17
Muerte de un soldado

En su sueño, Nicole tenía de nuevo diez años y jugaba en los bosques detrás de su casa en el suburbio parisiense de Chilly-Mazarin. Tuvo la repentina sensación de que su madre se estaba muriendo. La niña se sintió presa del pánico. Corrió hacia la casa para decírselo a su padre. Un pequeño gato le bloqueó gruñendo el paso. Nicole se detuvo. Oyó un grito. Abandonó el camino y siguió por entre los árboles. Las ramas arañaron su piel. El gato la siguió. Oyó otro grito. Cuando despertó, un asustado Janos Tabori estaba de pie junto a ella.

—Es el general Borzov —dijo Janos—. Sufre terribles dolores.

Nicole saltó rápidamente de la cama, se puso una bata, tomó su maletín de primeros auxilios y siguió a Janos al corredor.

—Parece como apendicitis —mencionó él mientras se apresuraban a la sala—. Pero no estoy seguro.

Irina Turgeniev estaba arrodillada al lado del comandante y le tenía la mano. El general estaba echado en un diván. Tenía el rostro completamente blanco y su frente estaba perlada de sudor.

—Ah, la doctora des Jardins ha llegado. —Borzov consiguió esbozar una sonrisa. Intentó sentarse, hizo una mueca de dolor, y se dejó caer nuevamente—. Nicole —dijo en voz baja—, me estoy muriendo. Nunca me había sentido tan mal en toda mi vida, ni siquiera cuando fui herido en el ejército.

—¿Cuánto hace que empezó? —preguntó ella. Había sacado su escáner y su monitor biométrico para comprobar todas sus estadísticas vitales. Mientras tanto, Francesca se había situado con su videocámara junto al hombro derecho de Nicole para filmar a la doctora realizar su diagnóstico. Nicole le hizo un gesto impaciente de que retrocediera.

—Quizá dos o tres minutos —dijo el general Borzov con un esfuerzo—. Estaba sentado aquí en una silla viendo la película, riéndome creo recordar, cuando de pronto se produjo ese intenso y agudo dolor, aquí en mi ingle derecha. Parecía como si algo me estuviera quemando desde dentro.

Nicole programó el escáner para revisar los últimos tres minutos de detallados datos registrados por las sondas Hakamatsu dentro de Borzov. Localizó el comienzo del dolor, fácilmente identificable en término de ritmo cardíaco y secreciones endocrinas. Pidió en seguida una relación completa de todos los canales durante el período crítico. —Janos —dijo a su colega—, vaya a la habitación de material médico y tráigame el diagnosticador portátil. —Le tendió a Tabori la tarjeta código para la puerta.

Luego se volvió de nuevo hacia el general Borzov.

—Tiene un poco de fiebre, lo cual sugiere que su cuerpo está luchando contra alguna infección. Todos los datos internos confirman que usted sufre un dolor agudo. —El cosmonauta Tabori regresó con un pequeño dispositivo electrónico con el aspecto de una cajita. Nicole extrajo un pequeño tubo de datos del escáner y lo insertó en el diagnosticador. Al cabo de unos treinta segundos el pequeño monitor parpadeó y aparecieron las palabras: PROBABLE APENDICITIS 94%. Nicole pulsó una tecla, y la pantalla mostró los demás diagnósticos posibles, incluidos hernia, distensión muscular interna y reacción medicamentosa. Según el diagnosticador, ninguno de ellos tenía más de un dos por ciento de probabilidad.

Tengo dos elecciones en estas circunstancias, pensó rápidamente Nicole mientras el general Borzov se crispaba de nuevo por el dolor. Puedo enviar todos los datos a la Tierra para un diagnóstico completo, según el procedimiento… Consultó su reloj y calculó rápidamente dos veces el viaje a la velocidad de la luz, más la duración mínima de la conferencia médica una vez completado el diagnóstico electrónico. En cuyo momento tal vez ya sea demasiado tarde.

—¿Qué dice ese trasto, doctora? —preguntó el general. Sus ojos le estaban suplicando que terminara con aquel dolor lo antes posible.

—El diagnóstico más probable es apendicitis —indicó Nicole.

—Maldita sea —respondió el general Borzov. Miró a los demás. Todo el mundo estaba allí excepto Wilson y Takagishi, que se habían saltado la película—. Pero no permitiré que el proyecto se retrase. Seguiremos adelante con la primera y la segunda incursiones mientras me recupero. —Otro agudo acceso de dolor contorsionó su rostro.

