Como era de esperar, el día siguiente a la muerte del general Borzov estuvo lleno de tensión. La investigación del incidente por parte de la AIE se amplió, y la mayor parte de los cosmonautas se vio sometida a otro largo careo. Nicole fue interrogada acerca de su sobriedad en el momento de la operación. Algunas de las preguntas era malintencionadas, y ella, que estaba intentando conservar sus energías para su propia investigación de los acontecimientos que rodearon la tragedia, perdió la paciencia dos veces durante los interrogatorios.
—Miren —exclamó en un momento determinado—, ya les he explicado cuatro veces que tomé dos copas de vino y una taza de vodka tres horas antes de la operación. He admitido que no habría probado nada de alcohol antes de la cirugía, si hubiera sabido que iba a tener que operar. Incluso he reconocido, en retrospectiva, que tal vez uno de los dos oficiales de ciencias vitales hubiera debido permanecer completamente sobrio. Pero todo esto es a posteriori. Repito lo que dije antes. Ni mi juicio ni mis habilidades físicas estaban disminuidos en ningún sentido por el alcohol en el momento de la operación.
De vuelta a su habitación, Nicole centró su atención en el tema de por qué el robot cirujano siguió con la operación cuando sus sistemas internos de protección hubieran debido abortar todas sus actividades. Según la Guía de Usuario del CirRob, era evidente que al menos dos sistemas de sensores independientes hubieran debido enviar mensajes de error al procesador central del robot cirujano. El sistema de acelerómetro hubiera debido informar al procesador de que las condiciones ambientales estaban más allá de los límites aceptables debido a una fuerza lateral desfavorable. Y las cámaras estéreo hubieran debido transmitir un mensaje indicando que las imágenes observadas sufrían una variación con respecto a las imágenes predichas. Pero, por alguna razón, ningún juego de sensores interrumpió la operación en curso. ¿Qué había ocurrido?
Nicole necesitó casi cinco horas para eliminar la posibilidad de un error importante, ya fuera de software o de hardware, en el sistema del CirRob. Verificó que el software y la base de datos cargados habían sido correctos revisando un código de comparación con la versión estándar del software extensamente comprobada durante el prelanzamiento. También aisló la imagen estéreo y la telemetría del acelerómetro de los escasos segundos inmediatamente después que la nave sufriera la sacudida. Esos datos fueron correctamente trasmitidos al procesador central, y hubieran debido dar como resultado una secuencia abortiva. Pero no lo habían hecho. ¿Por qué no? La única explicación posible era que el software había sido cambiado por una orden manual entre el tiempo de carga y la realización de la apendicectomía.
Nicole estaba ahora fuera de su lenguaje. Había llevado al límite sus conocimientos del software y de la ingeniería de sistemas convenciéndose a sí misma de que no había habido ningún error en el software cargado. Determinar cómo y cuándo podía alguna orden haber cambiado el código o los parámetros después de instalados en el CirRob requería a alguien que pudiera leer el lenguaje de la máquina e interrogar cuidadosamente a los miles de millones de bits de datos que habían sido almacenados durante todo el proceso. Su investigación se detuvo hasta que pudiera hallar a alguien capaz de ayudarla. ¿Quizá debería abandonar?, dijo una voz dentro de su cabeza. ¿Cómo podrías?, respondió otra voz. No hasta que no sepas con certeza la causa de la muerte del general Borzov. En la raíz de su deseo de conocer la respuesta se hallaba un anhelo desesperado de demostrar con toda seguridad que aquella muerte no había sido culpa suya.
Se apartó de su terminal y se dejó caer en la cama. Mientras permanecía tendida allí, recordó su sorpresa durante el período de inspección de treinta segundos cuando el apéndice de Borzov quedó a la vista. Definitivamente no sufría de apendicitis, pensó. Sin ningún motivo en particular, Nicole regresó a su terminal y accedió al segundo conjunto de datos de evaluación que había obtenido del diagnosticador electrónico, justo antes de su decisión de operar. Miró sólo brevemente el PROBABLE APENDICITIS 92% de la primera pantalla, y pasó al diagnóstico de comprobación. Esta vez REACCIÓN MEDICAMENTOSA era la segunda causa más probable, con un cuatro por ciento de probabilidad. Nicole hizo que los datos fueran ahora mostrados de otra forma. Solicitó una rutina estadística para calcular las causas probables de los síntomas, dado el hecho de que no podía ser apendicitis.
