En su sueño estaba tendido en un futon en un ryokan del siglo XVII. La habitación era muy grande, nueve esterillas tatami en total. A su izquierda, en el patio al otro lado de la abierta división, había un jardín en miniatura con pequeños árboles y un arroyo cuidadosamente dispuesto. Estaba aguardando a una joven.
—Takagishi-san, ¿está despierto?
Se agitó y tendió la mano hacia el comunicador.
—Hola —dijo, dándose cuenta de que su voz traicionaba su estado medio dormido—. ¿Quién es?
—Nicole des Jardins —dijo la voz—. Lamento molestarlo tan temprano, pero necesito verle. Es urgente.
—Déme tres minutos —dijo Takagishi.
Hubo una llamada a su puerta exactamente tres minutos más tarde. Nicole lo saludó y entró en la habitación. Llevaba consigo un datacubo.
—¿Le importa? —dijo, indicando la consola del ordenador. Takagishi negó con la cabeza.
—Ayer tuvo usted media docena de incidentes aislados —dijo gravemente Nicole, señalando varios blips en el monitor—, incluidas las dos aberraciones más intensas que nunca haya visto en sus datos cardíacos. —Lo miró—. ¿Está seguro de que usted y su médico me proporcionaron los registros completos de su historial?
Takagishi asintió.
—Entonces tengo razones para preocuparme —prosiguió ella—. Las irregularidades de ayer sugieren que su anormalidad diastólica crónica ha empeorado. Quizá la válvula ha sufrido una nueva filtración. Quizá los largos períodos de ingravidez…
—O quizá —la interrumpió Takagishi con una suave sonrisa— me excité mucho y mi adrenalina extra agravó el problema.
Nicole miró al científico japonés.
—Es posible, doctor Takagishi. Uno de los principales incidentes ocurrió justo después que se apagaran las luces. Supongo que fue cuando estaba usted escuchando su «extraño sonido».
—¿Y el otro, por casualidad, no fue durante mi discusión con el doctor Brown en el campamento? Si es así, eso apoya mi hipótesis.
La cosmonauta des Jardins pulsó varias teclas en la consola, y su software entró una nueva subrutina. Estudió los datos desplegados a ambos lados de una pantalla dividida por la mitad.
—Sí —dijo—, parece correcto. El segundo incidente se produjo veinte minutos antes de abandonar Rama. Eso debió de ser hacia el final de la reunión. —Se apartó del monitor—. Pero no puedo ignorar el extraño comportamiento de su corazón porque usted estuviera excitado.
Se miraron el uno al otro durante varios segundos.
—¿Qué está intentando decirme, doctora? —dijo suavemente Takagishi—. ¿Va a confinarme en mis aposentos aquí en la Newton? ¿Ahora, en el momento más significativo de mi carrera profesional?
—Estoy pensándolo —respondió francamente Nicole—. Su salud es más importante para mí que su carrera. Ya he perdido un miembro del equipo. No estoy segura de poder perdonarme a mí misma si perdiera otro.
Vio la súplica en el rostro de su colega.
—Sé lo críticas que son esas incursiones a Rama para usted. Estoy intentando hallar algún tipo de racionalización que me permita olvidar los datos de ayer. —Nicole se sentó en el extremo más alejado de la cama y desvió la vista—. Pero como médico, no como cosmonauta del Proyecto Newton, esto resulta muy, muy difícil.
Oyó acercarse a Takagishi y sintió la mano del hombre apoyarse suavemente en su hombro.
—Sé lo difíciles que han sido las cosas para usted estos últimos días —dijo—. Pero no fue culpa suya. Todos nosotros somos conscientes de que la muerte del general Borzov fue inevitable.
Nicole reconoció el respeto y la amistad en la mirada de Takagishi. Le dio las gracias con los ojos.
—Aprecio mucho lo que hizo usted por mí antes del lanzamiento —prosiguió él—. Si se cree obligada a limitar ahora mis actividades, no pondré objeciones.
