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Segunda incursión

David Brown había colocado una sola hoja de papel, grande, sobre la mesa, en medio del centro de control. Francesca la había dividido en particiones que representaban horas, y ahora estaba atareada escribiendo todo lo que él le decía.

—El maldito software de planificación de la misión es demasiado inflexible para ser útil en una situación como esta —les estaba diciendo el doctor Brown a Janos Tabori y Richard Wakefield—. Es bueno tan sólo cuando la secuencia de actividades planificada encaja con una de las estrategias de prevuelo.

Janos se dirigió a uno de los monitores.

—Quizás usted pueda hacer un mejor uso de él que yo —prosiguió el doctor Brown—, pero he hallado mucho más fácil esta mañana confiar en el lápiz y el papel. —Janos llamó un programa de software para secuenciado de la misión y empezó a introducir algunos datos.

—Espere un momento —intervino Richard Wakefield. Janos dejó de escribir en el teclado y se volvió para escuchar a su colega—. Estamos trabajando para nada. No necesitamos planear toda la próxima incursión en este momento. En cualquier caso sabemos que el trabajo más importante tiene que ser establecer nuestra base. Eso tomará otras diez o doce horas. El resto del diseño de la incursión puede hacerse en paralelo.

—Richard tiene razón —añadió Francesca—. Estamos intentando hacer todo demasiado aprisa. Enviemos a los cadetes del espacio al interior de Rama para que terminen de montar las cosas. Mientras ellos están allí, nosotros podemos elaborar los detalles de la incursión.

—Eso es impracticable —respondió el doctor Brown—. Los graduados de academia son los únicos que conocen cuánto tiempo tomará cada una de las distintas actividades de ingeniería. No podemos establecer tiempos significativos sin ellos.

—Entonces uno de nosotros se quedará aquí con usted —dijo Janos Tabori. Sonrió—. Y podemos utilizar a Heilmann u O’Toole dentro, como un trabajador extra. Eso no deberá retrasarnos mucho.

Al cabo de media hora se alcanzó una decisión consensuada. Nicole se quedaría de nuevo a bordo de la Newton, al menos hasta que la infraestructura fuera completada, y representaría a los cadetes en el proceso de planificación de la misión. El almirante Heilmann iría al interior de Rama con los otros cuatro cosmonautas profesionales. Terminarían las tres restantes tareas de infraestructura: el ensamblaje del resto de los vehículos, el despliegue de otra docena de estaciones monitoras portátiles en el Hemicilindro Norte, y la construcción del complejo campamento/comunicaciones Beta en el lado norte del Mar Cilíndrico.

Richard Wakefield se hallaba en el proceso de revisar las detalladas subtareas con su pequeño equipo cuando Reggie Wilson, que había permanecido virtualmente en silencio durante toda la mañana, se puso de pie de repente.

—Todo esto es una tontería —exclamó—. No puedo creer lo que estoy oyendo.

Richard detuvo su revisión. Los doctores Brown y Takagishi, que ya habían empezado a discutir el diseño de la incursión, guardaron repentinamente silencio. Todos los ojos se enfocaron en Reggie Wilson.

—Un hombre murió aquí hace cuatro días —dijo—, asesinado, muy probablemente, por lo que sea o quien sea que está operando esa gigantesca nave espacial. Pero entramos a explorarla de todos modos. Luego, las luces se encendieron y se apagaron inexplicablemente. —Wilson miró alrededor, a los rostros del resto de tripulación. Sus ojos eran salvajes. Su frente estaba cubierta de sudor—. ¿Y qué es lo que hacemos todos? ¿Eh? ¿Cómo respondemos a esta advertencia de unas criaturas alienígenas muy superiores a nosotros? Nos sentamos tranquilamente y planeamos el resto de nuestra exploración de su vehículo. ¿Nadie de ustedes ha captado todavía el mensaje? Ellos no nos quieren allí. Desean que nos marchemos, que volvamos a la Tierra.

El estallido de Wilson fue recibido con un incómodo silencio. Finalmente, el general O’Toole se situó al lado de Reggie Wilson.

—Reggie —dijo con voz suave—, todos nos sentimos trastornados por la muerte del general Borzov. Pero ninguno de nosotros ve la conexión…

—Entonces usted es ciego, hombre, usted es ciego. Yo estaba ahí arriba en ese maldito helicóptero cuando las luces se apagaron. En un minuto todo estaba tan brillante como un día de verano, y al minuto siguiente puf, todo negro como la pez. Fue algo jodidamente extraño, hombre. Alguien apagó todas las luces. En esta discusión no he oído ni una sola vez a nadie preguntar por qué se apagaron las luces. ¿Qué les ocurre a todos ustedes? ¿Son demasiado listos para sentir miedo?

