, los sorprendentes poliedros y las entradas a los otros dos mundos subterráneos. Empezaba a sentirse muy cansada, pero sabía que sería incapaz de dormir hasta que todo hubiera quedado resuelto.
—¿No deberíamos volver? —dijo O’Toole después que él y Nicole hubieran caminado hasta el Mar Cilíndrico y verificado que el bote estaba todavía intacto allá donde lo habían dejado.
—Sí —dijo cansadamente Nicole. Comprobó su reloj. Faltaban exactamente tres horas y dieciocho minutos antes que el primer misil nuclear alcanzara Rama.