—Casi se nos ha terminado la comida —dijo Nicole. Volvió a guardar lo que quedaba del melón maná y lo metió en la mochila de Richard.
—Lo sé —respondió él—. Tengo un plan para que consiga un poco más.
—¿Yo? —exclamó Nicole—. ¿Por qué es mi trabajo?
—Bueno, en primer lugar, sólo requiere una persona. Trabajar con gráficos en el ordenador ramano me dio la idea. En segundo lugar, yo no puedo perder tiempo. Creo que estoy a punto de penetrar en el sistema operativo. Hay como unas doscientas órdenes que no puedo explicar a menos que ellos me permitan entrar en otro nivel, algún tipo de espacio de orden superior en la jerarquía.
Richard le había explicado a Nicole durante la cena que había ideado cómo utilizar el ordenador ramano como si fuera uno de la Tierra. Podía almacenar y recuperar datos, realizar cálculos matemáticos, diseñar gráficos, incluso crear nuevos lenguajes.
—Pero no he empezado a entrar todavía en su potencial —dijo—. Esta noche y mañana tengo que descubrir más de sus secretos. Se nos está acabando el tiempo.
Su plan para obtener comida era, de hecho, engañosamente simple. Tras la larga noche ramana (durante la cual Richard no debía de haber dormido más de tres horas), Nicole se dirigió hacia la plaza central para llevar a cabo el plan. Basándose en su análisis de las matrices progresivas, Richard le dio tres posibles localizaciones para el panel que abría la cubierta del nido de las aves. Estaba tan confiado en su análisis que ni siquiera quiso hablar de lo que haría ella si no encontrara la placa. Richard estaba en lo cierto. Nicole halló fácilmente el panel. Luego abrió la cubierta y gritó por el corredor vertical. No hubo ninguna respuesta.
Iluminó con su linterna la oscuridad a sus pies. El tanque centinela estaba de guardia, yendo de un lado para otro frente al túnel horizontal que daba paso a la estancia del agua. Nicole gritó de nuevo. Si podía evitarlo, no deseaba tener que descender ni siquiera hasta el primer rellano. Aunque Richard le había asegurado que acudiría en su rescate si no volvía en el tiempo previsto, no le gustaba en absoluto la perspectiva de verse confinada de nuevo con las aves.
¿Era un distante parloteo lo que estaba oyendo? Nicole creyó que sí. Tomó una de las monedas que había encontrado en la Sala Blanca y la dejó caer en el corredor vertical. Cayó a plomo, golpeando contra un reborde en algún lugar cerca del segundo nivel principal. Esta vez el parloteo se hizo más fuerte. Una de las aves voló hacia arriba en el cono del haz de su linterna y por encima de la cabeza del tanque centinela. Un momento más tarde la cubierta empezó a cerrarse, y Nicole tuvo que apartarse.
Había hablado de esa contingencia con Richard. Aguardó varios minutos y luego pulsó de nuevo el panel. Cuando gritó a las profundidades del nido de las aves la segunda vez, la respuesta fue inmediata. Esta vez su amiga, el ave de terciopelo negro, voló hacia arriba hasta situarse a cinco metros de la superficie y le parloteó algo. Nicole tuvo muy claro que le estaba diciendo que se marchara. Antes de que el ave se diera la vuelta, sin embargo, Nicole extrajo el monitor de su ordenador y activó un programa almacenado. Dos melones maná aparecieron en la pantalla en un realista diseño gráfico. Mientras el ave miraba, los melones adquirieron color, y luego una nítida incisión mostró la textura y el color del interior de uno de ellos.
El ave de terciopelo negro se había acercado un poco más a la abertura para mirar mejor. Ahora se volvió y chilló algo a la oscuridad de abajo. Al cabo de un momento un segundo pájaro familiar, el probable compañero de la aterciopelada negra, ascendió volando y se posó en el primer reborde debajo del suelo. Nicole repitió el display. Los dos pájaros hablaron entre sí y luego se sumergieron volando en el nido.
