El enorme agujero circular debajo de ellos se extendía hacia la oscuridad. Sólo los primeros cinco metros del pozo estaban iluminados. Unos salientes de metal, de aproximadamente un metro de largo, brotaban de las paredes, cada uno separado por la misma distancia de sus vecinos.
—Éste es definitivamente el destino de los túneles —murmuró Richard para sí mismo. Tenía dificultad en integrar aquel enorme agujero cilíndrico con sus paredes llenas de salientes en su concepción general de Rama. Él y Nicole habían recorrido dos veces su perímetro. Incluso habían retrocedido varios cientos de metros por el otro túnel adyacente, llegando a la conclusión, a partir de su ligera curvatura hacia la derecha, de que probablemente se originaba en la misma caverna que el túnel que habían seguido antes.
—Bien —dijo Richard al final, encogiéndose de hombros—, ahí vamos. —Apoyó su pie derecho en uno de los salientes para comprobar su resistencia a su peso. Era firme. Movió su pierna izquierda a otro saliente y descendió un nivel más con su pierna derecha—. El espaciado es casi perfecto —dijo alzando la vista a Nicole—, no tendría que ser difícil bajar.
—Richard Wakefield —dijo Nicole desde el borde del agujero—, ¿está intentando decirme que pretende bajar a ese abismo? ¿Y que espera que yo le siga?
—No espero nada de usted —respondió él—. Pero no puedo ver la utilidad de regresar ahora. ¿Cuál es nuestra alternativa? ¿Debemos volver por el túnel hasta las rampas y la salida? ¿Para qué? ¿Para ver que nadie nos ha encontrado todavía? Ya vio las fotografías de los botes. Quizás estén ahí abajo en el fondo. Tal vez incluso exista un río secreto que desemboque subterráneamente en el Mar Cilíndrico.
—Ya lo descubriremos —dijo Richard—. ¡Hola, ahí abajo! Dos seres de la raza humana bajamos. —Agitó una mano, y perdió momentáneamente el equilibrio.
—No haga tonterías —dijo Nicole, situándose a su lado. Hizo una pausa para recuperar el aliento y miró alrededor. Sus dos pies descansaban sobre salientes, y se aferraba prietamente a otros dos con las manos. Tengo que estar loca, se dijo. Basta mirar este lugar. Es fácil imaginar un centenar de muertes horribles. Richard había bajado otro par de salientes. Y míralo a él. ¿Es totalmente inmune al miedo? ¿O tan sólo inconsciente? Realmente parece estar disfrutando con todo esto.
La tercera bancada de luces iluminó un retículo en la pared opuesta bajo ellos. Colgaba entre todos los salientes y, desde una cierta distancia a la débil luz, se parecía sorprendentemente a una versión más pequeña del que estaba sujeto entre los dos rascacielos de Nueva York. Richard se apresuró a dar la vuelta al cilindro del pozo para examinarlo.
—Venga aquí —le gritó a Nicole—. Creo que es el mismo maldito material.
El retículo estaba anclado a la pared con pequeños pernos. Ante la insistencia de Richard, Nicole cortó un trozo y se lo tendió. Él lo estiró y contempló cómo recuperaba su forma original. Estudió su estructura interna.
—Es la misma materia —dijo. Su ceño se frunció en varias arrugas—. Pero ¿qué demonios significa?
Nicole permanecía a su lado, y paseó sin rumbo fijo el haz de su linterna hacia las profundidades bajo sus pies. Estaba a punto de sugerir que volvieran a subir y se encaminaran a terrenos más familiares cuando creyó ver el reflejo de un suelo a unos veinte metros más abajo.
—Voy a hacerle una proposición —le dijo a Richard—. Mientras usted estudia esta cuerda, yo bajaré unos cuantos metros más. Puede que estemos cerca del fondo de este extraño pozo lleno de salientes o lo que sean. Si no, abandonaremos este lugar.
—De acuerdo —dijo ausentemente Richard. Ya estaba enfrascado en su examen de la cuerda, utilizando el microscopio que había sacado de su mochila.
Nicole descendió ágilmente hasta el suelo.
—Creo que será mejor que baje —le gritó a Richard—. Hay dos túneles más, uno grande y otro pequeño. Más otro agujero en el centro…
Richard estuvo a su lado de inmediato. Bajó apenas vio la plataforma inferior iluminada por las luces.