Wilson siguió desvariando durante varios minutos. Su tema recurrente era siempre el mismo. Los ramanes habían planeado la muerte de Borzov, estaban enviando una advertencia encendiendo y apagando las luces, habría más desastres si el equipo insistía en seguir con la exploración.

El general O’Toole permaneció de pie junto a Reggie durante todo el episodio. El doctor Brown, Francesca y Nicole tuvieron una apresurada discusión en un aparte, y luego Nicole se acercó a Wilson.

—Reggie —dijo informalmente, interrumpiendo su diatriba—, ¿por qué usted y el general O’Toole no vienen un momento conmigo? Podemos continuar esta conversación sin retrasar al resto del equipo. Wilson la miró suspicazmente.

—¿Usted, doctora? ¿Por qué debería ir con usted? Ni siquiera estaba usted ahí dentro. No ha visto lo suficiente como para poder saber nada. —Wilson avanzó hasta situarse frente a Wakefield—. Usted estaba allí, Richard —dijo—. Usted vio ese lugar. Sabe qué tipo de inteligencia y energía se necesita para construir un vehículo tan grande y luego lanzarlo a un viaje entre las estrellas. Vamos, hombre, nosotros no somos nada para ellos. Somos menos que hormigas. Ni siquiera tenemos una oportunidad.

—Estoy de acuerdo con usted, Reggie —dijo calmadamente Richard Wakefield tras un momento de vacilación—. Al menos en lo que a nuestras capacidades comparativas se refiere. Pero no tenemos ninguna prueba de que sean hostiles. O de que les importe si exploramos o no su nave. Por el contrario, el hecho mismo de que estemos vivos…

¡Miren! —gritó de repente Irina Turgeniev—. ¡Miren el monitor!

Una solitaria imagen permanecía congelada en la gigantesca pantalla del centro de control. Una criatura parecida a un cangrejo llenaba todo el campo. Tenía un cuerpo bajo y aplanado, casi dos veces más largo que ancho. Su peso era soportado por seis patas de tres articulaciones. Dos pinzas parecidas a tijeras se extendían delante de su cuerpo, y toda una hilera de manipuladores, que a primera vista parecían inquietantemente diminutas manos humanas alojadas cerca de alguna especie de abertura en el caparazón. Una inspección más detallada revelaba que los manipuladores eran un auténtico conjunto de instrumentos mecánicos… pinzas, sondas, limas, e incluso algo parecido a un taladro.

Los ojos, si eso eran, estaban totalmente hundidos en una especie de capuchones protectores y se alzaban como periscopios por encima del cascarón. Los propios globos oculares eran de cristal o jalea, de un color azul intenso, y absolutamente inexpresivos.

Por la indicación a un lado de la imagen resultaba claro que la fotografía había sido tomada hacía tan sólo un momento, por uno de los abejorros de largo alcance, en un lugar aproximadamente a cinco kilómetros al sur del Mar Cilíndrico. El campo de la imagen, tomada con una lente telescópica, cubría aproximadamente una zona de seis metros cuadrados.

—Así que tenemos compañía en Rama —dijo Janos Tabori. El resto de los cosmonautas se quedó contemplando el monitor, asombrados, sin decir nada.

Más tarde, toda la tripulación estuvo de acuerdo en que la imagen del cangrejo biot en la gigantesca pantalla no hubiera sido tan aterradora si no se hubiera producido en aquel preciso momento. Aunque el comportamiento de Reggie era definitivamente aberrante, había el suficiente buen sentido en lo que decía como para recordar a todos los peligros de la expedición. Ningún miembro del equipo estaba completamente libre de miedo. Todos ellos, en algún momento en particular, se habían enfrentado al inquietante hecho de que los superavanzados ramanes podían no ser amistosos.

Pero durante la mayor parte del tiempo echaban a un lado sus temores. Formaba parte de su trabajo. Como los astronautas de las primeras lanzaderas norteamericanas, que sabían que más a menudo de lo deseado sus vehículos se estrellaban o estallaban, los cosmonautas del equipo Newton aceptaban que existían riesgos incontrolables asociados a su misión. Una sana negativa hacía que el grupo evitara discutir sobre asuntos inquietantes durante la mayor parte del tiempo y se enfocara en asuntos más concretos (y por ello más controlables), como la secuencia de acontecimientos para el día siguiente.