Transcurrieron los minutos. Nicole pudo oír ocasionales parloteos procedentes de las profundidades del corredor. Finalmente regresaron sus dos amigos, cada uno llevando un pequeño melón maná entre sus garras. Se posaron en la plaza cerca de la abertura. Nicole avanzó hacia los melones, pero las aves siguieron aferrándolos. Lo que siguió fue (supuso Nicole) una larga conferencia. Los dos pájaros hablaban individualmente o a la vez, siempre mirándola a ella y palmeando a menudo los melones. Quince minutos más tarde, aparentemente satisfechos de que le habían comunicado su mensaje, alzaron vuelo, trazaron un amplio círculo en torno de la plaza y desaparecieron en su nido.
Creo que me han estado diciendo que los melones son escasos, pensó mientras regresaba hacia la plaza oriental. Los melones eran pesados. Llevaba uno en cada una de las dos mochilas que había vaciado aquella mañana antes de abandonar la Sala Blanca. O quizá que no debo molestarlos más en el futuro. Sea como fuere, la próxima vez no van a recibirnos bien.
Imaginó que Richard se sentiría extasiado cuando regresara a la Sala Blanca. Así era, pero no a causa de Nicole y los melones maná. Tenía una amplia sonrisa que le iba de oreja a oreja y mantenía una mano en la espalda.
—Espere a que le muestre lo que tengo —dijo mientras ella descargaba las mochilas. Richard tendió la mano que mantenía a su espalda y la abrió. Contenía una solitaria esfera negra de unos diez centímetros de diámetro.
—No consigo imaginar ni de lejos toda la lógica, o cuánta información puedo conseguir en cada petición —dijo Richard—, pero he establecido un principio fundamental. Podemos solicitar y recibir «cosas» usando el ordenador.
—¿Qué quiere decir? —preguntó Nicole, aún no segura de por qué estaba tan excitado respecto de la pequeña esfera negra.
—Hicieron esto para mí —dijo él, tendiendo de nuevo la esfera—. ¿No lo entiende? En alguna parte de por aquí tienen alguna especie de fábrica y pueden hacer cosas para nosotros.
—Entonces quizás «ellos», sean quienes fueren, pueden empezar fabricándonos algo de comida —dijo Nicole. Estaba un poco irritada porque Richard ni la hubiera felicitado ni le hubiera dado las gracias por los melones—. Es muy improbable que las aves nos faciliten más.
—Eso no será ningún problema —dijo él—, finalmente, cuando hayamos aprendido toda la amplitud del proceso de peticiones, puede que podamos pedir simplemente un bife con papas, o pescado, cualquier cosa, siempre que podamos describir lo que deseemos en términos científicos no ambiguos.
Nicole miró a su amigo. Con su pelo revuelto, su rostro sin afeitar, las bolsas bajo los ojos y su sonrisa salvaje, parecía en aquellos momentos un fugitivo de un manicomio.
—Richard —pidió—, ¿quiere frenar un poco? Si ha encontrado el Santo Grial, ¿puede al menos perder unos segundos explicándomelo?
—Mire la pantalla —dijo él. Utilizó el teclado para trazar un círculo, luego lo borró e hizo un cuadrado. En menos de un minuto dibujó exactamente un cubo en tres dimensiones. Cuando terminó con los gráficos, puso las ocho teclas de función en una configuración predeterminada y luego pulsó la tecla que mostraba un pequeño rectángulo. Un conjunto de extraños símbolos apareció en el monitor—. No se preocupe —dijo rápidamente—, no necesitamos comprender los detalles. Simplemente nos están pidiendo las especificaciones dimensionales del cubo.
Richard tecleó a continuación una serie de entradas en las teclas normales alfanuméricas.
—Ahora —dijo, volviéndose hacia Nicole—, si lo he hecho todo correctamente, tendremos un cubo, hecho del mismo material que la esfera, dentro de unos diez minutos.
Comieron un poco del nuevo melón mientras aguardaban. Tenía, el mismo sabor que los otros. Un bife con papas sería algo inconcebiblemente bueno, pensó Nicole; entonces, de pronto, la pared del fondo se alzó medio metro por encima del suelo y un cubo negro apareció en el hueco.
—Espere un minuto, no lo toque todavía —dijo Richard cuando Nicole se acercó a investigar—. ¡Mire ahí! —Apuntó su linterna hacia la oscuridad detrás del cubo—. Hay enormes túneles más allá de estas paredes —dijo—, y deben conducir a fábricas tan avanzadas que ni siquiera sabríamos reconocerlas. ¡Imagine! Puede incluso hacer objetos a la medida.