Richard y Nicole estaban ahora de pie en una plataforma de tres metros de ancho en el fondo del cilindro lleno de salientes. La plataforma formaba un anillo en torno del otro agujero descendente más pequeño que también tenía salientes en sus paredes. A derecha e izquierda, oscuros túneles en arco estaban tallados en la roca o metal que formaba la base de material de construcción del enorme mundo subterráneo. El túnel a su izquierda tenía unos cinco o seis metros de altura; el pequeño túnel del lado opuesto, ciento ochenta grados más allá en el anillo, tenía sólo medio metro de alto.
Saliendo de cada uno de los dos túneles, y penetrando hasta la mitad de la anchura de la plataforma, había dos pequeñas bandas paralelas de metal desconocido pegadas al suelo. Las bandas estaban muy juntas la una de la otra en el túnel más pequeño, y más espaciadas en el otro. Richard estaba de rodillas examinando las bandas frente al túnel grande cuando oyó un rumor distante.
—Escuche —le dijo a Nicole, y los dos retrocedieron instintivamente.
El retumbar se incrementó y cambió a un sonido zumbante, como si algo se moviera rápidamente a través del aire. Muy lejos en el túnel, que avanzaba recto como una flecha, Richard y Nicole pudieron ver encenderse algunas luces. Se tensaron. No necesitaron aguardar mucho tiempo para una explicación. Un vehículo que se parecía a un vagón de metro flotante apareció a su vista y avanzó a toda velocidad hacia ellos, deteniéndose bruscamente con su extremo frontal justo encima del final de las bandas en el suelo.
Richard y Nicole habían retrocedido cuando el vehículo cargó hacia ellos. Ambos estaban peligrosamente cerca del borde del anillo. Durante varios segundos aguardaron en silencio, contemplando la aerodinámica forma que flotaba ante sus ojos. Luego se miraron entre sí y se echaron a reír simultáneamente.
—Está bien —dijo Nicole nerviosamente—, lo entiendo. Hemos cruzado alguna nueva dimensión. En ésta resulta un poco difícil hallar la estación del metro… Esto es totalmente absurdo, Richard, pero ya tengo suficiente. Me quedo con unas cuantas aves normales y el melón maná para cualquier día de la semana…
Richard avanzó hacia el vehículo. La puerta de su lado se había abierto, y ambos pudieron ver el iluminado interior. No había asientos, sólo pequeños postes cilíndricos, espaciados sin ningún esquema distinguible, que recorrían los tres metros desde el suelo hasta el techo.
—Esto no puede ir muy lejos —dijo Richard, metiendo la cabeza por la puerta pero manteniendo los pies en la plataforma exterior—. No hay ningún lugar donde sentarse.
Nicole se acercó para examinarlo por sí misma.
—Quizá no tengan ni viejos ni impedidos…, y las tiendas estén todas cerca de casa. —Se rio de nuevo mientras Richard se inclinaba más hacia adentro del vagón a fin de poder ver más claramente el techo y las paredes—. No deje que se le ocurran ideas locas —advirtió—. Será certificadamente una locura que los dos subamos a este vagón. A menos que estemos sin comida y sea nuestra última esperanza.
—Supongo que tiene razón —admitió Richard. Parecía definitivamente decepcionado, y se retiró del vagón—. Pero qué sorprendente… —Se detuvo a media frase. Estaba contemplando la plataforma del lado opuesto; Allá, en medio de la ahora iluminada entrada del pequeño túnel, un vehículo idéntico, de un décimo del tamaño del que tenían a su lado, flotaba sobre el suelo. Nicole siguió la mirada de Richard.
—Aquello debe de ser la carretera a Liliput —dijo Nicole—. Los gigantes descienden otro piso y las criaturas de tamaño normal toman este metro. Todo muy sencillo.
Richard dio la vuelta rápidamente al anillo.
—Eso es perfecto —dijo en voz alta, quitándose la mochila y depositándola en la plataforma a su lado. Empezó a buscar en uno de los grandes bolsillos.
—¿Qué está haciendo? —preguntó Nicole con curiosidad. Richard extrajo dos pequeñas figuras de la mochila y se las mostró.
—Es perfecto —repitió, con inconfundible excitación—. Podemos enviar al príncipe Hal y a Falstaff. Sólo necesitaré unos minutos para ajustar su software.
Richard había abierto ya su ordenador de bolsillo sobre la plataforma al lado de los robots, y estaba trabajando animadamente. Nicole se sentó con la espalda contra la pared, entre dos salientes. Miró a Richard. Es realmente una especie rara, pensó con admiración, al recordar las últimas horas que habían pasado juntos. Un genio, indudablemente. Casi sin mezquindades ni egoísmos. Y de alguna forma ha conservado la curiosidad de un niño.
