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Rito de iniciación

Geneviéve se echó bruscamente a llorar.

—Oh, mamá —dijo—. Te quiero tanto, y esto es absolutamente horrible.

Se alejó apresuradamente del campo de la cámara y fue reemplazada por el padre de Nicole. Pierre miró hacia su derecha durante unos segundos, para asegurarse de que su nieta no podía oírlo, y luego se volvió hacia el monitor.

—Estas últimas veinticuatro horas han sido especialmente duras para ella. Ya sabes cómo te idolatra. Parte de la prensa extranjera ha estado diciendo que tú fallaste en la cirugía. Incluso ha habido una sugerencia esta tarde por parte de un periodista de televisión norteamericano de que estabas borracha durante la operación.

Hizo una pausa. La tensión se apreciaba claramente en el rostro de su padre.

—Tanto Geneviéve como yo sabemos que nada de eso es cierto. Te queremos profundamente y te enviamos todo nuestro apoyo.

La pantalla quedó vacía. Nicole había iniciado la llamada videofónica y, al principio, le alegró hablar con su familia. Tras la segunda trasmisión, sin embargo, cuando su padre y su hija reaparecieron en la pantalla veinte minutos más tarde, resultó evidente que los acontecimientos a bordo de la Newton habían trastornado también la vida en Beauvois. Geneviéve se mostraba particularmente alterada. Había llorado intermitentemente mientras hablaba acerca del general Borzov (lo había tratado personalmente en varias ocasiones, y el paternal ruso siempre era especialmente amable con ella), y apenas había conseguido dominarse antes de echarse a llorar de nuevo inmediatamente antes del fin de la trasmisión.

Así que también te he puesto a ti en un compromiso, pensó Nicole mientras se sentaba en su cama. Se frotó los ojos. Se sentía extremadamente cansada. Lentamente, sin darse cuenta de lo deprimida que estaba, se desvistió para meterse en la cama. Su mente estaba atormentada por imágenes de su hija en la escuela en Luynes. Hizo una mueca cuando imaginó a una de las amigas de Geneviéve preguntándole acerca de la operación y la muerte de Borzov. Mi querida hija, pensó, debes saber lo mucho que te quiero. Si tan sólo pudiera ahorrarte este dolor. Deseaba poder consolar de alguna manera a Geneviéve, apretarla contra sí, compartir una de esas caricias madre-hija que hacen huir a los demonios. Pero no era posible. Geneviéve estaba a cien millones de kilómetros de distancia.

Nicole permaneció tendida de espaldas en la cama. Cerró los ojos, pero no consiguió dormir. Era consciente de una profunda y absoluta soledad, una sensación de aislamiento más aguda que ninguna otra cosa que hubiera sentido antes en su vida. Sabía que anhelaba algo de simpatía, algún ser humano que le dijera que sus sentimientos de inadecuación eran excesivos y no encajaban con la realidad. Pero no había nadie. Su padre y su hija estaban allá en la Tierra. De los dos miembros del equipo Newton que conocía mejor, uno estaba muerto y el otro se comportaba en forma sospechosa.

He fracasado, pensó mientras permanecía tendida en la cama. En mi misión más importante, he fracasado. Recordó otra sensación de fracaso, cuando tenía sólo dieciséis años. Por aquel entonces había entrado en competencia para conseguir el papel de Juana de Arco en un enorme concurso nacional asociado con el septingentésimo quincuagésimo aniversario de la muerte de la Doncella. De haber ganado, Nicole habría interpretado a Juana en una serie de representaciones que durarían más de dos años. Se había lanzado de cabeza al desafío, leyendo todos los libros que pudo encontrar acerca de Juana y viendo docenas de representaciones en vídeo. Obtuvo las máximas puntuaciones en virtualmente todas las categorías excepto «adecuación». Hubiera debido ganar, pero no lo logró. Su padre la consoló diciéndole que Francia aún no estaba preparada para que sus heroínas tuvieran la piel oscura.