Los resultados parpadearon en el monitor en unos segundos. Nicole se sintió abrumada. Según los datos, si la información de la biometría recogida de las sondas de Borzov era analizada según la suposición de que la causa de la anormalidad no podía ser apendicitis, entonces había unas posibilidades de un 62% de que fuera debida a la reacción a alguna droga o medicamento. Antes que Nicole pudiera completar ningún otro análisis, hubo una llamada en la puerta.
—Adelante —dijo, y siguió trabajando en el terminal. Se volvió ligeramente y vio a Irina Turgeniev de pie en el umbral. La piloto soviética no dijo nada por un momento.
—Me pidieron que viniera a buscarla —murmuró al fin. Siempre se había mostrado muy tímida con todo el mundo excepto sus compañeros europeos orientales, Tabori y Borzov.
—Estamos celebrando una reunión del equipo en la sala.
Nicole guardó sus archivos temporales de datos y se reunió con Irina en el corredor.
—¿Qué tipo de reunión? —preguntó.
—Una reunión de organización —respondió Irina. No dijo nada más. Había un acalorado intercambio de palabras entre Reggie Wilson y David Brown en el momento en que las dos mujeres entraron en la sala.
—¿Debo entender entonces —estaba diciendo sarcásticamente el doctor Brown— que cree usted que la nave espacial Rama decidió a propósito maniobrar exactamente en aquel momento? ¿Le importaría explicarnos a todos cómo este asteroide de estúpido metal podía saber que el general Borzov estaba siendo sometido a una apendicectomía en ese preciso instante? Y, puesto que está en ello, ¿nos explicará por qué esta supuestamente maligna nave espacial nos ha permitido conectarnos a ella y no ha hecho nada para disuadirnos de continuar con nuestra misión?
Reggie Wilson miró alrededor en busca de apoyo.
—Usted está usando de nuevo la pseudológica, Brown —dijo, con evidente frustración—. Lo que dice siempre suena superficialmente lógico. Pero yo soy el único miembro de este equipo que halla inquietante la coincidencia. Mire, aquí está Irina Turgeniev. Ella es precisamente la que me sugirió la conexión.
El doctor Brown se dio por enterado de la presencia de las dos mujeres con una inclinación de cabeza. Había una cierta autoridad en la forma en que formulaba sus preguntas que sugería que estaba al control de la reunión.
—¿Es eso cierto, Irina? —preguntó—. ¿Cree usted, como Wilson, que Rama estaba intentando enviarnos algún mensaje específico realizando esa maniobra durante la operación del general?
Irina e Hiro Yamanaka eran los dos cosmonautas que hablaban menos durante las reuniones del equipo. Con todos los ojos vueltos hacia ella, Irina murmuró un «no» apenas audible.
—Pero cuando hablamos de ello esta noche… —insistió Wilson a la piloto soviética.
—Ya basta de este tema —interrumpió imperiosamente David Brown—. Creo que tenemos consenso, compartido por los oficiales del control de nuestra misión en la Tierra, de que la maniobra ramana fue una coincidencia y no una conspiración. —Miró al furioso Reggie Wilson—. Ahora tenemos otros asuntos más importantes que discutir. Me gustaría pedirle al almirante Heilmann que nos contara lo que ha averiguado acerca del problema de la jefatura.
Otto Heilmann se puso de pie ante aquellas palabras y leyó sus notas:
—De acuerdo con los procedimientos del Proyecto Newton, en caso de muerte o incapacidad del oficial de mando, se espera que la tripulación complete todas las secuencias en curso según sus anteriores directivas. Sin embargo, una vez que estas actividades «en curso» hayan terminado, se supone que los cosmonautas aguardarán a que la Tierra nombre un nuevo oficial al mando.
David Brown volvió a intervenir en la conversación.
—El almirante Heilmann y yo empezamos a discutir nuestra situación hará una hora, y hemos llegado rápidamente a la conclusión de que teníamos razones válidas para sentirnos preocupados. La AIE se halla ocupada en su investigación sobre la muerte del general Borzov. Ni siquiera han empezado a pensar en su reemplazo. Una vez que empiecen a hacerlo, pueden pasar semanas antes de que se decidan. Recuerden, se trata de la misma burocracia que nunca fue capaz de seleccionar un ayudante para Borzov, de tal modo que finalmente decidieron que no lo necesitaba.