De pronto, Nicole se sintió muy cansada. Sonrió para sí misma mientras observaba a Richard. Estaba absorto en su trabajo. Nicole cerró los ojos por un momento.
—Lo siento si me he entretenido demasiado —estaba diciendo Richard—. No dejo de pensar en nuevas cosas que añadir, y además necesitaba readaptar el enlace…
Nicole despertó lentamente; se había quedado dormida.
—¿Cuánto tiempo llevamos aquí? —dijo con un bostezo.
—Un poco más de una hora —respondió Richard, casi avergonzado—. Pero todo está arreglado. Estoy listo para meter a los chicos en el metro.
Nicole miró alrededor.
—Pero los vagones aún siguen aquí —comentó.
—Creo que funcionan como todas las luces. Apuesto a que permanecerán en la estación mientras nosotros sigamos en la plataforma. Nicole se puso en pie y se desperezó.
—Así que éste es el plan —dijo Richard—. Tengo el transceptor de control en mi mano. Hal y sir John tienen ambos audio, vídeo y sensores de infrarrojos que absorberán constantemente datos. Podemos elegir el canal de monitorización que deseemos en nuestros ordenadores y enviar nuevas órdenes cada vez que sea necesario.
—Pero ¿las señales penetrarán estas paredes? —preguntó Nicole, recordando su experiencia dentro del cobertizo.
—Siempre que no tengan que viajar a través de demasiado material. El sistema está sobrediseñado en términos señal-ruido para conseguir alguna atenuación… Además, el metro grande llegó a nosotros en línea recta. Espero que el otro sea similar.
Richard colocó a los dos robots sobre la plataforma y les ordenó que se dirigieran al metro. Las puertas de ambos lados se abrieron cuando se acercaron a ellas.
—¡Dé mis recuerdos a la señora Quickly! —dijo Falstaff mientras subía—. Era una estúpida muchacha, pero tenía buen corazón.
Nicole lanzó a Richard una desconcertada mirada.
—No borré toda su anterior programación —se echó a reír él—. De tanto en tanto harán probablemente algún absurdo comentario al azar.
Los dos robots permanecieron dentro del metro uno o dos minutos. Richard comprobó rápidamente sus sensores e hizo una nueva calibración en el monitor. Finalmente, las puertas del metro se cerraron, el vehículo aguardó otros diez segundos, y luego partió a toda velocidad túnel adentro.
Richard ordenó a Falstaff que mirara al frente, pero no había mucho que ver por la ventana. Fue un viaje sorprendentemente largo a mucha velocidad. Richard estimó que el pequeño metro había viajado varios kilómetros antes de que finalmente frenara su marcha y se detuviera.
Richard aguardó antes de ordenar a los dos robots que abandonaran el vehículo. Deseaba asegurarse de que no habían llegado a una parada intermedia. Sin embargo, no había de qué preocuparse: el primer conjunto de imágenes del príncipe Hal y Falstaff mostró que el metro había llegado realmente al final de su trayecto.
Los dos robots caminaron por la plana plataforma al lado del vehículo y fotografiaron más elementos de su entorno. La estación del metro tenía arcos y columnas, pero era básicamente una larga sala conectada. Richard estimó por las imágenes que la altura del techo era de unos dos metros. Ordenó a Hal y Falstaff que siguieran un largo pasillo que se alejaba hacia la izquierda, perpendicularmente a la vía del metro.
El pasillo terminaba frente a otro túnel, éste de apenas cinco centímetros de alto. Mientras los robots examinaban el suelo, descubriendo dos diminutas bandas que se extendían casi hasta sus pies, un metro de minúsculas proporciones llegó a la estación. Con sus puertas abiertas y su interior iluminado, Richard y Nicole pudieron ver que el nuevo vagón era idéntico, excepto en tamaño, a los dos que habían visto antes.
Los cosmonautas estaban sentados juntos en la plataforma, contemplando ávidamente el pequeño monitor del ordenador. Richard ordenó a Falstaff que tomara una foto del príncipe Hal de pie junto al diminuto metro.
—El vagón en sí —dijo Richard a Nicole tras estudiar la imagen— tiene menos de dos centímetros de altura. ¿Quién puede viajar en él? ¿Hormigas?