Pero eso no fue exactamente un fracaso, se dijo la oficial de ciencias vitales de la Newton a sí misma. Y siempre tuve a mi padre para consolarme. Una imagen del funeral de su madre acudió a su memoria. Ella tenía diez años entonces. Su madre había ido sola a la Costa de Marfil para visitar a sus parientes africanos. Anawi estaba en Nidougou cuando una virulenta epidemia de fiebre Hogan barrió el poblado. La madre de Nicole murió rápidamente.

Cinco días más tarde Anawi fue incinerada como una reina senoufo. Nicole había llorado mientras Omeh le cantaba al alma de su madre a través del mundo inferior y a la Tierra de la Preparación, donde descansaban los seres mientras aguardaban a ser seleccionados para otra vida en la Tierra. Cuando las llamas ascendieron en la pira y las regias ropas de su madre empezaron a arder, Nicole sintió una abrumadora sensación de pérdida. Y de soledad. Pero esa vez también mi padre estaba a mi lado, recordó. Sujetó mi mano mientras contemplábamos desaparecer a mi madre. Juntos fue más fácil de soportar. Me sentí mucho más solitaria durante el Poro. Y más asustada.

Todavía podía recordar la mezcla de terror e impotencia que había inundado su cuerpo de siete años en el aeropuerto de París aquella mañana de primavera. Su padre la había acariciado muy tiernamente.

—Querida, querida Nicole —le dijo—. Te echaré mucho de menos. Vuelve a mí sana y salva.

—Pero ¿por qué debo ir, papá? —preguntó ella—. ¿Y por qué tú no vienes con nosotros? Él se inclinó a su lado.

—Vas a ir a formar parte del pueblo de tu madre. Todos los niños senoufo pasan por el Poro a la edad de siete años. Nicole se echó a llorar.

—Pero papá, yo no quiero ir. Soy francesa, no africana. No me gusta nada esa gente extraña y el calor y los bichos…

Su padre colocó firmemente las manos sobre sus mejillas.

—Pero debes ir, Nicole. Tu madre y yo estamos de acuerdo sobre ello. —Ciertamente, Anawi y Pierre habían discutido el tema muchas veces. Nicole había vivido en Francia toda su vida. Todo lo que sabía de su herencia africana era lo que su madre le había enseñado y lo que ella misma había aprendido de sus visitas de dos meses a Costa de Marfil con su familia.

No había sido fácil para Pierre aceptar el enviar a su querida hija al Poro. Sabía que era una ceremonia primitiva. También sabía que era la piedra angular de la religión tradicional senoufo y que le había prometido a Omeh, cuando se casó con Anawi, que todos sus hijos regresarían a Nidougou al menos para el primer ciclo del Poro.

Lo más difícil para Pierre era quedarse atrás. Pero Anawi tenía razón. Él era un extranjero. No podría participar en el Poro. No lo comprendería. Su presencia distraería a la niña. Había un profundo dolor en su corazón cuando besó a su esposa y a su hija y las depositó en el avión a Abidjan.

Anawi se sentía también aprensiva hacia la ceremonia del rito de iniciación de su hija única, su niñita de siete años recién cumplidos. Había preparado a Nicole tan bien como pudo. La niña era una lingüista dotada y había captado muy fácilmente los rudimentos del lenguaje senoufo. Pero no había duda de que estaba en gran desventaja con respecto al resto de los niños. Todos los demás habían vivido toda su vida en los poblados nativos o cerca de ellos. Estaban habituados a la zona. Para aliviar un poco el problema de orientación Anawi y Nicole llegaron a Nidougou una semana antes de tiempo.