—Bueno —dijo Nicole—, eso aún no es seguro. Primero necesitamos algunos datos más. —Repitió la anterior petición de datos, usando ahora los dos minutos extras de información que se habían grabado desde su llegada a la sala. Esta vez el diagnóstico decía: APENDICITIS PROBABLE 92%. Nicole iba a comprobar los diagnósticos alternativos cuando sintió la fuerte mano de su comandante en su brazo.

—Si lo hacemos rápido, antes de que se acumulen demasiadas toxinas en mi sistema, se trata de una operación para el robot cirujano, ¿verdad?

Nicole asintió.

—Y si perdemos tiempo obteniendo una confirmación de diagnóstico de la Tierra… ¡ouch!… entonces mi cuerpo puede sumirse en un trauma profundo.

Está leyendo mi mente, pensó al principio Nicole. Luego se dio cuenta de que el general no hacía más que ofrecer su profundo conocimiento de los procedimientos establecidos para la Operación Newton.

—¿Intenta el paciente ofrecerle a la doctora alguna sugerencia? —preguntó Nicole, sonriendo pese al evidente dolor de Borzov.

—Nunca me atrevería a ser tan presuntuoso —respondió el comandante, con el asomo de un guiño en sus ojos.

Nicole miró de nuevo el monitor. Seguía parpadeando: APENDICITIS PROBABLE 92%.

—¿Tiene algo que añadir? —le preguntó a Janos Tabori.

—Sólo que he visto una apendicitis antes —respondió el pequeño húngaro—. En una ocasión, cuando era estudiante, en Budapest. Los síntomas eran exactamente los mismos.

—Está bien —dijo Nicole—. Vaya a preparar el CirRob para la operación. Almirante Heilmann, ¿quieren usted y el cosmonauta Yamanaka ayudar al general Borzov a ir a la enfermería, por favor? —Se volvió a Francesca—. Reconozco que esto es una gran noticia. Autorizaré que permanezca en la sala de operaciones con tres condiciones. Se lavará con la misma meticulosidad que el equipo quirúrgico. Permanecerá constantemente contra la pared con su cámara. Y obedecerá absolutamente cualquier orden que yo le dé.

—Me parece bien —asintió Francesca—. Gracias.

Irina Turgeniev y el general O’Toole se quedaron aguardando en la sala después que Borzov se marchara con Heilmann y Yamanaka.

—Estoy seguro de que hablo por los dos —dijo el norteamericano, en su sincera manera habitual—. ¿Podemos ayudar de alguna forma?

—Janos me ayudará mientras el CirRob realiza la operación. Pero podría usar un par más de manos, como respaldo de emergencia.

—Me encantará hacerlo —dijo O’Toole—. Tengo alguna experiencia hospitalaria de mi trabajo social.

—Estupendo —respondió Nicole—. Venga conmigo a lavarse.

El CirRob, el cirujano robot portátil asignado al equipo de la misión Newton precisamente para ese tipo de situaciones, no formaba parte, en términos de sofisticación médica, de las salas de operaciones completamente autónomas de los hospitales más adelantados de la Tierra. Pero era una maravilla tecnológica por derecho propio. Podía guardarse en un maletín pequeño, y pesaba sólo cuatro kilos. Sus necesidades de energía eran pocas. Y podía ser usado en más de un centenar de configuraciones.

Janos Tabori desempaquetó el CirRob. El cirujano electrónico tenía un aspecto más bien anodino. Todas sus largas y flexibles articulaciones y apéndices estaban cuidadosamente dobladas para un más fácil almacenaje. Después de consultar la Guía de Usuario del CirRob, Janos tomó la unidad de control central y la sujetó tal como se indicaba a un lado de la mesa de la enfermería donde estaba tendido ya el general Borzov. Sus dolores sólo habían cedido un poco. El impaciente comandante urgía a todo el mundo que se apresurara.

Janos introdujo el código que identificaba la operación. El CirRob desplegó automáticamente todos sus miembros, incluida su extraordinaria mano/escalpelo con cuatro dedos, en la configuración necesaria para extirpar el apéndice. Nicole entró entonces en la sala, con las manos enfundadas en guantes y el cuerpo cubierto con la bata blanca de cirujano.

—¿Ha terminado ya la comprobación del software? —preguntó.

Janos asintió con la cabeza.

—Completaré todas las pruebas preoperación mientras usted limpia —le dijo Nicole. Hizo un gesto hacia Francesca y el general O’Toole, que permanecían de pie al otro lado de la puerta, para que entraran—. ¿Se encuentra mejor? —le preguntó a Borzov.