Nicole agitó la cabeza y no dijo nada. Se sentía desconcertada de nuevo. En aquel momento estaba pensando también en su reacción inicial a Rama, después del viaje en el trasbordador desde la escotilla hermética hasta la estación de comunicaciones en la parte superior de la escalera Alfa. Nunca en mi más loca imaginación, pensó, recordando su maravilla ante la primera visión panorámica, hubiera imaginado que habría tantos nuevos misterios. Los primeros exploradores apenas rascaron la superficie…
—Richard —dijo Nicole, interrumpiendo sus propios pensamientos.
Él ordenó a los robots que retrocedieran por el pasillo y luego alzó la vista por un momento en el monitor.
—¿Sí? —dijo.
—¿Cuál es el espesor del casco extremo de Rama?
—Unos cuatrocientos metros, creo —dijo, con una expresión ligeramente desconcertada—. Pero eso es en uno de los extremos. No tenemos ninguna forma precisa de saber cuál es el espesor del casco en ninguna otra parte. Norton y su equipo informaron que la profundidad del Mar Cilíndrico era muy variable… desde tan poco como cuarenta metros en algunos lugares hasta tanto como ciento cincuenta en otros. Eso sugiere un espesor del casco de varios cientos de metros como mínimo.
Richard comprobó rápidamente el monitor. El príncipe Hal y Falstaff estaban casi de vuelta en la estación donde habían bajado del metro. Les trasmitió una orden de alto y se volvió hacia Nicole.
—¿Por qué lo pregunta? No es propio de usted formular preguntas ociosas.
—Evidentemente, hay todo un mundo inexplorado aquí abajo —respondió Nicole—. Tomaría toda una vida…
—No tenemos tanto tiempo —interrumpió Richard con una carcajada—. Al menos, no una vida normal… Pero volviendo a su pregunta del espesor, recuerde que todo el Hemicilindro Sur tiene un nivel de suelo cuatrocientos cincuenta metros por encima del norte. Así que, a menos que haya algunas irregularidades estructurales importantes, y puedo asegurar que no hemos visto ninguna desde fuera, el espesor debe ser sustancialmente más grande en el sur.
Richard aguardó a que Nicole dijera algo más. Cuando ella permaneció en silencio durante varios segundos, se volvió hacia el monitor y siguió su exploración subrogada con los robots.
Había una buena razón para la pregunta de Nicole acerca del espesor del casco. Tenía una imagen en su mente que no podía apartar de sí. Nicole se imaginaba llegando al extremo de uno de aquellos largos túneles subterráneos, abriendo una puerta y quedando cegada repentinamente por la luz del Sol. ¿No sería increíble, pensaba, ser una criatura inteligente habitante de este laberinto de túneles y tenues luces y luego de pronto, por casualidad, tropezar con algo que cambiaría irrevocablemente todo tu concepto del universo? ¿Cómo podrías volver…?
—Y ahora, ¿qué demonios es eso? —estaba diciendo Richard. Nicole detuvo sus erráticos pensamientos y se enfocó en el monitor. El príncipe Hal y Falstaff habían entrado en una amplia sala en el extremo opuesto de la estación del metro y estaban de pie frente a un conglomerado como una red apelotonada de aspecto esponjoso. La imagen infrarroja de la escena mostraba una esfera alojada en el interior de la red, que irradiaba calor, A sugerencia de Nicole, Richard ordenó a los robots que dieran la vuelta al objeto y examinaran el resto de su nuevo dominio.
La sala era inmensa. Se extendía hasta una distancia mucho más allá del límite de resolución de los dispositivos vídeo que llevaban los robots. El techo estaba a casi veinte metros de altura, y las paredes de los dos lados estaban separadas por más de cincuenta metros. Podían verse varios otros objetos esféricos similares encajados en masas esponjosas dispersos en la distancia por la habitación. Un retículo, que se extendía casi a todo lo ancho de la estancia pero se detenía a cinco metros por encima del suelo, colgaba del alto techo en primer término. Otro retículo apenas era visible a un centenar de metros o así detrás del primero.
Richard y Nicole discutieron lo que tenían que hacer los robots a continuación. No había otras salidas ni de la estación de metro ni de la gran estancia. Una imagen panorámica en torno de esa última no reveló nada de interés excepto las esferas encajadas en sus nidos. Nicole deseaba traer a los robots de vuelta y abandonar de inmediato aquel lugar. La curiosidad de Richard exigía al menos una investigación somera de uno de los objetos esféricos.
Los dos robots consiguieron, no sin cierta dificultad, penetrar en el entramado material hasta alcanzar la esfera del centro. Una de las finalidades del material externo era claramente absorber el calor. Cuando los robots llegaron a la esfera alojada en su interior, sus monitores internos destellaron una advertencia de que la temperatura exterior excedía los límites de seguridad de su operativa.