El estallido de Reggie y la aparición simultánea del cangrejo biot en el monitor desencadenó una de las pocas discusiones serias del grupo que tuvieron lugar en el proyecto. O’Toole afirmó desde un principio su posición. Aunque se sentía fascinado por los ramanes, no les tenía miedo. Dios había considerado adecuado situarle a él en aquella misión y, si Él lo había elegido así, podía decidir también que esta extraordinaria aventura fuera la última de O’Toole. En cualquier caso, ocurriera lo que ocurriese, sería la voluntad de Dios.

Richard Wakefield articuló un punto de vista que al parecer era compartido por varios de los demás miembros de la tripulación. Para él, todo el proyecto era a la vez un desafiante viaje de descubrimiento y una prueba de temple personal. Las inseguridades estaban allí, seguro, pero producían excitación además de peligro. El intenso estremecimiento del nuevo aprendizaje, junto con el posible significado monumental de aquel encuentro extraterrestre, compensaban con mucho los riesgos. Richard no tenía dudas acerca de la misión. Estaba seguro de que se trataba de la apoteosis de su vida; si no sobrevivía al final del proyecto, habría valido de todos modos la pena. Habría hecho algo importante durante su breve existencia en la Tierra.

Nicole escuchó atentamente la discusión. No dijo mucho, pero halló que sus propias opiniones cristalizaban en boca de los demás a medida que seguía el flujo de la conversación. Disfrutaba observando las respuestas, tanto verbales como no verbales, de los demás cosmonautas. Shigeru Takagishi se hallaba ciertamente en el mismo campo que Wakefield. Asintió vigorosamente con la cabeza durante todo el tiempo que Richard empleó en hablar de la excitación de participar en un esfuerzo tan significativo. Reggie Wilson, ahora aplacado y probablemente turbado por su anterior parrafada, no dijo mucho. Sólo comentó algo cuando le fue hecha alguna pregunta directa. El almirante Heilmann pareció incómodo de principio a fin. Toda su contribución fue recordarle a todo el mundo el paso del tiempo.

Sorprendentemente, el doctor David Brown no añadió mucho a la discusión filosófica. Hizo algunos cortos comentarios, y una o dos veces pareció a punto de lanzarse a una larga explicación amplificadora. Pero nunca lo hizo. Sus auténticas creencias acerca de la naturaleza de Rama no fueron reveladas.

Francesca Sabatini actuó inicialmente como una especie de moderador o interlocutor, haciendo preguntas de clarificación y manteniendo la conversación a un nivel no excesivamente acalorado. Hacia finales de la discusión, sin embargo, ofreció varios comentarios personales y sinceros. Su visión filosófica de la misión Newton era completamente distinta de la expresada por O’Toole y Wakefield.

—Creo que estamos convirtiendo todo esto en algo demasiado complejo e intelectual —dijo, después que Richard hubo ofrecido un largo panegírico sobre las satisfacciones del conocimiento—. Yo no tuve ninguna necesidad de hacer un profundo examen de mi alma antes de solicitar convertirme en un astronauta del proyecto Newton. Me enfrenté al asunto de la misma forma en que tomo todas mis decisiones importantes. Hice una evaluación riesgos/recompensas. Juzgué que las recompensas, considerando todos los factores, incluidos fama, prestigio, dinero, incluso aventura, eran más importantes que los riesgos. Si muero en esta misión no me gustará en absoluto. Para mí, la mayor parte de las recompensas del proyecto son a posteriori; no podré beneficiarme de ellas si no regreso a la Tierra.

Los comentarios de Francesca despertaron la curiosidad de Nicole. Deseó formularle a la periodista italiana algunas preguntas más, pero pensó que no era ni el momento ni el lugar. Una vez terminada la reunión, seguía aún intrigada por lo que había dicho Francesca. ¿Puede ser realmente la vida tan simple para ella?, se dijo. ¿Puede todo ser evaluado en términos de riesgos y recompensas? Recordó la falta de emoción de Francesca cuando bebió el líquido abortivo. Pero ¿qué hay de los principios y los valores? ¿O incluso de los sentimientos? Mientras la reunión se dispersaba, Nicole admitió para sí misma que Francesca seguía siendo todavía un rompecabezas.

Nicole observó atentamente al doctor Takagishi. Hoy se las estaba arreglando mucho mejor.