—No mucho —gruñó éste.

—Le administré un sedante ligero —dijo ella—. El CirRob le administrará el anestésico completo como primer paso de la operación. —Nicole había estado refrescando sus ideas en su habitación mientras se vestía. Conocía aquella operación con los ojos cerrados; era uno de los procedimientos quirúrgicos realizados durante las pruebas de simulación. Entró el archivo de los datos personales de Borzov en el CirRob, conectó los hilos electrónicos que trasmitirían constantemente la información de los datos del paciente al CirRob durante la apendicectomía, y verificó que todo el software hubiera pasado el autotest. Como última comprobación, sintonizó cuidadosamente un par de pequeñas cámaras estéreo que trabajarían en concierto con la mano quirúrgica.

Janos volvió a entrar en la sala. Nicole pulsó un botón en la caja de control del robot cirujano, y dos copias de la secuencia de operaciones fueron impresas rápidamente. Nicole tomó una y le tendió la otra a Janos.

—¿Está listo todo el mundo? —preguntó, con los ojos fijos en el general Borzov. El oficial de mando de la Newton asintió con la cabeza. Nicole activó el CirRob.

Una de las cuatro manos del cirujano robot inyectó un anestésico al paciente, y al cabo de un minuto Borzov estaba inconsciente. Mientras la cámara de Francesca grababa todos los movimientos de aquella operación histórica (Francesca susurraba ocasionales comentarios en su micrófono ultrasensible), la mano escalpelo del CirRob, ayudada por sus dos ojos gemelos, hizo las incisiones necesarias para aislar el órgano sospechoso.

Ningún cirujano humano había sido jamás tan rápido o diestro. Armado con una batería de sensores que comprobaban centenares de parámetros cada microsegundo, el CirRob dobló hacia atrás todos los tejidos necesarios y dejó al descubierto el apéndice en escasamente dos minutos. Programada en la secuencia automática había una inspección de treinta segundos antes de que el robot cirujano prosiguiera con la extirpación del órgano.

Nicole se inclinó sobre el paciente para comprobar el órgano expuesto. No estaba ni hinchado ni inflamado.

—Mire esto, rápido, Janos —dijo, con los ojos fijos en el reloj digital que contaba hacia atrás el tiempo del período de inspección—. Parece perfectamente sano.

Janos se inclinó al otro lado de la mesa de operaciones. Dios mío, pensó Nicole, vamos a extirpar… El reloj digital señalaba 00:08.

—¡Alto! —exclamó—. Detengan la operación. —Nicole y Janos tendieron la mano hacia la caja de control del robot cirujano al mismo tiempo.

En aquel instante, toda la nave espacial Newton sufrió una sacudida lateral. Nicole fue arrojada hacia atrás, contra la pared. Janos cayó hacia delante, golpeándose la cabeza contra la mesa de operaciones. Sus dedos tendidos cayeron sobre la caja de control, y luego resbalaron lentamente de ella mientras caía al suelo. El general O’Toole y Francesca habían sido lanzados ambos contra la pared del fondo. Un ¡biiip! ¡biiip! de una de las sondas Hakamatsu insertadas indicó que alguien en la habitación tenía serios problemas físicos. Nicole comprobó brevemente que O’Toole y Sabatini estaban bien y luego se debatió contra el impulso torsor que aún proseguía para recuperar su posición al lado de la mesa de operaciones. Se arrastró con gran esfuerzo, usando las ancladas patas de la mesa como apoyo. Cuando estuvo al lado de ésta se afirmó, sujetándose aún a ellas, y se puso de pie.

La sangre salpicó a Nicole cuando su cabeza cruzó el plano de la mesa de operaciones. Contempló incrédula el cuerpo de Borzov. Toda la incisión estaba llena de sangre, y la mano/escalpelo del CirRob estaba enterrada en ella, al parecer cortando todavía. Era la sonda de Borzov la que emitía su ¡biiip! ¡biiip!, pese al hecho de que Nicole había insertado una orden manual que ampliaba enormemente los valores de emergencia poco antes de la operación.

Una oleada de miedo y náusea barrió a Nicole cuando se dio cuenta de que el robot no había abortado sus actividades quirúrgicas. Sujetándose fuertemente contra la intensa fuerza que intentaba empujarla de nuevo contra la pared, consiguió de alguna forma alcanzar la caja de control y desconectar la energía. El escalpelo se retiró del charco de sangre y se replegó sobre sí mismo en actitud de espera. Luego Nicole intentó detener la masiva hemorragia.