Hizo una pausa de varios segundos para permitir que el resto de los miembros del equipo consideraran lo que estaba diciendo.
—Otto sugirió que quizá no debiéramos aguardar a que la Tierra decidiese —continuó el doctor Brown—. Fue idea suya que desarrolláramos nuestra propia estructura de mando, una que fuera aceptable para todos los reunidos aquí, y luego enviáramos a la AIE como una recomendación. El almirante Heilmann piensa que la aceptarán porque eso les evitará lo que puede ser un largo debate.
—El almirante Heilmann y el doctor Brown vinieron a verme con esta idea —dijo entonces Janos Tabori—, y remarcaron lo importante que es para nosotros empezar con nuestra misión dentro de Rama. Incluso plantearon una organización provisional que para mí tenía sentido. Puesto que ninguno de nosotros tiene la amplia experiencia del general Borzov, sugirieron que quizá debiéramos tener ahora dos jefes, posiblemente el almirante Heilmann y el propio doctor Brown. Otto podría cubrir los temas militares y de ingeniería espacionaval; el doctor Brown se encargaría de los esfuerzos de exploración de Rama.
—¿Y qué ocurrirá cuando estén en desacuerdo en asuntos en los que sus áreas de responsabilidad se entrecrucen? —preguntó Richard Wakefield.
—En ese caso —respondió el almirante Heilmann— someteremos el asunto a votación entre todos los cosmonautas.
—¿No es hábil? —dijo Reggie Wilson. Todavía estaba furioso. Había estado tomando notas en su teclado, pero se puso de pie para dirigirse al resto de los cosmonautas—. Brown y Heilmann estaban preocupados acerca de este problema crítico, y mira por dónde han desarrollado una nueva estructura de mando en la que todo el poder y la responsabilidad se divide entre ellos. ¿Soy yo el único que huele algo podrido en todo esto?
—Oh, vamos, Reggie —dijo Francesca Sabatini enérgicamente. Dejó caer la videocámara a su lado—. Hay lógica en esta proposición. El doctor Brown es nuestro principal científico. El almirante Heilmann ha sido un íntimo colaborador de Valen Borzov durante muchos años. Ninguno de nosotros posee una sólida capacidad de mando en ningún aspecto de la misión. Dividir los deberes significará…
Le resultaba difícil a Reggie Wilson argumentar con Francesca. No obstante, la interrumpió antes que terminara.
—Estoy en desacuerdo con este plan —dijo en un tono controlado—. Creo que deberíamos tener un solo mando. Y, basándome en lo que he observado durante mi tiempo en este equipo, sólo hay un cosmonauta al que todos podamos seguir con facilidad. El general O’Toole. —Hizo un gesto con la mano en dirección a su compatriota norteamericano—. Si esto es una democracia, lo nomino para nuestro nuevo oficial al mando.
Hubo voces generalizadas tan pronto como Reggie se sentó de nuevo. David Brown intentó restablecer el orden.
—Por favor, por favor —exclamó—, una cosa detrás de otra. ¿Deseamos decidir nuestras propias cadenas de mando y luego someterlas a la AIE como un fait accompli. Una vez que hayamos llegado a un acuerdo sobre esta cuestión, entonces podremos decidir quiénes deben ser los que manden.
—Yo no había pensado en nada de esto antes de esta reunión —dijo Richard Wakefield—. Pero estoy de acuerdo con la idea de adelantarnos a la burocracia de la Tierra. Ellos no han vivido con nosotros en esta misión. Más importante aún, ellos no están a bordo de una nave espacial pegada a una creación alienígena en alguna parte dentro de la órbita de Venus. Somos nosotros quienes vamos a sufrir, si se efectúa una mala decisión; en consecuencia, somos nosotros quienes debemos decidir nuestra propia organización.
Resultaba claro que todo el mundo, con la posible excepción de Wilson, prefería la idea de definir ellos mismos su estructura de mando y luego presentarla a la AIE.