—He traído una copia impresa de la Estrategia de Incursión, doctor Brown —dijo éste, agitando un fajo de papeles de diez centímetros de grosor en su mano—, para recordarnos los dogmas del diseño de incursiones resultado de más de un año de relajada planificación de la misión. ¿Puedo leer el índice?

—No creo que sea necesario —respondió David Brown—. Todos estamos familiarizados con…

—Yo no —interrumpió el general O’Toole—. Me gustaría escucharlo. El almirante Heilmann me pidió que prestara mucha atención y le informara de lo que se acordara.

El doctor Brown hizo una seña a Takagishi para que continuara. El científico japonés le estaba tomando prestada una página del propio portafolio. Aunque sabía que David Brown estaba personalmente a favor de ir tras los cangrejos biots en la segunda incursión, Takagishi aún intentaba convencer a los demás cosmonautas de que la actividad prioritaria seguía siendo una incursión científica a la ciudad de Nueva York.

Reggie Wilson se había disculpado una hora antes para ir a su habitación a dormir un poco. Los restantes cinco miembros del equipo a bordo de la Newton pasaron la mayor parte de la tarde batallando, sin éxito, por conseguir un acuerdo en las actividades para la segunda incursión. Puesto que los dos científicos, Brown y Takagishi, tenían opiniones radicalmente distintas de lo que debía hacerse, no era posible ningún consenso. Mientras tanto, tras ellos en el gran monitor, se habían producido intermitentes escenas de los cadetes del espacio y del almirante Heilmann trabajando dentro de Rama. La imagen actual mostraba a Tabori y a Turgeniev en el campamento contiguo al Mar Cilíndrico. Acababan de ensamblar la segunda motora y estaban comprobando sus subsistemas eléctricos.

—… la secuencia de incursiones ha sido cuidadosamente diseñada —estaba leyendo Takagishi— para que encajara con el Documento de Política y Prioridades de la Misión, ISA-NT-0014. Las metas fundamentales de la primera incursión son establecer la infraestructura de ingeniería y examinar el interior al menos a un nivel superficial. De particular importancia será la identificación de cualquier característica de esta segunda nave espacial Rama que sea en algún aspecto distinta de la primera.

»La incursión número dos está diseñada para completar el cartografiado del interior de Rama, enfocándose particularmente en regiones inexploradas hace setenta años, así como los conjuntos de edificios llamados ciudades y cualquier diferencia interior identificada en la primera incursión. Los encuentros con biots deberán ser evitados en la segunda incursión, aunque la presencia y localización de las varías clases de biots formarán parte del proceso de cartografiado.

»La interacción con los biots será retrasada hasta la tercera incursión. Sólo después de una cuidadosa y prolongada observación se realizará algún intento…

—Ya basta, doctor Takagishi —interrumpió David Brown—. Todos conocemos la sustancia de todo esto. Desgraciadamente, ese estéril documento fue preparado meses antes del lanzamiento. La situación a la que nos enfrentamos ahora nunca fue contemplada en él. Tenemos las luces encendiéndose y apagándose. Y hemos localizado y estamos rastreando una horda de seis cangrejos biots justo más allá del borde meridional del Mar Cilíndrico.

—No estoy de acuerdo —dijo respetuosamente el científico japonés—. Usted mismo dijo que el impredecible perfil de las luces no representa una diferencia fundamental entre las dos naves espaciales. No nos enfrentamos a una Rama desconocida. Someto que deberíamos instrumentar las incursiones de acuerdo con el plan original de la misión.

—¿Así que aboga por dedicar toda esta segunda incursión al cartografiado, incluyendo, o quizás incluso dando preferencia, a una exploración detallada de Nueva York?

—Exacto, general O’Toole. Aunque se acepte la posición de que el «extraño sonido» oído por los cosmonautas Wakefield, Sabatini y yo mismo no constituye una «diferencia» oficial, el cuidadoso cartografiado de Nueva York es claramente una de las actividades de mayor importancia. Y es vital que lo consigamos en esta incursión. La temperatura en la Planicie Central ha ascendido ya a -5 grados. Rama nos está llevando cada vez más cerca del Sol. La nave espacial está calentándose de fuera a dentro. Predigo que el Mar Cilíndrico empezará a fundirse desde el fondo dentro de tres o cuatro días…

—Nunca he dicho que Nueva York no fuera un blanco legítimo para nuestras exploraciones —interrumpió de nuevo David Brown—, pero desde un principio he mantenido que los biots son el auténtico tesoro científico de este viaje. Contemple esas sorprendentes creaciones —dijo, llenando el centro de la pantalla con un filme de los seis cangrejos biots avanzando lentamente a través de una suave región en el Hemisferio Sur—. Puede que nunca tengamos otra oportunidad de capturar una. Los abejorros ya casi han terminado de efectuar un reconocimiento de todo el hemicilindro, y no han sido divisados más biots.