Treinta segundos más tarde, la inexplicada fuerza desapareció tan rápidamente como había aparecido. El general O’Toole se puso trabajosamente de pie y se acercó a la ahora desesperada Nicole. El escalpelo había causado demasiados daños. El comandante se estaba desangrando ante sus ojos.

—¡Oh, no! ¡Oh, Dios! —exclamó O’Toole cuando vio el desastre en el cuerpo de su amigo. El insistente pitido proseguía. Ahora los sistemas de alarma vitales en torno de la mesa sonaban también. Francesca se recuperó a tiempo para grabar los últimos diez segundos de la vida de Valeri Borzov.

Fue una noche muy larga para todo el equipo Newton. En las dos horas inmediatamente siguientes a la operación, Rama pasó por una secuencia de otras tres maniobras, cada una de las cuales, como la primera, duró uno o dos minutos. La Tierra confirmó finalmente que las maniobras combinadas habían cambiado de posición, índice de giro y órbita de la nave espacial alienígena. Nadie podía dilucidar la finalidad exacta de ese conjunto de maniobras; eran simplemente «cambios de orientación» que habían alterado la inclinación y alineación de los ápsides de la órbita de Rama. Sin embargo, la energía de la trayectoria no había resultado significativamente variada… Rama seguía aún en una hipérbole de escape con respecto al Sol.

Todo el mundo a bordo de la Newton y en la Tierra se sintió abrumado por la repentina muerte del general Borzov. Fue elogiado por la prensa de todas las naciones, y sus muchos logros fueron alabados por sus amigos y asociados. Su muerte fue informada como un accidente, atribuido a un desafortunado movimiento de la nave espacial Rama que se había producido en el transcurso de una apendicectomía rutinaria. Pero, al cabo de ocho horas de su muerte, la gente curiosa se estaba haciendo preguntas en todas partes. ¿Por qué la nave espacial Rama se había movido precisamente en aquel momento? ¿Por qué el sistema de protección contra fallas del CirRob no había detenido la operación? ¿Por qué los oficiales médicos humanos que controlaban todo el proceso no habían desconectado la energía antes que fuera demasiado tarde?

Nicole des Jardins se hacía a sí misma idénticas preguntas. Ya había completado todos los documentos requeridos cuando se produce una muerte en el espacio, y había sellado el cuerpo de Borzov en un ataúd al vacío en la parte de atrás de la enorme bodega de pertrechos de la nave militar. Había preparado y archivado rápidamente su informe del incidente; O’Toole, Sabatini y Tabori habían hecho lo mismo. Sólo había una discrepancia significativa en los informes. Janos no mencionó que había intentado alcanzar la caja de control durante la maniobra ramana. Por aquel entonces Nicole no creyó que aquella omisión fuera importante.

Las teleconferencias requeridas con los oficiales de la AIE fueron extremadamente dolorosas. Nicole era la persona que soportó la mayor parte del absurdo y repetitivo interrogatorio. Tuvo que buscar nuevas reservas muy dentro de ella para no perder el control en varias ocasiones. Nicole había esperado que Francesca apuntara una incompetencia por parte del equipo médico de la Newton en su teleconferencia, pero la periodista italiana fue justa e imparcial en su reportaje.

Tras una corta entrevista con Francesca, en la que Nicole le habló de lo horrorizada que se había sentido en el momento en que vio por primera vez la incisión de Borzov llena de sangre, la oficial de ciencias vitales se retiró a su habitación, ostensiblemente para descansar y/o dormir. Pero no se permitió el lujo de descansar. Revisó una y otra vez los segundos críticos de la operación. ¿Podía ella haber hecho algo para cambiar el resultado? ¿Qué podía explicar la falla del CirRob en desconectarse automáticamente?

En la mente de Nicole había muy pocas o ninguna posibilidad de que los algoritmos de protección del CirRob tuvieran alguna falla de diseño; no habrían pasado todas las rigurosas pruebas prelanzamiento si hubieran contenido algún error. Así que, de alguna forma, tenía que haberse producido algún error humano, o una negligencia (¿habían ella y Janos, en su apresuramiento, olvidado inicializar algún parámetro interno de protección?), o un accidente durante aquellos caóticos segundos que siguieron a la inesperada torsión. Su infructuosa búsqueda de una explicación y su fatiga casi total hicieron que se sintiera extremadamente deprimida cuando finalmente se durmió. Para ella, una parte de la ecuación estaba muy clara. Un hombre había muerto, y ella era la responsable.