—Maldita sea —dijo Nicole, poniéndose rápidamente de pie—, no es tan sencillo. He estado estudiando sus datos de esta noche durante casi una hora. Mire esto. Su gráfico durante las últimas diez horas es perfectamente normal. No hay la menor huella de ninguna anomalía. Y no ha tenido usted incidentes durante semanas. Hasta ayer. ¿Qué ocurre con usted, Shig? ¿Tiene un corazón defectuoso? ¿O simplemente raro?
Takagishi sonrió.
—Mi esposa me dijo en una ocasión que tenía un corazón extraño. Pero creo que se estaba refiriendo a algo completamente distinto.
Nicole activó su escáner y mostró los datos en el monitor, a tiempo real.
—Aquí lo tenemos de nuevo. —Agitó la cabeza—. La signatura de un corazón perfectamente sano. Ningún cardiólogo en todo el mundo podría discutir mi conclusión. —Se dirigió hacia la puerta.
—Entonces, ¿cuál es su veredicto, doctora? —preguntó Takagishi.
—Todavía no lo he decidido —respondió ella—. Ayúdeme usted. Tenga otro de sus incidentes en las próximas horas, y hágamelo más fácil. —Agitó la mano como despedida—. Nos veremos en el desayuno.
Richard Wakefield salía de su habitación cuando Nicole recorría el pasillo tras dejar a Takagishi. Nicole tomó la espontánea decisión de hablar con él acerca del software del CirRob.
—Buenos días, princesa —dijo él cuando ella se acercó—. ¿Qué hace despierta a estas horas? Algo excitante, espero.
—De hecho —respondió Nicole en el mismo tono de broma—, venía a hablar con usted. —Él se detuvo para escuchar—. ¿Tiene un minuto?
—Para usted, Madame doctora —respondió Wakefield con una exagerada sonrisa—, tengo dos minutos. Pero no más. Entiéndame, tengo hambre. Y si no como rápidamente cuando tengo hambre, me convierto en un ogro horrible. —Nicole se echó a reír—. ¿Qué es lo que le ronda por la cabeza? —añadió él intranscendentemente.
—¿Podemos ir a su habitación? —pidió ella.
—Lo sabía, lo sabía —dijo él, dando media vuelta y avanzando rápidamente hacia su puerta—. Ha ocurrido al fin, exactamente igual que en mis sueños. Una mujer inteligente y hermosa va a declararme su inmortal afecto…
Nicole no pudo reprimir una risita.
—Wakefield —interrumpió aún sonriendo—, es usted imposible. ¿Nunca habla en serio? Tengo algunos asuntos que discutir con usted.
—Oh, maldita sea —murmuró Richard dramáticamente—. «Asuntos». En ese caso, voy a limitar nuestra entrevista a los dos minutos que le concedí antes. Los asuntos también me dan hambre…, y me ponen de mal humor.
Richard Wakefield abrió la puerta de su habitación y aguardó a que Nicole entrara. Le ofreció la silla frente al monitor de su ordenador y se sentó tras ella en la cama. Ella se volvió para mirarlo de frente. En la estantería encima de su cabeza había una docena de pequeñas figurillas similares a las que había visto antes en la habitación de Tabori y en el banquete de Borzov.
—Permítame presentarle a algunos de mis inquilinos —dijo Richard, viendo su curiosidad—. Ya ha conocido usted a Lord y Lady Macbeth, Puck, y Bottom. Esta pareja tal para cual son Tybalt y Mercutio de Romeo y Julieta. Al lado de ellos están Yago y Otelo, seguidos por el príncipe Hal, Falstaff, y la maravillosa señorita Quickly. El último de la derecha es mi mejor amigo, El Bardo, o EB para abreviar.
Mientras Nicole observaba, Richard activó un interruptor cerca de la cabecera de su cama, y EB bajó por una escalerilla de la estantería a la cama. El robot de veinte centímetros de altura avanzó cuidadosamente por entre los pliegues de las sábanas y se acercó a saludar a Nicole.
—¿Y cuál es vuestro nombre, hermosa dama? —preguntó.
—Me llamo Nicole des Jardins —respondió ella.
—Eso suena francés —dijo inmediatamente el robot—. Pero vos no parecéis francesa. Al menos, no Valois. —El robot la miró fijamente—. Parecéis más bien hija de Otelo y Desdémona.
