—Déjeme plantearlo claramente. ¿Me está diciendo que estamos solos? ¿Y que no tenemos ninguna forma de cruzar el Mar Cilíndrico?
Richard asintió. Aquello fue demasiado para Nicole. Cinco minutos antes se había sentido exultante. Su prueba había terminado al fin. Había imaginado regresar a la Tierra, ver de nuevo a su padre y a su hija. Y ahora él le estaba diciendo…
Se alejó rápidamente y apoyó la cabeza contra uno de los edificios que rodeaban la plaza. Las lágrimas resbalaron por sus mejillas mientras daba salida a su decepción. Richard la siguió a la distancia.
—Lo siento —dijo.
—No es culpa suya —respondió Nicole tras recuperar su compostura—. Se trata sólo de que nunca se me ocurrió que podía ver de nuevo a alguien del equipo y pese a todo seguir sin ser rescatada… —Se detuvo. No era justo que hiciera sufrir a Richard de aquel modo. Se dirigió hacia él y forzó una sonrisa—. Normalmente no soy tan emocional —dijo—. E interrumpí su historia justo en la mitad. —Hizo una pausa de un segundo para secarse los ojos—. Me estaba hablando de los tiburones biots que persiguieron su motora. ¿Los vio por primera vez cuando estaba en medio del mar?
—Más o menos —respondió Richard. Su decepción se había apaciguado. Intentó una risa nerviosa—. ¿Recuerda, después de una de las simulaciones, cuando el tribunal revisor nos criticó por no haber enviado primero una versión sin piloto de nuestra motora, sólo para asegurarnos de que no había nada peculiar en el nuevo diseño que perturbara de alguna manera el «equilibrio ecológico»? Bueno, por aquel entonces pensé que su sugerencia era ridícula. Ahora no estoy tan seguro. Esos tiburones biot apenas molestaron a las embarcaciones de Newton, pero definitivamente se pusieron furiosos con nuestros botes a motor super-rápidos.
Richard y Nicole se habían sentado juntos en una de las grises cajas de metal que sembraban la zona de la plaza.
—Conseguí eludirlos una vez —prosiguió Richard—, pero fui extremadamente afortunado. Cuando no tuve otra elección, simplemente salté y me puse a nadar. Por suerte para mí, iban sobre todo detrás del bote. No vi ninguno más mientras nadaba hasta que estuve a tan sólo un centenar de metros de la orilla.
—¿Cuánto tiempo lleva ahora en el interior de Rama? —preguntó Nicole.
—Unas diecisiete horas. Abandoné la Newton dos horas después del amanecer. Pasé demasiado maldito tiempo intentando reparar la estación de comunicaciones en Beta. Pero fue imposible.
Nicole palpó el overol de vuelo de él.
—Excepto por su pelo, ni siquiera puedo decir que esté húmedo.
Richard se echó a reír.
—Oh, los milagros de las nuevas telas. ¿Creerá que este traje estaba casi seco cuando cambié mis elementos térmicos? Entonces incluso a mí me costó convencerme de que había pasado los últimos veinte minutos nadando en agua helada. —Miró a su compañera. Nicole se estaba relajando muy lentamente—. Pero estoy sorprendido ante usted, cosmonauta des Jardins; ni siquiera me ha formulado la pregunta más importante. ¿Cómo sabía yo que estaba usted aquí?
Nicole había sacado su escáner y estaba leyendo la biometría de Richard. Todo estaba dentro de las tolerancias, pese a su reciente sesión de natación. Fue un poco lenta en comprender la pregunta.
—¿Sabía usted dónde estaba yo? —dijo al fin, frunciendo el ceño—. Pensé que simplemente estaba vagando al azar…
—Oh, vamos, señorita. Nueva York es pequeña, pero no tan pequeña. Hay veinticinco kilómetros cuadrados de territorio dentro de estos muros. Y ahí dentro no puede confiarse en absoluto en la radio. —Sonrió—. Veamos, si me detuviera para llamarla a cada metro cuadrado, hubiera tenido que hacerlo veinticinco millones de veces. A una llamada cada diez segundos, a fin de darme tiempo para escuchar una respuesta y trasladarme al siguiente metro cuadrado… eso hubiera sido seis llamadas por minuto. Así que hubiera necesitado cuatro millones de minutos, lo cual es un poco más de sesenta mil horas, o dos mil quinientos días terrestres…
—De acuerdo, de acuerdo —interrumpió Nicole. Finalmente estaba riendo—. Dígame cómo supo que yo estaba aquí.
Richard se puso de pie.
—¿Puedo? ——dijo teatralmente, extendiendo los dedos hacia el bolsillo en el pecho del overol de vuelo de Nicole.
—Supongo que sí —respondió ella—. Aunque no puedo imaginar lo que…
Richard metió la mano en su bolsillo y extrajo al príncipe Hal.