El resto de los miembros del equipo, incluido Takagishi, contempló el monitor con embelesada atención. La extraña reunión de alienígenas, avanzando en formación triangular con un espécimen ligeramente más grande a la cabeza, se acercaba a un montículo de desechos metálicos sueltos. El cangrejo a la cabeza avanzó directamente hacia el obstáculo, hizo una pausa de unos breves segundos, y luego empezó a utilizar sus pinzas para cortar los elementos del montón en pedazos más pequeños. Los dos cangrejos de la segunda fila transfirieron los fragmentos de metal a los lomos de los restantes tres miembros de la tropa. Este nuevo material incrementó el tamaño de los pequeños montones que ya se acumulaban en la parte superior de los caparazones de los tres cangrejos biots de la última fila.

—Deben de ser los basureros de Rama —dijo Francesca. Todo el mundo se echó a reír.

—Pero supongo que pueden comprender por qué deseo actuar rápidamente —prosiguió David Brown—. En estos momentos, esa breve película que acabamos de ver está camino a todos los canales de televisión de la Tierra. Más de mil millones de nuestros semejantes, hombres y mujeres, contemplarán hoy mismo esta escena con la misma mezcla de miedo y fascinación que acaban de sentir ustedes. Imaginen qué tipo de laboratorios seremos capaces de construir para estudiar tales criaturas. Imaginen lo que aprenderemos…

—¿Qué le hace pensar que podemos capturar uno? —preguntó el general O’Toole—. Parece como si fueran realmente formidables.

—Estamos seguros de que esas criaturas, aunque parecen biológicas, en realidad son robots. De ahí el nombre de biots, que se hizo popular durante la primera expedición Rama y después de ella. Según todos los informes de Norton y los demás cosmonautas de Rama I, cada uno de esos biots está diseñado para realizar una función singular. No poseen inteligencia, tal como nosotros la conocemos. Deberíamos ser capaces de mostrarnos más listos que ellos…, y capturarlos.

Un primer plano de las pinzas-tijera apareció en la pantalla gigante. Evidentemente, eran muy afiladas.

—No sé —dijo el general O’Toole—. Me siento inclinado a seguir la sugerencia del doctor Takagishi y observarlos por un tiempo antes de intentar atrapar uno.

—No estoy de acuerdo —dijo Francesca—. Hablando como periodista, no hay mejor historia que el intento de capturar una de esas cosas. Todo el mundo en la Tierra mirará. Puede que no tengamos ninguna otra oportunidad como ésta. —Hizo una pausa por un momento—. La AIE ha estado presionándonos para que ofrezcamos alguna noticia de impacto. El incidente de Borzov no convenció exactamente a los contribuyentes del mundo de que su dinero para el espacio estaba siendo gastado juiciosamente.

—¿Por qué no podemos efectuar ambas tareas en la misma incursión? —preguntó el general O’Toole—. Un subequipo puede explorar Nueva York, y el otro puede ir tras un cangrejo.

—No es posible —respondió Nicole—. Si la meta de esta salida es atrapar un biot, entonces todos nuestros recursos deben ser aplicados en esa dirección. Recuerden, estamos limitados tanto en recursos como en tiempo.

—Desgraciadamente —dijo entonces David Brown con una lánguida sonrisa—, no podemos tomar esta decisión por comité. Puesto que no hay un completo acuerdo, debo tomar yo la decisión… En consecuencia, el propósito de la próxima incursión será capturar un cangrejo biot. Supongo que el almirante Heilmann estará de acuerdo conmigo. Si no lo está, someteremos el asunto a la votación del equipo.

La reunión se disolvió lentamente. El doctor Takagishi deseaba ofrecer una nueva argumentación, para señalar que la mayoría de las especies biot vistas por los exploradores de la primera Rama no se materializaron hasta después de fundirse el Mar Cilíndrico. Pero nadie deseaba ya escuchar. Todo el mundo estaba cansado.

Nicole se acercó a Takagishi y activó clandestinamente su escáner biométrico. El archivo de advertencia estaba vacío.

—Limpio como una patena —dijo con una sonrisa. Takagishi la miró muy seriamente.

—Nuestra decisión es un error —dijo sombríamente—. Deberíamos ir a Nueva York.