Nicole estaba asombrada.
—¿Cómo consigue usted esto? —preguntó.
—Se lo explicaré más tarde —dijo Richard, agitando una mano—. ¿Tiene usted algún soneto shakesperiano favorito? —preguntó—. Si lo tiene, recite un verso, o déle a EB un número.
—«Tantas mañanas gloriosas… —recordó Nicole».
—«… he visto —añadió el robot»,
iluminar las cimas de la montaña con ojo soberano,
besar con rostro de oro los verdes prados,
dorar los pálidos arroyos con celeste alquimia…
El pequeño robot recitó el soneto con fluidos movimientos de su cabeza y brazo, junto con un amplio abanico de expresiones faciales. Nicole se sintió impresionada de nuevo por la creatividad de Richard Wakefield. Recordaba las cuatro líneas claves del soneto de sus días de universidad, y las murmuró a coro con EB:
Aun así mi sol brilló una mañana temprano
con triunfante esplendor en mi frente;
pero, oh desdicha, fue sólo por una hora mía,
antes que la región de las nubes lo ocultara de mí ahora…
Cuando el robot terminó el último terceto, Nicole, que había ido siguiendo las casi olvidadas palabras, se dio cuenta de que estaba aplaudiendo.
—¿Y puede recitar todos los sonetos? —preguntó. Richard asintió.
—Además de muchos, muchos más poéticos discursos dramáticos. Pero no es esta su capacidad más sobresaliente. Recordar pasajes de Shakespeare sólo requiere gran cantidad de almacenamiento de memoria. EB es también un robot muy inteligente. Puede sostener una conversación mejor que…
Richard se detuvo a media frase.
—Lo siento, Nicole. Estoy monopolizando su tiempo. Dijo usted que tenía algunos asuntos de los que hablar.
—Pero ya ha consumido usted mis dos minutos —dijo ella con un guiño—. ¿Está seguro de que no se morirá de hambre si me tomo otros cinco minutos de su tiempo?
Nicole resumió rápidamente sus investigaciones sobre el mal funcionamiento del software del CirRob, incluida su conclusión de que los algoritmos de protección contra fallas debieron ser inutilizados por una orden manual. Señaló que no podía ir más allá con su propio análisis y que le gustaría un poco de ayuda por parte de Richard. Él no discutió sus sospechas.
—Debería ser fácil —dijo con una sonrisa—. Todo lo que tengo que hacer es hallar el lugar en su memoria donde se hallan almacenadas las órdenes. Eso tomará un poco de tiempo, dado el tamaño del almacenaje, pero esas memorias son diseñadas generalmente con arquitecturas lógicas. Sin embargo, no puedo comprender por qué realiza usted todo este ejercicio detectivesco. ¿Por qué no simplemente le pregunta a Janos y a los demás si introdujeron alguna orden?
—Ése es el problema —respondió Nicole—. Nadie recuerda haber introducido ninguna orden en el CirRob en ningún instante después de la última carga de programas y verificación. Cuando Janos se golpeó la cabeza durante la maniobra, hubiera jurado que sus dedos estaban en la caja de control. Pero él no recuerda nada, y yo no puedo estar segura.
Richard frunció el ceño.
—Es muy improbable que Janos simplemente eliminara el factor de autoprotección con una orden al azar. Eso significaría que el diseño general es estúpido. —Pensó durante unos instantes—. Oh, bueno —prosiguió—. Usted ha despertado mi curiosidad. Me ocuparé del problema tan pronto como…
—Atención atención. Atención atención —oyeron ambos la voz de Otto Heilmann por el comunicador—. Que todo el mundo se presente inmediatamente en el centro de control científico para una reunión. Tenemos un nuevo desarrollo. Las luces dentro de Rama acaban de encenderse de nuevo.
Richard abrió la puerta y siguió a Nicole al corredor.
—Gracias por su ayuda —dijo Nicole—. Se lo agradezco enormemente.
—Déme las gracias una vez que haya hecho algo —respondió Richard con una sonrisa—. Soy muy famoso por mis promesas… ¿Cuál cree usted que es el significado de todos estos juegos con las luces?