—De acuerdo —dijo Otto Heilmann al cabo de unos minutos—, ahora debemos elegir a nuestros mandos. Se ha hecho una proposición, sugiriendo un liderazgo compartido entre yo y el doctor Brown. Reggie Wilson ha nominado al general Michael O’Toole como nuestro nuevo oficial al mando. ¿Hay alguna otra sugerencia a discutir?
La sala permaneció en silencio durante diez segundos.
—Discúlpenme —dijo entonces el general O’Toole—, pero me gustaría hacer unas observaciones. —Todo el mundo escuchó al general norteamericano. Wilson tenía razón. Pese a la conocida preocupación de O’Toole por la religión (que no obligaba a nadie a compartirla), tenía el respeto de todo el equipo de cosmonautas—. Creo que debemos ser muy cuidadosos con este punto a fin de no perder el espíritu de equipo para desarrollar el cual hemos luchado durante este último año. Una elección contestada en este punto podría crear una división. Además, esto no es tan importante ni necesario. Independientemente de quién se convierta en nuestro jefe nominal, o jefes, cada uno de nosotros ha sido entrenado para realizar un conjunto específico de funciones. Las haremos bajo cualquier circunstancia.
Hubo asentimientos de cabeza a lo largo de toda la sala.
—En lo que a mí respecta —prosiguió el general O’Toole—, debo admitir que sé poco o nada acerca de los aspectos del interior de Rama en esta misión. —Nunca he sido entrenado para hacer nada excepto manejar las dos naves espaciales Newton, evaluar cualquier amenaza militar potencial y actuar como nexo de comunicación a bordo. No estoy calificado para actuar como oficial al mando—. Reggie Wilson intentó interrumpirlo, pero O’Toole siguió sin hacer ninguna pausa: —Me gustaría recomendar que adoptemos el plan ofrecido por Heilmann y Brown y seguir adelante con nuestra tarea primordial… es decir, la exploración de este leviatán alienígena que ha acudido a nosotros procedente de las estrellas.
Al terminar la reunión, los dos nuevos jefes informaron al resto de los cosmonautas que un diseño general del escenario de la primera incursión estaría preparado para revisión a la mañana siguiente. Nicole se encaminó a su habitación. De camino se detuvo y llamó a la puerta de Janos Tabori. Al principio no hubo respuesta. Cuando llamó por segunda vez, oyó a Janos preguntar:
—¿Quién es?
—Soy yo, Nicole —respondió.
—Entre —dijo el hombre.
Estaba tendido de espaldas en la pequeña cama, con un fruncimiento muy poco característico en su rostro.
—¿Qué ocurre? —preguntó Nicole.
—Oh, nada. Sólo tengo un poco de dolor de cabeza.
—¿Ha tomado algo?
—No. No es tan serio. —Seguía sin sonreír—. ¿Qué puedo hacer por usted? —preguntó, en un tono casi poco amistoso.
Nicole se sintió desconcertada. Enfocó con cautela el tema.
—Bueno, he estado releyendo su informe sobre la muerte de Valeri…
—¿Y por qué lo ha estado haciendo? —interrumpió bruscamente Janos.
—Para ver si había alguna cosa que hubiéramos podido hacer de un modo distinto —respondió Nicole. Le resultaba obvio que Janos no deseaba hablar del tema. Tras aguardar unos segundos, murmuró—: Lo siento, Janos. Creo que me estoy imponiendo a usted. Volveré en otro momento.
—No, no —dijo él—. Suelte lo que tenga que decir.
Ésa es una curiosa forma de decirlo, pensó Nicole mientras formulaba su pregunta.
—Janos —dijo—, en ninguna parte de su informe menciona usted haber intentado alcanzar la caja de control del CirRob inmediatamente antes de la maniobra. Y hubiera jurado que vi sus dedos en el teclado del panel de control cuando fui empujada hacia atrás contra la pared.
Nicole se detuvo. No había expresión de ninguna clase en el rostro del cosmonauta Tabori. Era casi como si estuviera pensando en alguna otra cosa.
—No lo recuerdo —dijo al fin, sin la menor emoción—. Puede que tenga usted razón. Quizás el golpe que me di en la cabeza borró parte de mi memoria.
Déjalo correr, se dijo Nicole mientras estudiaba a su colega. No hay nada más que puedas averiguar aquí.