La idea fundamental del Poro era que la vida era una sucesión de fases o ciclos, y que cada transición debía ser cuidadosamente señalada. Cada ciclo duraba siete años. Había tres Poros en cada vida senoufo normal, tres metamorfosis que eran necesarias antes de que el niño pudiera transformarse en un adulto de la tribu. Pese al hecho de que muchas costumbres tribales se estaban desvaneciendo con la llegada de los modernos sistemas de comunicación del siglo XXI a los poblados de Costa de Marfil, el Poro seguía siendo una parte integrante de la sociedad senoufo. En el siglo XXII, las prácticas tribales gozaban de una especie de renacimiento, sobre todo después que el Gran Caos demostró a la mayor parte de los líderes africanos que era peligroso depender demasiado del mundo exterior.

Anawi mantuvo en su rostro una buena sonrisa de actriz la tarde que los sacerdotes de la tribu acudieron llevarse a Nicole para el Poro. No deseaba que su miedo o su ansiedad se transfirieran a su hija. De todos modos, Nicole pudo ver que su madre estaba trastornada.

—Tienes las manos frías y traspiradas, mamá —le susurró en francés cuando abrazó a Anawi antes de partir—. No te preocupes. Estaré bien. —De hecho, Nicole, el único rostro amarronado entre la docena de niñas de piel muy negra que subían a los cochecitos, parecía casi alegre y expectante, como si fuera a un parque de diversiones o un zoo.

Había cuatro cochecitos, dos de ellos para llevar a las niñas y otros dos que estaban tapados y sobre los que no se les dio ninguna explicación. La amiga de Nicole de hacía cuatro años, Lutuwa, que en realidad era una de sus primas, explicó al resto de las niñas que los otros cochecitos contenían a los sacerdotes y los «instrumentos de tortura». Hubo un largo silencio antes que una de las niñas tuviera el valor de preguntarle a Lutuwa de qué estaba hablando.

—Lo soñé todo hace dos noches —dijo Lutuwa, como quien explica un hecho concreto—. Van a quemarnos los pezones y a meternos objetos puntiagudos por todos nuestros agujeros. Y, mientras no lloremos, no sentiremos ningún dolor. —Las otras cinco niñas en el cochecito de Nicole, incluida Lutuwa, apenas dijeron una palabra durante la hora siguiente.

Al anochecer habían viajado un largo camino hacia el este, más allá de la abandonada estación de microondas, a la zona especial conocida sólo por los líderes religiosos de la tribu. La media docena de sacerdotes erigió refugios temporales y encendió una fogata. Cuando ya fue oscuro sirvieron de comer y de beber a las iniciadas, que permanecían sentadas con las piernas cruzadas en un amplio círculo alrededor del fuego. Después de cenar empezó el baile con los atuendos ceremoniales. Omeh narró las cuatro danzas, cada una de las cuales tenía como protagonista uno de los animales indígenas. La música para las danzas procedía de panderetas y burdos xilófonos, con el ritmo mantenido por el monótono batir de un tam-tam. Ocasionalmente, un punto especialmente significativo de la historia era puntuado por un estallido del olifante, el cuerno de caza de marfil.

Justo antes de la hora de irse a dormir Omeh, llevando todavía la gran máscara y el tocado que lo identificaba como cacique, tendió a cada una de las muchachas una gran bolsa hecha con piel de antílope y les dijo que estudiaran muy atentamente su contenido. Había un frasco con agua, algunas frutas secas y nueces, dos trozos de pan nativo, un utensilio para cortar, una cuerda, dos tipos diferentes de ungüentos, y un tubérculo de una planta desconocida.

—Mañana por la mañana cada niña será sacada de este campamento —dijo Omeh— y situada en un lugar específico no demasiado lejos. La niña sólo dispondrá de las cosas que hay en la bolsa de antílope. Se espera que sobreviva por ella misma y regrese al mismo lugar cuando el sol esté muy arriba en el cielo al día siguiente.

»La bolsa contiene todo lo necesario excepto sabiduría, valor y curiosidad. El tubérculo es algo muy especial. Comer la carnosa raíz aterrorizará a la niña, pero también puede proporcionarle poderes anormales de fuerza y visión.