Nicole empezaba a darse cuenta de por qué Richard se mostraba tan extasiado.
—Ahora tenemos la capacidad de controlar nuestro destino al menos de cierta manera —prosiguió él—. Si podemos hallar el código lo bastante aprisa, deberíamos ser capaces de pedir comida, quizás incluso todo lo necesario para construir un bote.
—Sin pesados motores, espero —advirtió Nicole.
—Sin motores —aceptó Richard. Terminó su melón y se volvió de nuevo hacia el teclado.
Nicole empezaba a sentirse preocupada. Richard había conseguido solamente un nuevo avance en todo un día ramano. Lo único que podía mostrar después de treinta y ocho horas de trabajo (sólo había dormido ocho horas durante todo el período) era un nuevo material. Podía conseguir objetos negros como la primera esfera pero «ligeros», cuya gravedad específica estaba cerca a la de la madera de balsa, o podía conseguir objetos negros «pesados», de densidad similar a la del roble o el pino. Estaba llevando a cabo personalmente todo el peso de su trabajo. Y no podía, o no quería, compartir nada de la carga con ella.
¿Y si su primer descubrimiento no fue más que pura suerte?, se dijo Nicole mientras subía la escalera hacia su paseo del amanecer. ¿O si el sistema no puede construir nada excepto dos tipos de objetos negros? No podía dejar de preocuparse por el tiempo perdido. Faltaban sólo dieciséis días hasta que Rama se encontrara con la Tierra. No había el menor signo de un equipo de rescate. En lo más profundo de su mente estaba el pensamiento de que quizás ella y Richard habían sido completamente abandonados.
Había intentado hablar con Richard acerca de sus planes de la tarde anterior, pero él estaba agotado. No respondió de ninguna forma cuando Nicole le mencionó que estaba realmente preocupada. Más tarde, después que ella delineó cuidadosamente todas sus opciones y cuando le pidió su opinión acerca de lo que debían hacer, se dio cuenta de que se había quedado dormido. Cuando Nicole despertó tras dormir un poco ella también, Richard estaba trabajando ya de nuevo en el teclado y se negó a dejarse distraer ni por el desayuno ni por la conversación. Nicole tropezó con el creciente montón de objetos negros esparcidos por el suelo cuando salió de la Sala Blanca para sus ejercicios de primera hora de la mañana.
Nicole se sentía muy solitaria. Las últimas cincuenta horas, que había pasado casi exclusivamente consigo misma, habían transcurrido muy lentamente. Su única escapatoria había sido el placer de leer. Tenía el texto de cinco libros almacenados en su ordenador. Uno era su enciclopedia médica, pero los otros cuatro eran para diversión. Apostaría a que la memoria discrecional de Richard está llena con Shakespeare, pensó mientras se sentaba en el muro que rodeaba Nueva York. Miró al Mar Cilíndrico. En la lejana distancia, apenas visible a través de sus binoculares por entre la bruma y las nubes, podía ver el cuenco norte desde donde habían entrado en Rama la primera vez.
Tenía dos de las novelas de su padre almacenadas en el ordenador. La preferida de Nicole era Reina para todas las épocas, la historia de los años jóvenes de Eleanor de Aquitania, empezando con su adolescencia en la corte ducal de Poitiers. La línea de la historia seguía a Eleanor a través de su matrimonio con Luis Capeto de Francia, su cruzada a Tierra Santa, y su extraordinaria apelación personal para una anulación del papa Eugenio, La novela culminaba con el divorcio de Eleanor y su compromiso con el joven y excitante Henry Plantagenet.
La otra novela de Pierre des Jardins en la memoria de su ordenador era su universalmente aclamada obra maestra, Yo, Ricardo Corazón de León, una mezcla de diario personal en primera persona y monólogo interior, escrito durante dos semanas de invierno a finales del siglo XII. En la novela, Ricardo y sus soldados, embarcados en otra cruzada, estaban acuartelados cerca de Messina bajo la protección del rey normando de Sicilia. Mientras estaban allí, el famoso rey guerrero y homosexual hijo de Eleanor de Aquitania y Henry Plantagenet, en un estallido de autoanálisis, revivía los acontecimientos personales e históricos más importantes de su vida.