—Él me condujo hasta usted. Eres un buen hombre, mi príncipe, pero por unos momentos pensé que me habías fallado.
Nicole no tenía ni la menor idea de lo que estaba hablando Richard.
—El príncipe Hal y Falstaff poseen radiofaros de navegación gemelos —explicó él—. Lanzan quince fuertes pulsos por segundo. Con Falstaff fijado en mi cabaña en Beta y un transceptor equivalente en el campamento Alfa, pude seguirla por triangulación. Así que supe exactamente dónde estaba… al menos en términos de coordenadas x-y. Mi sencillo algoritmo de rastreo no fue designado para excursiones en z.
—¿Es eso lo que un ingeniero llamaría a mi excursión al nido subterráneo de las aves? —dijo Nicole con otra sonrisa—. ¿Una excursión en z?
—Es una forma de describirlo.
Nicole sacudió la cabeza.
—No lo entiendo, Wakefield. Si sabía usted realmente dónde estaba yo todo el tiempo, ¿por qué demonios aguardó tanto…?
—Porque la perdimos, o creímos haberla perdido, antes que la encontráramos… después que yo volví a recuperar a Falstaff.
—¿Me he vuelto un tanto torpe estas últimas semanas, o esta explicación suya es increíblemente confusa?
Ahora fue el turno de Richard de echarse a reír.
—Quizá deba intentar explicarme de una forma un poco más ordenada. —Hizo una pausa para disponer sus notas mentales—. Estaba realmente irritado —empezó—, allá en junio, cuando el grupo de ingeniería de localización decidió no utilizar los radiofaros de navegación como localizadores de personal de reserva. Yo había argumentado, sin éxito, que podían presentarse situaciones de emergencia, o circunstancias imprevistas, en las cuales la señal en relación con el ruido en los habituales enlaces por voz estuviera por debajo del umbral de audición. Así que equipé tres de mis propios robots, sólo por si acaso…
Nicole estudió a Richard Wakefield mientras éste hablaba. Había olvidado que era a la vez sorprendente y divertido. Estaba segura de que, si le formulara las preguntas correctas, podría hablar exclusivamente de ese tema durante más de una hora.
—… entonces Falstaff perdió la señal —estaba diciendo—. Yo no estaba presente en aquel momento, porque me estaba preparando para acudir con Hiro Yamanaka para recogerlas a usted y a Francesca en el helicóptero. Pero Falstaff posee una pequeña grabadora y registra todos los datos. Después que usted no apareció, revisé esos datos de la grabadora y descubrí que la señal había desaparecido bruscamente.
»Volvió sólo brevemente, mientras estábamos hablando por radio unos minutos más tarde, pero varios segundos después de nuestra última conversación la señal desapareció definitivamente. La signatura sugería para mí una falla del equipo. Pensé que el príncipe Hal se había estropeado. Cuando Francesca dijo que usted había estado con ella hasta la plaza, entonces estuve virtualmente seguro de que el príncipe Hal…
Nicole había estado escuchando solamente con un oído, pero prestó atención cuando Richard mencionó a Francesca.
—Espere —interrumpió, alzando una mano—. ¿Qué es lo que ha dicho que dijo ella?
—Que usted y ella abandonaron el cobertizo juntas, y que usted se alejó de ella varios minutos más tarde para ir en busca de Takagishi…
—Eso es una absoluta tontería —dijo Nicole.
—¿Qué quiere decir?
—Es una mentira. Una absoluta y total mentira. Caí en ese pozo que le dije mientras Francesca estaba ahí, o al menos no más de un minuto después que ella se fuera. Ella no volvió a verme nunca.
Richard pensó por unos instantes.
—Eso explica por qué Falstaff la perdió. Estuvo en el cobertizo todo el tiempo, y la señal quedó bloqueada. —Ahora era su turno de estar desconcertado—. Pero ¿por qué Francesca contó una historia así?
Esto es lo que querría saber yo, se dijo Nicole. Debió de haber envenenado a Borzov a propósito. De otro modo, ¿por qué intentaría deliberadamente…?
—¿Había algo entre ustedes dos? —estaba diciendo Richard—. Siempre creí detectar…
—Probablemente algo de celos —interrumpió Nicole—. Por ambos lados. Francesca y yo estamos a años luz de distancia.
—¡Ya lo creo! —rio Richard—. He pasado la mayor parte de un año enviándole señales diciendo que la encontraba a usted inteligente e interesante y atractiva. Y, sin embargo, nunca he recibido más que una reservada y cortés repuesta profesional. Francesca, por su parte, se da cuenta apenas a uno se le ocurre mirarla con la cabeza ligeramente ladeada.
—Hay otras diferencias mucho más sustanciales —respondió Nicole, en absoluto disgustada por el hecho de que Richard hubiera expresado al fin verbalmente su interés por ella como mujer.