Richard actuó rápidamente. Dirigiendo a los robots sobre una base de movimiento constante, determinó que la esfera era virtualmente impenetrable, y que probablemente estaba hecha de una densa aleación metálica con una superficie muy dura. Falstaff golpeó varias veces la esfera con su brazo; el sonido resultante fue sordo, indicando que la esfera estaba llena, probablemente de un líquido. Los dos robots estaban abriéndose camino fuera de la red esponjosa cuando sus sistemas de audio captaron el sonido de recios cepillos frotando contra metal.
Richard intentó acelerar su escape. Hal consiguió incrementar su ritmo, pero Falstaff, cuyos subsistemas habían sufrido una elevación excesiva de temperatura durante su proximidad a la esfera, se vio impedido por su propio procesador lógico interno de acelerar sus acciones. El sonido de cepillo fue haciéndose más intenso.
El monitor del ordenador en la plataforma entre los dos cosmonautas fue cambiado a una pantalla subdividida. El príncipe Hal alcanzó el borde externo de la esponja, golpeó el suelo y se encaminó hacia el metro sin aguardar a su compañero. Falstaff continuó abriéndose trabajosamente camino.
—Es demasiado trabajo para un borrachín —murmuró, mientras se arrastraba por encima de otra barrera.
El sonido metálico raspante cesó de pronto, y la cámara de Falstaff registró la imagen de un objeto largo y delgado a franjas negras y doradas. Unos momentos más tarde el encuadre de la cámara se volvió negro, y la alarma de «Inminente falla terminal» del pequeño robot empezó a sonar. Richard y Nicole tuvieron de nuevo un parpadeante atisbo de una imagen procedente de Falstaff; mostraba lo que podía ser un gigantesco ojo desde muy cerca, una negra mezcla gelatinosa teñida de azul. Luego todas las trasmisiones del robot, incluida la telemetría de emergencia, cesaron bruscamente.
Mientras tanto, Hal había entrado en el vagón de metro que aguardaba. Durante los segundos antes de que el metro abandonara la estación, el ominoso sonido raspante volvió a oírse de nuevo. Pero el metro partió de todos modos, con el robot en su interior, e inició su camino a través del túnel hacia los dos cosmonautas. Richard y Nicole dejaron escapar un suspiro de alivio.
No más de un segundo más tarde, un fuerte sonido como de cristal rompiéndose fue recogido por el sistema de audio del príncipe Hal. Richard ordenó al robot que se volviera hacia la dirección de donde procedía el sonido, y la cámara de Hal grabó un solitario tentáculo negro y dorado agitándose en medio del aire. El tentáculo había roto la ventanilla y avanzaba inexorablemente hacia el robot. Tanto Richard como Nicole se dieron cuenta en el mismo momento de lo que estaba ocurriendo. ¡La cosa estaba posada encima del vagón! ¡Y avanzaba hacia ellos!
Nicole estaba trepando ya por los salientes al momento siguiente. Richard perdió varios valiosos segundos recogiendo el monitor de su ordenador y guardando todo su equipo en la mochila. Oyó la alarma de «Inminente falla terminal» del príncipe Hal cuando se hallaba a medio camino salientes arriba. Richard se volvió para mirar justo en el momento en que el metro salía del túnel debajo de él.
Lo que vio hizo que se le helara la sangre. Encima del vagón había una enorme y oscura criatura cuyo cuerpo central, si eso era realmente, estaba aplastado contra el techo. Una serie de tentáculos a franjas se extendían en todas direcciones. Cuatro de ellos habían perforado las ventanillas del vagón y aferrado al robot. La cosa saltó rápidamente del metro y enrolló uno de sus ocho tentáculos en los salientes inferiores. Richard no aguardó más. Trepó por el resto del cilindro y echó a correr por el túnel de arriba, siguiendo los pasos de Nicole, ya muy distanciada de él.
Mientras corría, Richard observó que el túnel se curvaba ligeramente hacia la derecha. Se recordó a sí mismo que, aunque no era el mismo túnel que habían utilizado antes, también debía de conducir a las rampas. Tras varios centenares de metros, Richard se detuvo para escuchar los sonidos de su perseguidor. No oyó nada. Apenas había inspirado profundamente dos veces antes de empezar a correr de nuevo cuando sus oídos fueron asaltados por un terrible grito frente a él. Era Nicole. Oh, mierda, pensó, mientras echaba a correr de nuevo hacia ella.