Nicole recordaba una larga discusión con Geneviéve después que su hija hubiera leído Yo, Ricardo el verano anterior. La joven se había sentido fascinada por la historia, y sorprendió a su madre haciéndole una serie de preguntas extremadamente inteligentes. Pensar en Geneviéve hizo que Nicole se preguntara qué estaría haciendo su hija en Beauvois en aquellos momentos. Te deben de haber dicho que he desaparecido, supuso. ¿Cómo lo llaman los militares? ¿Desaparecida en acción?
Mentalmente pudo ver a su hija pedaleando cada día en su bicicleta de la escuela hasta casa. «¿Alguna noticia?», preguntaría probablemente a su abuelo al cruzar el umbral de la villa. Y Pierre se limitaría a agitar tristemente la cabeza.
Han transcurrido ya dos semanas desde la última vez que alguien me vio oficialmente. ¿Todavía tienes esperanzas, mi querida hija? La inquieta Nicole se sintió abrumada por un intenso deseo de hablar con Geneviéve. Por un momento, suspendiendo la realidad, Nicole no pudo aceptar el hecho de que estaba separada de su hija por millones de kilómetros y que no tenía ninguna forma de comunicarse con ella. Se levantó para regresar a la Sala Blanca, pensando en su confusión temporal que podría llamar por teléfono a Geneviéve desde allí.
Cuando su cordura volvió a ella unos segundos más tarde, se sorprendió ante la facilidad con que su mente la había engañado. Sacudió la cabeza y se sentó de nuevo en el muro que dominaba el Mar Cilíndrico. Permaneció en el muro durante casi dos horas, con sus pensamientos vagando libremente sobre una gran cantidad de temas. Cuando se le acabó el tiempo y se preparaba para regresar a la Sala Blanca, su mente se enfocó en Richard Wakefield. Lo he intentado, mi querido amigo británico, se dijo. He sido más abierta contigo de lo que nunca lo he sido con nadie desde Henry. Pero mi suerte ha sido hallarme aquí con alguien que todavía confía menos en mí que yo..
Sintió una indefinida tristeza mientras bajaba la escalera hasta el segundo nivel y doblaba a la derecha hacia el túnel horizontal. Su tristeza se convirtió en sorpresa cuando entró en la Sala Blanca. Richard saltó de su pequeña silla negra y la saludó con un fuerte abrazo. Se había afeitado y peinado. Incluso se había limpiado las uñas. Apoyado sobre la negra mesa en medio de la habitación había un melón maná limpiamente partido. Cada uno de los trozos estaba puesto en un plato negro frente a una silla también negra.
Richard retiró ligeramente una de las sillas de la mesa e indicó a Nicole que se sentara. Rodeó la mesa y se sentó en su propia silla. Adelantó los brazos por encima de la mesa y sujetó las manos de Nicole.
—Quiero disculparme —dijo con gran intensidad— por haber sido tan grosero. Me he comportado muy mal estos últimos días.
»He pensado en miles de cosas que decirle durante estas horas que he estado aguardando —siguió vacilante, con una tensa sonrisa flotando en sus labios—, pero no puedo recordar la mayor parte de ellas… Sé que deseaba explicarle lo muy importantes que eran el príncipe Hal y Falstaff para mí. Eran mis más íntimos amigos… No me ha resultado fácil aceptar su muerte. Mi dolor es aún muy intenso…
Richard tomó un sorbo de agua.
—Pero, sobre todo —dijo—, lamento no haberle dicho nunca la persona tan espectacular que es usted. Es inteligente, atractiva, voluntariosa, sensible… todo lo que siempre he soñado encontrar en una mujer. Pese a nuestra situación, siempre he tenido miedo de decirle lo que sentía. Supongo que mi miedo al rechazo corre aún muy profundo.
Las lágrimas se acumularon en las comisuras de los ojos de Richard y resbalaron por sus mejillas. Temblaba ligeramente. Nicole pudo darse cuenta del increíble esfuerzo que aquello representaba para él. Se llevó las manos de él a las mejillas.
—Creo que tú también eres muy especial —dijo.