Hubo una pausa momentánea en la conversación. Nicole consultó su reloj.
—Pero no deseo pasar más tiempo hablando de Francesca Sabatini —dijo—. Dentro de una hora se hará oscuro de nuevo, y tenemos que planear una forma de escapar de esta isla. También tenemos que ocuparnos de, hum, algunos temas logísticos como la comida, el agua, y otros elementos no mencionables que hacen que el estar confinada en un pequeño pozo sea algo razonablemente desagradable.
—Traje una cabaña portátil…, por si la necesitábamos.
—Eso es estupendo —respondió Nicole—. Lo recordaré cuando llueva. —Tendió la mano automáticamente hacia su mochila en busca de un poco de melón maná, pero no sacó el paquete de la comida—. Por cierto —preguntó—, ¿se le ha ocurrido traer consigo algo de comida humana?
La cabaña les fue de maravilla a la hora de dormir un poco. Decidieron montarla justo al lado de la plaza central. Nicole se sentía más segura cerca de las aves. En cierto sentido eran sus amigas, y podían ayudarla en caso de emergencia. También eran la única fuente conocida de comida. Entre los dos, Richard y Nicole tenían apenas comida y agua suficiente como para que les duraran otros dos días ramanos.
Nicole no había puesto ninguna objeción a la sugerencia de Richard de compartir la cabaña. Él se había ofrecido galantemente a dormir fuera, «si eso la hace sentir más cómoda», pero las cabañas eran lo bastante grandes como para que cupieran en ellas dos sacos de dormir siempre que no hubiera más mobiliario. Estar tendidos a medio metro el uno del otro hacía su conversación muy fácil. Nicole hizo un resumen detallado de sus horas solitarias, omitiendo sólo la parte relativa al pequeño frasco y la visión. Eso era algo demasiado personal para compartirlo con nadie. Richard se mostró fascinado por toda su historia y absolutamente intrigado por las aves.
—Quiero decir, mire —indicó, apoyando la cabeza sobre un codo—, intente imaginar cómo demonios llegaron aquí. Por lo que usted ha dicho, excepto por ese tanque centinela, y estoy completamente de acuerdo con usted en que se trata de una anomalía, no están más avanzadas que un hombre prehistórico. Sería interesante averiguar su secreto.
»Pero no se puede descartar por completo que se trate de biots —prosiguió, incapaz de contener su entusiasmo—. Puede que no sean impresionantes como biología, pero Jesús, como inteligencia artificial serían una obra maestra. —Se sentó en su saco—. Simplemente piense en lo que significan en cualquier caso. Debemos descubrir esa respuesta. Usted es lingüista, quizá pueda aprender a hablar con ellas.
Nicole se mostró regocijada.
—¿Se le ha ocurrido, Richard —inquirió— que toda esta discusión será puramente académica si nadie nos rescata?
—Un par de veces —reconoció Richard, riendo. Se echó de nuevo hacia atrás—. Ese maldito Heilmann me llevó a un lado, inmediatamente antes de que volviera al interior de Rama, y me dijo que yo estaba actuando «en flagrante violación de todos los procedimientos» regresando aquí. Me prometió que no iría tras de mí bajo ninguna circunstancia.
—Así pues, ¿por qué volvió?
—No estoy completamente seguro —dijo él lentamente—. Sé que deseaba recoger a Falstaff y ver si, por alguna casualidad, había recibido alguna otra señal de su radiofaro. Pero creo que había otras razones. La misión se estaba convirtiendo más en política que en ciencia. Me resultaba evidente que los burócratas de la Tierra iban a abortar la misión, «por razones de seguridad», y que el equipo no iba a volver a Rama. Sabía que las discusiones políticas proseguirían todavía otro día más o incluso dos. —Hizo una breve pausa—. Y deseaba echar una última mirada al más increíble espectáculo de mi vida.
Nicole guardó silencio por unos instantes.
—Evidentemente no tenía miedo —dijo en voz baja—, porque no muestra ningún signo de miedo ni siquiera ahora. ¿Acaso el pensamiento de ser abandonado para morir a bordo de Rama no le preocupa?
—Un poco —reconoció Richard—. Pero morir en una situación excitante es mucho mejor que vivir en una situación aburrida. —Volvió a alzarse sobre un codo—. He estado ansiando esta misión desde hace tres años. Desde un principio pensé que tenía bastantes posibilidades de ser seleccionado. Excepto mis robots y Shakespeare, no hay nada en mi vida excepto mi trabajo. No tengo ni familia ni amigos en quienes pensar… —Su voz fue muriendo poco a poco—. Y tengo casi tanto miedo de volver como lo tengo a morir. Al menos Richard Wakefield, cosmonauta del Proyecto Newton, tiene un propósito claramente definido. —Empezó a decir algo más, pero se detuvo. Volvió a echarse hacia atrás y cerró los ojos.